lunes, 13 de junio de 2016

3ª Palabra: “¡He aquí a tu hijo… He ahí a tu Madre!”

Últimas palabras de Jesús en la Cruz
Palabras de Amor

3ª Palabra: “¡He aquí a tu hijo… He ahí a tu Madre!”

Jesús no solamente nos da participación en su Reino, sino que llega hasta a darnos también lo que más ama en el mundo: ¡su Madre, su santa Madre! Nos la da… y nos da a Ella… como para reemplazarle… Y aún sentimos nosotros a veces envidia de nuestros hermanos… como si temiésemos que el afecto o las distinciones que reciben de Dios o de los hombres vayan a disminuir el que se nos debe.

¡Oh, cuán bello, noble, desinteresado, puro y grande es el amor de Jesús! Ese Amor que se olvida de si mismo, para consolar, para hacer bien, para aliviar, fortalecer y proveer las necesidades ajenas, sin acordarse para nada de sus propios sufrimientos. ¡Qué hermoso modelo tenemos en Él!

Junto a la Cruz de Jesús permanecía su bendita Madre y la hermana de su Madre, María, mujer de Cleofás, con María Magdalena. – Jesús, al ver a su Madre, y cerca de Ella al Discípulo Amado, le dice: “Mujer, he ahí a tu Hijo”.

            Sumergida en el dolor, impotente para aliviar a Jesús, pero íntimamente unida al alma de su Hijo, María está allí, adherida a la voluntad del Eterno Padre, ofreciendo su amantísimo Hijo y ofreciéndose Ella misma en Él, con Él y por Él por todas sus intenciones y en nombre de todas las criaturas.

            Estaba allí María, Virgen-Sacerdotal, Virgen-Hostia… Sacerdote-Hostia…; porque, en efecto, ¿qué es lo que constituye, no el carácter esencial, sino el carácter espiritual del Sacerdote?... Indudablemente la oblación del sacrificio: no de un sacrificio cualquiera, sino del sacrificio ofrecido al mismo Dios: sacrificio de oración, de reparación, de acción de gracias y de impetración, en nombre de la humanidad entera…

            Todos los sacrificios de la antigua Ley no eran más que figura de la Nueva Alianza, sellada en el Calvario con la Sangre del Cordero inmolado por la Salvación, por amor nuestro…

Tanto es así, que podemos clasificar a los Sacerdotes en tres órdenes:

            Los de la Ley Antigua, que habían recibido el carácter sacerdotal y ofrecían lo que era símbolo o figura; los Sacerdotes de la Nueva Ley, Sacerdotes de Jesús, que son consagrados por el Sacerdocio del Orden, para ofrecer el Divino Sacrificio y ejercer las funciones del ministerio sagrado, distribuyendo los Sacramentos, haciendo practicar la Ley Divina, y enseñando a las gentes: y finalmente, las almas Sacerdotes, que no teniendo el altísimo honor de haber recibido el carácter sacerdotal, han recibido, sin embargo, su espíritu, de una manera tan admirable, que la vida de esas almas es una perpetua ofrenda de Cristo y de sí mismas en Él, -como María–.

La vida de Cristo ha sido una perpetua inmolación, una perpetua vida de Hostia (Víctima), así lo es también la de María; sacrificio incesante, inmolación perpetua… – Viendo al Rey de Amor pendiente de la Cruz, víctima de los más excesivos tormentos, cubierto de oprobios, se produce en esas almas una transformación en todo su ser; sienten ellas también vivas ansias de sufrir; consideran la humillación como una gracia de la que no son dignas; llegan a estimar lo que el mundo desprecia, y menosprecian lo que él estima, cifrando su gloria en participar de los dolores, repulsas y desprecios de su Rey de Amor Crucificado.
            –El amor le ha obligado a hacerse Hostia, – y allí está como verdadera Hostia de propiciación…

            “No habéis querido Hostia ni holocausto: y Yo he dicho: Heme aquí, Padre mío, dispuesto a cumplir tu voluntad”. (Heb. X, 5-7).

Y la voluntad del Padre le ha conducido al Calvario, y ha sido inmolado cual Cordero inocente.

            Ese mismo Amor hizo a María Virgen-Hostia toda su vida, singularmente en el Calvario; ¡Virgen sacrificada, inmolada a los deseos y a las disposiciones del Eterno Padre! Inmolada a toda vida propia, Virgen anonadada… que vivía, según San Pablo (o más bien San Pablo vivió como María) “no ya Ella, sino Jesús en Ella”, por su Espíritu de Amor y su vida divina.

            Esa vida de Hostia o víctima, esencial a Jesús-Eucaristía, es también por imitación, por participación y por sobrenatural realidad, la vida de ciertas almas, que reproducen en sí mismas, de un modo particular, la vida de María; como María reproducía la de Jesús: Hostia desde su Encarnación hasta su consumación en el Calvario, y que perpetúa su estado bajo los velos eucarísticos, donde viene a tomar el nombre de Hostia Santa.

            Si María es víctima con Jesús, como Jesús, por Jesús, en unión de Jesús y en Jesús… también es la Virgen Sacerdote según ya hemos visto. – Su vida es todo humildad, todo amor… y la expresión de esta humildad, de este amor, es la ofrenda. Quisiera dar a su Dios, todo lo que se merece… y en su impotencia, toma en sus manos el “Don Divino”, (que es su propio Hijo) el Don de Dios, y lo ofrece al Padre…

            –Aprendamos, pues, de Ella, a decir nosotros también: “Padre Santo, os ofrezco a Jesús, vuestro Hijo muy Amado”… (Ofrezcámosle por medio del Corazón de su Inmaculada Madre).

            “Y me ofrezco yo a mí mismo”. Sí, os ofrezco todo lo que yo soy, lo que tengo – todo lo que me habéis dado, yo os lo presento como homenaje de amor–, pero como no soy más que polvo y miseria y todo cuanto hay en mi está corrompido…

“Yo me ofrezco a mí mismo en Él”… perdido como un átomo en Él, como una gotita de agua amarga en un océano infinito de dulzura…; “con Él”…, esto es, unido a Él…; y “por Él”… que es el camino… puesto que nadie puede ir al Padre ni ser recibido del Padre sino por Él…

            “A todas sus intenciones”… porque la Santísima Virgen, Sacerdote–Hostia, no tiene otras intenciones que las de su Hijo, –pero todas las intenciones de Jesús son suyas–, y todas las intenciones que Ella puede tener, están comprendidas en las de Jesús y ocupan en Ella el mismo lugar que en el de su Rey Jesús.

            Por tanto, sea cual sea la intención que se presente a la Santísima Virgen, la toma Ella como suya, si es intención de Jesús. ¿Se trata, por ejemplo, de pedir por el Soberano Pontífice?... –  ¿No ocupa el primer lugar en las intenciones de Jesús? – Se trata de los Sacerdotes… De la Iglesia… ¡Son esos sus intereses más preciados!...

            – ¿Se trata de implorar el aumento del número de Santos, de almas de Amor? – ¡Jesús ha venido a encender fuego sobre la tierra!... ¿De los pecadores…? ¿De los agonizantes?... ¡Murió para salvarlos!

            – ¿De las almas del purgatorio?... Se acelera por hacerlas entrar cuanto antes en la beatitud eterna.

            ¿De los niños?... ¡Si son sus preferidos!

            ¿De las almas tentadas?... ¡Vela por ellas con celoso esmero!

            Está deseando escuchar y conceder lo que se le pide, pero quiere que se le ruegue, – que cooperemos para asociar sus criaturas a sus obras para hacerlas contribuir a su gloria.

            ¿No es ésta una manifestación más del exceso de su Amor Misericordioso?
            El alma que participa o que desea participar de las disposiciones de Jesús (como es obligación en todo cristiano), ha de alejar de sí todo sentimiento egoísta, practicando sus actos y plegarias en unión de sus hermanos, en nombre de todas las criaturas, como Jesús…

            Ese es el verdadero espíritu cristiano, católico, universal.

            ¡Qué grande y sublime es la plegaria así practicada!... ¡pero somos tan frágiles, pequeños y miserables!

            Todo es cierto… Pero Jesús nos ha dado una Madre. Le ha dicho a María, mostrándole a San Juan, su Discípulo Amado: “He aquí a tu Hijo”, – y al Discípulo, señalándole a María: “He ahí a tu Madre”… y en Juan, no nombró sólo a Juan, ¡nos nombró a todos!

            Aprendamos de ahí con que filial amor y confianza debemos recurrir a esta dulce Madre, que Jesús nos dio, y a la que hemos sido entregados por Él como hijos.

            ¡Si pudiéramos comprender hasta qué punto se siente obligada María, con esta sagrada palabra!... En ella ve la voluntad expresa de su Hijo, y de su Dios. Voluntad a su vez, también del Padre, puesto que Jesús nos dice, no hace más que lo que dice y hace su Padre… Y ¡qué bien cumple María, la voluntad del Padre!... ¡Con qué seguridad podemos decir, pues, realmente: “María es mi Madre”, –no solamente porque la bondad de su Corazón la incline hacia nosotros, sino por obligación de su propia condición de Madre, que Jesús le concedió: –¡Qué podré, pues, temer, siendo la Santísima Virgen tan sabia, poderosa y buena!... “Mater Misericordiae” – ¿Qué no hará una Madre por su hijo? – ¡Es un amor de tanta abnegación, que sobrepuja a todo amor, a toda abnegación!...

            –María nunca falta a sus deberes de Madre; en cambio, yo… ¡cuánto y cuán frecuentemente falto a mis deberes de hijo!

            Me la dio por Madre Jesús, con su Corazón amante, llevado de su Amor Misericordioso. ¡Cuánto no deberé amarla… siendo, como es, la mejor de las Madres, la misma que tuvo Jesús!... ¡Oh, Jesús, enseñadme a mirar verdaderamente a María como mi Madre!

            ¡Oh, María! ¿Qué contraste entre Jesús y este miserable hijo vuestro!... Vuestro primer Hijo fue el santo Niño, ¡yo soy el hijo miserable! – Pero Vos y yo ¡amada Madre mía!, somos ya para siempre uno del otro por el legado del Corazón de Jesús, en su última hora. – Y ¡qué inviolable y sagrado es este testamento de los últimos instantes! ¡Fruto de un amor que a ambos abrasaba, y recibido en una herida que a los dos hería!...

            Si un hermano, un amigo, antes de morir me hubiese entregado a su madre por madre, y me hubiese dicho: “Se tú ahora su hijo… súpleme junto a ella…” lo consideraría yo como un deber, como una promesa sagrada… y, sin embargo, aun no he sabido apreciar esas mismas palabras de Jesús moribundo, entregándome a su propia Madre como hijo ¡y dándomela a mí por Madre!...

            ¡Con qué ligereza lo he considerado!

            ¡Oh, María! Vos no habéis cesado de ser siempre mi bondadosa Madre. ¡Sea yo ahora vuestra verdadera hija, y enseñadme a ser como Vos, según los deseos de Jesús, oh, mi buena Madre!


            ¡María, Madre del Rey de Amor, y Madre mía, hacedme verdadera hija vuestra!

(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica.