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Consagración del género humano
al Sagrado Corazón de Jesús[1]
(Fórmula dada por Su Santidad Pío XI).
¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género
humano! Miradnos humildemente postrados; vuestros somos y vuestros queremos
ser, y a fin de vivir más estrechamente unidos con vos, todos y cada uno
espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás, os han
conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. ¡Oh
Jesús benignísimo!, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos
a vuestro Corazón Santísimo.
¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos
fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han
abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna, que no perezcan de
hambre y miseria. Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por
espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la
verdad y a la unidad de la fe para que en breve se forme un solo rebaño bajo un
solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas
de la idolatría y del Islamismo; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro
reino.
Mirad finalmente con ojos de
misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro
predilecto; descienda también sobre ellos, bautismo de redención y de vida, la
Sangre que un día contra sí reclamaron.
Conceded, ¡oh Señor!, incolumidad y
libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad
en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino ésta
voz: ¡Alabado sea el Corazón divino,
causa de nuestra salud! A Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los
siglos de los siglos. Amén.
MEDITACION INTIMA
En las
palabras de esta Consagración, se
reconoce el Corazón de Cristo, inspirando
a su Vicario los acentos que quiere hallar en los corazones y en los labios
de sus hijos.
Como
otras veces, viene a hacernos oír sus íntimas vibraciones que descubren tanto
amor y tanta misericordia.
“¡Tengo compasión!”
Y
a todos nosotros es a quien se dirige…. Y de todos nosotros de quien se
compadece… y son todos nuestros corazones los que Él quisiera ver abrasados del
Amor Misericordioso que arde en el Suyo… Y si quiere ser reconocido por
nosotros como REY, no es solamente para su gloria, sino también por su bondad,
por compasión hacia nosotros… para continuar siendo una vez más, para siempre,
nuestro Salvador; para poder ejercitar aún más su misericordiosa caridad sobre
nosotros. Su Corazón está tan lleno de amor hacia nosotros, que se desborda;
pero necesita corazones que se le abran, para llenarlos. Quiere hacerse oír de
todos, pero quiere también que le sirvan de porta
voz y que le escuchen, que quieran oír esta palabra de su misericordioso
amor: “¡Tengo compasión!”.
¡Oh
María, cuyo Corazón Inmaculado vibró siempre y vibra todavía con las
vibraciones del Corazón de Jesús, haced oír a todos sus palabras de amor! Su
palabra divina: “¡Tengo compasión!”.
La compasión o el amor
misericordioso del Corazón de Jesús.
Sí,
tengo compasión de ese pueblo; de esos pueblos que verdaderamente son como
ovejas errantes sin pastor… y por eso quiero hacerlas volver a Mí…
Tengo
compasión de mis criaturas y no quiero más que su bien… Al procurar mi gloria y
al reclamarla de ellas – esta gloria mía que yo me he dignado poner en sus
manos, para que ellas me la devuelvan – es una gracia, un favor que les
concedo; y hasta esto lo hago Yo por su bien… Porque las recompensaré
eternamente por este homenaje que me hayan rendido y por el buen uso que hayan
hecho de su libertad, aunque para ello hayan tenido que ser prevenidas de mi
gracia, y sostenidas por ella para cumplirlo.
Esta Consagración es una
gracia, un favor que debe producir frutos.
Esta
misma Consagración es ya una gracia, un favor que yo os ofrezco.
Bienaventurados los que sepan comprenderla, apreciarla y corresponder en la
medida que conviene… porque será aprovechada de bien distintos modos por las
mismas almas que la hagan… y de igual forma rechazada diversamente: por unos
con indiferencia, por otros con ignorancia; aunque algunos también lo harán por
malicia, por odio e impulsados por Satanás… atreviéndose a decirme de nuevo el “non serviam”… ¡no serviré! ¡no queremos
que Él reine en nosotros!...
Este
acto, Yo os lo digo, será grande… y
tendrá una gran influencia en muchas almas. Por eso convendría que se les
hiciese comprender bien su alcance… debiendo sacar unos el diez, otros el
veinte… el treinta, sesenta… ciento por uno de fruto, para mi gloria y su
santificación… para su provecho eterno…
El valor de este acto depende
las disposiciones de nuestro corazón.
Lo
que Yo aprecio sobre todo es el corazón, la disposición de la voluntad…
Bienaventurado aquel que sepa poner su corazón en unión con el Mío a fin de que
no vibre sino con las vibraciones de mi Corazón… Pedid a María, vuestra Madre
Celestial, que os enseñe en esta circunstancia a hacer lo mismo que ella hizo
en el curso de su vida cuando Yo oraba , y Ella oraba conmigo – Ella se adhería
con toda su alma y entraba de lleno en todo lo que le sugerían las palabras
mismas que Yo pronunciaba… Y aun cuando yo oraba en silencio… María se adhería
también… Así debéis hacer vosotros: habituaros a hacer vibrar vuestras almas
con las vibraciones que Yo os imprimo por mi Santo Espíritu, al hablaros por
medio de mi Iglesia, sea en las oraciones litúrgicas que pone Él en vuestros
labios, sea por otro medio. Vivid en la gran unidad “católica” y comenzad desde ahora.
La afirmación de ser de Dios,
de pertenecerle, fortifica la voluntad en el bien.
Vosotros,
los míos, afirmad más y más vuestra
voluntad de serlo. No sabréis comprender qué fuerza comunica a vuestra voluntad
esta sincera afirmación, voluntaria y deliberada, cada vez que la hacéis y la
pronunciáis… Entrad en las disposiciones de caridad perfecta que Yo quiero
encontrar en vosotros. Caridad a base de fe y de humildad: caridad que es toda
olvido vuestro y misericordia; caridad que es el fruto del extremado Amor
Misericordioso con que sois amados… caridad que es un desbordamiento de Mi
Corazón en el vuestro y que os hace verdaderos discípulos míos, haciéndoos
verdaderamente vivir de mi vida, conforme a lo que Yo mismo os he enseñado y a
lo que me habéis visto practicar.
¿Y por
qué quiero encontraros en esta caridad? – Para que estéis en Mí… Quiero que
toméis como medio lo que ha de conduciros a la esencia… a la vida práctica de
lo que es vuestra condición fundamental y sobrenatural de cristianos… Hago esto
para suplir vuestras tinieblas y vuestra ignorancia… Os doy mandamientos,
promesas y amenazas únicamente para que os sirvan de barreras, de dirección, de
estímulo y de freno; para contrarrestar vuestra concupiscencia y vuestras
tinieblas y ayudaros a triunfar. Aprovechaos bien de todo según mis designios…
con amor… con reconocimiento…
La caridad perfecta. Espíritu
católico.
Acordaos
de lo que en otro tiempo os dije y os repito hoy de nuevo… “Tengo compasión de este pueblo”… Sí, “tengo muchas ovejas que no están en mi rebaño; quiero atraerlas para
que no haya sino un solo rebaño y un solo Pastor”… Ayudadme… ayudadme con
vuestras oraciones, ayudadme, uniéndoos, tomando una sincera parte en este
movimiento comunicado por mi Representante sobre la tierra… entrad de corazón
en esta cruzada de oraciones, unid a ella vuestras más insignificantes
intenciones particulares… dilatad vuestros corazones… que sean cada vez más
“católicos”… Pero, sobre todo, que sea ese espíritu “católico” el que os anime
en todas vuestras palabras y acciones; porque no serviría de nada emplearos
exteriormente en obras, si vuestro corazón estuviese fuera de esta unión de
caridad… si os permitieseis juzgar, o despreciar a aquellos que, buscando así
mismo el bien, no tienen la misma luz ni las mismas miras que vosotros. Yo
quiero que alentéis el bien donde quiera que se halle… y que me ayudéis
suavemente a que las almas se abran más y más a la verdad… Que vuestro
apostolado sea ante todo el de la caridad… que los que sean testigos de
vuestras palabras y de vuestros actos puedan decir de vosotros, como de los
primeros cristianos: “¡Ved cómo se aman!”.
Por
ahí (ya os lo dije) es por donde conocerán todos que Yo soy verdaderamente el
enviado del Padre (Juan, XVII, 21) y podrán creer en el amor que os tengo y en
el que pongo en vosotros y que emana del mío…
No permanecer en indiferencia
ante los sufrimientos ajenos.
No
seáis indiferentes para los sufrimientos de vuestros hermanos. Vosotros,
Cristianos míos e hijos de mi Iglesia, que estáis siempre conmigo, y con
abundancia de todos los bienes, pensad en tantas almas que están en peligro de
indiferencia… errando en las tinieblas… presas del hambre… ¿no les tendréis
compasión? Y en vez de dedicar siempre vuestras oraciones a vuestras miras e
intereses particulares, ocupándoos sólo de vuestras pequeñas dificultades y
necesidades personales, ¿no responderéis a mis deseos?... Hijos todos muy
amados del Celestial Padre de familias, haced vibrar vuestros corazones con las
vibraciones del Mío… Rogad por el retorno a la casa paterna de todos vuestros
hermanos, de todos los miembros de la gran familia humana, que cuenta en sí
tantos hijos pródigos de tan diversas formas… y tantos otros hijos que, aunque
permanecieron fieles, no comprenden el Amor Misericordioso del Padre que
quisiera que volviesen todos sus hijos a su casa…
Llamamiento a todos los hijos
de la Iglesia. Beneficio de la Comunión de los Santos.
Esta
Consagración es, pues, un llamamiento a todos los hijos de la Iglesia. Todos
ellos han de recibir por medio de ella grandes bienes: unos obtendrán un mayor
conocimiento de mi Corazón… Otros el beneficio de las oraciones y el apostolado
de sus hermanos… todos se enriquecerán del provecho común en la Comunión de los
Santos… los que dan, y los que reciben. Porque entre vosotros el que da se
enriquece siempre, puesto que me comprometo Yo a devolvérselo en mi Reino; y
recibe ya desde aquí abajo un aumento de gracias y de amor… Vosotros, los que
queréis amarme y ser muy amados, y crecer sin cesar en este amor…: Amad a los
demás… dad y se os dará… lo que hacéis por vuestros hermanos se os devolverá
con creces.
Hacerse todos Apóstoles por la
caridad.
Rogad, porque la mies es mucha; rogad al Dueño de la
mies para que envíe a ella operarios… Ofreced para ellos sacrificios… Sed todos apóstoles
por medio de la caridad: todos podéis serlo y no sabéis todo el bien que podéis
hacer así aun dentro de una vida sencilla y oculta, sólo por los resplandores
de vuestra bondad… por las exteriores dilataciones de una vida de fe en mi
caridad. Id, pus, sea cual fuere vuestra edad y condición… id a comunicar por
todas partes las llamas de mi caridad… Para esto abrid cada vez más vuestras almas
a la fe en mi amor… e id a mendigar para mí un poco de amor en correspondencia.
Así practicaréis la doble caridad: para conmigo y para con vuestro prójimo,
porque respondéis a los deseos de mi Corazón… y vuestros hermanos serán
atraídos hacia el verdadero bien y vendrán a Mí… De este modo se ejercita el
verdadero y fecundo apostolado… así empecé Yo la conquista del Universo… Ved si
no lo que hizo hasta una samaritana… Y vosotros ¿tendréis menos celo para
atraerme almas?... Cesad ya de no ocuparos más que de esos y pobres mezquinos
intereses materiales… desterrad de vuestro trato todas esas conversaciones
paganas, tan contrarias al verdadero espíritu cristiano y en el que os hacéis
vosotros mismos más daño que provecho. Sí; entre vosotros, cristianos, mostraos
“católicos”, vivid vida católica. Tened
sobre todo el corazón católico, lo que se alcanzará seguramente, si permanecéis
todos bien unidos a vuestro Cristo, si vivís verdaderamente de vuestras
comuniones, si procuráis no dejar que vibre vuestro propio corazón más que con
los latidos del mío. Así lo lograréis procurando entrar siempre y cada vez más
y más en las intenciones de Aquél que Yo os he dado como Jefe Supremo sobre la
tierra… cuya misión es atraer a todos los pueblos a la unidad de la fe y reunirlos
a todos en la caridad de Jesucristo. Eso es lo que hace ahora en este mismo
acto presentándome a vosotros como Rey y pidiéndome en su paternal solicitud, a
todos y por todos, el acto que Yo mismo reclamo de vuestra fidelidad, de
vuestra fe, de vuestra confianza sin límites en mi Amor Misericordioso, de
vuestra perfecta caridad.
Este acto debe ser punto de
partida de una vida nueva más hondamente de Jesucristo y más católica.
Que
este acto sea para vosotros el punto de partida de una vida nueva más católica,
abrazando más y más los intereses de todos vuestros hermanos; que sirva para
haceros entender mejor las palabras del Padre
nuestro y haceros vivir de ellas… Que sea, en fin, como el faro luminoso de
vuestros días y vuestros años, de toda vuestra vida…; que sirva para que os
mantengáis todos más unidos, formando el “unum”
católico que Yo pedí para vosotros a mi Padre la víspera de mi muerte… Así
todos trabajaréis cada uno según sus medios y condición, para mi gloria y para
el triunfo de mi Iglesia… por vuestra fidelidad personal, vuestra caridad
fraterna, por vuestras oraciones y sacrificios a favor de vuestros hermanos,
por vuestra unión – en este hecho – a todas mis intenciones y por vuestras
súplicas para obtener la libertad de mi Iglesia, y con esto mismo mi Reinado, el Reino de Dios en el mundo
entero… asegurando la facilidad de la predicación del Evangelio.
Haced vibrar vuestras almas en
armonía con lo que se os ha dicho.
Al
hacer esta Consagración, procurad hacer vibrar vuestras almas con grandes
vibraciones de fe, de confianza y de caridad… de humildad, de contrición, de
agradecimiento… de misericordia, de abnegación… de fiel adhesión a mi Iglesia.
Sabed ante todo hacer por medio de ella un acto de conformidad con mi divina
voluntad, y por lo mismo un acto de obediencia y sumisión… un homenaje de
reparación por vosotros, por todos vuestros hermanos… un acto que os junte con
ellos en la unidad de la fe y en la unión de la caridad…
Hacérsela
leer a todos, a los que me conocen, a los que no me conocen o que me conocen
mal… a todos aquellos que no saben que es a
Mí a quien buscan y desean sin conocerme… Atraed gracias de luz y de fuerza
para aquellos que dudan… vacilan… luchando contra el espíritu del mal que les
seduce, les induce a errores y los ciega y hasta los paraliza para que no
puedan ir en busca de la verdad, al marchar en pos de ella y de todo bien.
Rogad
con la fe del Centurión y de la Cananea… y conseguiréis las mismas maravillas.
¡Oh
vosotros todos: los que sois discípulos míos! ¡Servidores míos! ¡Hijitos míos!
¡Amigos míos! Haced vibrar vuestras almas con las disposiciones que se os han
expresado en estas líneas, a fin de que no tengáis sino un solo corazón y una
voz sola para responder al llamamiento de mi Pontífice y proclamarme vuestro
Rey y Rey Universal… afirmando
vuestra resuelta voluntad de que así sea y vuestro deseo de verme reconocido
como tal por todos los hombres vuestros hermanos, de todos los pueblos y de
todas las sociedades.
Haced pasar antes vuestra Consagración por
el Corazón Inmaculado de María Mediadora del género humano, ya que tuvo
Ella tanta parte en la obra de vuestra Redención… dándoos al Salvador y
permaneciendo siempre en tan humilde unión con su Jesús. Ella misma presentará
al Señor vuestro homenaje e intercederá a favor de aquellos para quienes
vosotros imploráis la gracia y la luz. Y como Suplicante Omnipotente, alcanzará
que todos vuelvan a la fe… y el triunfo de mi Iglesia, por mi Reinado en la
unidad de la fe y la caridad.
P. M. SULAMITIS.
[1] Esta Consagración con que se cerró el Año Santo, deberá repetirse
siempre el último domingo de Octubre, en que se celebrará la nueva fiesta de Jesús Rey…