domingo, 12 de junio de 2016

2ª Palabra: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Últimas palabras de Jesús en la Cruz
Palabras de Amor


2ª Palabra: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

            Después del principio fundamental del perdón de las injurias, Jesús nos enseña otra práctica de caridad exterior, que nada vale sin la caridad interior, pero vale mucho cuando va informada por ella: compartir los propios bienes con los pobres…

            Jesús comparte su gloria con el buen Ladrón. Todo el pasado lleno de ofensas, queda totalmente perdonado, completamente borrado en un instante. “Hoy mismo (le dice) estarás conmigo en el paraíso.” – ¡Hoy mismo! – ¡sin demora!

            –Así debemos nosotros compartir nuestros propios bienes con nuestros hermanos, que se hallan necesitados, cuando están dispuestos a recibirlos.

            Pero… ¡Cuánto egoísmo encontramos entre nosotros, aún entre los cristianos!... ¡llegándose algunas veces hasta a comerciar con las necesidades ajenas! – ¡Qué comedidos somos para permitir que los demás disfruten de nuestros bienes!... – queremos que con nosotros sean todos espléndidos, generosos, pero en cambio, siempre nos parece demasiado lo que damos nosotros a los demás.

            Cuando poseemos algún bien que estimamos… ¿nos sentimos llevados a participarlo con nuestro prójimo…? – ¿No nos dejamos llevar en muchos casos de cierto egoísmo y de una especie de mezquindad de corazón como si la alegría o la satisfacción, que pudiéramos procurar a los demás, fuese a menguar la nuestra…?

            Debemos procurar siempre que la caridad evangélica dirija todas nuestras acciones, porque Jesús nos la enseñó para que aprendamos con su ejemplo…, para enseñarnos que, lejos de mirar con desprecio, o rechazar y alejar de nosotros al culpable, debemos atenderle; temiendo condenar o juzgar a aquel que tal vez esté justificado delante de Jesús, y tal vez merezca oír estas palabras: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

            –¿Qué hizo el buen ladrón para merecer semejante seguridad de eterna salvación?: 1º Una protesta de fe. – 2º Un acto de humildad, de sumisión. – 3º Una confesión, reconociendo la santidad de Jesús; y 4º Un acto de confianza ilimitada en el poder de su realeza divina.

            1º – Una protestación de fe: “¿No temes a Dios tampoco tú, que estás condenado al mismo suplicio?” ¿No era esto afirmar, por una parte, que Dios era el dueño soberano, a quien se debe temer; y, por otra, reconocer claramente la divinidad del Crucificado, que sufría en el Calvario el mismo suplicio que ellos?

            2º – Un acto de profunda humildad y sumisión: “En cuanto a nosotros, añadió, justamente padecemos, pues recibimos lo que nuestros crímenes han merecido”. Admirable y sincera confesión, que nos descubre hasta que punto su alma había vuelto al orden, entrando en ella la luz de la verdad, conociendo al propio tiempo el juicio equitativo y justísimo de la Sabiduría infinita.

            3º – Una confesión manifiesta de la santidad de Jesús: “Él, ningún mal ha hecho”; palabra sencilla, pero terminante y digna de todo elogio en su concisión… Él ningún mal ha hecho… Él no ha hecho nada mal – luego lo hizo todo bien… –; – luego es condenado siendo inocente… ¡Así atestiguaba, ante el cielo y la tierra, la injusticia de la muerte ignominiosa del Salvador del mundo…!

            ¡Uno sólo toma la defensa pública del Rey de Amor, y ese es… un ladrón…!

            – ¿No fue también una maravilla del Amor Misericordioso, escoger para heraldo y como proclamador de su inocencia y de la verdad, para abogado suyo… a un ladrón, sobre el patíbulo –esto es, ¡a la hez de la sociedad!... –, a aquel que había incurrido legítimamente en el menosprecio universal, por sus desórdenes y hazañas vituperables?...

            Si nosotros tuviéramos que rehabilitarnos de alguna deshonra, querríamos que nos defendiesen los abogados más notables; buscaríamos protectores de valimiento, personas de influencia y autoridad, y tendríamos a menos la defensa, el parecer y las alabanzas de aquellos que fuesen inferiores a nosotros… o las de aquellos que, cubiertos de nuestro mismo oprobio, casi nos avergonzarían al defendernos, ante el temor que nos alcanzase su infamia ¡Y Él…!

            ¡Oh, humildad de Jesús!, ¡cómo nos confundes! – Esta escena conmovedora del Calvario, nos descubre una nueva fase de su Amor Misericordioso; no solamente perdona, sino que acepta la defensa, la alabanza y la gloria de boca del último de los hombres, del más vil y miserable…

            4º – Finalmente un acto de confianza en el poder de la Divina Realeza de Jesús: Ha confesado que Jesús era el Dios Soberano, condenado a su mismo suplicio –ha confesado la justicia de su propio castigo como ladrón, y, por el contrario, la inocencia de Jesús–; y añade todavía: “¡Señor! ¡Señor! Rey de Amor y de Misericordia… ¡Acuérdate de mí…!”

            Luego, todo no ha terminado para él, ni para Jesús, después de la muerte próxima a llegar ya, dentro de breves instantes – “¡Acuérdate de mí…!” y… ¿Cuándo…? “Cuando hayas llegado a tu Reino”.

            Cree en un reino a donde va Jesús –más allá de la muerte–, y cree que él también lo alcanzará–, cree que en ese reino, Jesús será omnipotente, porque de por sí, es Rey; “en vuestro Reino…” dice.

            ¡Oh, buen ladrón!, ¡qué dichosa predestinación la tuya!, ¡cuánto más vale ser ladrón penitente y confesor, que ángel rebelde y sublevado; – o escriba que sentencie inicuamente!

            ¡Qué consuelo se siente! ¡Oh, Rey de misericordia! Al ver que no rechazáis a un hombre, por abyecto y vil que sea… con tal de que se arrepienta y confiese la verdad…, – con tal que venga a Vos con confianza…, no será rechazado. ¡Qué magnífica palabra y qué claramente demostráis que no os dejáis vencer en generosidad!

            –“En verdad, te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso.” –El que aquella mañana era un ladrón, antes que la noche llega a santo… a escogido, cuyo puesto queda ya asegurado para siempre, en aquel mismo día, por la palabra de la eterna Verdad, en el Reino de la Divina Caridad.

            – ¿Quién podrá, pues, desesperar de su salvación ante semejante prodigio del Amor Misericordioso?... ¿Qué personajes del Antiguo Testamento, ni de la Nueva Ley, ha recibido jamás tal promesa pública solemne, auténtica e incontestable de su salvación y de su felicidad?; ¡Hoy estarás conmigo en el Paraíso!...

            Pero ¡cuán necesario es llevar una vida de fe, de sumisión, de confianza en el Amor Misericordioso del Corazón de Jesús, y que gloria constituirá para Él ese bienaventurado ladrón hasta el fin de los tiempos y por toda la eternidad!

            ¡Oh, mi adorable Salvador! Si no puedo aspirar a ser uno de esos seres inocentes o angélicos, quiero (puesto que con vuestra gracia lo puedo) llegar a ser vuestra gloria sobre mi cruz de pecador arrepentido, – yo puedo convertirme en confesor y apóstol por mis ejemplos y por lo que Vos dignéis operar en mi alma.

            ¡Oh, Señor, acordaos de mí en vuestro Reino!

(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).

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     San Dimas, el buen Ladrón, el dichoso redimido del Corazón de Jesús. Protector de las almas misericordiosas. Fiesta: 25 de Abril, y cada Viernes Santo. 

     ORACIÓN. - Buen Ladrón, trofeo de la gracia del Corazón de Jesús, que oíste de su adorable boca este dulcísimo perdón: Hoy estarás conmigo en el Paraíso, ruega por nosotros. Pater, Ave y Gloria.

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     "Los pecadores hallarán en mi Corazón el manantial y el océano infinito de la misericordia. Los más miserables serán los mejor escogidos".

Nuestro Señor a Santa Margarita María de Alacoque.