Jesús: camino verdad y vida
Jesús ha dicho: “Yo
soy el camino, la verdad y la vida”…
Con esta declaración
¿qué más podemos desear en este mundo?
Jesús es el camino… Desde ahora, ya sabemos por
dónde andar.
Jesús es la verdad… Ya sabemos dónde encontrarla.
Jesús es la vida… Ya sabemos dónde beber para
vivirla.
La unión con Jesús
nos pone en posesión de estos bienes inmensos. Unidos con Jesús, estamos ya en
el camino, puesto que Él nos toma consigo,
y en Él y con Él marchamos. ¿Y en dónde? En la verdad… para ir a la vida.
Unidos a Jesús, estamos en la verdad,
pues aunque es el camino, es también la verdad, ya que todo es verdad en
Él. Y esta verdad no existe más que en Él: fuera de Él, la mentira, la vanidad,
el error; y, por consiguiente, la turbación, la ilusión, la inquietud, la
tristeza y el aburrimiento. Cuando sintamos que alguno de estos males se nos
acerca, el gran remedio, el único, es venir a Él. En esas horas crueles, el
enemigo hace todo cuanto puede para apartarnos de Él, para impedirnos ir a Él.
Recordemos entonces la palabra del Maestro, la palabra de su Corazón: vayamos a
Él, y todas las nubes se disiparán y seremos inundados de luz.
Jesús es la vida, en cuya posesión nos pone nuestra
unión con Él. Como la rama debe estar unida al tronco, así no hay vida posible
para nosotros más que en la unión con Jesús.
Si somos débiles, si
languidecemos, comulguemos más frecuentemente, más íntimamente, más
ardientemente a Jesús. Si estamos heridos por nuestras caídas, vayamos a
hacernos curar por Jesús; bañémonos en el baño saludable que nos ha preparado con
su Sangre para purificarnos y fortificarnos.
Habituémonos a vivir
de Jesús y con Jesús, en las relaciones de orden que la voluntad del Padre ha
establecido.
Lo que es Jesús.
Jesús es una Persona
real y verdadera. Su Espíritu está en nosotros, siendo alma de nuestra alma y
vida de nuestra vida; tan vida de nuestra alma, como nuestra alma es vida de
nuestro cuerpo; tan necesaria para nuestra vida espiritual, como el alma es necesaria
al cuerpo para su vida material.
Jesús es nuestro
prójimo, según la expresión humana; pero más próximo a nosotros que todo cuanto
nos rodea. Más necesario nos es que nosotros mismos, pues nos valdría mil veces
más no existir que estar privados de Él y vivir sin Él.
Todas las
privaciones, con Jesús, no son nada; así como todos los bienes del mundo, sin
Jesús, no bastarían para satisfacernos… no harían más que ahondar continuamente
el vacío inmenso que Jesús sólo puede colmar, porque para Jesús solamente hemos
sido hechos y no podemos ser satisfechos más que por Él, saturados por Él.
Jesús es un Ser
viviente, que no sólo vive por su Espíritu dentro de nosotros, al mismo tiempo
que nos circunda de su inmensidad por su presencia divina, sino que es uno de
nosotros, viviendo en el Tabernáculo con nuestra misma naturaleza.
Vayamos a visitar a Jesús.
Las más de las mil
veces diremos algunas fórmulas con los labios; dejaremos escapar nuestras
quejas, nuestros pesares; quisiéramos tal vez excitar su Corazón a la venganza,
o intentamos conseguir de Él lo que nos pudiera dañar, o que nos hace esperar
por nuestro bien, como un bienhechor poderoso que nos ama.
Recordemos que ese
Jesús que está presente, es nuestro Dios… nuestro amigo, que quiere vivir con
nosotros en la más profunda intimidad, que quiere que en todo y por todo
vayamos a Él, contemos con Él y estemos seguros de Él. Amigo tan excelente, que
aún cuando hayamos sido infieles, su Corazón no se cierra. Aquí está siempre
esperándonos, siempre pronto para acogernos, sin que le pese jamás. ¿Puede
creerse esto sin morir, sin morir de amor y de dolor, por haber vivido hasta
ahora en tal desorden, en tal locura?
Resoluciones y afectos.
¡Tenemos a Jesús! –
que esta palabra se recuerde sin cesar.
– A Jesús, que es ¡Nuestro Dios! ¡Nuestro
Salvador! ¡Nuestro amigo!... Que toda nuestra vida se pase en adorarle,
ofrecerle, abrazarle y recibirle en los brazos de nuestros afectos, en lo más
tierno, más íntimo y más fuerte de nuestro corazón. Guardémosle bien en
nuestros corazones; vivamos en la más íntima unión con Él; y así como nuestro
Dios se da a nosotros, démonos también a Él.
¡Tengo a Jesús! El es
mi regalo, mi bien, mi tesoro: viviré de su plenitud. ¿Qué os retornaré, Dios
mío, por estos inestimables favores? Tomaré el Cáliz y sin cesar os ofreceré
Aquel con quien he de permanecer unido, cuya vida toda es vuestra gloria; el
cual no me ha sido dado más que para que yo os lo entregue, para que esta
insignificante y débil criatura os glorifique y seáis en ella infinitamente
amado, infinitamente glorificado.
¡Oh exceso del
infinito Amor Misericordioso de mi Dios, que hace tales maravillas para formar
aquí abajo, en Jesús y por Jesús, su Reino de los cielos, de la nada y con la
miseria, pero con toda verdad y de una manera digna de Él!
P. M. SULAMITIS.
(De “La Vida
Sobrenatural” de Salamanca, vol. 19, 1930. Con aprobación eclesiástica).