lunes, 23 de mayo de 2016

"El Amor Misericordioso" (tercera parte)

Una de las más grandes aspiraciones del Amor Misericordioso es la unión de todos sus hijos para constituir el reinado de la paz. Omne regnum in se divisum desolabitur; todo reino dividido en sí mismo será destruido, dijo Cristo en su Evangelio con lo que pregona la absoluta necesidad de la unión, para que pueda consistir su reino sobre la tierra; y como base de esta unión establece el Amor Misericordioso la Caridad, la Caridad que es el estigma esplendoroso de los hijos de Dios para ser reconocidos como tales Ya lo dijo el Maestro del amor: "En esto conocerán los hombres que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros." De este amor mutuo necesariamente nacerá la unión que nos pide el Amor Misericordioso.
“Lo que yo pido sobre todo—decía el Señor a la Sulamitis—es la unión; sed buenos, condescendientes unos con otros; no busquéis más que mi gloria y los medios más eficaces para procurarla, extendiendo así mi reinado de amor con más facilidad sobre las almas. Quiero que mis amigos comprendan bien su grande misión, que es, por medio de mi amor, el lazo de unión entre los cristianos como será mi Amor Misericordioso el lazo más eficaz para la unión entre las diferentes Familias Religiosas”.
Oigamos todavía con gran respeto la voz del Divino Maestro, puesto que se digna hablarnos:
"Lo que yo vivamente deseo es formar verdaderos amigos de mi Corazón... porque ninguna obra es agradable a mi Corazón si los miembros de ella no están íntimamente adheridos a él... Yo soy el Dios de la paz, el Dios de la Unión, y es preciso que mis amigos, y con más razón mis apóstoles, hagan todo cuanto les sea posible para establecer en todas partes la paz y la unión, reflejando la indulgencia, la paciencia, la condescendencia, la generosidad, la bondad bajo aquel divino lema, que es mi nuevo mandato: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado, para que con esa señal conozcan todos que sois mis discípulos; y el lazo que os una a todos sea siempre la caridad, ¡Caridad! ¡Caridad! No respiréis, ni aspiréis más que caridad. 
Me hizo ver —dice su sierva— que tenía necesidad de almas, especialmente consagradas a su amor, para satisfacer a este deber de la práctica de la caridad, no solamente por ellas, sino por las que no lo hacen; y explicando estos deseos del Señor, añade: quisiera pequeños grupos de almas escogidas, del todo consagradas a mi Corazón, dispuestas a hacerlo todo y sufrirlo todo por él y por las almas, almas de amor las llama él, almas que se inmolen en el fuego del más puro amor, quiere que esto se haga con interés, con gran celo por establecer el reino de la caridad”, continúa la confidente del Amor Misericordioso.
“Él me dice: hazme conocer, hazme amar... así quiero que se me honre, así quiero ser conocido, amado, imitado, ofrecido... publícalo por todas partes, dilo a mi sacerdote, que contribuya con todo su poder al cumplimiento de mis designios. ¡Mi sacerdote! Mis sacerdotes que tomen mi causa en sus manos; el Amor Misericordioso es un tesoro inmenso que yo pongo en sus manos, para la santificación de los justos y la conversión de los pecadores. Por el Amor Misericordioso moverán los corazones. ¡Quiero reinar en las almas! No se extrañen de los obstáculos que Satán presentará, como otras veces, él tratará de armar todas las criaturas en contra mía, pero no temas; esta doctrina es mi doctrina en el reinado de mi Amor Misericordioso que preparo ahora sobre la tierra.
“Mi espíritu trabaja actualmente en los espíritus y en los corazones, en las voluntades sobre este asunto, y los dispone para el cumplimiento de mis designios. Sí, por mi Amor Misericordioso quiero salvar al mundo; por mi Amor Misericordioso quiero reinar sobre el mundo.
“¡Oh!, que mi sacerdote no tema predicar mi doctrina, mi alegría es verla extendida por medio de mis amigos. Yo dije a mis apóstoles que fuesen a enseñar a todas las naciones y predicaran el Evangelio a toda criatura. Lo que dije entonces lo digo también ahora. Rogad para que Yo suscite sacerdotes que respondiendo a mi ferviente deseo, vayan por todas partes predicando el Evangelio del reino de Dios, y alumbrando en las almas la fe en mi amor, encendiendo una inmensa hoguera de caridad.
“¡Dichosos aquellos que Yo me digno asociar a mi gran obra! Serán dichosos en la hora de la muerte, y en la otra vida, todos los que de alguna manera hayan contribuido a la gloria y a la manifestación de mi Amor Misericordioso, pues ese Amor Misericordioso, por quien ellos habrán trabajado y sufrido, es precisamente quien les ha de juzgar.”
C. y C.
(De la revista “Acción Antoniana” de los Franciscanos de Valencia, octubre de 1932, número 141, con licencia eclesiástica).