miércoles, 13 de julio de 2016

"Jesús está con nosotros"


Jesús: camino verdad y vida

            Jesús ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”…

            Con esta declaración ¿qué más podemos desear en este mundo?

            Jesús es el camino… Desde ahora, ya sabemos por dónde andar.

            Jesús es la verdad… Ya sabemos dónde encontrarla.

            Jesús es la vida… Ya sabemos dónde beber para vivirla.

            La unión con Jesús nos pone en posesión de estos bienes inmensos. Unidos con Jesús, estamos ya en el camino, puesto que Él nos toma consigo, y en Él y con Él marchamos. ¿Y en dónde? En la verdad… para ir a la vida.

            Unidos a Jesús, estamos en la verdad, pues aunque es el camino, es también la verdad, ya que todo es verdad en Él. Y esta verdad no existe más que en Él: fuera de Él, la mentira, la vanidad, el error; y, por consiguiente, la turbación, la ilusión, la inquietud, la tristeza y el aburrimiento. Cuando sintamos que alguno de estos males se nos acerca, el gran remedio, el único, es venir a Él. En esas horas crueles, el enemigo hace todo cuanto puede para apartarnos de Él, para impedirnos ir a Él. Recordemos entonces la palabra del Maestro, la palabra de su Corazón: vayamos a Él, y todas las nubes se disiparán y seremos inundados de luz.

            Jesús es la vida, en cuya posesión nos pone nuestra unión con Él. Como la rama debe estar unida al tronco, así no hay vida posible para nosotros más que en la unión con Jesús.

            Si somos débiles, si languidecemos, comulguemos más frecuentemente, más íntimamente, más ardientemente a Jesús. Si estamos heridos por nuestras caídas, vayamos a hacernos curar por Jesús; bañémonos en el baño saludable que nos ha preparado con su Sangre para purificarnos y fortificarnos.

            Habituémonos a vivir de Jesús y con Jesús, en las relaciones de orden que la voluntad del Padre ha establecido.

Lo que es Jesús.

            Jesús es una Persona real y verdadera. Su Espíritu está en nosotros, siendo alma de nuestra alma y vida de nuestra vida; tan vida de nuestra alma, como nuestra alma es vida de nuestro cuerpo; tan necesaria para nuestra vida espiritual, como el alma es necesaria al cuerpo para su vida material.

            Jesús es nuestro prójimo, según la expresión humana; pero más próximo a nosotros que todo cuanto nos rodea. Más necesario nos es que nosotros mismos, pues nos valdría mil veces más no existir que estar privados de Él y vivir sin Él.

            Todas las privaciones, con Jesús, no son nada; así como todos los bienes del mundo, sin Jesús, no bastarían para satisfacernos… no harían más que ahondar continuamente el vacío inmenso que Jesús sólo puede colmar, porque para Jesús solamente hemos sido hechos y no podemos ser satisfechos más que por Él, saturados por Él.

            Jesús es un Ser viviente, que no sólo vive por su Espíritu dentro de nosotros, al mismo tiempo que nos circunda de su inmensidad por su presencia divina, sino que es uno de nosotros, viviendo en el Tabernáculo con nuestra misma naturaleza.

Vayamos a visitar a Jesús.

            Así lo creemos… y, sin embargo, ¡no vivimos de Él!, ¡lo dejamos solo! Vamos a visitar a nuestros parientes, a nuestros amigos, y tal vez a personas extrañas con quienes nada nos une, por una simple razón de conveniencia… ¿Y a Él?... No es Él el primer objeto de nuestras salidas; pasamos fríos delante de su Casa, sin que nada vibre, sin pensar siquiera detenernos un momento con Él. Y cuando estamos cerca de Él, ¿Qué decimos? ¿Qué hacemos? ¿Es nuestro corazón el que habla a un amigo? ¿Nos ocupamos siquiera de Él?...

            Las más de las mil veces diremos algunas fórmulas con los labios; dejaremos escapar nuestras quejas, nuestros pesares; quisiéramos tal vez excitar su Corazón a la venganza, o intentamos conseguir de Él lo que nos pudiera dañar, o que nos hace esperar por nuestro bien, como un bienhechor poderoso que nos ama.

            Recordemos que ese Jesús que está presente, es nuestro Dios… nuestro amigo, que quiere vivir con nosotros en la más profunda intimidad, que quiere que en todo y por todo vayamos a Él, contemos con Él y estemos seguros de Él. Amigo tan excelente, que aún cuando hayamos sido infieles, su Corazón no se cierra. Aquí está siempre esperándonos, siempre pronto para acogernos, sin que le pese jamás. ¿Puede creerse esto sin morir, sin morir de amor y de dolor, por haber vivido hasta ahora en tal desorden, en tal locura?

Resoluciones y afectos.

            ¡Tenemos a Jesús! – que esta palabra se recuerde sin cesar. – A Jesús, que es ¡Nuestro Dios! ¡Nuestro Salvador! ¡Nuestro amigo!... Que toda nuestra vida se pase en adorarle, ofrecerle, abrazarle y recibirle en los brazos de nuestros afectos, en lo más tierno, más íntimo y más fuerte de nuestro corazón. Guardémosle bien en nuestros corazones; vivamos en la más íntima unión con Él; y así como nuestro Dios se da a nosotros, démonos también a Él.

            ¡Tengo a Jesús! El es mi regalo, mi bien, mi tesoro: viviré de su plenitud. ¿Qué os retornaré, Dios mío, por estos inestimables favores? Tomaré el Cáliz y sin cesar os ofreceré Aquel con quien he de permanecer unido, cuya vida toda es vuestra gloria; el cual no me ha sido dado más que para que yo os lo entregue, para que esta insignificante y débil criatura os glorifique y seáis en ella infinitamente amado, infinitamente glorificado.

            ¡Oh exceso del infinito Amor Misericordioso de mi Dios, que hace tales maravillas para formar aquí abajo, en Jesús y por Jesús, su Reino de los cielos, de la nada y con la miseria, pero con toda verdad y de una manera digna de Él!
P. M. SULAMITIS.

            (De “La Vida Sobrenatural” de Salamanca, vol. 19, 1930. Con aprobación eclesiástica).