¡Jesús viviente!
¡Jesús presente!
¡Jesús en medio de nosotros!
Si en estos momentos repercutiese por todo el universo esta gran
nueva: Jesús ha vuelto a la tierra para habitar entre nosotros… y si esta frase
fuese una realidad, ¡qué emoción no se apoderaría de todos los amigos de Jesús,
con qué entusiasmo no la recibirían, cómo se apresurarían a acudir al sitio
privilegiado… favorecido por su santa Presencia! Estamos viendo lo que se hace
en Lourdes, en Paray-le-Monial, para venerar los lugares Santos que honraron
con sus apariciones, durante algunos instantes, Jesús y su Santa Madre.
Pues esa es la gran
nueva… la buena nueva del Reino de Dios que
quisiéramos anunciar a toda la tierra… Es la gran realidad… la continuación del
Misterio Evangélico, la realización de la divina palabra de Jesús, tan
verdadera, tan operante como la que siglos ha, pronunciara cuando apareciendo
sobre las ondas dijo a Pedro: “Yo soy”, o cuando contestándole a la Samaritana
que le hablaba de Cristo, le declaró: “Yo soy, que hablo contigo”. Palabra es
ésta tan cierta como la que dirigió a sus Apóstoles después de la Resurrección:
“La paz sea con vosotros –soy Yo– no
temáis”.
Ahora bien, tan
sagrada, tan evangélica como aquellas divinas palabras es esta otra: “He aquí que estoy con vosotros todos los
días hasta la consumación de los siglos”.
Jesús no ha dejado
por lo tanto de habitar en la tierra… ¿Mas en qué afortunado lugar ha ido a
ocultarse? Conocido su retiro ¿no debería haberse convertido en un centro de
peregrinaciones mucho más concurrido que todos los que hoy existen? Tanto más
concurrido debería ser cuanto que la excelencia de su objeto supera todos los
motivos de veneración que nos llevan a otros lugares santos, que honran con su
fe las muchedumbres…
¡Qué descubrimiento
tan asombroso y tan aflictivo al mismo tiempo! El lugar en que Jesús tiene su
retiro está por lo común desierto. Por la mañana, cada mañana, renueva allí de
un modo real pero incruento la escena de Belén y la del Calvario. Nace… Vive…
Consuma allí su sacrificio en el más incomprensible de los misterios. Y como ya
no puede morir, queda Jesús viviente en una tumba que se convierte en Cielo
suyo, en el Reino suyo. Su resurrección es la glorificación de ese sepulcro, la
manifestación del Espíritu Santo que transforma, con su posesión y su
presencia, los cristianos que han tomado parte en el misterio, en otros tantos
Cristos, por obra de la gracia… formados a su imagen y partícipes por ende de
sus perfecciones y virtudes…
Sí, este Jesús
viviente, este Cristo adorado, Hijo muy Amado del Padre, permanece en la
soledad en todo el transcurso de las noches y muy a menudo durante el día. Sólo
tiene a los ángeles por adoradores y por íntimos amigos: ¡sólo sus ángeles
permanecen a su lado!...
Y ve a los hombres a
quienes Él se digna llamar con el nombre de hermanos, de amigos… Los ve ir y
venir alrededor de su casa, afanándose cada cual por sus propios negocios; los
ve visitarse los unos a los otros, decirse confidencias y llamarse mutuamente
amigos… ¡Cuán pocos son entre todos estos los que piensan en Él!
Sucede por desgracia
como en aquel festín de bodas en que uno por uno fueron los convidados
excusándose de asistir; uno de ellos posee una casa nueva que atender, otro un
campo que visitar, éste una yunta de bueyes que ensayar, aquél es un recién
casado, a este otro le absorben sus negocios y sus achaques.
¡Pero cómo!... ¿el
Rey de los Reyes, el Señor de los Señores, está allí más abandonado que otro
ser alguno en la tierra… abandonado hasta por los suyos? ¿Cuáles no deben ser
los sufrimientos de su Corazón al observar a cada instante las injuriosas
preferencias y la indiferencia deplorable de aquellos mismos que tienen
conocimiento cabal de su presencia y hasta han tomado parte de su convite
eucarístico de la mañana?
¿Haríase con la más
insignificante de las criaturas lo que se hace con Él? Todo hombre está
obligado a una palabra de agradecimiento por el servicio solicitado, a una
vibración de gratitud por todo beneficio recibido, a una correspondencia de
afecto con aquellos que le demuestran el propio. Hasta la aflicción y el
aislamiento de un criminal mueven a compasión los corazones; ¡y apenas hay uno
que otro corazón que vibre de amor por Él! Quien haya experimentado en su
propio ser lo que es el amor puede comprender las disposiciones que tiene que
producir en el alma. Oigamos sobre esto a un padre, a una madre, a un esposo, a
una esposa, a un hijo, a una hija, a un hermano, a una hermana, a un leal
amigo, a un fiel servidor… y luego comparemos. Durante la ausencia de uno de
estos seres queridos, y al saber que está en el aislamiento y en el dolor, en
lucha con la contradicción, la ingratitud, el abandono, ¿dejaremos pasar los
días, horas enteras siquiera, sin tener para él un solo pensamiento?
Pues bien, ¿no es Él
a un mismo tiempo Padre y Madre, Salvador, Esposo, y Amigo?... ¡y nos quedamos
fríos e insensibles, casi puede decirse que nuestra vida transcurre como si
prescindiéramos de Él!...
¡Ah! Sin duda no
podemos permanecer constantemente a sus pies, con nuestra persona. ¿Mas no
debería nuestro corazón estar continuamente con Él, trayendo hacia Él y
sujetando al suyo nuestro espíritu y nuestra voluntad… para que no obren ya
sino según su divino agrado y en la dependencia de su divino impulso?
Cuando se ama, el
amor todo lo domina. Además, Él es Rey… ¡y
qué Rey!... Nosotros mismos los que ejercitamos nuestro celo para hacerle
aclamar como tal, no nos afanamos sin embargo en formarle su Corte (su Corte en
la tierra); y de su gozo íntimo, de su necesidad primordial, cuán poco caso
hacemos. Muchos quehaceres nos ocupan, son muchos los cuidados que nos traen
absorbidos y lo “único necesario”, lo olvidamos… ¡Cuántas Martas… y cuán pocas
Marías!...
Y aún entre las
Marías, ¡cuántas son Martas en mil cosas!... Las mismas cosas espirituales, por
efecto de un desarreglo inútil, producen muchas veces alejamiento de Él… ¡Cuán
pocas almas son realmente Magdalenas para Él!
Llamamiento a las Almas del mundo entero.
Jesús está allí en su
Casa y nos llama… ¡Oh, si pudiéramos pregonarlo por doquiera para que llegase
hoy mismo al conocimiento de todas las almas!
Jesús está allí
esperándonos. Id a visitarle al menos hoy. Hacedlo por Él.
Pedidle que os diga qué hace en el Tabernáculo, lo que espera de
vosotros y lo que debéis hacer en cambio por Él…
Pedidle la
inteligencia de su Misterio, pedídsela por María, vuestra buena Madre, que
jamás se separa de su lado…
Rogad a San Miguel y
a los Ángeles que os comuniquen al menos la impresión de la Santa Presencia, el
respeto, el amor y la gratitud que ellos tienen…
Pensad que allí está
vuestro Dios, vuestro todo, hecho Hombre, y que continúa siendo “Hombre” por
amor a vosotros… en medio de vosotros… Hombre perfecto… Hombre glorificado…
Hombre deificado… ¡Hombre-Dios por toda
la eternidad!
Pensad que Él está allí
viviente, tan vivo como lo estáis vosotros mismos, que piensa, ama, quiere, con todas las vibraciones más delicadas y
sensibles del ser humano, animado por la perfección del Amor divino.
Se podrá objetar que
a Jesús no se le ve, que no se le siente. Si el cuerpo de vuestro padre, de
vuestro esposo, de vuestro hijo fuere llevado al cementerio y encerrado en el
sepulcro, aun cuando no hubieseis podido asistir al entierro, ¿dejaríais por
eso de creer que ibais a rezar junto a él? Sin embargo, bien sabéis que ese
cuerpo está privado de toda vida y que en ese sepulcro sólo se halla un poco de
materia perecedera que resucitará en el último día.
Os agrada ir a rezar
junto a las reliquias de los Santos, junto a esos venerados despojos de los que
habitan en las alturas del Reino de los cielos.
¿Y tendríais menos fe
en un “Jesús vivo”, presente en medio de vosotros –habitando en vuestro propio
país– tal vez bajo vuestro mismo techo? Y viviendo en casa de Él ¿seguiríais no
obstante viviendo como en vuestra propia casa y tratándole a Él quizá como a un
extraño?...
Cuando las prácticas
cotidianas nos llevan cerca de Él, al hacer nuestra oración, o al cantar sus
alabanzas, acaso tenemos conocimiento claro de que Él está allí y vive, y que,
disponiendo del privilegio de los cuerpos gloriosos, con su propia sagrada
Humanidad nos ve, nos oye… advierte y siente todos los latidos de nuestros
corazones, todos sus impulsos?...
Los sigue, en efecto,
con un amor inconcebible, atrayéndonos sin cesar a Él y uniéndose a nosotros,
en la medida en que consentimos en ello y en dejarle obrar en nosotros…
Acto de Fe y Resolución de Amor.
¡Oh Jesús Amor! ¡Oh Jesús viviente! Yo creo que estás bajo el velo
de tu Hostia, tan realmente como lo estuviste en Belén, en Betania, en el Cenáculo, en el Calvario, como lo estás en el Cielo
donde espero poder contemplarte un día… y para ofrecerte mis humildes
homenajes y satisfacer nuestra común necesidad de amor –la Tuya y la mía–,
Señor, iré todas las mañanas a asistir a
los Divinos Misterios; (en cuanto me permitan hacerlo mis deberes de estado)
iré a recibirte en mi corazón para que me transformes en Ti… y durante el día, trataré de venir a pasar
una hora contigo, o si realmente no puedo hacer esto vendré al menos a
hacerte una pequeña visita, que
prolongaré cuanto me sea posible sin perjuicio de mi deber, salvando para ello
algunos momentos de las conversaciones inútiles y cada vez que se presente la
ocasión en el transcurso de ese tiempo que se pierde tan fácilmente en la
frivolidad o en naderías.
Si me viese impedido
por la enfermedad u otras imposibilidades materiales para hacer yo mismo esa
visita, procuraré que me sustituya un
amigo, una persona de mi confianza, a fin de que Jesús experimente la alegría
que le habría causado mi pobre visita. Entre tanto mantendré mi corazón tanto
más próximo a Él… (como se hace con los amigos) cuanto más lejos de Él se halle
mi cuerpo.
Unión de guardias de Amor.
¡Qué unión más
hermosa podría hacerse de personas piadosas que disponiendo del tiempo
necesario, realizasen entre ellas el dulce acuerdo de ir por turnos a hacerle
compañía a Jesús para que jamás quedase solo! ¡Qué bella y piadosa guardia de Amor sería esa en derredor del Tabernáculo!...
¡Y qué consuelo procuraría al Corazón de Jesús! Sería para Él una
acción de gracias viviente y perpetua en nombre de la humanidad entera.
Roguemos para que
Jesús haga realizar ese propósito (no solamente por algunas Órdenes Religiosas,
con vocación especial para ese objeto) sino por los Amigos de su Corazón que
posee en medio del mundo… y que no siendo del mundo, no quieran ya vivir sino
para Él; que haciendo de Él el objeto de todas sus aspiraciones, su confidente
en las alegrías, y pesares de la existencia, vivan con Él en la intimidad…
P. M. SULAMITIS.
(De la "Vida Sobrenatural" de Salamanca. Tomo VI, 1923. Con aprobación eclesiástica).