¡Cómo seremos apóstoles! – La
Visitación
Entre todos los misterios hay uno sobremanera dulce
que parece expresar, resumir, los principales deberes y misión de cuantos se
consagran al apostolado. Abarca la vida
interior al mismo tiempo que la vida
de acción. ¿Hay por ventura apostolado
más verdadero y fecundo que el de la Virgen María, por medio de la cual el
divino Salvador santificó a su Precursor? – Pero fijémonos en lo que en este
divino misterio hacen tanto Jesús como su Madre.
María, desde luego se muestra fiel a la inspiración, a la voz del Señor que habla por medio de su
Ángel. María cree y responde al
instante: “heme aquí”. Parte ligera – es obediente
y no admite demoras – a través de montañas y dificultades… Para ello, se olvida de sí misma, abandona su
soledad, la alegría de su reposo y recogimiento. Lo sacrifica todo y no repara en molestias propias, por llegar adonde
el Amor, adonde el deber la llama… Pero, notémoslo, lleva consigo a Jesús, a su Jesús dentro de sí, y mientras camina,
Le adora, Le alaba, Le ama, y en verdad que Le da pruebas bien manifiestas de
su amor. Se une a Él, Le ofrece y se ofrece a sí misma: es su cielo, “Cielo de Amor” allá en su
interior.
Ha llegado ya al termino de su viaje María… ¿Qué hará,
pues si su alma no puede contenerse dentro de sí? … Su prima le dispensa
cariñosa acogida, la saluda, le dice que es bendita entre todas las mujeres, ¡y
que es bendito su Jesús!... ¡Oh! he aquí la alabanza que, para ella, sobrepuja
toda otra alabanza… Todo lo demás poco importa, nada significa, apenas presta
oídos a ello… Su corazón tan sólo se muestra sensible a las alabanzas que se
tributan ¡a su Divino Amor! ¡A su Divino Infante!
Por respuesta Ella
canta, alaba, glorifica y engrandece a Aquel que la ha elegido, que ha
realizado tan portentosas maravillas.
“¡Magníficat ánima mea Dominum! ¡Mi alma engrandece al Señor! Le enaltece y Le pregona grande y
admirable… sobre todas las cosas… y querría engrandecerle además con el
espíritu y corazón de todas las criaturas, manifestándoles los beneficios que
han recibido de Él. ¡Oh humildad de María que le hace olvidarse a sí misma para
que Dios sea mejor conocido y amado… humildad que le proporciona la dicha y
felicidad!
Mi alma engrandece al Señor “y mi espíritu se regocijó en Dios mi Salvador”… y la causa de esa
alegría que ella encuentra fuera de sí, en Dios, es “porque miró la bajeza de su sierva”. Ha sido para ella “Amor
Misericordioso” el Señor. Abajóse hacia su pequeñez… y porque la halló la más
pequeña en sus ojos, la encumbró a la mayor dignidad… la hizo la más grande… la
convirtió en su reino… descendiendo a ella el Divino Verbo y con Él ¡los
Cielos!
“En adelante me llamarán bienaventurada todas las
generaciones; porque ha obrado en mí grandes cosas el Omnipotente: y santo el nombre de Él”. ¿Y cuál es ese nombre
santo y santificador del mundo? … ¡Es el nombre del Salvador!... ¡Jesús! … su
nombre de “Amor Misericordioso”… ¡su nombre de Dios todo bondad!...
¡Oh, sí, María, sois bienaventurada, porque Dios ha
obrado en vos grandes cosas!... Ninguna mayor que descender a vuestro seno…
elegiros por Madre suya… entregarse como Salvador por mediación vuestra…
servirse de vuestra cooperación para manifestarse al mundo, ¡para realizar la
obra grandiosa de la Redención! … Portentosas maravillas hizo en vos, pero no
las hizo solo para vos. Aún continúa su misterio ¡quiere asociaros a su misión! ¿No es cosa todavía mayor, que el
Señor del mundo, en vez de obrar directamente, divinamente, quiera servirse de
un instrumento humano, quiera ser llevado
a las almas por medio de su Madre?...
¿Y cómo se realizará el apostolado de María? Será realizado con suma fidelidad y caridad; será un apostolado lleno de la mayor sencillez, oculto
bajo una acción corriente y común. María va a visitar a su prima para prestarle
los humildes servicios que su posición requiere; y esta disposición humilde y
caritativa; esta correspondencia de María a la Divina Voluntad conocida, le
basta a nuestro buen Dios. No es menester ninguna otra cosa más. Con esto nos
da a entender que lo que Él desea es nuestro consentimiento, la fiel correspondencia a su divina moción. Quiere
que cumplamos cuanto Él dispone y ordena, no porque tenga necesidad de nuestra
cooperación, sino para obtener nuestra obediencia. Exige de nosotros prontitud
sin la más ligera demora o resistencia, sin inquietud ni falsa prudencia, sin
temor al sufrimiento, sin vehemencias de mal entendido celo…; nos exige
sencilla y constante fidelidad al deber presente, no pretendiendo hacer ni más
ni menos que lo que El quiere, y en el modo y manera como actualmente lo quiere.
¿Y qué hace Jesús en María durante este tiempo? ¡Jesús
es el Amor que se manifiesta! ¡Es el Amor que santifica! Él es quien hace
saltar de gozo al Bautista en el seno de su madre. Él quien comunica a este
pequeñuelo, que tan grande llegará a ser, conocimiento y amor; y con este
conocimiento y amor la verdadera felicidad.
¿Y cuál fue la obra de María? Porque nada hemos
notado. María ha sido fiel, y nada ha
reservado, nada ha reservado ni retenido para sí misma: dejó a Jesús obrar libremente, y desempeñó ella el oficio de simple
cooperadora. ¡He aquí el Apostolado! He
aquí nuestro modelo en el ejercicio del mismo. Sí, acá en el destierro, cada
alma tiene su misión, las que se sienten abrasadas por el celo santo, han de
conformar su acción con la de María, en este divino misterio.
No es la palabra la que convierte las almas. La
santificación es obra del Amor… y es el Espíritu Santo quien la lleva a cabo
por medio de su divina unción. Él, y no otro, ha de ser quien obre en ellas, y
le comunique sus celestiales dones. El apóstol, pues, debe vivir dócilmente
subordinado a su acción, a sus mociones divinas: 1º Con humildad profunda y santo recogimiento, para poder comunicar lo
que guarda en su interior; 2º Con el
ejercicio habitual de la abnegación, para
no dar jamás a criatura alguna nada de sí mismo, es decir: nada natural, nada
humano; 3º Con espíritu de sacrificio, de
caridad, para no desdeñarse nunca de ejercer oficios humildes y
repugnantes; 4º Con olvido total de sí, para
mejor pensar en el Señor; para enaltecerle siempre y ensalzarle, y traerle
nuevas almas cada día que le alaben también, y sean encendidas en las llamas de
su divina caridad. De esta suerte el Amor no estará ocioso; surgirá potente,
abrasados, y santificará, y se dará a otras almas, almas que a su vez se
convertirán en Apóstoles… en hogueras de amor divino… en “Cielo de amor” para
el amor.
¡Oh Amor Misericordioso, realiza, Tú, esta obra!...
P. M. SULAMITIS.
(Extracto de "Centellitas". Con licencia eclesiástica).