domingo, 10 de julio de 2016

"Súplica de los pecadores"


Sexta promesa del Sagrado Corazón de Jesús: "Los pecadores encontrarán en mi Corazón un océano de misericordia".

            Dispuesta ya así el alma a la unión con la tristeza de un Dios-Hombre, tristeza causada por su criatura, y comprendiendo la enormidad del pecado, la monstruosa injusticia que por éste comete y el hurto odioso y sacrílego que voluntariamente hace con él a la gloria de su Dios, participa en cierto modo de los sentimientos del Amor Misericordioso, de la caridad del Corazón de Jesús, e implora la Misericordia divina a favor de los pecadores.

            Y ¡qué magnífica lección es ésta, para aquellos que permanecen indiferentes, a Dios y a los pecados de nuestros semejantes!

            Algunos, en efecto, miran el pecado con la mayor indiferencia. – ¿Será posible que puedan permanecer insensibles?... Desconocen lo que es Dios… lo que es criatura… y lo que es el pecado de la criatura contra Dios.

            ¡Compasión y lástima inspiran esas personas, ya que dan pruebas de que les falta corazón o inteligencia, mostrándose empedernidos y ciegos!

            Si tenemos la desgracia de contarnos entre ellos, humillémonos y procuremos mover nuestros corazones a sentimientos de amor, porque el amor sólo, es el que puede darnos luz, fuerza y vigor, para salir de nuestra lamentable indiferencia y flojedad, y nos hará practicar actos llenos de vida.

            Otros hay, por el contrario, que son extremadamente celosos de la gloria de Dios, que llevados de recta intención se indignan instintivamente en presencia de una injusticia; y los ultrajes y desacatos que se hacen a Dios, provocan en ellos el celo impetuoso de Santiago y Juan, quienes pedían que bajara fuego del cielo sobre aquellos que se resistían al Divino Maestro: “Vosotros no sabéis qué espíritu os mueve”, les contestó Jesús, dándoles a entender así que deben revestirse de su espíritu de amor y compasión, manifestada en estas palabras: “El Hijo del Hombre no ha venido a perder las almas, sino que a salvarlas”.

            Y si Jesús mi Salvador soporta con tanta mansedumbre y paciencia al pecador, tratando de atraerle por la suavidad y el Amor ¿no sabré yo tolerarle con mansedumbre y Jesús arde en deseos de restablecer el orden, pero sabe esperar… porque es Eterno.

            Sabe esperar, porque late en su pecho un corazón de Padre, de Salvador, de Amigo. Un corazón de Creador que ama tiernamente a su criatura, que la ama a pesar de sus ingratitudes. – ¿Qué artista no ama a su obra, y pone todo su empeño en repararla, cuando sufre algún desperfecto? El Corazón de Jesús, este Corazón de Nuestro Rey de amor, es todo Misericordia ¡se ha entregado a la mísera criatura!

            Por otra parte, Jesús conoce y ve la magnitud del daño cometido… es la justicia misma y la eterna verdad. Su celo por la gloria del Padre le hace buscar y hallar medio de satisfacer todos los derechos de sus perfecciones infinitas; del tribunal de la Justicia, apela al de la Misericordia; a fin de que ésta aplaque a aquella justamente irritada; ¡qué lucha tan misteriosa y adorable! Lucha divina… la que se entabla. – Pero su palabra es terminante y precisa: Nuestro Divino Salvador, no vino a la tierra a perder las almas, sino a salvarlas; solamente la Misericordia podía hallar el magnífico y eficaz medio de conciliar todas las cosas –. Y esta Misericordia no se contenta con satisfacer por el pecador, sino que le devuelve sus derechos y hace que la gracia sobreabunde, allí donde ha abundado el pecado.

            El alma celosa y fiel, que quiere responder a los deseos del Corazón de Jesús, implora también de continuo la Misericordia Divina a favor de los pecadores.

            Esto es lo que hace constantemente también María, nuestra buena Madre, Reina del Cielo, tan justamente llamada Madre de Misericordia, refugio de los pecadores.

            Cuanto más unida a Jesús está el alma, y más participa de las disposiciones de su amantísimo Corazón, más tierna e intensa será su compasión hacia los desgraciados que viven apartados de Jesús.  Y como mientras permanezcan sobre la tierra, pueden esas almas volverse algún día hacia Dios y obtener su perdón y la vida eterna, aquellos que verdaderamente le aman y conocen los insaciables deseos que tiene Jesús de salvar las almas y de que le pidamos por ellas, se deshacen en oraciones y súplicas multiplicando así las ocasiones de llevar alegrías al Corazón de su Dios, a fin de que se dilate y broten de Él con mayor abundancia las efusiones de su Amor Misericordioso.

            Estas almas tendrán, por tanto, parte en la obra de la Redención, pues ayudan a Jesús a salvar a sus hermanos, y de este modo extienden y aumentan considerablemente el Reino de Dios.

            ¡Oh, si supiésemos comprender lo que significa: ayudar a Jesús a reinar en un alma!... lo que es contribuir a conquistar un alma para su Reino… Un alma vale más que todo el universo, más que todo lo que existe en el mundo inferior al hombre; porque el hombre es libre; Dios le ha hecho libre, para poder recibir de él un homenaje voluntario; homenaje con el cual se contribuye a la gloria accidental del mismo Dios, cada vez que alguna de sus criaturas le proclama por verdadero Rey suyo. Y por el contrario, es un desorden, un agravio, el que el hombre rehuse lo que debe a su Creador y Redentor.

            Pero el hombre tiene tan debilitadas sus facultades por el pecado, que no puede ejecutar el bien, sino por una gracia particular de su Dios; por eso tenemos que pedírsela continuamente para nosotros y para nuestros semejantes, implorándola de la Misericordia Divina.
            Al considerar, pues, la tristeza de Jesús en el Huerto de los Olivos, no nos olvidemos de suplicar a su Divino Corazón, la Misericordia Infinita, para que su Amor Misericordioso, no sólo perdone, sino que también derrame con profusión sobre los pecadores los dones de su divina gracia, transformándolos hasta convertirlos en Santos, haciendo de ellos vasos de elección.

            ¡Oh, Rey de Amor Misericordioso, que cifráis vuestra gloria en hacer bien a los que sólo en vuestra bondad esperan!... ¡Apresuraos a realizar todos los deseos de vuestro Corazón, y tened compasión de vuestras pobres criaturas!

            Eterno Padre; por el Corazón Inmaculado de María, os ofrezco a Jesús, Vuestro Hijo muy Amado, y me ofrezco a mí mismo en Él, con Él y por Él, a todas sus intenciones y en nombre de todas las criaturas.

(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).