domingo, 12 de marzo de 2017

Mensaje del Amor Misericordioso: "Los estados extraordinarios en la vida espiritual".


1.- Escollo de los estados extraordinarios.

         Entre los escollos que se deben señalar a las almas, uno es el de los estados llamados “extraordinarios”, que puede ser tropiezo para los que atraviesan esas fases y para los que no se encuentran en ellas. Frecuentemente se da con tal escollo en la lectura de vidas de santos a quienes he favorecido especialmente, de suerte que lo que debiera ser un bien para muchos, resulta un obstáculo, y en vez de inclinar las almas al bien obrar, las entretiene con quimeras y las expone a ideas muy falsas sobre la virtud real y la devoción. Con frecuencia, sólo se le presenta la santidad bajo ese exterior especioso y las almas casi se sienten tentadas a desviar sus miradas y a borrar del catálogo de los santos a aquellos en los cuales no encuentran cosas extraordinarias… Con el fin de remediar este error he glorificado a mi Teresita y al presente haré circular una corriente de santidad muy sencilla.

2.- El constitutivo de la santidad del alma.

         Lo que constituye la santidad en el alma no es lo que hay de extraordinario en su vida, lo que la hace aparecer como un prodigio ante vuestra consideración; lo que constituye la santidad en el alma, es su unión conmigo, su grado de gracia santificante, su nivel en ese estado de gracia… la unión de su voluntad a la mía en la caridad.

3.- La vida extraordinaria en amor es sencillamente la vida cristiana vivida con mayor perfección.

         Hay dos formas de “vida extraordinaria” en la vida de mis santos: una exterior, la otra interior, que es la vida extraordinaria en amor, y ésta es la esencial. Pero no se vaya a imaginar que tal vida sea de distinto orden a la de cualquier vida cristiana: es sencillamente la vida cristiana, la vida de estado de gracia, la vida de estado de gracia vivida, de modo más pleno, más perfecto.

         Cuando más santa es el alma, más han de aparecer en ella los rasgos de la vida cristiana; sin lo cual su santidad, no sería santidad católica, sino santidad quimérica e ilusoria… De igual modo, los actos realizados por el alma santa no son otra cosa sino lo que se os pide a vosotros, pero practicado en circunstancias más difíciles y con mayor perfección. En primer término han de encontrarse las virtudes teologales. Si no las encontráis, temed no degenere en mal lo que aparenta ser un bien… En Mí no hay excesos, no hay sutilezas, sino la fe sencilla, la obediencia, el fiat, el cumplimiento de la voluntad divina, la disposición de “humilde sierva”, a imitación de María. Yo no estoy donde reside el orgullo…

         La santidad es el fruto sazonado que cosecho en mi Iglesia y os lo presento a todos a fin de que lo gustéis. No os entretengáis con la corteza, con tal o cual forma particular de santidad, para inclinaros a imitarla; sino de lo exterior pasad a lo interior del alma y de todo tomad lo mejor y más saludable; eso es lo que quiero encontrar en vosotros.

4.- Advertencia a los que escriben o leen vidas de santos.

         En los hechos de los santos que leéis o referís, atended a lo que sea práctico para vosotros y os enseñe lo que se debe hacer o evitar. Quiero que los que escriben la vida de los santos entiendan esto y no se dejen arrastrar por el deseo de hacer resaltar a su héroe. Tampoco han de relatar ciertos hechos defectuosos sin antes prevenir a los lectores, dejando entrever el hermoso trabajo de la gracia que Yo quisiera realizar. Sin eso, en vez de elevar a las almas poco ilustradas, pudiera servir de lazo al tentador para fomento del vicio, de la negligencia o la infidelidad… Lo indiferente en la práctica y que tan sólo es una mota sin importancia para mi gloria, no lo pongáis de manifiesto, para no autorizar con ello la imitación. ¡Se encuentra tanto mal por la imitación y por efecto de la loca imaginación!... Madres de familia, y vosotros los que dirigís a las almas: nunca será demasiado lo que examinéis las lecturas que tanto influyen en la formación moral. Todo se graba en la imaginación y queda allí como un germen. Por la lectura puede hacerse un bien inmenso, pero igualmente ¡con qué facilidad se comunica por su medio el veneno, el error!...

         Es preciso, ante todo, evitar los excesos; bajo pretexto de poner de relieve su apreciación personal o manera de ver las cosas, no se debe rechazar de plano la que buenamente pueda aceptarse e incline las almas al bien… No fustiguéis las ideas ajenas, porque sin daros cuenta se siembra en las almas un principio de división, que en semejante materia pudiera degenerar en envidia. Si hay que esclarecer alguna cosa, sea discretamente, sin pasión, con imparcialidad, respetando siempre mi acción, porque no a todos hago participantes de los mismos dones, sin que esto quiera decir que sean malos los que de ellos carecen. Quiero que entre vosotros haya armonía, buena inteligencia, contribuyendo cada cual con su raya de luz y su concurso de sacrificio y de acción; pero sin perjudicar al prójimo, sin pretender aplastarle, sin querer atraerlo todo a sí, como si lo propio fuera lo mejor: eso no sería proceder según mi Corazón.

         Si pretendéis hacer bien a las almas, sólo lo lograréis bajo la acción de mi Espíritu Santo; ese es el plano en que os debéis colocar. Cuanto más trabajéis en ser almas interiores y de recta intención, tanto más estaréis en lo cierto y trabajaréis conforme a mi voluntad, llegando a ser lazo de estrecha caridad para vuestros hermanos. Es necesario que cuando se cierre el libro de lectura, pueda el alma sentirse inclinada a proceder mejor, a ser más buena; que la inteligencia y el corazón hayan encontrado en Mí el descanso, basado en esta convicción: “Dios es lo único verdadero, lo único bueno; a Él solo se debe tender y fuera de Él no hay nada más que vanidad”. Todo vuestro bien consiste en querer y hacer mi voluntad.

         Cuidad de no atraer la voluntad de las almas hacia lo exterior, lo accesorio. Atraedlas siempre a lo verdadero, a lo sólido, a lo práctico, y eso con sencillez, sin afectación, sin aire de pretender hacerlo, como la madre instruye a su hijito. La obra realizada por el que alimenta las almas, es en verdad una función materna; esto es honroso, pero entraña grandísima responsabilidad, en lo cual poquísimos se fijan[1].

         Ayudaos mutuamente por la oración, sosteneos unos a otros; con eso haréis más fecunda la labor y el bien será más abundante, entraréis en participación con el bien realizado por el prójimo y, por lo tanto, se acrecentará el vuestro.

5.- Conducta que se ha de observar en los estados extraordinarios respecto de los hechos exteriores. – El sello de la obediencia.

         Así, pues, cuando hayáis de tratar de hechos exteriores que ocurren en las vías “extraordinarias”, indicadlos como cosa accidental, mostrando la función que desempeñan en mis designios. Advertid también que, aunque haya habido manifestación cierta de mi acción, si habla la obediencia y pide que se abstenga de obrar o se sacrifique el propio juicio, mi voluntad sobre el alma será que siempre se mantenga en la obediencia humilde a mi Iglesia y al que la dirige en nombre mío. Tal es mi ley fundamental. Y no penséis que ha de resultar ello perjuicio alguno, aun cuando la empresa fuere la más importante y más comprometida en apariencia; no olvidéis el Calvario. En vez de la acción que os proponíais llevar a cabo y que no habíais de querer sino en tanto cuanto fuere voluntad mía, dándoos medios de realizarla, ofrecedme su sacrificio, persuadidos de que Yo soy el soberano Dueño, y que si, en efecto, quiero lo que os había manifestado para mi gloria, nadie lo podrá impedir. Yo suscitaré medios de aquello mismo que parezca contrario, y como no tengo necesidad alguna de vosotros, ¿acaso no puedo servirme de otro cualquiera para la realización de mis obras? Sea vuestro gozo del todo santo, del todo puro; vuestra sumisión humilde, total, sin reticencias, sin rodeos.

         Nada temáis tanto como la rapiña, esto es, el tomar para vosotros lo que es mío, como la voluntad propia que puede infiltrarse y empañar aquello mismo que pensabais ofenderme. Habéis de ser como niños pequeños, libres de toda preocupación en este sentido. Y así seréis si con sinceridad buscáis tan sólo el agradarme y hacer lo que Yo quiero. Entonces podré pedir a mi gusto o aparentar no querer nada, lanzaros y después deteneros. Vuestro gozo ha de consistir en poderme decir siempre el fiat alegre y libérrimo que quiere cuanto Yo quiero. Eso es lo que me complace en las almas y hace que ellas se complazcan en Mí, independientemente de todo lo demás.

         Por el renunciamiento hago flexible al alma; porque la quiero como un guante, a fin de poder realizar en ella lo que deseo. ¡Dichosa el alma que comprende mis designios y no quiere hacer uso de su libertado sino para darme ocasión de hacer en ella y por ella lo que Yo quiero! ¡Mil veces dichosa el alma que, para glorificarme, no tiene otro deseo que el de ser como guante muy flexible para mi mano, el guante de Dios… El guante no quiere escribir ni hacer un movimiento propio, sino servir a Dios de la manera que Él quiere que le sirva. Quiere servir sin ser notado, sin que se piense en él, servir sin que se sepa para manifestar por fuera la voluntad divina, no viviendo ya él, por su propia voluntad separada de la de su Dios, sino viviendo la voluntad de su Dios en sí, correspondiendo con docilidad… Este es el bien supremo al cual aspira el ala: vivir en el UNO, sin dejar de ser como un niño pequeño, viviendo de la vida de su Todo…

* * *

         Oh María, que habéis vivido con tanta perfección esa vida, rogad por nosotros, para que jamás nos dejemos seducir o engañar por la voluntad propia, por el apego personal… Oh María, defendednos de nosotros mismos, enseñadnos a vivir a ejemplo vuestro una vida sencilla, una vida llena, en gran intensidad de amor, en la más íntima unión de nuestra voluntad con la de Dios.

         Defendednos igualmente, oh Madre bendita, de los artificios de Satanás, que algunas veces procura transformarse en ángel de luz para engañarnos con más facilidad e impedirnos después el creer lo verdadero. Más que nunca me uno a las enseñanzas de la Iglesia, quiero caminar por la segura senda del renunciamiento y de la humildad, no tendiendo sino a mi  Dios que es la verdad, no queriendo sino su voluntad, adhiriéndome, uniéndome a Él por la fe, la confianza y la caridad.

         Quien no busca más que la verdad, con humildad, quien no quiere sino Mi voluntad y permanece en la fe, la confianza y la caridad, bajo la tutela de la obediencia, ese no puede errar.

P. M. SULAMITIS.



[1] “Paran mientes” en el original.