AL LECTOR
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El
mejor elogio, la mejor y más autorizada presentación que podemos hacer de este
libro, es transcribir aquí las hermosas palabras de algunos Rvdmos. Prelados españoles,
los cuales han expresado con unánime y fervorosa elocuencia los grandes frutos
espirituales que su publicación está llamada a producir, y lo mucho que su
lectura puede contribuir a la gloria del Corazón de Jesús y a la santificación
de las almas.
En
algunas de esas autorizadas y elocuentes palabras se ensalza y recomienda en
general, LA OBRA (verdaderamente divina) DEL AMOR MISERICORDIOSO, de la cual el
MES DEL REY DE AMOR forma parte; en otras, como en las del Rvdmo. Sr. Obispo de
Pamplona, refiriéndose más en particular a este último, en apellidado, en frase gráfica, “librito de oro”.
Estos
ilustres testimonios valen y significan incomparablemente más que cuanto
nosotros pudiéramos decir.
He aquí
un extracto de los mismos:
Extracto
de una carta del EMMO. Y REVERENDÍSIMO SR. D. ENRIQUE REIG, CARDENAL ARZOBISPO
DE TOLEDO, PRIMADO DE ESPAÑA.
Apruebo,
alabo y bendigo de nuevo la obra del Amor
Misericordioso, que seguramente ha de promover con intensidad grande la gloria
de Dios.
A trabajar pues, con
perseverancia en ella, en la difusión al conocimiento del Amor Misericordioso
de Dios para con los hombres, en la correspondencia de las criaturas a este
amor y en la práctica del mismo para con el prójimo.
EL CARDENAL-ARZOBISPO DE TOLEDO.
5 de
Agosto de 1923.
Extracto de una carta DEL EMMO. Y REVERENDÍSIMO
SEÑOR CARDENAL, DON JUAN BENLLOCH, ARZOBISPO DE BURGOS.
Examinada de Nuestra Orden la OBRA DEL
AMOR MISERICORDIOSO venimos en aprobarla,
como en efecto la aprobamos, estimándola muy
útil para fomentar en el pueblo cristiano el verdadero Amor a Dios y el amor
del prójimo.
Tanto el fin de la Obra como los medios prácticos que
propone, están fundados en las enseñanzas del Evangelio y en las enseñanzas de
la Santa Iglesia, madre y maestra de la verdad. Por lo cual Nos veremos con
suma complacencia que los cristianos retornen a los brazos del Amor
Misericordioso y gusten la dulzura inefable del Amor de Jesús, principalmente
por la devoción al Santo Crucifijo, y en su amor busquen reservas de caridad
para con el prójimo, a fin de que todos “Unum sint” sean una misma cosa, y
florezcan y se afiancen en las familias y en las sociedades la paz, don de
Dios, sobre aquellos que le aman…
EL CARDENAL BENLLOCH, ARZOBISPO DE BURGOS.
5 de Agosto de 1923.
Extracto de una carta DEL EXCELENTISIMO SR. D.
LEOPOLDO EIJO, OBISPO DE MADRID-ALCALA.
La Obra del AMOR MISERICORDIOSO… Es una obra esencialmente evangélica, que ha
de dar excelentes resultados para la gloria de Dios y salvación de las almas.
Se respira en ella el más fervoroso espíritu cristiano con tan eficaz
atractivo, que seguramente habrá de enfervorizar a muchas almas constituyendo
un escogido ejército de paz y de caridad.
LEOPOLDO EIJO.
26 de Julio de 1923.
Conozco y poseo el librito de oro “El Mes del Rey de Amor”… y sería decir nada el escribir que su traducción al castellano, y su
difusión entre los fieles producirá frutos espirituales bien abundantes.
El Pesebre de Belén, la Cruz y el Sagrario, o de otro modo,
Jesús naciendo, muriendo y reinando en la Eucaristía, es siempre el Rey de Amor, porque
su Nacimiento, Muerte y Augusta Eucaristía son obras de su Divino Corazón, trono y asiento regio de su amor.
“Quia
dilexit me”… Porque me amó, repetía
enamorado San Pablo… y esa es la verdad; porque nos amó, llevó a cabo y realizó
Jesucristo las estupendas maravillas de su Misericordia, a favor de los
mortales.
En ese Océano sin fondo del Rey de Amor, hallan las almas
grandes las perlas que han de esmaltar y decorar su corona eterna; en esa mina,
mejor que de oro, cavan y ahondan los elegidos, para labrarse la diadema de su
dichosa inmortalidad.
Oh, Divino Rey de Amor, ¿quis amantem non redamet?; ¿quién no amará Al que tanto nos ama?
MATEO, OBISPO DE PAMPLONA.
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PRÓLOGO
Hace diez y nueve siglos que la impiedad
tiene la pretensión de prescindir de Dios: se niega a creer en Jesucristo: no
quiere reconocerle por Rey.
Continúa lanzando el antiguo grito de los judíos: “Nolumus hunc regnare super nos.” – “No queremos que reine sobre nosotros.”
Las almas cristianos son las obligadas a oponer a estas
palabras de oprobio el grito del amor y de la fe: “Oportet Illum regnare.” – “Es preciso que Él reine”.
Ese debe ser el toque de llamada, bajo el cetro del divino
Rey del Amor.
Es el nuestro y cada día lo repetimos, cuando rezamos el “Pater Noster”, la
sublime oración que el mismo Hombre-Dios nos ha enseñado: “Adveniat regnum
tuum.”
“Venga a nos Él tu reino”.
¡El reinado de Dios en nuestras almas! ¡Qué ideal para una
criatura capaz de comprender y de amar! Pero no debemos contentarnos con
acariciar ese ensueño, sino que debemos hacer cuanto de nosotros dependa para
realizarlo.
– ¡El reinado de Dios en las almas! – Sí, este
es el deseo de todo corazón verdaderamente cristiano; mayor es aún el deseo del
Corazón de Dios.
Nuestro Señor no ha venido a la tierra sino para obtener
este magnífico resultado. Todos debemos contribuir a ello, cada uno según la
medida de nuestras fuerzas.
A este fin se ha escrito el Mes del Rey de Amor, en la dulce persuasión de que responde a los deseos de Jesús. “Ignem
veni mittere in terram: et quid volo nisi ut accendatur?” – “He venido a traer
fuego a la tierra; ¿qué otra cosa quiero Yo sino que arda?” – Este es el deseo expresado por Aquél que ha
hecho a favor nuestro el sacrificio de su vida. Y nosotros, en cambio, ¿no
haremos nada por Él? ¿Su palabra será para nosotros letra muerta? ¡Oh, no
ciertamente!
Basta a veces una pequeña chispa para producir un gran
incendio. El Mes del
Rey de Amor quisiera ser una chispa que
prendiera en las almas el voraz incendio del amor divino. Con ese propósito se
ha inspirado extensamente en el Evangelio, considerando que las palabras de
Nuestro Señor tienen una gracia especial para penetrar en las almas e
impulsarlas a devolverle amor por amor. Aspira a ser leído en todas las épocas
del año. Su doctrina es de todos los tiempos y todos los instantes: es la
doctrina del Maestro. Es, sobre todo, el libro apropiado para meditar durante
el mes escogido por el mismo Salvador, y que la Santa Iglesia ha consagrado a
la devoción del Sagrado Corazón. La piedad cristiana lo ha comprendido así, y
este mes forma parte de su programa; y desde hace algunos años se esmera en
celebrarlo dignamente.
Pero hay que convenir en que esta misma piedad necesita ser
frecuentemente reanimada. El
Mes del Rey de Amor desea vivamente
prestar ese servicio a las almas fervorosas, que han experimentado ya los
santos goces de la vida espiritual: a las almas amantes que desean ofrecer
nuevo alimento a su piedad; a las almas de buena voluntad, pero más atrasadas y
que deben ser dirigidas en sus primeros instantes. A todas hará escalar, o por
lo menos entrever, las cimas sagradas del amor divino; a todas inspirará, y
mantendrá en ellas, el deseo de seguir a Jesús en el camino real del Amor y
serle fieles para siempre.
La materia de los treinta días de meditación de este mes
está distribuida en tres series, de distintos auxilios, formando tres novenas
preparatorias a la fiesta del Sagrado Corazón. Un triduo (que en cierto sentido
es la acción de gracias del Amor) pone el complemento a estas tres novenas.
Para los diferentes viernes del mes de Junio han sido
escritas algunas meditaciones especiales: éstas permitirán a las almas, que
tienen particular predilección por ese día, unir más estrechamente sus piadosas
intenciones a las intenciones de la Augusta Víctima de nuestros Altares. Esta
unión les atraerá numerosos beneficios.
En el Apéndice se encuentran, además de un ejercicio de la
Hora Santa, el acto de Consagración al Amor Misericordioso de nuestro Salvador.
– Efusiones todas de amor destinadas a mantener en ellas las vivas luces de la
fe en el Amor Misericordioso de Jesús y abrasarlas en las llamas divinas de la
Caridad, condiciones ambas, esenciales del reinado del Rey de Amor en las
almas. – Que tengan siempre presente que el reinado del Rey de Amor no se
realizará verdaderamente en ellas, sino cuando su amor a Dios sea tan profundo
y tan intenso, que desbordándose de los límites de su alma, las lleve como por
sí mismas a la práctica de la caridad.
Que la Santísima Trinidad se digne bendecir esta obrita, que
no tiene otro objeto que su gloria, y conceda a nuestras filiales súplicas que
el Corazón más amable y más amante será también el más amado de todos los
corazones.
Os lo pedimos con ardor, ¡oh, Dios Todopoderoso! Por la
intercesión de la Virgen Inmaculada, del Arcángel San Miguel, de San José, de
Santa Margarita María, de los Ángeles y Santos que más han deseado ver, por
fin, realizado en los corazones cristianos el reinado del Divino Corazón, Rey
de Amor Misericordioso.
¡Corazón Sagrado de Jesús, venga a nos El tu reino!