“Te he amado con
una caridad eterna; por eso te he atraído, teniendo piedad de ti”.
Esta frase contiene toda la revelación del Amor Misericordioso que
Jesús me tiene a mí, su mísera criatura. – ¡Jesús me ama!...
¿Quién es el que me ama?... ¡Mi Dios! ¡El Eterno Amor! El que se basta
a Sí mismo y en Sí mismo encuentra su dicha y felicidad. – No pudiendo
contenerse dentro de su Caridad, me ha creado para comunicarse conmigo, para
derramar en mi su bondad, y aún antes de que yo existiera, ya me había
concebido en sus designios de Amor… ¡ya me amaba!... Desde que Dios existe, me
ama y soy obra de su voluntad.
¡Oh, criatura que tan poca cosa eres! ¡Cómo te engrandece el Amor de
tu Dios!
¡Me amó con una caridad eterna y por eso me atrajo a Sí!
El amor atrae al amor; porque me ama tiene sed de mi amor, y como
entre Él y yo existe una distancia infinita, y nadie puede ir a Él, si Él mismo
no le atrae, mi Dios me ha atraído… ¡lo creo firmemente! ¡Así lo siente, en
verdad, mi alma! Jesús es para mí un imán irresistible.
Pero ¿cómo puede atraer hacia Sí el Santo de los Santos a un ser tan
miserable?... El mismo lo manifiesta: “Porque
he tenido piedad de ti”.
“Mi Corazón es el Amor Misericordioso que, conmovido de compasión
hacia la mísera criatura, ha descendido hasta ella, para estrecharla en amoroso
abrazo.
“Mi gloria y mi gozo consisten, en derramar el bien sobre todo lo que
es pobre, débil, vil y miserable.
Porque te amaba, he
tenido piedad de ti, que eres cual
insignificante partícula de polvo, ignorada en el Universo; y aunque hayas
huido de Mí… aunque te hayas sustraído muchas veces a mi Amor, Yo te he traído
muchas veces a mi Amor, Yo te he sido fiel, y no he cesado de amarte, de
atraerte, porque mi compasión crecía a medida de tu miseria. – Vuelvo hoy de
nuevo… ¡Vuelve a Mí!... Cree, hijo mío, ¡cree en el inmenso Amor Misericordioso
que te tengo!”
Y… ¿Quién es el que hace a nuestra alma semejante declaración de
Amor…?
¡Un Dios!... sí, ¡Dios mío!... Aquél que tan justamente es llamado “El
Amor Misericordioso”.
¡Ah! Recibamos estas divinas palabras como último llamamiento que nos
hace para brindarnos su Amor un Corazón amigo. Palabras que deben abrir ya
total y definitivamente nuestros corazones, provocando en nosotros una
confianza sin límites; mirando a Jesús ya verdaderamente como nuestro mejor
Amigo.
¡Ah! El que haya tenido la dicha de encontrar en la tierra el dulce e
inapreciable tesoro de un amigo verdadero, recordará tal vez lo que fue un día
para ellos aquella primera entrevista más íntima, aquella confidencia más
completa, aquella declaración de amor en que el alma comprendió y penetró el
corazón de su amigo… Aquella entrevista aclaró entonces cosas pasadas, y actos
anteriores, cuyo alcance no pudo él antes sospechar, y que no tenían otro
objeto que el que logró, al fin, en ese día; y esos dos corazones amigos,
abriéndose entonces uno en otro, se comprendieron, y en lo sucesivo reinó entre
ellos la unión más íntima, más profunda… unión de corazones, de pensamiento y
de voluntades.
¡Aún siendo todo un Dios el Rey de Amor, tiene el Corazón sediento de
amores! Busca amigos por doquiera; corre en pos de ellos… llama a su puerta,
mendigando amor: “¡Hijo mío, dame tu
corazón!”.
¡Cuántas veces no ha venido también a llamar a la puerta del nuestro!
Y aún vuelve hoy a llamar diciéndonos: – “¿Qué más puedo hacer por ti que ya no
haya hecho?... Te amé hasta bajar a la Cuna de Belén… ¡hasta la Cruz!... ¡hasta
la Eucaristía!... hasta darte mi propio Corazón… ¿qué más quieres de Mí?”…
¡Un Dios que mendiga!... ¡Un Dios que se digna rebajarse hasta ese
extremo!...
Escuchémosle junto a sus Apóstoles en la última Cena. – ¿No parece un
mendigo de Amor, abriéndoles su Corazón, y confiándoles todos sus secretos y el
exceso con que los ama… y todo cuanto aún pretende hacer por ellos?... Sabe que
le han de ser infieles, pero parece como si cerrase los ojos; su amor es el que
se desborda, el que se explaya y los fortalece… – Teme que se vayan, y por eso,
deshaciéndose en ternuras, quiere hacer sentir a sus corazones el extremado
amor que le consume… el Amor Misericordioso…
¡Ah, no conocemos bien a Jesús!... no se conoce su Corazón… por eso no
se le ama…
¡Tantas almas como hay que viven aisladas en la tierra y gimen de
continuo por no tener amigos!... ¡Tratemos nosotros de orientarlas hacia
Jesús!... ¡Acerquémoslas al Divino Corazón, que las espera y las ama! ¿No es un
amigo fiel y verdadero?... ¡Nadie lo creería, a juzgar por la indiferencia con
que le miran y le tratan!... ¡Se apasionan menos sus amigos para amarle, que
sus enemigos para escarnecerle! – Al ver un Crucifijo o ante la Sagrada Forma,
¿vibran de amor nuestras almas tan íntimamente como vibran de odio las de sus
enemigos? – ¿Son tan espontáneas en nuestros labios las alabanzas, como en los
suyos las blasfemias?... – ¿Mostramos nosotros tanto respeto y amor por su
santa ley como furor e industria despliegan ellos para fomentar el odio contra
Jesús?
¡Oh, dolor! ¡Los malvados conquistan más partidarios con sus crímenes
que el Rey de Amor con los excesos de su solicitud!...
¡Jesús no recibe sino desconsideraciones, repulsas, ingratitudes,
hasta de sus amigos!... ¡Calculemos el sinnúmero de infidelidades y decepciones
que en una hora, en un día recibe Jesús, aún de los que le aman!
Pero Jesús no se desanima; es la fidelidad misma… ¡no se cansa de
amar!
¡Me ama a mí, quizás el más favorecido, el más solicitado, y hasta
casi el más perseguido por su Amor; y
tal vez también el más ingrato e infiel de sus amigos!...
¿Continuaré yo haciéndole esperar? ¿No corresponderé todavía a este
nuevo llamamiento?
Desde el Bautismo es Dueño de mi corazón, y, sin embargo, tal vez en
él esté como Rey destronado, Rey cautivo o solitario, viendo colocado en su
lugar el ídolo de mi amor propio. ¿Cuál es el recibimiento que le hago cuando
voy a su encuentro por la mañana invitándole a venir a mi pecho en la Santa
Comunión?... ¡Tras de breves fórmulas… pronto le dejo!... ¡y corro a mis
entretenimientos y ocupaciones ordinarias!... mi espíritu se disipa… mi corazón
se adormece… ¡mi voluntad languidece! – ¡Así reposa Jesús en mi alma!... así ha
pasado por ella… ¡y por muchas otras el Rey de Reyes! ¡Mi Dios!... ¡Aquél a quien llamamos Nuestro Señor Jesucristo!
¡Oh, Jesús, mi Amor! ¡Mi Rey adorado! ¡Que siendo tan grande, os
hacéis tan pequeño, para uniros a mí, brindándome vuestra amistad! – ¡Mi
corazón ya es todo vuestro, y toda mi vida deploraré lo tarde que os conocí!
¡Mi vida será todo amor, ternura, reconocimiento y reparación por
tanta ingratitud, e indiferencia tanta! ¡Se consumirá toda en adoración y amor!
Quisiera emplearla entera en alabaros y atraer hacia Vos, ¡oh, Corazón
tan Misericordioso y Bueno!, a todas las almas humildes que, como los niños,
son vuestras predilectas; pero también a los pecadores, a los ingratos, a los
indiferentes, a fin de que, alcanzando también ellos vuestro perdón, se
conviertan en amigos, apóstoles y defensores vuestros, y que todos nosotros
vivamos unidos para desagraviar vuestro Corazón y proclamaros, no ya sólo de
nombre, sino con toda verdad:
¡Rey de Amor, Rey de los Corazones!
(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).