A LOS CATOLICOS ESPAÑOLES1
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Orar por España. -
Necesidad de la prueba.
…
Sí, es preciso orar por ese país (España), que Yo amo y que
ciertamente me ha dado pruebas de su fidelidad, de muchas maneras,
por medio de quien tenía autoridad. De ello he recibido grande
gloria. Este país ha podido servir a otros de modelo y de aliento.
Pero
en la tierra nada hay perfecto. ¿No he dicho Yo que mi viña
necesitaba ser podada? Eso es lo que hago por medio de la prueba,
forzando, por decirlo así, las almas a volverse hacia Mí con más
fe, con más confianza, y dándoles ocasión de practicar actos más
excelentes de caridad. Yo no juzgo como juzga el mundo... Busco
siempre un bien superior y de los míos saco siempre mi gloria.
¡Oh,
si vieseis las cosas con mi luz, os aparecerían bajo un nuevo
aspecto y os admiraríais de mis disposiciones! Y no os llevaría
esto a desinteresaros de lo que está pasando, al contrario; porque
Yo mismo he dicho: “pedid”, y nada habéis pedido todavía. Tanto
menos se pide cuanto más se tiene.
Sí,
Yo he dicho: “pedid y recibiréis”, “buscad y
hallaréis”,”llamad y se os abrirá”... Y también: “todo lo
que pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá”... “El
cielo y la tierra pasarán, ¡pero mis palabras no pasarán”, no
pasarán jamás!... Se os concederá según sea vuestra fe. “Si
vosotros, siendo malos, dáis cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto
más vuestro Padre celestial?”. “¿Dará por ventura un escorpión
a quien le pide pan?” Pero también he dicho que no he venido a
traer la paz, al modo como la da el mundo, y que tendréis que sufrir
por mi nombre. ¿No es en estos momentos de persecución y de
revuelta, cuando más se manifiesta la fidelidad y el heroísmo de
mis amigos?
Recordad mi vida sobre la tierra, la vida de mi Iglesia,
la de mis apóstoles, la de mis amigos todos... ¡No os
espantéis!Releed mis palabras en mi Evangelio, y en vez de
afligiros, gozaos cuando tengáis algo que sufrir... ¡Tened
confianza! Yo he vencido al mundo, he triunfado del mundo y de la
muerte, y os haré triunfar también conmigo si sois fieles, y os
daré el premio de vuestra victoria y vuestro corazón se llenará de
un grande gozo proporcionado a vuestras zozobras. Necesito obrar así
con vosotros porque en una falsa paz os dormiríais y, mientras todos
los demás se agitan en el desorden y en la tribulación, vosotros
confiaríais en vosotros mismos y nada os sería tan funesto. En la
prueba formo mis santos. Poned vuestra confianza en Mí.
Cómo hemos de orar.
Hubieran
algunos deseado una oración en la que se hiciese resaltar lo que por
mi Corazón han hecho y por mi Amor Misericordioso. Diles que la más
bella oración, la que toca mi Corazón en lo más íntimo, es la que
en mi Evangelio habéis oído salir de labios de aquellos sobre
quienes se derramó mi Amor Misericordioso: “Señor, tened piedad
de mí, porque soy un gran pecador”. Guardaos de orar como el
Fariseo... La menor preferencia de sí mismo respecto de los otros,
la complacencia en el bien que se ha podido hacer, es una mancha, un
obstáculo que impide la efusión de mi gracia y mis divinas
mociones.
Almas
tengo verdaderamente humildes, y éstas son las que atraerán mis
gracias... Ciertamente, he tenido y tengo todavía admirables
víctimas que se inmolan por Mí; pero manteneos humildes, no
juzguéis a nadie, a nadie condenéis, no discutáis lo que no
entendéis, no sembréis el mundo de propios juicios y pareceres;
estas cosas serían sumamente perjudiciales y estorbarían por
completo mi gracia. Velad sobre vuestras conductas; orad... orad sin
interrupción, con la misma oración que Yo os he enseñado, en la
cual se comprende todo; y si no os satisface, es porque no la habéis
comprendido.
En
cualquier necesidad, acudid al Padrenuestro,
saludad
e invocad a la Virgen con el Ave
María, y
añadid el Gloria
Patri, que
enaltece mi gloria santa. Después servíos de mis palabras para
orar... Me agrada veros explotar así mis dones.
Acordaos, sobre todo, de que siempre es hora de hacer triunfar mi
Amor Misericordioso. Que este amor viva y reine en vuestras almas.
Creed en este amor, y para recibir sus efectos, manteneos humildes y
pequeños en mi presencia, sin lo cual no podréis tener parte en los
bienes de mi Amor Misericordioso, que no es más que para los pobres
e indigentes. Los pobres serán colmados de mis bienes, y los ricos
tornarán privados de todo, con las manos vacías: tanto me satisface
la humildad del corazón. He aquí una doctrina que no acabáis de
entender: quisiérais tener mucho, sentiros ricos, nadando en la
abundancia y complaciéndoos en ello. Lo mismo digo cuando se trata
del abandonop a Mi voluntad: lo hacéis con relativa facilidad
siempre que no os falte alguna persona en que apoyaros; pero no es
esto lo que me honra y me glorifica, sino más bien que pongáis sólo
en Mí y en María Santísima vuestra esperanza cuando todo en torno
vuestro parece que se derrumba. Quiero que en estos momentos se me
ruegue mucho por vuestra Patria. Quiero la unión... Haré que en
esta casa se ruegue mucho, a fin de que Yo sea glorificado por
vuestras disposiciones interiores y por todo lo que pretendo hacer en
esta nación.
Humildad
y confianza.
Sedme
fieles y confiad en Mí; no os abandonaré, y siempre se recordará
la buena acogida que entre vosotros he tenido y lo que por mi gloria
habéis trabajado. No lo olvidaré jamás y será siempre vuestro
mejor timbre de gloria.
Quiero sentar mis reales sobre la humildad: cunde hoy por todas
partes una especie de vanagloria que Yo quiero en verdad destruir,
para que todos conozcan que sólo de mi Bondad proviene la salvación,
que soy vuestro Salvador. Si obrase de otro modo, no reconoceríais
mis beneficios. Os amo infinitamente: soy el único Salvador de los
individuos, como de las naciones y de las sociedades, y siempre habrá
que decir que sois la obra de mi amor y de mi gran misericordia.
Tened confianza, os repito, a pesar de todo. Aun cuando el Universo
entero pareciese bambolearse, ahí estoy Yo, que soy el Salvador: no
perdáis la paz de vuestras almas. Acordaos de lo que en mi Evangelio
tengo dicho: “Venid a Mí todos los que trabajáis y estáis
cargados, que Yo os aliviaré”. Con vosotros estoy hasta la
consumación de los siglos, con tal que permanezcáis conmigo en
caridad. La caridad, he ahí el mandamiento supremo de mi santa Ley.
Vuestro verdadero Rey soy Yo; Rey que no cambia, Rey que nadie podrá
destronar. Veréis a todos vacilar, mas el Rey eterno permanece;
vencerá, y los que Él se ha esvogido y le permanezcan fieles,
reinarán con Él en su Reino, que nada tiene de común con estos
reinos perecederos, que pasan, como pasan los hombres. Sé lo que
hago, y lo que digo es verdad. Guardaos de interpretar esto a vuestro
modo, antes de tiempó; día vendrá en que todo lo comprenderéis
con mi luz, y de ahí sacaréis nuevas fuerzas y divinos alientos. Lo
que ahora conviene es afianzaros en la fe en mi omnipotencia y en la
confianza en mi bondad; y esto con humildad sincera, ejercitando
constantemente, interior y exteriormente, la misericordiosa caridad.
Orad por vuestros enemigos; perdonadles, amadles, deseando su bien;
anhelad ardientemente la salud de sus almas, sobreponiéndola a
vuestros particulares intereses.
En estos días, los que son míos, me glorifican; sin esos peligros,
sin estas revueltas, no vendrían a mis brazos, desnudos de otra
esperanza y de otro amparo que no sea el mío, y así ejecutan actos
que jamás hubieran hecho ni tenido ocasión de hacer. Confiad, os
amo, y en mi Evangelio os tengo dicho que el Padre vela por vosotros
con paternal solicitud. Ese Padre soberano que viste con
magnificencia los lirios del campo y da de comer a los pajarillos del
cielo, ¡cuánto más se cuidará de vosotros para daros lo que
necesitéis y libraros de los lazos de vuestros enemigos! Dad a Dios
la alegría de vuestra confianza, clamad a su Amor Misericordioso.
Jamás podréis apreciar en esta vida lo que un acto de fe y de
confianza vale en el cielo. No en vano he venido a vosotros y he
encontrado tan buena acogida en vuestro seno; fue para abrir vuestras
almas a la confianza. No desfallezcáis: en medio de vosotros estoy y
permaneceré siempre.
Alegría
santa. - Virtud en la prueba.
Muchas
veces lo he dicho y lo vuielvo a repetir: un acto de virtud vale más
que todo. Tengo mis medios de despertar las almas y de santificarlas
en la fe... Alegraos de todo cuanto hago, en vez de entristeceros en
presencia de los acontecimientos por mí permitidos. Que vuestro
cuidado no sea otro que producir actos de virtud, de fe, de
confianza, de humildad, de caridad, de acatamiento a mis secretas
disposiciones.
Os digo más: alegraos en Mí, como en otro tiempo dije a mis
apóstoles. Hay quien piensa que el Evangelio ya no es de estos
tiempos y que su doctrina fue buena tan sólo para épocas pasadas.
Nada más falso: lo que a mis apóstoles dije entonces, es doctrina
de todos los tiempos. Aplicad bien esa doctrina a vuestras almas
según las necesidades en que os halláis. Ahí está el secreto de
los que dirigen las almas: su empeño no debe ser otro que nutrirlas
con mis máximas y enseñarles la manera de formarse al calor de mis
doctrinas. Esto es andar en mi presencia, sin querer precederme,
pendientes en todo de mi voluntad y usando conscientemente de mis
dones. Haced valer los dones de Dios... explotad mis dones;
comprended bien la hora presente y explotad el don de mi Amor
Misericordioso. ¡Cuántos actos de fe y confianza os moverá a hacer
este conocimiento, cuántos actos de caridad y de humildad, sin los
cuales vuestra conducta vendría a cargar más el platillo de la
balanza en que pesan los crímenes de los impíos!
Ya recordaréis lo que dije a Abraham sobre Sodoma y Gomorra... Sed
vosotros de aquellos diez justos que bastaban para detener las iras
del cielo y salvar las corrompidas ciudades. De todo me sirvo para
despertar a las almas y hacer que produzcan mayores frutos. Hay
gentes que no se santifican si no es con el fuego de las
tribulaciones, y yo las permito para que por este medio se tornen a
Mí. Cierto que algunos flaquean, pero los buenos se afirman y, por
los que se apartan, vendrán otros muchos, más humildes, más
decididos, que serán como columnas para sostener a sus hermanos. No
temáis; orad, orad por vosotros y por las almas... No dejéis la
oración; orad con fe, con una gran confianza de que obtendréis lo
que pedís; si sabéis hacerlo con humildad y caridad, tened por
cierto que obtendréis cuanto pidáis, si ha de ser para gloria mía
y bien de vuestras almas. ¿Qué más podéis desear? ¿No es este
vuestro único anhelo? Lo que generalmente os turba es el apego de la
propia voluntad a un bien particular que en aquel momento os parece
necesario; mas Yo quisiera que, por encima de todo, pongáis en Mí
vuestra confianza, independientemente de cuanto sucede en la tierra.
Esto no quiere decir que os crucéis de brazos y no pongáis los
medios humanos que la santa prudencia dicta; mas también en estos
casos, orad mucho; no déis un paso sin la oración, y entonces y
siempre poned la confianza en Mí y no en la marcha de los
acontecimientos. ¿No soy Yo el que impero sobre la mar y los vientos
y tengo al universo entero bajo mis pies? ¿No soy Yo quien os ha
crado a todos, Señor de cielos y tierra, que presido los destinos de
las naciones? A vosotros, los que teméis y tembláis, repito ahora
las palabras que dije en otra ocasión: “Hombres de poca fe, ¿por
qué teméis?”. Creed en el poder de mi Amor Misericordioso para
todos los que le invocan, y uníos al llamamiento y al clamor que por
vosotros hacen vuestros hermanos en el cielo.
No me cansaré de repetiroslo: en Mí, más que en todos los medios
humanos, debéis confiar. Aprovechad las presentes circunstancias
para lanzar un nuevo llamamiento de renovación de espíritu, de
fervor, de oración, de sacrifici, según los respectivos deberes de
estado y las reglas de cada uno. Haced un llamamiento a las almas
contemplativas, para que no se duerman en la observancia, sino que
sean como otro Moisés, levantando las manos al cielo desde el monte,
mientras los que están en el valle toman contra sí mismos las armas
de la penitencia: esa será la garantía mejor de vuestra victoria.
Obrad de modo que cuando Yo mire a la tierra, encuentre en ella los
justos que mi amor desea, humildes, pobres, obedientes, mortificados,
caritativos, fiados de mi bondad, intercesores por la humanidad
culpable, y revestidos de mi caridad.
La
Ofrenda. - Los frutos de la prueba.
Redoblad
la devoción a la Ofrenda;
que se eleve
incesantemente de millares de pechos en todas las partes de vuestro
suelo. Tales son vuestras armas y vuestro poderoso escudo. ¡Dichoso
el que me comprenda y secunde mis designios misericordiosos! La
prueba actual es para vosotros una gracia inmensa. Las almas volverán
a Mí con más ahínco, comprenderán mejor la necesidad que tienen
de no apoyarse sino en Mí. Los buenos se harán mejores, y
despertaré a los que yacían dormidos contentándose con disfrutar
de vuestros trabajos. ¿De donde puede veniros la salvación sino de
vuestro Salvador? Uníos para clamar al Amor Misericordioso;
imploradlo por mediación de María y por mi Teresita2
para que triunféis, ante todo de vosotros mismos, de la corrupción
que lleváis dentro... el orgullo, el espíritu de independencia y el
deseo de goces perecederos... Las pruebas humillan, os obligan a
reconocer ante Mí vuestra pequeñez, impotencia e ignorancia, y no
es pequeño tesoro de las almas perder el apoyo en sí mismas y en
sus propios medios y ponerlo en Dios. Las pruebas fijan en el cielo
los corazones; con ellas se hace más sensible la necesidad de
recurrir a Mí, de consultar para hacer lo que es mi voluntad, con lo
cual el abandono es más sobrenatural, más meritorio y más
perfecto. Las pruebas por Mí permitidas os mantienen en el espíritu
de sacrificio, os enseñan a anteponer a todo mi santa voluntad, el
bien común al bien personal; a dejar vuestras cosas por atender a
las del prójimo; a consolar a los que temen y lloran; tomando
fuerzas de Mí, que soy fuente de fortaleza, sintiendo más honda
necesidad de los santos sacramentos.
En
verdad os digo: estos tiempos de tribulación son ya de por sí un
gran bien para vuestras almas; si sabéis serme fieles y me dais lo
que quiero y espero, no tendré que exigiros más. Tan solo una cosa
debéis temer en estos días de confusión: no la táctica y los
planes de los enemigos, sino vuestro propio egoísmo, que impediría
que hiciéseis por Mí y por vuestra patria lo que de vosotros
espero. A vosotros, sacerdotes y religiosos míos, a vosotros mis
fieles predilectos, mis escogidos, confío en esta hora la salud de
la patria. Mi gloria es hacer bien, mas quiero que se me pida; venid
a Mí y mostros como deseo, repetid constantemente la Ofrenda...
pero la ofrenda práctica
sobre todo, que es la que más pesa en mi presencia.
Enseñadla a las almas; que se unan a Mí en cuantos actos producen,
para que los pueda Yo revestir con el valor de los míos y puedan
obrar según el modelo que les he dado en Mí mismo.
¡Qué vidas tan llenas serían estas, aun sin descubrir al exterior
nada raro ni extraordinario! A religiosos y religiosas diles que la
mejor mortificación que Yo les pido es la perfecta observancia de
sus Reglas; el silencio, la obediencia, la caridad, la pobreza... Que
traten de suprimir las dispensas innecesarias cuando la obediencia no
se las impone. Si esto hacéis y contribuís a que los demás hagan
otro tanto, mucho habéis hecho, y, si las almas responden, mis fines
se verán realizados.
Confianza
en Dios. - Jesús no nos abandona.
¡Velad, orad, confiad!... confiad en Mí, solamente en Mí. A cada
cual doy la gracia según las necesidades del momento, y en cada caso
mi ayuda es proporcionada a las dificultades que se presentan. No os
espantéis, pues, si de antemano no os sentís tan fuertes como
desearíais para una dificultad futura que os imagináis; dicho os
tengo que aún cuando tuviéreis que aparecer ante los tribunales, no
tenéis que pensar lo que habéis de decir; sino entregaros a mi
Espíritu Santo que pondrá palabras en vuestros labios. Así es para
todo; si cumplís fielmente mi Voluntad en cada momento, Yo
permaneceré con vosotros y jamás os abandonaré. “Basta a cada
día su malicia”, lo he dicho y lo repito. ¡Nada os turbe! ¡Nada
os inquiete! Esto sólo es ya una victoria, un acto de fe en mis
palabras. De esta manera seré glorificado en vosotros.
Mi paz os dejo, mi alegría, mi amor y mi confianza. ¡Bebed en Mí
constantemente! ¡Creed en Mí! ¡Jamás os abandonaré!
P. M. SULAMITIS.
1Varias
personas deseaban se pidiese a P. M. Sulamitis una
oración al Amor Misericordioso, compuesto por ella misma, para
rogar por España en las actuales circunstancias. Mas antes de que
se le hiciese tal petición, sin que ella tuviese noticia humana
ninguna de los acontecimientos aquí desarrollados últimamente, el
Amor Misericordioso se dignó enviarnos por su pequeña
mano el presente MENSAJE, con
indicación de las oracions que le será grato empleemos para
implorar su misericordia en favor de nuestra querida patria. Téngase
en vuenta para entender ciertas expresiones, que P. M.
Sulamitis no es española ni
reside en España.
2De
Lisieux.