Aprendamos de la viuda pobre y su ofrenda, pequeña pero generosa (San Marcos XII, 41-44). Compartir todo lo que Dios nos da divide las penas a la mitad y multiplica nuestra alegría. La limosna no es un acto de desprendimiento: es un compartir de dicha.
* * *
(Meditación íntima)
A LAS MUJERES RICAS.
Cierto
día una de esas mujeres que, según el mundo, no había tenido durante toda su
vida más que placeres, y se había visto favorecida entre muchas por la riqueza,
el aprecio, el cariño y singulares dotes naturales, y por añadidura se la
presentaba a todos como modelo de piedad y caridad; esa dama, llegada al
atardecer de su vida experimentó en sí un vacío terrible. Leyó unas palabras del Evangelio y
meditando sobre lo que Jesús dijo acerca de los ricos, comprendió lo difícil
que para ellos es, si no velan bien sobre sus vidas, el poseer por lo menos el
espíritu de pobreza.
Viendo
pasar a un pobre, comparaba sus vidas y pensó en la Eternidad que les esperaba.
Se acordó del pobre Lázaro[1]
y se dijo: “Mientras organizo fiestas y convites, malgasto sumas considerables
en joyas y frivolidades y sostengo por capricho numerosos gastos en vestir y
viajar ¿no hay cerca de mi casa pobres y enfermos, testigos de estos
dispendios, que gimen de dolor y que tal vez mueren de necesidad?...”
Indudablemente, había hecho algunas limosnas con mayor esplendidez que sus
vecinos; pero ¿en qué proporción con sus ingresos, con lo que destinaba a sus
placeres?...
Sin
duda tenía mano abierta y pronta al que acudía a ella; pero ¿cuál era su pureza
de intención?... Lo que daba siempre era una parte muy insignificante de lo
superfluo, nunca el fruto de un sacrificio, de una privación… Había vivido en
el bienestar y en los pasatiempos, como si la Ley del trabajo y del
renunciamiento no hablara con ella. Buena por naturaleza, había practicado el
bien, naturalmente, las más de las veces siguiendo su inclinación y su propio
juicio…
Vio su
existencia a la Luz de la Verdad; ¡qué superficial era su piedad! ¡qué alejada
estaba su vida de la doctrina enseñada por Cristo en su Evangelio! Reflexionó
sobre las bienaventuranzas y también exclamó siguiendo a Aquel que le daba la
luz: “¡Bienaventurados los pobres de espíritu!... ¡Bienaventurados los
mansos!... ¡Bienaventurados los que lloran!... ¡Bienaventurados los que sufren
persecución!... ¡Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia!...
¡Bienaventurados los pacíficos!... ¡Bienaventurados los misericordiosos!...
¡Bienaventurados los que oyen la palabra de Cristo, la guardan y la ponen en
práctica!”[2].
¡Cuánto
más profundamente debieran impresionar esas palabras a esas mujeres ricas, que
solo emplean su vida en gozar y no piensan en el papel que tienen que
desempeñar en el mundo, ni en su gran responsabilidad ante la sociedad, ni en
la responsabilidad de la fortuna, que crea deberes y obligaciones de los que
forzosamente habrá que pedir cuenta en el día del juicio!... Vosotras las que
gozáis de bienes de fortuna y de una influencia tan considerable alrededor
vuestro, acordaos que estos bienes, aunque de orden material, si constituyen un
peligro o un escollo, no son malos ni perjudiciales en sí; lo son por el
funesto y culpable empleo que podéis hacer de ellos; pueden llegar a ser
excelentes instrumentos de Dios, por el buen uso que les deis. Con ellos
podréis llegar a ser los auxiliares y agentes de la Divina Providencia y a que
el Señor sea bendecido por tantos hermanos vuestros. Si sabéis explotarlos por
la gloria de Dios, veréis que lejos de disminuir vuestro gozo, lo obtendréis
incomparablemente más puro y mayor. Esto es lo que aprenderéis en estas páginas,
cuyo fin es descubriros la Voluntad de Dios y la más pura felicidad.
Comenzad,
pues, esta lectura bajo la protección de María, pidiéndole la luz necesaria
para dirigir con acierto vuestra vida y responder generosamente a los designios
del Señor sobre vosotras al criaros. Ofrecedle el homenaje de vuestras
riquezas, diciéndole:
¡Oh
Madre! ¡Oh Reina!: enseñadme a usar de los bienes como el Señor quiere… Él me
los ha dado; yo se los devuelvo por vuestra mediación… me considero como
depositaria de ellos, y de aquí en adelante no quiero hacer nada contrario a su
Voluntad. En la posición social en que me ha colocado, quiero ser lo que Él
quiere que sea; huir de toda exageración, singularidad, afectación… servir para
irradiar su caridad y para excitar a las almas a bendecir su Bondad. ¡Madre
llena de bondad! Dignaos pedir a vuestro divino Hijo que me instruya.
¡Oh
Jesús! Tened a bien darme a conocer y a cumplir vuestra Voluntad.
Descargar "Las responsanbilidades de la fortuna" por P. M. Sulamitis
[1] Luc. XVI, 19-31.
[2] Matth. V, 3-10; Luc. VI, 20-23; XI, 28.