Sexta promesa del Sagrado Corazón de Jesús: "Los pecadores encontrarán en mi Corazón un océano de misericordia".
Dispuesta ya así el alma a la unión con la tristeza de un Dios-Hombre,
tristeza causada por su criatura, y comprendiendo la enormidad del pecado, la
monstruosa injusticia que por éste comete y el hurto odioso y sacrílego que
voluntariamente hace con él a la gloria de su Dios, participa en cierto modo de
los sentimientos del Amor Misericordioso, de la caridad del Corazón de Jesús, e
implora la Misericordia divina a favor de los pecadores.
Y ¡qué magnífica
lección es ésta, para aquellos que permanecen indiferentes, a Dios y a los
pecados de nuestros semejantes!
Algunos, en efecto,
miran el pecado con la mayor indiferencia. – ¿Será posible que puedan
permanecer insensibles?... Desconocen lo que es Dios… lo que es criatura… y
lo que es el pecado de la criatura contra Dios.
¡Compasión y lástima
inspiran esas personas, ya que dan pruebas de que les falta corazón o
inteligencia, mostrándose empedernidos y ciegos!
Si tenemos la desgracia
de contarnos entre ellos, humillémonos y procuremos mover nuestros corazones a
sentimientos de amor, porque el amor sólo, es el que puede darnos luz, fuerza y
vigor, para salir de nuestra lamentable indiferencia y flojedad, y nos hará
practicar actos llenos de vida.
Otros hay, por el
contrario, que son extremadamente celosos de la gloria de Dios, que llevados de
recta intención se indignan instintivamente en presencia de una injusticia; y
los ultrajes y desacatos que se hacen a Dios, provocan en ellos el celo
impetuoso de Santiago y Juan, quienes pedían que bajara fuego del cielo sobre
aquellos que se resistían al Divino Maestro: “Vosotros no sabéis qué espíritu os mueve”, les contestó Jesús,
dándoles a entender así que deben revestirse de su espíritu de amor y
compasión, manifestada en estas palabras: “El
Hijo del Hombre no ha venido a perder las almas, sino que a salvarlas”.
Y si Jesús mi Salvador soporta con tanta mansedumbre y paciencia al
pecador, tratando de atraerle por la suavidad y el Amor ¿no sabré yo tolerarle
con mansedumbre y Jesús arde en deseos de restablecer el orden, pero sabe
esperar… porque es Eterno.
Sabe esperar, porque
late en su pecho un corazón de Padre, de Salvador, de Amigo. Un corazón de
Creador que ama tiernamente a su criatura, que la ama a pesar de sus
ingratitudes. – ¿Qué artista no ama a su obra, y pone todo su empeño en
repararla, cuando sufre algún desperfecto? El Corazón de Jesús, este Corazón de
Nuestro Rey de amor, es todo Misericordia ¡se ha entregado a la mísera criatura!
Por otra parte, Jesús
conoce y ve la magnitud del daño cometido… es la justicia misma y la eterna
verdad. Su celo por la gloria del Padre le hace buscar y hallar medio de
satisfacer todos los derechos de sus perfecciones infinitas; del tribunal de la
Justicia, apela al de la Misericordia; a fin de que ésta aplaque a aquella
justamente irritada; ¡qué lucha tan misteriosa y adorable! Lucha divina… la que
se entabla. – Pero su palabra es terminante y precisa: Nuestro Divino Salvador,
no vino a la tierra a perder las almas, sino a salvarlas; solamente la
Misericordia podía hallar el magnífico y eficaz medio de conciliar todas las
cosas –. Y esta Misericordia no se contenta con satisfacer por el pecador, sino
que le devuelve sus derechos y hace que la gracia sobreabunde, allí donde ha
abundado el pecado.
El alma celosa y
fiel, que quiere responder a los deseos del Corazón de Jesús, implora también
de continuo la Misericordia Divina a favor de los pecadores.
Esto es lo que hace
constantemente también María, nuestra buena Madre, Reina del Cielo, tan
justamente llamada Madre de Misericordia, refugio de los pecadores.
Cuanto más unida a
Jesús está el alma, y más participa de las disposiciones de su amantísimo
Corazón, más tierna e intensa será su compasión hacia los desgraciados que
viven apartados de Jesús. Y como
mientras permanezcan sobre la tierra, pueden esas almas volverse algún día
hacia Dios y obtener su perdón y la vida eterna, aquellos que verdaderamente le
aman y conocen los insaciables deseos que tiene Jesús de salvar las almas y de
que le pidamos por ellas, se deshacen en oraciones y súplicas multiplicando así
las ocasiones de llevar alegrías al Corazón de su Dios, a fin de que se dilate
y broten de Él con mayor abundancia las efusiones de su Amor Misericordioso.
Estas almas tendrán,
por tanto, parte en la obra de la Redención, pues ayudan a Jesús a salvar a sus
hermanos, y de este modo extienden y aumentan considerablemente el Reino de
Dios.
¡Oh, si supiésemos
comprender lo que significa: ayudar a
Jesús a reinar en un alma!... lo que es contribuir a conquistar un alma
para su Reino… Un alma vale más que todo el universo, más que todo lo que
existe en el mundo inferior al hombre; porque el hombre es libre; Dios le ha
hecho libre, para poder recibir de él un homenaje voluntario; homenaje con el
cual se contribuye a la gloria accidental del mismo Dios, cada vez que alguna
de sus criaturas le proclama por verdadero Rey suyo. Y por el contrario, es un
desorden, un agravio, el que el hombre rehuse lo que debe a su Creador y
Redentor.
Pero el hombre tiene
tan debilitadas sus facultades por el pecado, que no puede ejecutar el bien,
sino por una gracia particular de su Dios; por eso tenemos que pedírsela
continuamente para nosotros y para nuestros semejantes, implorándola de la
Misericordia Divina.
Al considerar, pues,
la tristeza de Jesús en el Huerto de los Olivos, no nos olvidemos de suplicar a
su Divino Corazón, la Misericordia Infinita, para que su Amor Misericordioso,
no sólo perdone, sino que también derrame con profusión sobre los pecadores los
dones de su divina gracia, transformándolos hasta convertirlos en Santos,
haciendo de ellos vasos de elección.
¡Oh, Rey de Amor
Misericordioso, que cifráis vuestra gloria en hacer bien a los que sólo en
vuestra bondad esperan!... ¡Apresuraos a realizar todos los deseos de vuestro
Corazón, y tened compasión de vuestras pobres criaturas!
Eterno Padre; por el Corazón
Inmaculado de María, os ofrezco a Jesús, Vuestro Hijo muy Amado, y me ofrezco a
mí mismo en Él, con Él y por Él, a todas sus intenciones y en nombre de todas
las criaturas.
(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).