Últimas palabras de Jesús en la Cruz
Palabras de Amor
Iª
Palabra: Padre mío, perdónalos porque no saben lo que hacen
Si se recogen con todo cuidado las palabras de los moribundos, sobre
todo, cuando son éstos, hombres ilustres o seres queridos; si se graba en el
corazón el recuerdo de sus últimos actos, de sus últimas disposiciones; si se
considera como un deber sagrado el cumplimiento exacto de sus últimas
voluntades, – ¡con cuánta mayor razón debe hacerse lo mismo, cuando se trata de
Jesús, del Salvador, del Rey de Amor, del Verbo Encarnado, que muere de Amor
por nosotros!
¡Cuán poco ilustrada
y sólida es la piedad de la mayor parte de los cristianos, aún de las almas
piadosas, de las personas consagradas a Dios! Y ¡qué insensata es nuestra
conducta! – Andamos afanosos de un lado a otro, buscando la verdad, y nos
detenemos en un chorrito de agua en el extremo de los riachuelos… en vez de
acudir al manantial divino del Corazón de Jesús, para extraerla con abundancia.
–“Mi Divino Corazón, dijo un día Nuestro Señor a Santa Margarita
María, es la gran Escuela, el libro de la
vida, donde se contiene la ciencia del Divino Amor”. – En esa Escuela debe,
pues, estudiarse, no por medio de imaginaciones, ficciones, o interpretaciones,
sino nutriéndose con las palabras mismas de Nuestro Divino Redentor. Recojamos,
pues, con amoroso y filial respeto las siete últimas palabras salidas del
Corazón de Jesús por sus sacratísimos labios…
–“De la abundancia del corazón, habla la boca” –. Palabras divinas,
palabras de amor, toda una revelación íntima del Corazón adorable de Jesús, de
sus últimas disposiciones, son las últimas palabras de su Corazón, durante su
vida mortal, y también modelo adorable que nosotros tenemos que reproducir.
Habituémonos a tratar
con toda veneración y respeto cada una de estas palabras: cada una de ellas por
sí sola valdría para transformar un alma, para dar la paz al mundo, si el mundo
quisiera recibirla.
Porque las palabras
de Jesús son gracias que brotan de su Corazón, ofrecidas a las almas, y de las
que se aprovechan éstas según la forma y medida con que se reciben y
corresponden a este don.
Si todas las palabras
de un padre deben ser sagradas para un hijo, con mucha más razón, las que dicta
o pronuncia en la hora de la muerte, según hemos dicho ya. – Acudamos, pues, en
espíritu junto al Dios-Hombre moribundo, y recibamos su legado en lo más íntimo
de nuestro corazón.
Estas siete palabras
que pronuncia Jesús desde lo alto de la Cruz, desde su trono de ignominia, son
la manifestación clara y precisa de los actos y disposiciones del Amor
Misericordioso.
Jesús empieza por
esta frase, en forma de súplica: “¡Padre mío, perdónalos porque no saben lo que
hacen!”
El perdón de las
injurias es el primer acto de caridad que el Corazón de Jesús realiza desde lo
alto del patíbulo de la Cruz, y el que requiere asimismo de nosotros. – Todos
hemos sido y somos perdonados por Él: por tanto nosotros debemos perdonar, como
Él nos perdona: y no solamente perdonar con los labios… sino también de
corazón… rogando por nuestros enemigos, deseándoles y haciéndoles todo el bien
que podamos, – implorando nosotros mismos su perdón; moviendo con oraciones al
Amor Misericordioso, hasta conseguir para ellos indulgencia y perdón de nuestro
Padre Celestial.
Y todo esto
públicamente, de todos los hombres; ya que públicamente con toda la sinceridad
de su Corazón quiso Jesús salir a la defensa de aquellos mismos que le hicieron
padecer.
Si queremos imitar
fielmente a Jesús, debemos ingeniarnos para encontrar excusas en descargo de
nuestros propios enemigos; y hasta en los actos más execrables, y aún cuando
fuésemos nosotros mismos las víctimas, debemos solicitar su absolución con toda
la ternura de nuestra alma… defendiendo la causa y la honra de los que
comprometen y manchan la nuestra.
¡Oh, cuánto se falta
a este primer punto de la caridad, aún entre los cristianos y las personas
consagradas a Dios! ¡Cuántos que no perdonan ni aman, ni desean el bien a los
que han hecho algún perjuicio! Y ¡cuántos que lejos de excusar al prójimo,
exteriorizan sus quejas ante los demás, en la presencia del Rey de Amor
Misericordioso, sin pensar en la pena que causan a su Adorable Corazón!...
¡Qué pena no
experimenta un padre cuando sus hijos vienen con pasión y enfado a indisponerle
contra alguno de sus hermanos, aunque sea culpable!... Son muchos,
innumerables, los que observan esta misma conducta con sus semejantes, y nadie
les indica la falta que cometen, ni la pena que con esto causan al Corazón del
más tiernísimo de los padres.
¡Oh, si supieran
hasta qué punto ama Dios a sus hijos, a pesar de su miseria, y el gozo que le
proporcionan aquellos que, movidos de misericordia, procuran excusar a sus
hermanos!... Son los que más consuelo le proporcionan, y en retorno, los colma
Él de las ternuras de su Amor; los mira como hijos predilectos, los más amados
de su Corazón, y los reconoce como verdaderos amigos.
Examinemos
atentamente, si poseemos la virtud de la caridad, con las cualidades que le
señala San Pablo, anteriormente indicadas, y hagamos el examen particular sobre
ellas.
¡Padre, perdónalos
que no saben lo que hacen!
(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).