Para que nuestra
vida sea vida de amor deben ser todos nuestros días ¡días de amor!... todas nuestras horas ¡horas de amor!... todos
nuestros minutos ¡minutos de amor!... Santifiquemos, pues, por medio del amor, cada una de las horas de nuestros días; y
muy en particular la hora por la que pasamos cada día y que ha de ser, en uno
de ellos, la ultima de nuestra vida…
Para ello, tomemos la saludable costumbre,
Al sonar la hora
de abandonar al “Amor Misericordioso” la que termina y ofrecerle la que comienza, en unión
de esa misma hora de la vida “mortal” y “Eucarística” de Jesús… pidiéndole
la gracia de que toda ella sea hora de
Amor… y añadamos: ¡Dios mío, te ofrezco mi última hora, mi última mirada,
mi último suspiro, el ultimo latido de mi corazón, en unión
con los de mi buen Jesús, y los de todas las criaturas… según tus divinas
intenciones, como acto de puro amor, para
tu mayor gloria y gozo!”
Durante la hora
Apliquémonos a santificar el minuto del momento presente… después otro, luego
otro… ¡es tan fácil embellecer un
minuto!, dice San Francisco de Sales. – Procuremos, pues, no pensar en lo pasado, no preocuparnos por lo futuro, y en el
momento presente estar tan solo atentos a Dios
en nosotros. ¡Vivamos así vida de amor, y de “Amor Misericordioso” minuto
por minuto!... Así sea.
(Extracto de "Centellitas").