(MEDITACION
INTIMA)
1.- Dios es Señor
de perfecciones infinitas.
Esta palabra del Apóstol derribado en el
camino de Damasco[1],
debiera ser la disposición común a todos los siervos y siervas de Dios que
queremos conducirnos como tales. Ciertamente no estamos en la Tierra para hacer
tal o cual cosa que nos agrade, sino exclusivamente para hacer la voluntad de
Dios Nuestro Señor.
Si
el alma busca sinceramente el bien y tiene conciencia de su nada, de su
ignorancia, de su impotencia personal, de la necesidad que tiene de los socorros y de la gracia de
Dios, no le es penoso volverse de continuo hacia Aquel a quien ella conoce como
Todopoderoso e infinitamente Sabio; antes al contrario, experimenta una
continua tendencia a abrir si en su luz y ya tienen todo lo que le falta para
responder a sus designios. Ella comprende la íntima voz de su conciencia, que
es la voz de Dios dentro de sí misma, dándole a conocer lo que es malo y lo que
es bueno. Así es como el alma percibe estas palabras de gracia: yo soy el que
soy y tú eres la que no es; tú eres la que yo he atraído a mí de la nada en mi
amor misericordioso a fin de enriquecerte con mis propios bienes y comunicarte
mi vida en la medida en que tú lo quieras. Te he creado porque te amo; la
creación es obra de mi amor y todo lo que hecho en ti y para ti, estuviera
también del mismo Amor.
Yo soy el Amor
Eterno en mi mismo; este amor es el que me ha hecho producir ad extra todas mis
obras que son las manifestaciones de mis perfecciones infinitas. Si
examináramos cualquiera de mis criaturas, no podrás dejar de admirar la
perfección divina con que todo está dispuesto en ella y, transportado de
alegría y admiración te verás forzado a exclamar: “¿Quién como Dios? ¿Quién
puede compararse a Él? ¿Quién posee su excelencia? Todas las maravillas del
universo son obra suya, y si los hombres se distinguen por su industria y por
sus grandes inventos no hacen sino utilizar lo que reciben del Creador y de las
obras de sus manos. No hay más Creador que Él”.
2.- El deber del hombre; su justicia consiste en dar gloria a Dios.
Cuanto más se
para explotar el hombre los dones de Dios, tanto más debe mostrarse reconocido
y darle gracias, por que más es lo que le debe; le debe una parte mayor en las
alabanzas y en la gloria que pueden darle sus hijas antes, porque yo hubiera
podido hacer sin su Dios absolutamente nada. Punto no es justo que cada uno
reciba según el valor de su trabajo y de su obra pero los hombres son injustos
para su Dios.
¿No habrá siquiera
algunas almas que en la medida de sus fuerzas quieran dar gloria a Dios en
nombre de todas las criaturas? A este fin dichas almas se remontarán sin cesar
a la fuente primera de todo bien y ordenaran a Dios todas las cosas
considerándole verdaderamente como el Ser Supremo, Creador, Conservador,
Providencia, Soberano Señor y Dueño de toda ellas, divino artífice que no se
fabrica sino maravillas, santificando todas sus obras y reparando las que
hubieran deteriorado la malicia de las criaturas que Él, respetando su
libertad, se dignó escoger para que fueran sus cooperadoras. De este modo todo
lo que está tocado por Dios, todo lo hecho o reformado por Él, es santo. ¡Qué
consuelo para sus pobres criaturas Y que atractivo para permanecer en la íntima
unión en la dependencia absoluta de Dios para ir a tomar en el CIS estar aquí
yo que vosotros queréis darle, más aún, lo que Él mismo espera y vosotras
ignoráis! Por esto vuestra palabra debe ser siempre: “Señor, ¿que queréis que
haga yo, vuestro pobre siervo, vuestra humilde sierva? ¡Hablad, Señor!
La obra maestra
del amor de Dios, del hombre creado por Él a su Imagen, desfigurado por el
pecado, regenerado por la gracia, no debiera tener mayor ambición que la de
llegar a ser lo más perfectamente posible, el trofeo del misericordioso amor
divino. No debiera vivir más que para la gloria de Dios… ¡y son tan pocos los
que lo hacen!
3.- Desorden en el hombre.
En lugar de
abrir el alma a las infusiones amoroso de su Creador y de su Salvador, el
hombre se repliega en sí mismo, se encierre en su egoísmo o se disipa en la
frivolidad, haciéndose un ídolo de sí mismo. He aquí el pecado…
No vive más que para buscar su placer… ¿Cuál
es la parte de su Dios en su existencia? Ve como a la muerte llama sin cesar en
derredor suyo y sabe que tampoco el poder evitarla, mas no por eso es mayor su cordura; y lo que no se puede
concebir es que en gran número de cristianos obren de este modo y no es porque
lo ignoren, si no porque no viven seriamente según su fe: la tentación les
seduce, el mundo lo arrastra, sus pasiones les encadenan y su vida se desliza
en un medio de excesiva y esterilidad... Por eso el Señor se hace oye de sus
amigos diciéndoles íntimamente al corazón: “Tú, al menos ámame, dame gloria
haciendo mi voluntad”… ¡Oh, qué pocas almas hay que a ello se resuelvan, que
hagan verdaderamente sobre la tierra aquello para que Yo las he hecho, aquello
para que fuisteis creadas!
Yo ocupo muy
poco sitio en sus existencias, juego un papel muy secundario en ellas, en lugar
de ocupar el puesto preferente. Basta a muchos abstenerse de lo positivamente
prohibido bajo pena de pecado mortal y condenación eterna. Si sondearais las
almas, encontraríais muchos cristianos en esta situación. Otros que parecen
lograr mejor y practicar el bien, lo hacen frecuentemente cuando sus
inclinaciones los impulsan, cuando sienten gusto y atractivo… Aún entre los que
se dicen míos, tengo poco servidores y servidoras, por pocas almas que vivan
verdadera y puramente por Mí. Yo quisiera despertar a las almas haciéndolas
vivir de verdad, en conciencia, según la realidad.
4.- Necesidad de la fe
Para que
viváis de verdad, en conciencia, es menester que la fe viva recupere su puesto:
ella es la que sirve de base; sin ella todo lo demás es efímero, vuestra
confianza sin apoyo, vuestro amor inconstante, puesto que descansa sobre un
sentimiento vano. Pero si tenéis una fe viva, una fe que me presente a vosotros
como vuestro verdadero Dios, vuestro Padre, vuestro Salvador, vuestro Señor y
vuestro Todo, entonces, así como el río se desliza del manantial y va hacia el
océano, vuestra alma se deslizará en mí con sencillez y bienestar, vuestra vida
será para Mí.
Si el rayo
solar tuviera vida, ¿qué actitud adoptaría respecto al Sol? ¿Cómo querría dar a
conocer a todas las criaturas el astro del que recibe todo cuánto es y todo
cuanto él puede comunicar? Yo quisiera
que vosotros tuvierais conciencia del gran negocio de vuestras vidas y
considerarais que no estáis aquí abajo más que de paso; esta es la
peregrinación, el viaje, el tiempo de prueba. Los hombres lo olviden demasiado;
pocos son de los que me hacen voluntariamente el centro de sus vidas como en
realidad debe ser... Sed vosotros más discretos, más veraces, vivid de lo que
es, vivid en vuestra fe, confiadamente, porque mi gracia no os faltará jamás;
vivid en vuestra fe por la caridad…
5.- La palabra de María y del cristiano,
del siervo y de la sierva.
Señor, ¿qué
queréis que haga¿ He aquí la verdadera palabra del cristiano, la palabra de fe,
de esperanza y de amor… la palabra del siervo y de la sierva… la respuesta que
debéis dar a María, la expresión de vuestra devoción a esta Madre bendita, que
os repite lo que dijo antes en Caná: “Haced lo que Él os diga”[2]
6.- Dios es Padre. – Da lo que pide. – Es
fiel. – Darle el homenaje de fe, esperanza y caridad.
No temáis[3]. Dios
es Padre infinitamente sabio y bueno, no pide a sus hijos nada más que lo que
ellos pueden darle, y Él mismo los sostiene en sus brazos y sin ser visto por
ellos les ayuda a portarse bien, se complace en conducirlos, porque es
Todopoderoso.
Dios es quien
os previene con su gracia poniéndoos siempre delante lo que os pide y dándooslo
luego de manera que no tenéis más que tomar de Él según vuestras necesidades.
¿Os pide un sacrificio? Ahí está Él para ayudaros a cumplirlo… Entended bien
esto: “Yo soy el Fiel, el Verdadero, Yo vuestro Dios”[4].
“Aunque la madre se olvidare de su hijo, Yo no os abandonaré”[5].
Si venís a Mí, tened la certeza de que estoy allí y os conduzco y os llamo,
porque sin Mí no podríais tener este deseo… Grabadlo bien en vuestras almas,
fortificaos por la esperanza, por una confianza ciega en Mí, confianza que
descansando en la fe me honra… Una vez que tengáis fe, hacedla producir frutos
de confianza y de caridad. Creed que soy vuestro Dios, vuestro Padre y que os
amo. Creed que todo bien viene de Mí y debe volver a Mí.
El don de Mí
mismo a vuestras almas y de vuestras almas a Mí, ¡he ahí el amor! Por el amor
me doy a vosotros y por el don que Yo os hago de mi vida, de mis beneficios, de
mis obras, os pruebo lo que os amo. ¿Quién hizo nunca por vosotros lo que Yo
hago? ¿Quién es vuestro Creador, vuestro Salvador? ¿Quién os da la vida y todos
los bienes que gozáis en vosotros y alrededor de vosotros, vuestras facultades,
vuestros sentidos, vuestros parientes, vuestros amigos, el universo, todos los
dones de la gracia?... Vosotros sois agradecidos al que os regala una flor o un
fruto, al que os causa una alegría u os libra de algún peligro; las menores
delicadezas de un corazón humano os conmueven, una mirada os cautiva… Y Yo, que
tanto he hecho por vosotros, ¿a qué no tendré derecho?...
7.- Dar a Dios un homenaje de justicia y de
preferencia…
¡Oh, qué pocos
son los que saben darme el verdadero homenaje de justicia, la soberana
preferencia a la cual tengo Yo tantos derechos! Vosotros que parecíais estar
satisfechos de lo poco que hacéis por Mí; os complacéis en vosotros mismos como
el orgulloso fariseo[6]
despreciando al publicano y desdeñando a la viuda y su pequeño óbolo[7]:
fijaos bien en que Yo miro al corazón; ved donde está el vuestro: ¿está en Mí?
¿está en vosotros?...
8.- La paz y la felicidad se encuentran en el renunciamiento propio.
¡Oh hombre, aprende al fin a
renunciarte! No comprendes tu privilegio de cristiano y por eso no experimentas
la paz y la felicidad que preparo a mis amigos aun en medio de sus penas y
dolores…
9.- Vivir por la fe una vida normal, mirando a Jesús y María para
imitarlos.
¡Oh, hombre! Me preguntas ¿qué
es lo que quiero que hagas? Sencillamente, que vivas tu vida normal tal como Yo te la he preparado desde la eternidad,
según la condición en que te halles actualmente, porque eso es para ti mi
Voluntad en este momento.
Mira a María, tu hermoso modelo;
¡qué vida tan sencilla y normal fue la suya! Nada extraordinario ves en ella; no se te ha
propuesto de ella, sino lo que tú puedes hacer; y esto ha de servirte de
instrucción. Pues bien, María ha sido mi fiel imagen y su vida, expresión
incesante de la Mía…
¿Cuál ha sido mi vida durante
treinta años? La más sencilla de todas, la vida oculta de trabajo y obediencia
del más oscuro y modesto artesano. Yo que poseía la plenitud de la ciencia,
permanecí en la sombra y en el silencio, haciendo en apariencia sencillamente
todo lo que cualquier hombre puede hacer. Yo, vuestro Dios, he manejado durante
muchos años en la tierra el cepillo del carpintero. ¡Qué misterio! Si hubiera
habido cosa alguna que hacer de mayor perfección ¿no la hubiera Yo hecho? Y
María, en sus acciones exteriores, ¿en qué ha querido parecer más que los otros
y superarlos?
10.- El cumplimiento de la Voluntad de Dios es la mayor gloria que el
hombre puede procurar a su Creador.
Entended bien que mi Voluntad
sobre vosotros y la mayor gloria que podéis procurarme no consisten en que
hagáis esto o aquello, sino en que cumpláis con fe y confianza, en la caridad,
es decir, en unión Conmigo, los deberes de vuestro estado, del momento
presente… Niños, adolescentes, padre o madre, virgen o viuda, sacerdote, o aún,
Papa, el bien por excelencia, el único,
el mismo bien es la realización de las obras ordinarias que requieren los
deberes de vuestro estado en el momento presente, el cumplimiento de mi
voluntad; de segundo en segundo, de hora en hora, no tenéis otra cosa que
hacer… Usad sencillamente de todo recibiéndolo de mi Corazón Paternal; de todas
las cosas elevaos a Mí, dándome gloria. Convertíos
en instrumentos de mi gloria, que este sea vuestro único negocio… Desterrad
de vuestros pensamientos, de vuestros corazones, de vuestras voluntades todo lo
que no sea Yo. Arrancad de vosotros todo aquello que desfigure mi Imagen,
cuanto sustituya vuestra imperfección a mi Hermosura… Renunciad a lo que no
fuere en vosotros la expresión, la realización de mi Voluntad, y que no
irradiare mi Caridad…
Tened conciencia de vuestro
deber en la tierra. Criaturitas hechas a mi imagen, debéis servir para
manifestar mi gloria, dejándome expresar en vosotras y por vosotras mis perfecciones
infinitas, dándome vuestra adhesión, vuestra cooperación a mi Voluntad Divina
tan perfectamente como sea posible. Niño, hazlo en nombre de tus hermanos,
hazlo para ganarlos a Mí, hazlo mirando siempre a María, tu madre y
permaneciendo en Mí para que Yo te ofrezca conmigo al Padre.
11.- Dichosa el alma que en la tierra no vive más que para procurar la
gloria de su Dios.
¡Dichosa el alma que pasa su
vida sobre la tierra haciendo mi voluntad, que no busca ni quiere más que mi
gloria y se oculta para procurarla!
Vosotros, los que leáis estas
páginas, invocad a María, abríos a mi Espíritu Santo para que Él os de luz y os
mueva a clamar: ¡Señor! ¿Qué debo hacer para emplear bien mi vida? Y vuestras
almas comprenderán que, a ejemplo de María, deben también entonar sin cesar el Magnificat. En las penas o alegrías
humanas remontaos a la región serena donde el cielo es más puro y la adhesión a
Dios plena. Entonces, saltando por encima de las impresiones terrenas, podréis
cantar también vosotros la gloria de vuestro Dios en la bajeza de su criatura,
publicaréis las alabanzas de su bondad, sobre las amarguras de la vida,
saltaréis de gozo en Dios vuestro Salvador, porque os sostendrán los
pensamientos de los bienes futuros, de la felicidad suprema, de la posesión del
mismo Dios que os espera.
Cuanto más hayáis contribuido a
la gloria de Dios sobre la tierra, tanto más contribuiréis en los cielos. ¡Oh
incomparable paga! ¿qué don más precioso puede haber para vosotros?
12.- Don de sí mismo a Dios para su gloria.
¡Dios mío, comprendo lo sencilla
que es mi vida! Es verdaderamente la de María, copia fiel y humilde de la de mi
Jesús. No necesito sino permanecer bien unido a la voluntad de mi Dios como un
niño cariñoso, atento y dócil, no queriendo más que lo que su Padre celestial
quiere, contando siempre con su gracia poderosa para realizarlo de momento en
momento.
¡Oh Dios mío, no busque yo más
que vuestra gloria y vuestro gozo! Renuncio a mí mismo y os renuevo las
promesas del bautismo; heme aquí vuestro siervo, vuestra sierva… Perdonadme por
haber comprendido tan mal hasta ahora vuestro plan de amor… ¡Cuánto tiempo
malgastado en mi existencia! Vengo contrito y arrepentido, Señor, a arrojarme
en el abismo de vuestro Misericordioso Amor y desde este momento comienzo a
vivir una vida nueva…
¡Oh María, dignaos lavar mi alma
en la Sangre de vuestro Divino Hijo y revestirme Vos misma del traje nupcial
para que, siguiéndoos, pueda contribuir a la gloria divina por toda la
eternidad!
11.- Hacedlo todo por la gloria de Dios.
“Ora comáis o bebáis o hiciereis
cualquier cosa, hacedlo todo por la gloria de Dios”[8].
Que estas palabras del Apóstol vengan a ser el punto de apoyo de vuestras
vidas. ¿Qué significan? Sin singularizaros en nada, tened como intención
dominante el cumplimiento de la Voluntad Divina y el deseo de darme lugar a
manifestar en vosotros mis divinas perfecciones; esto os conducirá a hacer
bien, lo mejor que podáis, lo que tenéis que hacer, y a tener la mirada puesta
constantemente en María, para verme, como en mi espejo, a fin de que Ella sea
vuestra luz y vuestra ayuda.
Si lo hacéis así, permaneceréis
en mi Amor, en la unión con vuestros hermanos; todos conocerán que os amo y que los amo, que Yo os amo como
el Padre me ha amado a Mí y que vosotros os esforzáis en hacerlo por servir a
la gloria de mi Amor Misericordioso[9]
14.- La vanagloria opuesta a la gloria de Dios.
Mi gloria en vosotros es la de
poderme manifestar a pesar de vuestro miserable fondo. Por esta razón os es tan
necesario el propio renunciamiento, el cual da mayor libertad a mis acciones.
Ya os lo tengo dicho, no podéis servir a dos señores[10].
Si no os renunciáis a vosotros mismos, si no queréis hacer más que lo que os
agrada, no podréis cumplir pura y constantemente la Voluntad divina. He aquí
por qué los hombres tienen tantas dificultades en practicar mi santa Voluntad;
se separan de su fin y permanecen mirándose a sí mismos en lugar de permanecer
mirando a Mí. Buscar su satisfacción y vanagloria y en ella se complacen, no en
las mías.
Examinaos seriamente. ¡Dichosa
el alma que tiene la valentía de mirarse a mi luz y corregirse sinceramente con
mi gracia!
15.- Los cielos publican la gloria de Dios. Hacerse también portavoz
de la creación.
Los cielos publican la gloria de
Dios y la tierra demuestra sus maravillas revelándonos las obras de sus manos[11].
Sólo el hombre, siendo libre, se sustrae a manifestar esta gloria en él y abusa
de su libertad separando las obras de Dios del fin para el cual han sido
hechas. Por esta razón Yo quisiera que fuerais la voz de mi creación que clama
sobre la tierra a semejanza de Miguel en el Paraíso: “¿Quién como Dios?” ¡El es
el Señor, el Todopoderoso, Padre infinitamente sabio, infinitamente bueno,
infinitamente amante!...
16.- Cómo procurar la gloria de Dios. Sencillez.
Dadme gloria independientemente
de cuanto tengáis que hacer actualmente. Volved a vuestro centro y viviendo de
este modo, atraedlo todo a Mí con sencillez, no buscando más que el
cumplimiento de mi voluntad, tal como ella os es manifestada normalmente, por
los acontecimientos, los deberes de vuestro estado, las disposiciones de mi
Providencia, todo bajo la gran salvaguardia de las leyes de mi Iglesia y de la
luz que han de daros mis divinas enseñanzas. ¡Ved mi voluntad tal como ha sido
realizada en la vida de María, tan sencilla, tan humilde, tan pura! Este es
vuestro único negocio, que tenéis siempre en vuestro poder con mi gracia y para
el que no necesitáis dones extraordinarios, ni capacidad y luces especiales.
¿No he dicho Yo que por boca de los niños y parvulitos he procurado mi
alabanza?[12]
Ellos son los que con más facilidad cantan mi gloria.
Tened, pues, corazones de niños
para cantar también mis alabanzas, ensayaos por lo menos en balbucearlas; ello
será mi gozo. No viváis más que para glorificarme.
17.- Privilegio del hombre llamado a procurar la gloria de Dios. –
Realizadlo.
¡Oh hombre, que privilegio el
tuyo! Dios se digna confiarte el incomparable cuidado de procurarle su gloria
accidental; El, soberano Señor, Creador, Dueño de cielos y tierra, que tiene el
universo entre sus manos, cuyos siervos son los ángeles por millares de
millares, estimándose indignos de celebrar sus alabanzas… Y con todo se digna
ofrecerte esta augusta función por un don de su Corazón…
Has visto en la Sagrada
Escritura el aprecio que conviene hacer de las gracias del Altísimo y la
correspondencia que Él pide siempre a sus dones: el que tenga oídos para oír,
que oiga[13];
el que pueda comprender, que comprenda, y sobre todo que responda al
llamamiento divino[14];
que no se excuse y alegue dificultades[15];
tiene mi gracia que le será proporcionada siempre y que atrae tanto mayor
gloria cuanto mayor es el obstáculo que hay que vencer y más grande la miseria
del instrumento empleado.
Lejos de retroceder jamás, que
la vista de vuestra imposibilidad os lance con más ardor a procurar la gloria
de vuestro Dios y Señor. Acordaos del Magnificat
de María; unidos a vuestra bendita Madre, sabed que cantarlo es procurar mi
gloria. Que la vista de vuestra misma debilidad no sea ya nunca para vosotros
motivo de abatimiento y retroceso, antes bien, os empuje a serme más fieles, a
implorar mi gracia con mayores instancias y a abrir más vuestros corazones a
las efusiones de mi misericordiosa caridad.
¡Dadme mi gloria viviendo
incesantemente en mi Voluntad!
P. M. SULAMITIS.
[1] Act. IX, 6.
[2] San Juan, II, 5.
[3] Palabra frecuente de Jesús a los
suyos.
[4] Apoc. XIX, 11.
[5] Isaías XLIX, 15.
[6] Lucas XVIII, 49-14.
[7] Marc. XII, 41-44. Luc. XXI, 1-4.
[8] I Cor. X, 31.
[9] Joan. XV, 9-12, XVII, 23-26.
[10] Matth. VI, 24. Luc. XVI, 13.
[11] Ps. XVIII, 1.
[12] Matth. XXI, 16.
[13] Matt. XI, 15; Marc. IV, 9; Luc.
VIII, 8.
[14] Matth. XIX, 12.
[15] Luc. XIV, 18; XVIII, 19.