Llamamiento
a los fieles.
Vosotros,
cuantos habéis oído la voz del Papa y queréis responder a ella…
¿no sentís en vuestra alma un transporte de goce extraordinario
ante el pensamiento de que Jesús por la voz de su Pontífice ha sido
declarado Rey universal, Rey de la humanidad… en todo lugar, en
todos los tiempos, por todos los cristianos de la tierra… en nombre
de todos los pueblos, aún de aquellos que todavía no son suyos, aún
cuando tiene derecho a ellos por haberlos adquirido con su sangre…
aclamándolo con un solo corazón y una alma sola como nuestro Rey?
Y
no sentimos un nuevo impulso para confesarle como tal cada vez que
aparece en nuestros labios esta gloriosa expresión que tan a menudo
se encuentra en la liturgia:
¡Nuestro
Señor Jesucristo!...
¡Y
no sentimos al mismo tiempo, en el fondo del alma, una vibración
íntima que es como la respuesta del Rey a nuestros homenajes, y un
nuevo estímulo!
1.-
Excelencia e importancia de esta fiesta.
Quiero
–parece decirnos Jesús– que esta sea una fiesta solemne en la
Iglesia; que sea una de mis mayores fiestas.
En
las otras, celebráis, sobre todo lo
que Yo he hecho por vosotros; en
esta deseo que aparezca lo
que para vosotros soy, con
qué título me debéis reconocer por cabeza vuestra y como debéis
comprometeros a servirme.
Esta
fiesta tiene mucha más importancia de lo que pensáis, y daré a mis
amigos cada vez más luz sobre ello si quieren considerarlo en la
oración y si entran con una fe llena de respeto en el movimiento que
les ha comunicado mi representante visible en la tierra.
No
daré mis luces sino poco a poco, porque las almas no podrían
recibirlas de repente1.
Admirad en esto la sabiduría divina… Yo dispongo suavemente las
almas a la realización de mis designios… Así preparé esta fiesta
desde el comienzo del mundo, y David, por sus inspirados salmos,
estará en medio de vosotros cuando me glorifiquéis con vuestros
cánticos… Todos mis Santos, asociados por Mí a esta obra, se
unirán a vosotros y me saludarán como a Rey
de la gloria2;
me aclamarán como a Rey
de Reyes y Señor de señores…3;
todos
depondrán sus coronas a mis pies, confesando haberlo recibido todo
de Mí y que sólo a Mí es debida la gloria… a Mí que os he
conquistado con mi sangre.
Quiero
que esta fiesta se celebre con gran pompa en la Iglesia por la
comunión de los Santos… Que sea la reunión de todos los pueblos
de la tierra… una misma fiesta para los habitantes del Cielo, de la
tierra y del purgatorio…
2.-
Esta fiesta debe celebrarse con espíritu de fe, esperanza, caridad.
¡Dichosos
los que me reconozcan en este día como a su Rey y como a tal me
glorifiquen!... Lo he dicho: les daré una gloria particular en mi
reino4.
Juntad
con vosotros en este día a todos los que me pertenecen, y a todos
aquellos a los cuales deseo llegar… Suplid con vuestros homenajes
la ingratitud de la humanidad… y cada vez que se renueve esta
fiesta, renovaos también en la fe, en la esperanza y en la caridad.
Estas
tres virtudes teologales son la base en que descansa la vida
cristiana… Y veréis ahora cómo esta fiesta contribuirá a
ejercitaros en los actos de ella.
3.-
Esta fiesta confirma en la fe.
El
celebrarla será para vosotros un acto de fe… por el cual me
confesaréis a Mí, Cristo Jesús, verdadero Hijo del Padre e hijo de
María, verdadero Dios y hombre… Salvador de los hombres, Señor de
ellos, reconocido como tal por vuestra fe y vuestro amor.
Al
proclamarme Rey reconoceréis al propio tiempo que por el hecho de
serlo tengo derecho y y deber de dictaros leyes, las cuales debéis
observar… También reconoceréis que por su cumplimiento o
violación mereceréis la recompensa que os he prometido o el castigo
en que incurren los transgresores de mi Ley…
Por
esta fe confesaréis que, siendo Rey, tengo derecho y deber de
gobernar y de hacerme representar… y que en efecto gobierno mi
Iglesia por medio de los que he establecido jefes de ella. Ahora
bien, mi reino es un reino espiritual. Aunque extendido por todo el
universo, aunque alcanza a todos los tiempos y aunque no debe tener
fin… este
reino está en medio de vosotros5
y
todos, cualquiera que sea vuestra nacionalidad, vuestra condición,
podéis formar parte de él…
Los
puestos más elevados son para los que quieran poseerlos… todos
pueden tenerlos sin perjudicar a los demás; los más humildes, los
pequeños los pueden alcanzar; a esos les están prometidos6.
Ved si no a mi Teresita… pero sobre todo a la Reina de las reinas:
mi Madre Inmaculada. El motivo de su alegría en Mí… la causa de
su inmensa gloria es porque a sus ojos se tuvo por pequeñita y se
miró como mi sierva;
por
eso la he exaltado tanto más7.
El
alma más humilde, más obediente a la Iglesia, esa será la mayor en
mi Reino. Por esto yo quisiera que purificaseis bien vuestra
intención al celebrar esta fiesta, y que la celebréis no sólo
porque os conviene y resulta agradable, sino en espíritu de sumisión
a la Iglesia… Y consideraos felices de ofrecerme cada uno vuestro
corazón para piedra de mi corona…
Quisiera
recibiros en la corona de mi Iglesia… Niños,
jóvenes y ancianos8,
todos
tenéis en ella vuestro lugar… Sed, pues, en ella lo que Yo quiero…
Por
tanto, fe en mi Evangelio que contiene mis enseñanzas, mi ley, mis
consejos… y fe en mi Iglesia, que ha instituido esta fiesta para
glorificarme como a vuestro Rey, Rey de la humanidad…
1 S.
Joan. XVI, 12.
2 Ps.
XXIII, 9-10.
3 Dan. II, 37; I Tim. VI, 15; Apoc. XIX, 16.
4 Matt.
XIX, 28; Luc. XII, 8; Joan. XVII, 24.
5 Luc-
XVII, 21.
6 Marc.
X, 14.
7 Luc.
I, 38.
8 I
Joan., 2.