(MEDITACIÓN
ÍNTIMA)
1.- Vivir de la verdad. La vida es demasiado superficial.
Hay que enseñar a las almas a vivir de la verdad. Aun la mayor parte
de aquellas que hacen profesión de vida cristiana y de piedad, sólo hacen caso
de lo que afecta a los sentidos y satisface su naturaleza. Así, desde el
momento que llega la tentación y la aridez, se secan y caen como las flores
ajadas, sin fecundidad. Yo mismo os he dado enseñanzas sobre esto, mostrándoos
las diferentes clases de almas, como terrenos diversos en los cuales echo mi
divina semilla, a fin de que lleve fruto. No todas reciben mi gracia o no la
reciben igualmente[1]. A
ellas las vuelvo sin cesar, la vida es demasiado superficial, según la
impresión del momento.
2.- Extravío de muchas almas que viven en la ignorancia, en las
tinieblas, al lado de la luz.
He venido a la tierra, Yo, la
Verdad, para instruiros y hacer conocer a todos esta verdad, para haceros
caminar a todos en mi luz; pero los hombres no quieren entenderlo, prefieren
andar en las tinieblas, permanecer en su ignorancia y en su error, vacilantes
en su inconstancia, más bien que seguir al Salvador[2].
En vano buscan la dicha, se agotan en la agitación y la frivolidad, en la
prosecución de bienes engañadores… En los días de consuelo, de prosperidad, se
regocijan y se apoyan falsamente en sí, en sus disposiciones, en sus proyectos,
en sus trabajos.
Las almas piadosas no están exentas
de esos extravíos. Se estremecen de alegría y se creen en seguridad en los días
de gracias sensibles, cuando yo escucho sus deseos, las lleno de luces, de
gustos, de atractivos, y doy calor a su vida con mis divinos consuelos. Sin
embargo, conocen el Getsemaní, el Calvario, pero aspiran a encontrar delicias
en la agonía, goces en la cruz, no la cruz desnuda ni la amargura de mi cáliz.
3.- No es comprendido el trabajo de nuestro Padre Celestial en
nuestras almas, sino malbaratado por muchos que se sustraen a él.
Pocas almas penetran íntimamente en
mis divinos misterios y saben sacar su fruto; pocos comprenden mi Corazón de
Padre y el trabajo fecundo que opero en las almas en el tiempo que menos
entendéis. Yo he dicho que si el grano de trigo no muere, no llevará fruto[3].
Lo creéis y citáis ese pasaje, y prácticamente ¡qué pocos consienten en morir
por mi gloria, en sacrificar el gozo actual para producir después un fruto más
abundante![4]
He ahí por qué adelantan tan poco las almas. A poco que yo quiera trabajarlas,
huyen y me abandonan; van a mendigar en las criaturas lo que ven que les niega
mi bondad, como si la criatura pudiera de alguna manera suplirme. De ahí viene
a veces el deseo de bienes impuros, o
mejor dicho, la culpable rebusca de los bienes falsos de la naturaleza, el
desorden y el pecado. Satanás lo sabe; su astucia primero trata de turbar el
alma y produce el malestar, explotando con artificio la disposición en que se
encuentra. Por eso os digo: Velad y orad a fin de que no os dejéis sorprender y
sucumbáis en la tentación[5].
4.- Falta la fe; el amor no es verdadero y generoso.
No vivís bastante como hijos de
vuestro Padre. He ahí por qué sois débiles y vaciláis en las ocasiones. No
tenéis una fe muy viva en Dios, vuestro Padre, Amor Misericordioso; de ahí que no tengáis bastante confianza ni le
améis con un amor generoso. Muchas almas desean el amor, lo piden y quieren ser
todas mías; pero confunden el amor con el
sentimiento, la voluntad con la apariencia. Los principiantes me aman con
un amor lleno de escorias, que me es menester purificar para que sea fuerte,
puro, constante. Ved cómo aun en la naturaleza las cosas más preciosas tienen
que purificarse, deben sufrir cierto trabajo para ser empleadas en mis
designios; el oro debe pasar por el crisol y el alma de mis amados también por
el crisol divino. Veis eso en todas las vidas de los santos y os complacéis en
notarlo, pero os parece otra cosa cuando lo experimentáis vosotros mismos.
5.- Sequedad, hastíos: purificaciones necesarias.
La sequedad y el hastío en la vida
espiritual son necesarios como una purificación paternal, a fin de que
desprendiéndoos de vosotros mismos, de vuestros propios goces, probéis a Dios, vuestro Padre, un afecto
por encima de vuestros gustos y de vuestros sentimientos… Hay almas que le
están unidas cuando las acaricia y las consuela, pero la prueba de verdadero
amor es permanecer fieles en las oscuridades y tinieblas.
Qué actos tan meritorios el alma
produce entonces; actos más puros y generosos, actos verdaderos, que son
verdaderamente una gloria, un gozo, para el Corazón de vuestro Dios, un
homenaje de preferencia que le transporta. Esta purificación no podréis hacerla
si el Señor vuestro Padre no se digna de poner en ella la mano.
En
una hora de sequedades y disgusto hacéis más que en años de consuelos, si
sois fieles en permanecer en Mí, firmes en vuestra fe y vuestra confianza, en
la caridad. María ha pasado por el crisol, y ved cuánto he sufrido Yo. Meditad
lo que se cuenta de Mí en el Evangelio, en mi agonía y en el Calvario:
angustias, hastíos, tristezas, terrores, desfallecimientos, agonías… ¿Qué son
al lado de eso vuestros dolores?
6.- La acción de Dios y la de Satanás.
Por un parte, vuestro Padre
Celestial se esconde para hacerse buscar, para espolear vuestra alma a actos más
excelentes de amor y de fidelidad, como los del niño que prueba el cariño a sus
padres cuando se agita por buscarlos o se echa a llorar. Notad, sin embargo,
que esos movimientos deben transformarse en actos más viriles y generosos, en
determinaciones más resueltas de un amor más puro y más efectivo, sucediendo al amor
afectivo y sobreponiéndose a él… Pero Satanás está allí en estos momentos;
os acecha, tiende el lazo a vuestro egoísmo para hacer que os encerréis en vosotros mismos, en lugar de
mirarme y buscarme a Mí, para encontrarme y complacerme. Algunas veces os
hace buscarme, pero para vuestro gozo. Así que, para algunas almas, mi
ausencia, lejos de ser un llamamiento al amor más puro, las abate, las despecha
y les hace dudar de mi amor; como el suyo es débil, sin fundamento consistente,
en los días de sequedad y disgusto me abandonan.
7.- Los dos ejes en la vida espiritual: Fe en el amor de Dios Padre y
conocimiento de nuestra flaqueza.
Con frecuencia os he señalado los
ejes sobre que descansa toda la vida
espiritual: la fe en mi amor, de donde nace la confianza y la caridad, y el conocimiento de vuestra miseria, de
vuestra nada; en otros términos, conocimiento
de mi poder y de vuestra debilidad, de mi bondad y de vuestra malicia, de
donde nace la necesidad de la unión recíproca, para que podáis encontrar la
vida y todo aquello que necesitáis.
Cuando yo me oculto, sólo os queda
la fe. Ella os enseña que existo y que os amo, aun en tiempo de tinieblas; pero
como la fe es independiente del sentimiento, si no juzgáis más que por el
sentimiento, si no habéis tenido en cuenta mis consejos, os sorprenderéis y no
sabréis a qué lado dirigiros en vuestras oscuridades… No miréis hacia abajo, ni
a derecha, ni a izquierda; levantad los ojos a vuestro Padre, acudid a María y
os encontraréis conmigo por la fe.
8.- Los lazos de Satanás. Cómo descubrirlos.
Echando su lazo, Satanás os gritará
sin duda: “¿Dónde está tu Dios?” Si os acordáis del Calvario, él os dirá: “Tu
Cristo era Dios; tú no estás en el mismo caso”. Si con mi luz me digno
enseñaros lo que hay en vosotros que purificar, él tratará de echar el veneno
para desalentaros, para abatiros, para retirar el deseo de venir a Mí. Hará
resaltar vuestra indignidad, excluyendo la confianza y presentando esta
disposición con capa de humildad, humildad falsa que deprime. No es esta la
humildad verdadera; no era así la humildad de María. Volved siempre los ojos a
vuestra Madre; miraos en este espejo y sabréis lo que es el bien verdadero.
9.- Humildad, confianza. – Magnificat.
¡Humildad, confianza! Confianza aun
con la vista de su miseria, y precisamente a causa de ella, para darme más
gloria… ¡Magnificat!... He ahí lo que yo os pido.
El diablo, al contrario, pretende
meteros en quimeras. Os lleva a buscar aprobación, alientos y excusas en
vuestros mismos defectos; os da confianza sólo en aquellos que os alaban e
inciensan, haciéndoos huir de aquellos que os ayudan a reconocer vuestros
mismos defectos; os incita a buscar en vuestra sequedad, con una curiosidad
orgullosa, en qué podéis haber merecido tal privación, llegando hasta la
insolencia de murmurar contra el Señor…
En las sequedades, en el hastío y
desgana, purifico a las almas, fortifico a mis hijos, les dispongo a recibir
mis favores con más alegría y agradecimiento, y también con más provecho. Les
descubro con más evidencia lo que pueden sin Mí, la nada de su ser, y les hago
producir de manera más perfecta la confesión de mi Todo divino.
No deseéis las sequedades; sin
embargo, cuando os lleguen, no os desconsoléis. Permaneced más firmes en mi fe;
pensad que es la hora de probarme vuestra total adhesión y darme más
eficazmente para mi gloria el homenaje divino.
En las horas de sequedad, guardaos
de querer abandonarme por el acto de vuestra voluntad. A eso quiere llevaros
vuestro enemigo. Permaneced fieles… que la humildad falsa no os aleje nunca de
mi bondad.
10.- Vivir de fe, en confianza y en caridad. – Dejarse purificar por
el amor.
He aquí la regla que os doy: nunca os fundéis en el sentimiento, vivid de
la fe y de la confianza, en la caridad, con el conocimiento de mi Amor
Misericordioso y de vuestra indignidad. Perseverad sin desfallecer como os
he enseñado, como lo hicieron María, los Apóstoles y los discípulos en el
Cenáculo[6].
Cuando vuestra alma esté purificada por la prueba, libres y felices, gozaréis
más puramente de mis beneficios, y mis dones estarán más seguros. He aquí la
causa por la cual mis almas no reciben tantas gracias como yo quisiera: es que
no se dejan moldear y purificar por el amor según mi beneplácito.
11.- Tener cuidado con las lecturas que tratan de pruebas
espirituales, para no ilusionarse y dar entrada a la vanidad.
Hay libros que tratan de las
diversas purificaciones por qué hago pasar a las almas. Estas lecturas aterran
a unas y llevan a otras a una vana presunción; por poco que quiera hacerles
expiar alguna infidelidad o trate de comunicarles luces de humildad, se creen
en estado de purificación extraordinaria.
Vosotros, a quienes he confiado la
dirección de las almas, estad muy alerta. Y vosotras, almas mías, no os dejéis
engañar del enemigo, que se sirve de las cosas más excelentes y más
instructivas para los que tienen necesidad, para tenderos lazos y anular en
cierto modo los efectos de mi trabajo divino. En efecto, ¿qué os serviría haber
pasado por tal o cual estado de los más purificantes en sí mismos, si os
gloriáis en un momento, os preferís a los otros y os hincháis de gloria vana,
por aquello mismo que debía servir para aniquilarla en vosotras?... Temed,
temed el orgullo más que todo.
El alma humilde se tiene
sencillamente en su nada, sin buscar ni querer jamás apoyo en sí misma; le
basta saber lo que debe creer y hacer en todo tiempo y permanecer obediente.
Esta alma está segura; sabe cuál es su impotencia, y por esta causa teme los
juegos de su imaginación que podrían extraviarla. Así es que no quiere
escudriñar su camino, ni el estado en que se encuentra: prefiere vivir como una
niña pequeñita. En verdad os digo: el que vive así, encuentra la vida bien
simplificada, y la purificación se hace más fácilmente, sin que lo piense, pues
mi bondad paternal y omnipotente le enseña en todo la humildad, la caridad, la
indulgencia, y se cree siempre demasiado bien tratada por Mí, por aquellos que
la dirigen y por sus hermanos…
Dichosa el alma que me deja obrar en
ella como pequeñita; Yo mismo la trato como a tierna niña y no dejo de obrar en
ella, para mi mayor gloria, con más facilidad y provecho…
12.- Simplicidad de vida; referirlo todo a la unidad.
En vuestras arideces y sequedades,
haceos niñas, perseverad y permaneced en Mí, sin encerraros dentro de vosotras…
Acordaos de que vuestro único negocio, en las tinieblas o en la luz, en la
sequedad o en el consuelo, en los hastíos o en las delicias espirituales, es
uniros a Mí, vivir de mi voluntad, procurar, en verdad, mi gloria.
He aquí el centro de vuestra vida,
al cual es preciso tender sin descanso, al cual habéis de referir todas las
cosas: la unidad, la voluntad divina, la caridad…
13.- Cómo se debe uno conducir en las sequedades y amarguras.
¡Oh! amad esta voluntad santa,
buena, omnipotente, infinitamente sabia, que no quiere más que el bien. A pesar
de las nubes borrascosas, ella permanece, y podéis uniros a ella por la fe…
Amadla por todos aquellos que la blasfeman y la ultrajan; acordaos de que en
esas mismas horas podéis hacerme la reparación que más me agrada… En nombre de
todas las criaturas, en vuestras oscuridades, sequedades y amarguras,
permaneced fieles, diciendo: Padre, yo no soy digno de vuestros favores, ni de
vuestras luces, ni de vuestros socorros, ni de vuestro amor paternal: todo lo
que he recibido es un don vuestro, una gracia inmensa… Gracias porque me hacéis
experimentar en esta hora mi impotencia y lo que yo sería sin Vos; es bueno que
yo lo experimente. Lo mismo que un niño, yo gozaba del cúmulo de vuestros
beneficios sin comprender su valor y alcance, como de un bien que me pertenecía
en propiedad, y no pensaba que con toda justicia y sin ofenderme en nada,
podíais despojarme de ellos… No he sido bastante agradecida a vuestros dones;
no los he hecho valer con fidelidad; no me he compadecido del sufrimiento de
los que estaban privados de ellos; no he reparado por aquellos que no os
agradecían vuestros beneficios o se servían de ellos para prevalecer y
ofenderos, por aquellos que os blasfeman no queriendo reconocer vuestros
derechos soberanos y vuestra calidad de Padre infinitamente bueno… Es bueno que
yo haya sentido la sequedad, recogido el fruto del pecado y gustado su
amargura, viendo cómo ha corrompido el gusto del bien, de lo bueno… Pero, por
encima de lo que yo siento, Vos sois y yo os quiero; Vos sois el Bien infinito
que dais la fecundidad, el rocío y el sol. Mi alma es la tierra desolada, pero
en un instante podéis renovarla, darle una vida nueva… Sin Vos, nada soy y nada
puedo; y soy feliz en esa nada que ocasiona la manifestación de vuestra gloria
y de vuestro Amor Misericordioso para conmigo.
En vuestras sequedades, lejos de
afligiros sobremanera, y sobre todo desalentaros, unís a Mí, como María, con
María, en nombre de vuestros hermanos; pedid para todos gracia, socorro,
fortaleza, luz, consuelos, de los cuales tienen necesidad para permanecerme
fieles y responder a mis designios.
14.- El amor verdadero se prueba en los sacrificios.
No seáis, sobre todo, de aquellos
que no me son fieles sino cuando les hago caricias y beneficios. El amor
verdadero se prueba en los sacrificios. Cuando me oculto a vuestra vista y a
vuestros sentimientos, creed que es para ver si verdaderamente me amáis por
vosotros o por Mí, si me sois fieles por vuestro gozo o por mi gloria… Alegraos
de poder darme testimonio de vuestra confianza, de vuestro amor, de vuestra
seguridad en Mí, eso prueba que tenéis fe en mi fidelidad, en mi amor paternal,
en todo lo que hago para daros testimonio de ello; que anteponéis el testimonio
de la fe al de los sentidos y a todo lo que podéis experimentar en vosotros
mismos, lo cual no es más que la obra de la naturaleza o de Satanás…
15.- Tener la fe por brújula.
Que
la fe sea vuestra brújula y os lleve sin cesar a Mí. Mirad cómo los pilotos
y aviadores se conducen en medio de la bruma… ¿Habéis de tener vosotros menos
confianza en mi suprema Bondad? ¿Habéis de tener menos fe en mí, menos
seguridad para permanecer en paz, abandonándolo todo a mi cuidado?...
Sin embargo, fijaos bien, el piloto
y el aviador no dejan de hacer lo que deben; la brújula no deja de moverse.
Igual sucede con la fe, que os indica la ruta, el término a donde habéis de
tender; pero es preciso hacer el esfuerzo necesario para vencer la naturaleza y
avanzar. En la sequedad, no basta clamar “¡Señor!”, sin hacer nada; es menester
trabajar sin desfallecimiento, hacer lo que tenéis que hacer, implorando mi
gracia; es preciso que permanezcáis en la paz y en la caridad, no haciendo que
los demás lleven vuestra carga… Olvidaos de vosotros mismos y no penséis más
que en mi gloria, la cual debéis procurar si de verdad queréis servirme, amarme
y cumplir mi divina voluntad, como María…
¡Permaneced con vuestra Madre en mi
divina caridad!
P. M.
SULAMITIS.
[1] Matth. XIII, 3-23; Marc. IV,
3-20; Luc. VIII, 4-15.
[2] Joan. III, 19.
[3] Joan. XII, 24.
[4] Joan. XV, 2, 8,
[5] Matth. XXVI, 41; Marc. XIV, 38;
Luc. XXI, 36; Matth. XXIV, 43; Marc. XIII, 33; Luc. XII, 39.
[6] Act. I, 14.