Últimas palabras de Jesús en la Cruz
Palabras de Amor
5ª palabra: “Tengo sed”
¿Qué haríamos nosotros, si al lado de un moribundo, le oyésemos
exhalar esta desgarradora queja: “Tengo
sed”? — Correríamos enseguida a buscar la bebida necesaria pata calmársela,
trataríamos de llevarle a cualquier precio y molestia. por lo menos,
algún sorbo de agua.
Desde lo alto de la Cruz sangrienta exclamó Jesús: “Sed tengo”. — Su sed es devoradora; y al cabo de tantos
siglos, no ha sido aún apagada; al contrario, parece con el transcurso de los
tiempos, va también en aumento, la sed de Jesús; por lo menos, sus
manifestaciones más apremiantes, más reiteradas... su llamamiento más explícito
que entonces.
Ya lo dijo a Santa Margarita María: “Tiene sed de ser amado de los hombres”. Después se lo repite a una
de sus almas privilegiadas: “¡Ámame, al
menos tú! ¡Ámame! ¡Tengo tanta sed… tanta necesidad de amor!”… Y ¡cuántas
veces no nos lo hará escuchar también en lo íntimo del corazón!...
“Tiene sed de
amor”... Pero ¡que poco amor encuentra su
Corazón para saciarla! ¡Qué lejos están
las almas de darle la suma de amor que Él espera de ellas! El amor propio anida
dentro de nuestras almas, combatiendo al amor de Jesús, e impidiendo que se
adueñe del corazón de sus criaturas, que a veces, se encuentra tan lleno de afectos terrenales, que no queda lugar para el amor límpido y
transparente del Corazón de Jesús; o tan saturado de acritud y amargura, de
desafectos, envidias y rencores... que, al decir a Jesús : “Yo os amo” … no es amor lo que le ofrecemos para aliviar su sed,
sino más bien la esponja empapada en hiel... que Jesús rechaza, después de
haberla probado.— ¡Oh, qué pensamiento tan desconsolador y tan real!: Jesús no
rechaza a los que a Él vienen, no se negó en principio, ni aun a gustar de la
traidora esponja, como tampoco rehusó el beso de Judas… como tampoco rechaza
nuestras ofrendas ni nuestras plegarias...!
Pero ¡cuántas veces no recibe sino desengaños su Corazón!... – ¿Le
ofrecemos acaso lo mejor que tenemos? ¿No son nuestros sacrificios como los de
Caín, sacrificios ofrecidos de mala gana, de lo peor, – de lo menor que podemos
ofrecerle?... Examinemos a fondo nuestras limosnas; las ofrendas que hacemos a
Jesús en la persona de los pobres… – ¿Y en cuanto a nuestras plegarias?... ¿no
las hacemos las más de las veces con el único fin de alejar de nosotros el
sufrimiento, el trabajo o la violencia, buscando la propia complacencia, la
estima y el afecto de los demás? ¡Qué de veces, ignorantes o ciegos, pedimos al
Señor, precisamente lo que ha de ser obstáculo para unirnos con Él!
Semejantes plegarias no pueden aplacar la sed de Jesús.
Jesús tiene sed de Amor, sed de amor bajo todas sus formas… Sed de
ternura, de generosidad, de abnegación. Sed de Amor para su Corazón, para su
Eucaristía, sed de Amor para los suyos, para los que sufren. Esa es la sed que
más le consume… Y ¿qué hacemos nosotros para aliviar su sed?
La mayor parte de las veces, apegados a nuestra naturaleza y guiados
por nuestro egoísmo, no nos conmueve nada lo que afecte a los demás, a menos
que medie en ello algún interés personal o alguna satisfacción propia.
Examinemos, pues, seriamente y veamos, si en nuestro trato con el
prójimo es siempre la caridad el móvil de nuestros actos; y si no brotan a
menudo de nuestra nada y miseria fogaradas de vanidad, egoísmo o envidia,
buscando siempre, visible o secretamente, lo que pueda satisfacer nuestros
propios deseos.
No será esto lo que mitigue la sed de Jesús.
Para saciarla, debemos despojarnos de nuestra propia voluntad, de
nuestras propias miras, de nuestros propios anhelos. ¡Cuántas veces somos duros
e inflexibles como el hierro! Y ¡qué ocasiones tan propicias serían esas para
poder apagar, con vencimientos propios, la sed de Jesús!
Tiene también sed de almas inocentes como los niños: sencillas y
puras, dóciles y flexibles bajo la acción de su santa voluntad. ¡Jesús está
sediento de sus sacrificios!
Pero precisamente porque es el Amor Misericordioso, tiene verdadera
sed de remediar miserias. ¡Esa es su mayor gloria!
Entreguémosle, pues, todo cuanto somos y tenemos, pero démoselo por
medio del Corazón Inmaculado de María, nuestra Reina y nuestra dulce Madre.
Así lograremos agradar al Hijo y a la Madre; y nuestras miserias
presentadas por María, ¡con qué agrado serán recibidas!... ¡hasta las cosas que
les son más opuestas, resultarán a medida de su agrado! Si en medio de las
torturas del Calvario, alguno de los soldados, compadecido de Jesús, hubiese
sentido deseos de ofrecerle algo; y no teniendo más que hiel a la mano, se
hubiera acercado a María para presentársela, confiando en que su bondadoso
Corazón, sabría comprenderle, y apreciar el sentimiento que tenía de no
disponer de otra cosa, que poder ofrecerle… ¿podremos creer que María, por cuya
intercesión convirtió Jesús el agua en vino, no emplearía todo su valimiento
para que aquella hiel dejase de ser amarga y pudiese contribuir a calmar la sed
de Jesús?... ¡La sed de su Corazón!
No hagamos, pues, nada sin María, puesto que es nuestra Madre, como
nos lo dijo Jesús. Acudamos a Ella en todo; no hagamos nada sino por medio de
Ella; que todo pase por sus benditas manos (que es el verdadero secreto del
amor) y pongamos en Ella las llaves y la custodia de nuestro hogar, dejándola
que disponga de todo lo nuestro como mejor le agrade: Ella hará que todo sirva
para consuelo y alivio de su Jesús… de su Divino Hijo.
¡Oh, Amada Madre mía! Mi corazón se deshace de amargura ante ese grito
desgarrador del Corazón de Jesús: “¡Sed
tengo!”. Permitid que a mi vez yo haga una resolución decidida, a manera de
testamento que exprese mi última voluntad: en mi HABER, yo no tengo nada
propio, más que defectos y miserias, aparte de eso, si hay algo en mí, de Jesús
lo he recibido…
Renuncio gustoso a la propiedad de todos mis bienes, y de todo lo que
pueda recibir en vida y en muerte; añado a ello todo lo que de vuestro amor
puedo hacer mío, todo lo doy a mi dulce Madre la Virgen María, por el tiempo y
la eternidad, a fin de que Ella disponga de todo como le plazca y lo convierta
en bebida de Amor para templar la sed de Jesús.
Renuncio al uso y a la disposición de todo cuanto soy y tengo, y no
quiero servirme de mis bienes sino por medio de María, con dependencia del
Espíritu de Amor, a quien suplico obre en mi alma, en unión de María, para que
constantemente sepa yo conformarme con la voluntad del Padre, como Jesús;
puesto que ya queda demostrado que el alma más dócil y pronta a corresponder a
los deseos de Jesús (a pesar de su nada y miseria) –presentada por María– será
la que más alivie al Amor Misericordioso del Corazón de Jesús… Firmado: X…
pobre miseria.
¡Oh, Rey mío, consumido de Amor! ¡Abrasadme en amor vuestro por medio
de María!
(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).