Las intenciones de Jesús
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El renunciar uno a
sus intenciones para tomar las de Jesús, es procurar:
A Dios, mayor gloria y gozo,
A nosotros, más mérito y
seguridad,
A cada uno de los que quisiéramos encomendarle, mayor abundancia de gracias y bendiciones.
A primera vista, ciertas personas temen sacrificar sus intenciones
particulares, tomando las de Jesús. Ignoran que lejos de perder, ganarán mucho
en el cambio, pues:
1º Sus intenciones
particulares están comprendidas en las de Él, que contienen las de todos los
elegidos y todo el bien que pueda haber en la tierra.
Si las intenciones de
estas personas no estuvieran comprendidas en las de Jesús, es que no serían
buenas; pues por poco bien que en ellas haya, sea de orden natural o
espiritual, Jesús lo quiere. ¿No lo
prueba Él a cada instante, por el cuidado amoroso de su Providencia en los más
pequeños detalles de la vida?
Si la caída de un
cabello de nuestra cabeza, debe servir al bien de nuestra alma, y por lo tanto
a su gloria, Él la quiere; y esta
caída está en sus intenciones; puede ser objeto de su oración.
Así mismo, si tenemos
por intención el bien de nuestros padres, de nuestros amigos, ¿no los ama Jesús
mucho más que los podamos amar nosotros, y como se trata de su bien, no lo
desea Él mucho más aún que nosotros?
2º Además, al tomar
las intenciones de Jesús en lugar de nuestras intenciones personales, no sólo
conservamos éstas, sino que las entendemos –por decirlo así– hasta lo infinito,
las multiplicamos tanta veces como se multiplican en su simplicidad, las intenciones de Jesús; pues estando todas
comprendidas en su gloria, comprenden a cada una de las criaturas y todas las
necesidades de todas las criaturas, y todas las buenas intenciones de todas las
criaturas; de ahí proviene que esa es la
unión a Jesús y en Jesús, a todas las intenciones de los Santos que han
existido desde el principio del mundo; la unión a María, a los Ángeles, a todos
los Bienaventurados; pues Jesús abraza en sus intenciones todas las que Él ha
inspirado y son obra del Espíritu Santo; por consiguiente, todas las peticiones
que podamos hacer por el Padre Santo, los Sacerdotes, Religiosos, niños,
agonizantes, personas tentadas, o por obras emprendidas por su gloria, todo
está encerrado en sus propias intenciones.
Decir: por las intenciones de Jesús, es decir:
por todo lo que Jesús quiere y desea.
¿Quién no comprende que la ofrenda hecha a un bienhechor o a un amigo
no le sea más agradable, si la pone enteramente a su disposición, que si le
determina el uso que de ella debe hacer? – Así se demuestra más confianza y
desinterés y por eso resulta mayor gloria, más goce para la persona por quien
así se obra.
Si uno de nosotros,
teniendo a los suyos en la indigencia o experimentando cualquier deseo,
sacrificara todo, hasta la misma posibilidad de aliviar a los suyos, para hacer
una ofrenda a su amigo, no para que este amigo tuviera la satisfacción de socorrer
por sí mismo a los nuestros, o satisfacer el deseo de nuestro corazón, sino por
la única intención de agradarle, ¿creemos que este amigo, único objeto de
nuestra fineza, se dejaría vencer en generosidad y no empezaría tomando como
primera intención la que sacrificamos por él?
¿Y no hará lo mismo Jesús?
Mandar celebrar el santo sacrificio de la Misa, ofrecer a Jesús por
sus intenciones, es pues, como vemos, el motivo de amor más noble, más
universal que pueda haber.
Mas no nos
contentemos de obrar así; para practicar la caridad cristiana, pongamos
nuestros bienes en común y hagamos esta ofrenda, no sólo en nombre nuestro,
sino en nombre de todas las criaturas, de suerte que toda criatura, aún la que
no piense en ello, participe de este don – y que Jesús lo recibirá como si todas las criaturas lo hicieran por
sí mismas, pues se hace en nombre de ellas. – ¡Qué gloria y que gozo para Jesús y para el Padre, para el Amor Misericordioso de su Corazón, recibir
en este homenaje el de todos sus hijos! ¡Qué gozo para un padre, ver a sus
hijos en estas disposiciones!
* * *
Unión a las misas que se celebran actualmente en todo el mundo:
¡Oh Jesús, Sacerdote-Hostia, por María yo me ofrezco en Vos… tengo
hambre de Vos... me uno a Vos!...
¡Oh Padre Celestial!
Por el inmaculado Corazón de María, Os ofrezco a Jesús vuestro amado Hijo, y me
ofrezco a mí mismo en Él, con Él y por amor de Él, a todas sus intenciones y en
nombre de todas las criaturas.
P.M. SULAMITIS.