Su ocupación constante es ¡amar!...
Pero, ¿qué es amar?... Amar es unirse…
¿Y a quién Ama?... A sí mismo, a su propia Divinidad: a su Santa Humanidad.
¿Y a quién Ama?... A sí mismo, a su propia Divinidad: a su Santa Humanidad.
Ama todo lo que es suyo, a todas sus obras, –y a las primeras de ellas
que son: el Ángel– y el hombre, sus criaturas, y a esta última ama tanto, que
se hizo semejante a ella para volver a conformarla con Él.
La ama con tal exceso, que ha muerto por hacerla partícipe de su vida.
La ama con tal exceso, que ha muerto por hacerla partícipe de su vida.
La ama tanto, que se ha hecho Hostia pequeñita, para inocular en ella
su Vida…
La ama tanto, que hasta le comunicó su propio espíritu, para que viva
su misma Vida.
¡Oh! ¡Quién podrá nunca comprender los castos y divinos abrazos de Jesús, cuando viene a nuestra alma en la Sagrada Comunión, y los que también nos da a cada instante, no menos inefables, por medio de las inspiraciones de su divina gracia!
Nos ama… Se entrega… Se derrama en nosotros, que estamos tan bajos.
Ama a su Padre; y para darse, se ofrece… Se ofrece sin cesar… Su vida es un don recíproco de Él a su Padre y de su Padre a Él.
Se ofrece y nos ofrece a nosotros, porque nos ha fundido en Él. Así es el Amor de Jesús… ¡su Amor es dádiva!
El Amor es el que produce en Jesús este doble movimiento de unión: unión con nosotros, –unión con su Padre– unión (en Él) de nosotros con su padre.
El Rey de Amor, goza
descansando en nuestro interior en un perpetuo y doble movimiento de unión, que
desea continuamente comunicarnos.
Es su actuación como Rey,
– su gobierno, – su ley.
El Rey de Amor (tan
justamente llamado así), es todo celo y actividad por la gloria del Padre y del
Espíritu Santo, por la gloria también de su Santísima Humanidad. Arde en deseos
de comunicar su fuego, su vida, a sus amados súbditos y lo hace según la medida
de su fidelidad, y las buenas disposiciones que tiene para recibirlos.
Este Rey de Amor,
todo bondad, vive en el interior de ese pobre y miserable reino para colmarle
de beneficios, para prodigarle su Amor Misericordioso.
Allí está como médico
que sana todas las enfermedades. Se da en alimento a las almas; y de su propia
sangre, hace el bálsamo, para ungir y cicatrizar todas sus heridas. Es el
remedio de todos los males, el consolador de todos los afligidos, la fortaleza
de los débiles, la riqueza de los pobres, la luz de los ciegos, el amigo de los
desamparados, el defensor de los oprimidos, el rescate de los cautivos, la
salvación de los pecadores.
Todo esto es el Amor
Misericordioso… Ningún Rey ha sido ni será jamás comparable con Él; nadie es
tan bueno como Él.
Pero este Rey tan
amable, este Rey tan bondadoso, tiene a su vez anhelos y sufrimientos propios;
el Amor tiene sed de amor, Jesús quiere ser Amado.
¡Amar y ser amado; es
la vida de nuestro Rey de Amor!
¡Y no le amaremos
también nosotros?
¿No aspiraremos a esa
unión con todas nuestras fuerzas,
puesto que lo declaramos nuestro Rey?
Hemos visto ayer, que
esto constituía su mayor goce; no nos contentemos con una unión cualquiera; que
ésta, por el contrario, sea objeto de nuestra vida de amor, una unión íntima y
estrecha… que todos nuestros pensamientos, palabras, acciones y sufrimientos,
sean no solamente de unión, sino medio al mismo tiempo para estrechar la unión.
De este modo se
fortalecerá sin cesar en nosotros, la vida divina… y el Rey de Amor gozará del
fruto de sus trabajos y de sus larguezas.
Pero somos tan
frágiles, tan corrompidos en el fondo, por el pecado original y nuestros
pecados actuales, – ¡hay en nuestra existencia tantos vacíos, tantos quebrantos!
El Rey de Amor es el
reparador de faltas, como es el santificador de las obras. Tiene pasión por
perdonar y su mayor goce es actuar como Salvador.
Siente especial
predilección por los más pobres, los más humildes; los que tienen mayor
necesidad de Él; por aquellos a quienes mayor bien puede hacer…
Pero este amor, pide en correspondencia, una ilimitada confianza, proporcionada, no a nuestro propio corazón, egoísta y reducido; sino a la liberalidad infinita del Amor Misericordioso, que da y se derrama sin medida; y con efusión sobre los más desvalidos, comunicándoles a ellos también la pasión de amar, con el mismo amor que somos amados, aspirando incesantemente este amor del Corazón mismo de nuestro Rey… ¡Corazón Divino!... ¡Horno de Amor!... ¡fuego devorador! que sólo puede saciarse encontrando combustible que lo alimente.
¡Oh, Rey de Amor! ¡Yo
os traigo este alimento, ese combustible,
en mi pobre alma! ¡Prended en ella un incendio, consumidla!
¡Os amo, con vuestro
propio Amor! Y no solamente por mí, sino por el mundo entero.
¡Oh, Jesús! Vos que
por vuestro Divino Espíritu podéis crear y renovar todas las cosas, formaos
numerosas almas de Amor, que compongan la corte de vuestro Sagrado Corazón.
¡Oh, Rey de Amor! No
dais más que Amor y no pedís sino Amor: ¿Queréis Amor?... Nosotros os lo
prodigaremos; y para que sea digno de Vos, sumergiremos nuestros propios
corazones en el vuestro y os lo ofreceremos en vuestro propio Corazón, abismo
de Amor, y hogar ardiente de la Divina Caridad.
¡Oh, Rey de Amor! Me entrego a vos como pasto de ese fuego. Haced que yo sea vuestra gloriosa conquista; y multiplicad esas conquistas, ¡oh Rey de Amor!
(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).