Últimas palabras de Jesús en la Cruz
Palabras de Amor
6ª Palabra: “Todo se ha
consumado”.
En esta breve frase: “Todo está
consumado”, muestra Jesús todos los excesos de su Amor realizados. Amó a
los suyos hasta el fin. – Todo está consumado por el Amor y para el Amor, nada
más le resta ya.
Lo ha hecho todo, lo
ha dado todo; siendo Dios como es, no podría hacer más. Todo cuanto ha podido y
querido hacer, lo ha hecho…
Jesús quisiera que
nosotros pudiéramos también decirle: “Todo se ha consumado”; y a este fin desea
que nos dejemos consumir por el Amor, en el Amor y para el Amor.
La consumación se
realiza cuando el sacrificio se ha terminado. – Jesús ha consumado su
sacrificio en el Calvario; pero todos los días (y en cierto modo, de manera más
completa aún), se renueva su consumación en la Santa Misa, donde Él mismo se da
en alimento, por medio de la Sagrada Comunión… Porque, en la Misa, no se
renueva solamente la inmolación de una manera incruenta, sino que se da
realmente al alma bajo las santas especies eucarísticas. ¿Puede caber una
consumación más real que esa entrega de Jesús al alma? – Jesús, Dios-Hombre,
viene a nosotros, a nuestra pobre humanidad con su Cuerpo, Alma y Divinidad. –
Se da a nosotros como alimento, y nos permite en cierto modo consumir su Santa
Humanidad, que se rebaja a seguir la suerte de los otros alimentos materiales:
su destrucción… De modo, que al desaparecer también la Santa Humanidad que
había penetrado en nuestro pecho, y queda como consumida por su pobre criatura[1].
¡Qué misterio tan incomprensible es este de la consumación de Jesús en el alma
del cristiano! Misterio de Amor, en el que Aquél que es recibido y consumido
miles de veces en todos los lugares de la tierra, no deja de ser el Mismo
siempre viviendo continua y realmente.
¡Misterio que no
podemos comprender y que arrebata de admiración hasta a los mismos Ángeles!...
Consumación por la
unión más íntima y completa, unión sobrenatural de Dios con nosotros, – la cual
tiene por fin nuestra consumación recíproca en Dios, derramándose Dios en
nuestra alma y perdiéndonos nosotros en Él, para que su vida absorba la
nuestra, en cierto modo, y que se verifique la palabra de San Pablo: “Vivo; mas no yo, sino Jesucristo en mí” (Gal.,
II, 20). “Vosotros en Mí y Yo en
vosotros”, dijo Jesús en la Última Cena, después de la primera de todas las
Comuniones. – “Y Yo en ellos, a fin de
que sean consumados en Uno”.
Y para que se realizase este gran misterio de consumación, fue preciso
que Cristo padeciese y muriese. Por eso antes de pronunciar su última palabra,
que será también el último acto de consumación y de entrega a su Eterno Padre,
Jesús nos manifiesta la resolución de su voluntad y abraza y acepta en aquel momento
todos los Consumatum est, futuros
eucarísticos…
¡Lo he dado todo sin
reserva alguna!
Debemos, pues,
nosotros proponernos hacerle continua donación de todo nuestro ser, minuto por
minuto; ya que estando sujetos al tiempo, nuestra consumación no puede ser sino
el fruto de la ejecución de actos incesantes, reiterados, de anonadamiento,
perdiéndonos continuamente en Dios, que no pueden hacerse sino movidos por una
gracia muy particular que de lo alto nos viene.
El Espíritu Santo es,
en efecto, el Consumador de toda nuestra vida sobrenatural:
Consumador de la
Unidad Divina, en la Trinidad Adorable;
Consumador de la
Unión Hipostática, en la persona de Jesús;
Consumador de la
unión de la gracia de Jesús en las almas, y de las almas en Jesús.
Espíritu de Amor,
fuego Consumador, lazo divino, que ablanda los corazones más duros, y hace
flexibles y dóciles a los más terribles y rebeldes.
Y alcanzando el alma
mayor docilidad, por el renunciamiento de sí misma, bajo la acción del Espíritu
Santo, –como hemos visto ayer, – y derramándose de momento en este momento por
medio de María, en el ardiente horno de fuego del Corazón de Jesús, es
consumida por el Amor Misericordioso.
Pidamos
constantemente para todas las almas la gracia de responder plenamente al Amor
de Nuestro Salvador, para que cada una, en la medida de sus gracias, de sus
dones y de lo que el Señor le pide, pueda decir con plena confianza en la hora
de la muerte: “Todo está consumado”: – ¡He cumplido fielmente, Dios mío,
vuestra voluntad en la Tierra!
Para conseguirlo,
recurramos siempre a María durante todo el camino de la vida, para que esa
buena Madre nos obtenga tal efusión de Amor Misericordioso en nuestros últimos
momentos, que logremos dar a Dios en ellos, aquello que por nuestra fragilidad,
debilidad o malicia le hubiésemos escatimado.
¡Señor
mío y Rey mío! Mi alma se entrega sin reservas a vuestras misteriosas
operaciones por medio del Corazón Inmaculado de María. – No puedo nada sin Vos,
porque no soy más que nada y miseria… Dadme lo que Vos queráis que os dé. –
Formad en mí lo que en mí queráis hallar, a fin de que podáis sacar de mi
pobreza y ruindad toda la gloria y la complacencia que esperáis de mí y que
pretendisteis al crearme.
(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).
[1]
Entiéndase que en la Eucaristía la presencia
de Jesucristo depende de la condición de la existencia de las especies
Sacramentales. Pero por la Comunión no es Jesucristo, Pan de Vida, quien se
destruye en cierto sentido, como convirtiéndose en el que le recibe; sino al
contrario: quien lo recibe se convierte o muda en cierto sentido en Jesucristo:
“No me mudarás en ti como el alimento de tu cuerpo; sino que tú serás mudado en
Mí”; dijo el Señor a San Agustín, y lo aprueba la Iglesia consignándolo en el
Oficio Divino. – (Nota del Traductor).