“Sois mis amigos si
hacéis lo que os mando… Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no es
sabedor de lo que hace su amor: os he llamado amigos, porque os he hecho saber
cuántas cosas oí de mi Padre”. (Discurso,
o Sermón de la Cena. – San Juan, XV, 15).
En estas palabras seguimos recibiendo las divinas confidencias de
Jesús.
En ellas es más explícito, más abierto, más confiado que nunca con sus
Apóstoles. Hasta aquí los había tratado como siervos: pero en este día les da
el dulce nombre de amigos… ¡Amigos de Jesús!... Y Él mismo les indica la
diferencia que hay entre siervos y amigos… ¿No nos trata también como amigos a
nosotros, habiendo recibido anteriormente, por los santos libros y por sus escogidos,
las Confidencias más íntimas de su Corazón?... ¿Qué alma ignorará las acciones
y palabras de Jesús teniendo entre las manos el Evangelio y con él todas las
manifestaciones de los afectos, pensamientos y disposiciones de su Divino
Corazón?...
– ¡Qué bien se llega a conocer el Corazón de Jesús cuando se le
estudia en el Evangelio!...
Se adquiere el conocimiento de personas que no hemos tratado nunca,
leyendo su vida o estudiando sus pensamientos, palabras y obras. ¿Cómo, pues,
prestamos tan poco interés, por conocer el espíritu de Jesús… de su Corazón
Divino?
Nos contentamos con saber que tiene un Corazón, exponemos su Imagen en
nuestras casas, la llevamos colgada sobre el pecho y hasta enviamos sus
imágenes a los demás. Pero… ¡qué poca cosa nos parecería todo eso, si le
amáramos de veras!
Fijémonos en lo que nos ocurre con nuestros íntimos amigos; ¡con qué
afán tratamos de conocer hasta los más pequeños detalles de su vida!... y
cuando están ausentes, ¡cuánto nos gusta que nos hablen de ellos y cómo se graban
en nuestro corazón hasta sus menores palabras!... ¡Qué deseo sentimos de
conformarnos a sus gustos e inclinaciones!... ¡Con qué placer guardamos sus
secretos si nos los confiaron! No quisiéramos olvidar ni una sola letra de
cuanto nos dijeron, y frecuentemente lo recordamos con sus amigos.
¡El Santo Evangelio pudiera muy bien denominarse el Espíritu o el
Corazón de Jesús!... ¡Con qué amoroso respeto debiéramos mirar este sagrado
Libro!... ¡Con qué afecto besarlo!; y ¡leerlo de rodillas! ¡Cómo debiéramos
nutrirnos con cada una de sus líneas… verdadero maná celestial que debía ser
nuestro alimento, como lo era para Jesús la lectura de la Ley y los Profetas,
donde veía la Voluntad del Padre!
Tratemos desde ahora de penetrar más y más en el conocimiento verdadero
de nuestro Divino y adorable… Amigo Jesús, tan bueno para nosotros, que nos ha
dado su Espíritu.
Si uno de nuestros seres más queridos, a la hora de su muerte, hubiera
podido dejarnos su espíritu y su corazón al separarse de nosotros… ¡con qué
amor y con qué gozo viviríamos tratando de conservarlo! ¡Con cuánto respeto
guardó Eliseo el manto de Elías! ¡Con qué veneración se honran las reliquias de
los Santos, sus huesos, sus cuerpos inanimados y hasta sus vestidos! ¡Oh, si
nos dieran sus almas para animar nuestras vidas! – Jesús así lo ha hecho… El
Espíritu del Amigo Divino mora y permanece en nosotros, denominándole Jesús “El Amor”, porque el Espíritu de Jesús
no es otra cosa que Amor. ¿No es de
éste el nombre que se da al Espíritu Santo?
El Espíritu del Rey de Amor está en mí. ¿Puede haber en el mundo nada
más grande? ¿Puedo recibir un privilegio más excelente? Pero lo esencial es que
yo sepa sacar fruto de este don sagrado, oculto realmente hasta hoy en mi pobre
humanidad.
¡Por su divino Espíritu está Jesús tan cerca de mí!
– ¡Le tengo además bien próximo, viviendo real y verdaderamente en la
sagrada Hostia, donde quiera que se encierra su divino Sacramento! – ¡Oh,
Jesús! Y ¿esta pobre miseria es la que recibe tal merced?... ¿de dónde me viene
a mí semejante don? – “No sois vosotros
los que me habéis escogido a mí, dice Jesús… soy yo el que os ha escogido”…
¡Qué amor de predilección!
¡Oh! ¡Con qué divino amor me ama Jesús al entregarme su amor!... ¡ha
hecho de mi corazón un rinconcito del Cielo, convirtiéndolo en su propio Reino!
¿Qué deberé yo hacer para llegar verdaderamente a serlo y responder a su
Amor?... Al decirme Jesús que es nuestro Amigo, nos dice también cómo podremos
nosotros serlo suyos, porque la amistad debe ser recíproca.
Se muestra nuestro Amigo tanto más cuanto más nos comunica su luz y
conocimiento de la voluntad del Padre; y nosotros lo somos tanto más suyos,
cuanto mejor aprovechamos este conocimiento, recibiéndole con sencillez y
pureza de corazón, abriendo y disponiendo nuestro corazón para mejor recibirlo,
adhiriéndonos a Él y conformando con Él nuestra vida.
Vivir en Dios es conocerle y amarle: la expresión del Amor de Dios en
el Cielo se hará por medio del conocimiento que de Sí mismo nos dé. Por este
conocimiento se unirá a nosotros, iluminando nuestro espíritu, abrasando
nuestro corazón, atrayendo nuestra voluntad como un imán sagrado. Y por eso la
medida de su Amor hacia nosotros será la del grado de conocimiento que nos
comunique.
La expresión de nuestro Amor hacia Él será la adhesión a este
conocimiento y dará la medida del amor que le tengamos, la fuerza y la
intensidad con que nos unamos a Él y en Él nos perdamos para vivir de su vida.
Aun aquí abajo vemos que cuando queremos que un cuerpo cualquiera se
impregne de la sustancia de otro (por ejemplo, un lienzo con bálsamo) tanto más
impregnado quedará, cuanto más fuerte y estrechamente los unamos. Y la
proporción sería menor, si el contacto fuese más ligero.
Comprendemos mejor una verdad, cuanta mayor atención le prestamos; y
cuando nos hemos penetrado íntimamente de algo, lo retenemos mucho mejor.
Así también, se ama y se desea tanto más un bien, cuanto más se
conocen y se saben apreciar las excelencias del bien amado.
Así, pues, la medida del conocimiento de Sí mismo que Dios nos conceda
(es decir, la medida de su amor hacia nosotros), será la medida de nuestro amor
hacia Él.
Cuanto más le conozcamos, más le amaremos; y cuanto más le amemos, más
todavía deseáramos conocerle… y más amorosamente le contemplaremos.
Pero, ¿qué vemos actualmente (al menos con los ojos de la fe) en el
Corazón de Jesús?...; (porque su corazón es el que atrae nuestras miradas, y su
Corazón es todo Él). – Vemos en Él un amor infinito del Padre y de cuanto ama
el Padre; por tanto le vemos amar como el Padre a todas las criaturas del
Padre, particularmente a aquellas que le ha dado el Padre. – Le vemos con
aquella misma inclinación que tuvo en la tierra hacia todos los pequeños, los
pobres, los indigentes. – Y también vemos que el Padre quiere que nosotros
amemos de la misma manera, siendo como reflectores divinos, que devolvamos a
nuestro amado prójimo cuanto del divino Amor recibamos.
Este deseo del Corazón de Jesús está expreso en su amoroso
mandamiento: “Amaos unos a otros como Yo
os he amado”. – “Seréis mis amigos si hacéis lo que os mando; si así lo
hacéis”. – “Y os reconoceré por mis amigos según la medida en que lo hagáis”. –
¡Fácil es comprender la pasión que se despierta entonces en el alma por los
pobres, los miserables, los pecadores; por cuantos afligen y ofenden a Jesús!
Con estas disposiciones el alma comprende que se asemeja más a Él.
¡Siente entonces como Jesús la misma necesidad de prodigarse, de
rodear de atenciones y delicadezas a todos! De perdonar y de hacer el bien por
todas partes, – ¿podría ser de otro modo? “El
Amor hace semejantes a los amigos”. (Santa Margarita María). Cuando no
encuentra esa semejanza, la produce. – ¡Oh, Jesús que tanto me habéis amado!
¡Quiero contarme entre vuestros amigos, amar a cuantos ama vuestro Corazón, y
amarlos como Él los ama; y con el amor con que a mí me ama! – ¡Amor
Misericordioso! – Amor que abraza todas las miserias y nada omite para
entregárselas al Padre… Amor Misericordioso, que brota en el alma por el deseo
y la voluntad de parecerse a Jesús, y por el deseo y la voluntad de agradar más
y más al Rey de Amor…
El amigo de Jesús, es manso y humilde como Jesús; tiene un corazón de
padre, de madre, de hermano, de amigo, para todos los que sufren y recurren a
Él. – Cuanto más en falta se esté con Él, con tanta mayor confianza puede
buscarse su ayuda. – El verdadero amigo de Jesús como nuestro divino Salvador,
es el sostén de los débiles, los consuela y anima con el espíritu que mora en
Él y que le alienta y le posee. Es amigo de los pecadores, no para alentarlos
en el vicio, sino para sacarlos del precipicio. El que ha delinquido, el que se
ve caído, aquel que tiene el corazón herido, necesita otro corazón que le
compadezca y le comprenda; que por su misma miseria, le ame; que reanime su
confianza y le hable de esperanza, ¡del Misericordioso Amor de nuestro
Salvador!...
Hay obras admirables para el alivio de las enfermedades corporales,
Sociedades de Socorros Mutuos, etc. Y como decía un santo amigo de Dios, “¡serían mucho más necesarios los socorros
mutuos de amor…!” ¡Están haciendo tanta falta para tantos hermanos nuestros
desdichados, para tantas almas descarriadas…! ¡Esta será la obra secreta del
Amor Misericordioso, donde quiera que verdaderamente reine…!
¡Oh, cuánto ama Jesús a sus verdaderos amigos, los mansos, los
bondadosos, los pacíficos, que, como San Francisco de Sales, sólo emplean la
ternura de corazón para convertir a las almas, mostrando la fe, rodeada de toda
la fuerza y los atractivos del amor!
Tengamos verdadero celo por las almas, pero celo semejante al de
Jesús. Guardemos para nosotros la expiación, el sufrimiento; no temamos ni desprecios
ni censuras; para que todos puedan reconocernos entre los fieles amigos de
Jesús, unidos y movidos por su mismo Espíritu… de Caridad… de Amor
Misericordioso… y pudiendo decir al vernos: ¡éstos son sus amigos, porque
piensan, hablan y obran, como Él…!
¡Oh, Jesús! Que yo haga bien todo lo que me pides, para que tenga la
gracia insigne de merecer un puesto entre los tuyos: entre los amigos de tu
Corazón.
(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).