1.- Escollo de los estados
extraordinarios.
Entre
los escollos que se deben señalar a las almas, uno es el de los estados
llamados “extraordinarios”, que puede ser tropiezo para los que atraviesan esas
fases y para los que no se encuentran en ellas. Frecuentemente se da con tal
escollo en la lectura de vidas de santos a quienes he favorecido especialmente,
de suerte que lo que debiera ser un bien para muchos, resulta un obstáculo, y
en vez de inclinar las almas al bien obrar, las entretiene con quimeras y las
expone a ideas muy falsas sobre la virtud real y la devoción. Con frecuencia,
sólo se le presenta la santidad bajo ese exterior especioso y las almas casi se
sienten tentadas a desviar sus miradas y a borrar del catálogo de los santos a
aquellos en los cuales no encuentran cosas extraordinarias… Con el fin de
remediar este error he glorificado a mi Teresita y al presente haré circular
una corriente de santidad muy sencilla.
2.- El constitutivo de la
santidad del alma.
Lo
que constituye la santidad en el alma no es lo que hay de extraordinario en su
vida, lo que la hace aparecer como un prodigio ante vuestra consideración; lo
que constituye la santidad en el alma, es
su unión conmigo, su grado de gracia santificante, su nivel en ese estado
de gracia… la unión de su voluntad a la
mía en la caridad.
3.- La vida extraordinaria en
amor es sencillamente la vida cristiana vivida con mayor perfección.
Hay
dos formas de “vida extraordinaria” en la vida de mis santos: una exterior, la
otra interior, que es la vida extraordinaria en amor, y ésta es la esencial.
Pero no se vaya a imaginar que tal vida sea de distinto orden a la de cualquier
vida cristiana: es sencillamente la vida cristiana, la vida de estado de
gracia, la vida de estado de gracia
vivida, de modo más pleno, más perfecto.
Cuando
más santa es el alma, más han de aparecer en ella los rasgos de la vida
cristiana; sin lo cual su santidad, no sería santidad católica, sino santidad
quimérica e ilusoria… De igual modo, los actos realizados por el alma santa no
son otra cosa sino lo que se os pide a vosotros, pero practicado en
circunstancias más difíciles y con mayor perfección. En primer término han de
encontrarse las virtudes teologales. Si no las encontráis, temed no degenere en
mal lo que aparenta ser un bien… En Mí no hay excesos, no hay sutilezas, sino
la fe sencilla, la obediencia, el fiat, el
cumplimiento de la voluntad divina, la disposición de “humilde sierva”, a
imitación de María. Yo no estoy donde reside el orgullo…
La
santidad es el fruto sazonado que cosecho en mi Iglesia y os lo presento a
todos a fin de que lo gustéis. No os entretengáis con la corteza, con tal o
cual forma particular de santidad, para inclinaros a imitarla; sino de lo
exterior pasad a lo interior del alma y de todo tomad lo mejor y más saludable;
eso es lo que quiero encontrar en vosotros.
4.- Advertencia a los que
escriben o leen vidas de santos.
En
los hechos de los santos que leéis o referís, atended a lo que sea práctico
para vosotros y os enseñe lo que se debe hacer o evitar. Quiero que los que
escriben la vida de los santos entiendan esto y no se dejen arrastrar por el
deseo de hacer resaltar a su héroe. Tampoco han de relatar ciertos hechos
defectuosos sin antes prevenir a los lectores, dejando entrever el hermoso
trabajo de la gracia que Yo quisiera realizar. Sin eso, en vez de elevar a las
almas poco ilustradas, pudiera servir de lazo al tentador para fomento del
vicio, de la negligencia o la infidelidad… Lo indiferente en la práctica y que
tan sólo es una mota sin importancia para mi gloria, no lo pongáis de
manifiesto, para no autorizar con ello la imitación. ¡Se encuentra tanto mal
por la imitación y por efecto de la loca imaginación!... Madres de familia, y
vosotros los que dirigís a las almas: nunca será demasiado lo que examinéis las
lecturas que tanto influyen en la formación moral. Todo se graba en la
imaginación y queda allí como un germen. Por la lectura puede hacerse un bien
inmenso, pero igualmente ¡con qué facilidad se comunica por su medio el veneno,
el error!...
Es
preciso, ante todo, evitar los excesos; bajo pretexto de poner de relieve su
apreciación personal o manera de ver las cosas, no se debe rechazar de plano la
que buenamente pueda aceptarse e incline las almas al bien… No fustiguéis las
ideas ajenas, porque sin daros cuenta se siembra en las almas un principio de
división, que en semejante materia pudiera degenerar en envidia. Si hay que esclarecer
alguna cosa, sea discretamente, sin pasión, con imparcialidad, respetando
siempre mi acción, porque no a todos hago participantes de los mismos dones,
sin que esto quiera decir que sean malos los que de ellos carecen. Quiero que
entre vosotros haya armonía, buena inteligencia, contribuyendo cada cual con su
raya de luz y su concurso de sacrificio y de acción; pero sin perjudicar al
prójimo, sin pretender aplastarle, sin querer atraerlo todo a sí, como si lo
propio fuera lo mejor: eso no sería proceder según mi Corazón.
Si pretendéis
hacer bien a las almas, sólo lo lograréis bajo la acción de mi Espíritu Santo;
ese es el plano en que os debéis colocar. Cuanto más trabajéis en ser almas
interiores y de recta intención, tanto más estaréis en lo cierto y trabajaréis
conforme a mi voluntad, llegando a ser lazo de estrecha caridad para vuestros
hermanos. Es necesario que cuando se cierre el libro de lectura, pueda el alma
sentirse inclinada a proceder mejor, a ser más buena; que la inteligencia y el
corazón hayan encontrado en Mí el descanso, basado en esta convicción: “Dios es
lo único verdadero, lo único bueno; a Él solo se debe tender y fuera de Él no
hay nada más que vanidad”. Todo vuestro bien consiste en querer y hacer mi
voluntad.
Cuidad
de no atraer la voluntad de las almas hacia lo exterior, lo accesorio.
Atraedlas siempre a lo verdadero, a lo sólido, a lo práctico, y eso con
sencillez, sin afectación, sin aire de pretender hacerlo, como la madre
instruye a su hijito. La obra realizada por el que alimenta las almas, es en
verdad una función materna; esto es honroso, pero entraña grandísima
responsabilidad, en lo cual poquísimos se fijan[1].
Ayudaos
mutuamente por la oración, sosteneos unos a otros; con eso haréis más fecunda
la labor y el bien será más abundante, entraréis en participación con el bien
realizado por el prójimo y, por lo tanto, se acrecentará el vuestro.
5.- Conducta que se ha de
observar en los estados extraordinarios respecto de los hechos exteriores. – El
sello de la obediencia.
Así,
pues, cuando hayáis de tratar de hechos exteriores que ocurren en las vías
“extraordinarias”, indicadlos como cosa accidental, mostrando la función que
desempeñan en mis designios. Advertid también que, aunque haya habido
manifestación cierta de mi acción, si habla la obediencia y pide que se
abstenga de obrar o se sacrifique el propio juicio, mi voluntad sobre el alma
será que siempre se mantenga en la obediencia humilde a mi Iglesia y al que la
dirige en nombre mío. Tal es mi ley fundamental.
Y no penséis que ha de resultar ello perjuicio alguno, aun cuando la
empresa fuere la más importante y más comprometida en apariencia; no olvidéis
el Calvario. En vez de la acción que os proponíais llevar a cabo y que no
habíais de querer sino en tanto cuanto fuere voluntad mía, dándoos medios de
realizarla, ofrecedme su sacrificio, persuadidos de que Yo soy el soberano
Dueño, y que si, en efecto, quiero lo que os había manifestado para mi gloria,
nadie lo podrá impedir. Yo suscitaré medios de aquello mismo que parezca
contrario, y como no tengo necesidad alguna de vosotros, ¿acaso no puedo
servirme de otro cualquiera para la realización de mis obras? Sea vuestro gozo
del todo santo, del todo puro; vuestra sumisión humilde, total, sin
reticencias, sin rodeos.
Nada
temáis tanto como la rapiña, esto es, el tomar para vosotros lo que es mío,
como la voluntad propia que puede infiltrarse y empañar aquello mismo que
pensabais ofenderme. Habéis de ser como niños pequeños, libres de toda
preocupación en este sentido. Y así seréis si con sinceridad buscáis tan sólo
el agradarme y hacer lo que Yo quiero. Entonces podré pedir a mi gusto o
aparentar no querer nada, lanzaros y después deteneros. Vuestro gozo ha de
consistir en poderme decir siempre el fiat
alegre y libérrimo que quiere cuanto Yo quiero. Eso es lo que me complace
en las almas y hace que ellas se complazcan en Mí, independientemente de todo
lo demás.
Por el
renunciamiento hago flexible al alma; porque la quiero como un guante, a fin de
poder realizar en ella lo que deseo. ¡Dichosa el alma que comprende mis
designios y no quiere hacer uso de su libertado sino para darme ocasión de
hacer en ella y por ella lo que Yo quiero! ¡Mil veces dichosa el alma que, para
glorificarme, no tiene otro deseo que el de ser como guante muy flexible para
mi mano, el guante de Dios… El guante no quiere escribir ni hacer un movimiento
propio, sino servir a Dios de la manera que Él quiere que le sirva. Quiere
servir sin ser notado, sin que se piense en él, servir sin que se sepa para
manifestar por fuera la voluntad divina, no viviendo ya él, por su propia
voluntad separada de la de su Dios, sino viviendo la voluntad de su Dios en sí,
correspondiendo con docilidad… Este es el bien supremo al cual aspira el ala:
vivir en el UNO, sin dejar de ser como un niño pequeño, viviendo de la vida de
su Todo…
* * *
Oh
María, que habéis vivido con tanta perfección esa vida, rogad por nosotros,
para que jamás nos dejemos seducir o engañar por la voluntad propia, por el
apego personal… Oh María, defendednos de nosotros mismos, enseñadnos a vivir a
ejemplo vuestro una vida sencilla, una vida llena, en gran intensidad de amor,
en la más íntima unión de nuestra voluntad con la de Dios.
Defendednos
igualmente, oh Madre bendita, de los artificios de Satanás, que algunas veces
procura transformarse en ángel de luz para engañarnos con más facilidad e
impedirnos después el creer lo verdadero. Más que nunca me uno a las enseñanzas
de la Iglesia, quiero caminar por la segura senda del renunciamiento y de la
humildad, no tendiendo sino a mi Dios
que es la verdad, no queriendo sino su voluntad, adhiriéndome, uniéndome a Él
por la fe, la confianza y la caridad.
Quien
no busca más que la verdad, con humildad, quien no quiere sino Mi voluntad y
permanece en la fe, la confianza y la caridad, bajo la tutela de la obediencia,
ese no puede errar.
P. M. SULAMITIS.