viernes, 7 de julio de 2017

Mensaje del Amor Misericordioso: "A los católicos españoles"

A LOS CATOLICOS ESPAÑOLES1

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Orar por España. - Necesidad de la prueba.

… Sí, es preciso orar por ese país (España), que Yo amo y que ciertamente me ha dado pruebas de su fidelidad, de muchas maneras, por medio de quien tenía autoridad. De ello he recibido grande gloria. Este país ha podido servir a otros de modelo y de aliento.

Pero en la tierra nada hay perfecto. ¿No he dicho Yo que mi viña necesitaba ser podada? Eso es lo que hago por medio de la prueba, forzando, por decirlo así, las almas a volverse hacia Mí con más fe, con más confianza, y dándoles ocasión de practicar actos más excelentes de caridad. Yo no juzgo como juzga el mundo... Busco siempre un bien superior y de los míos saco siempre mi gloria.

¡Oh, si vieseis las cosas con mi luz, os aparecerían bajo un nuevo aspecto y os admiraríais de mis disposiciones! Y no os llevaría esto a desinteresaros de lo que está pasando, al contrario; porque Yo mismo he dicho: “pedid”, y nada habéis pedido todavía. Tanto menos se pide cuanto más se tiene.
Sí, Yo he dicho: “pedid y recibiréis”, “buscad y hallaréis”,”llamad y se os abrirá”... Y también: “todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá”... “El cielo y la tierra pasarán, ¡pero mis palabras no pasarán”, no pasarán jamás!... Se os concederá según sea vuestra fe. “Si vosotros, siendo malos, dáis cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial?”. “¿Dará por ventura un escorpión a quien le pide pan?” Pero también he dicho que no he venido a traer la paz, al modo como la da el mundo, y que tendréis que sufrir por mi nombre. ¿No es en estos momentos de persecución y de revuelta, cuando más se manifiesta la fidelidad y el heroísmo de mis amigos? 

Recordad mi vida sobre la tierra, la vida de mi Iglesia, la de mis apóstoles, la de mis amigos todos... ¡No os espantéis!Releed mis palabras en mi Evangelio, y en vez de afligiros, gozaos cuando tengáis algo que sufrir... ¡Tened confianza! Yo he vencido al mundo, he triunfado del mundo y de la muerte, y os haré triunfar también conmigo si sois fieles, y os daré el premio de vuestra victoria y vuestro corazón se llenará de un grande gozo proporcionado a vuestras zozobras. Necesito obrar así con vosotros porque en una falsa paz os dormiríais y, mientras todos los demás se agitan en el desorden y en la tribulación, vosotros confiaríais en vosotros mismos y nada os sería tan funesto. En la prueba formo mis santos. Poned vuestra confianza en Mí.

Cómo hemos de orar.

Hubieran algunos deseado una oración en la que se hiciese resaltar lo que por mi Corazón han hecho y por mi Amor Misericordioso. Diles que la más bella oración, la que toca mi Corazón en lo más íntimo, es la que en mi Evangelio habéis oído salir de labios de aquellos sobre quienes se derramó mi Amor Misericordioso: “Señor, tened piedad de mí, porque soy un gran pecador”. Guardaos de orar como el Fariseo... La menor preferencia de sí mismo respecto de los otros, la complacencia en el bien que se ha podido hacer, es una mancha, un obstáculo que impide la efusión de mi gracia y mis divinas mociones.

Almas tengo verdaderamente humildes, y éstas son las que atraerán mis gracias... Ciertamente, he tenido y tengo todavía admirables víctimas que se inmolan por Mí; pero manteneos humildes, no juzguéis a nadie, a nadie condenéis, no discutáis lo que no entendéis, no sembréis el mundo de propios juicios y pareceres; estas cosas serían sumamente perjudiciales y estorbarían por completo mi gracia. Velad sobre vuestras conductas; orad... orad sin interrupción, con la misma oración que Yo os he enseñado, en la cual se comprende todo; y si no os satisface, es porque no la habéis comprendido.
En cualquier necesidad, acudid al Padrenuestro, saludad e invocad a la Virgen con el Ave María, y añadid el Gloria Patri, que enaltece mi gloria santa. Después servíos de mis palabras para orar... Me agrada veros explotar así mis dones.

Acordaos, sobre todo, de que siempre es hora de hacer triunfar mi Amor Misericordioso. Que este amor viva y reine en vuestras almas. Creed en este amor, y para recibir sus efectos, manteneos humildes y pequeños en mi presencia, sin lo cual no podréis tener parte en los bienes de mi Amor Misericordioso, que no es más que para los pobres e indigentes. Los pobres serán colmados de mis bienes, y los ricos tornarán privados de todo, con las manos vacías: tanto me satisface la humildad del corazón. He aquí una doctrina que no acabáis de entender: quisiérais tener mucho, sentiros ricos, nadando en la abundancia y complaciéndoos en ello. Lo mismo digo cuando se trata del abandonop a Mi voluntad: lo hacéis con relativa facilidad siempre que no os falte alguna persona en que apoyaros; pero no es esto lo que me honra y me glorifica, sino más bien que pongáis sólo en Mí y en María Santísima vuestra esperanza cuando todo en torno vuestro parece que se derrumba. Quiero que en estos momentos se me ruegue mucho por vuestra Patria. Quiero la unión... Haré que en esta casa se ruegue mucho, a fin de que Yo sea glorificado por vuestras disposiciones interiores y por todo lo que pretendo hacer en esta nación.

Humildad y confianza.

Sedme fieles y confiad en Mí; no os abandonaré, y siempre se recordará la buena acogida que entre vosotros he tenido y lo que por mi gloria habéis trabajado. No lo olvidaré jamás y será siempre vuestro mejor timbre de gloria.

Quiero sentar mis reales sobre la humildad: cunde hoy por todas partes una especie de vanagloria que Yo quiero en verdad destruir, para que todos conozcan que sólo de mi Bondad proviene la salvación, que soy vuestro Salvador. Si obrase de otro modo, no reconoceríais mis beneficios. Os amo infinitamente: soy el único Salvador de los individuos, como de las naciones y de las sociedades, y siempre habrá que decir que sois la obra de mi amor y de mi gran misericordia.

Tened confianza, os repito, a pesar de todo. Aun cuando el Universo entero pareciese bambolearse, ahí estoy Yo, que soy el Salvador: no perdáis la paz de vuestras almas. Acordaos de lo que en mi Evangelio tengo dicho: “Venid a Mí todos los que trabajáis y estáis cargados, que Yo os aliviaré”. Con vosotros estoy hasta la consumación de los siglos, con tal que permanezcáis conmigo en caridad. La caridad, he ahí el mandamiento supremo de mi santa Ley.

Vuestro verdadero Rey soy Yo; Rey que no cambia, Rey que nadie podrá destronar. Veréis a todos vacilar, mas el Rey eterno permanece; vencerá, y los que Él se ha esvogido y le permanezcan fieles, reinarán con Él en su Reino, que nada tiene de común con estos reinos perecederos, que pasan, como pasan los hombres. Sé lo que hago, y lo que digo es verdad. Guardaos de interpretar esto a vuestro modo, antes de tiempó; día vendrá en que todo lo comprenderéis con mi luz, y de ahí sacaréis nuevas fuerzas y divinos alientos. Lo que ahora conviene es afianzaros en la fe en mi omnipotencia y en la confianza en mi bondad; y esto con humildad sincera, ejercitando constantemente, interior y exteriormente, la misericordiosa caridad. Orad por vuestros enemigos; perdonadles, amadles, deseando su bien; anhelad ardientemente la salud de sus almas, sobreponiéndola a vuestros particulares intereses.

En estos días, los que son míos, me glorifican; sin esos peligros, sin estas revueltas, no vendrían a mis brazos, desnudos de otra esperanza y de otro amparo que no sea el mío, y así ejecutan actos que jamás hubieran hecho ni tenido ocasión de hacer. Confiad, os amo, y en mi Evangelio os tengo dicho que el Padre vela por vosotros con paternal solicitud. Ese Padre soberano que viste con magnificencia los lirios del campo y da de comer a los pajarillos del cielo, ¡cuánto más se cuidará de vosotros para daros lo que necesitéis y libraros de los lazos de vuestros enemigos! Dad a Dios la alegría de vuestra confianza, clamad a su Amor Misericordioso. Jamás podréis apreciar en esta vida lo que un acto de fe y de confianza vale en el cielo. No en vano he venido a vosotros y he encontrado tan buena acogida en vuestro seno; fue para abrir vuestras almas a la confianza. No desfallezcáis: en medio de vosotros estoy y permaneceré siempre.

Alegría santa. - Virtud en la prueba.

Muchas veces lo he dicho y lo vuielvo a repetir: un acto de virtud vale más que todo. Tengo mis medios de despertar las almas y de santificarlas en la fe... Alegraos de todo cuanto hago, en vez de entristeceros en presencia de los acontecimientos por mí permitidos. Que vuestro cuidado no sea otro que producir actos de virtud, de fe, de confianza, de humildad, de caridad, de acatamiento a mis secretas disposiciones.

Os digo más: alegraos en Mí, como en otro tiempo dije a mis apóstoles. Hay quien piensa que el Evangelio ya no es de estos tiempos y que su doctrina fue buena tan sólo para épocas pasadas. Nada más falso: lo que a mis apóstoles dije entonces, es doctrina de todos los tiempos. Aplicad bien esa doctrina a vuestras almas según las necesidades en que os halláis. Ahí está el secreto de los que dirigen las almas: su empeño no debe ser otro que nutrirlas con mis máximas y enseñarles la manera de formarse al calor de mis doctrinas. Esto es andar en mi presencia, sin querer precederme, pendientes en todo de mi voluntad y usando conscientemente de mis dones. Haced valer los dones de Dios... explotad mis dones; comprended bien la hora presente y explotad el don de mi Amor Misericordioso. ¡Cuántos actos de fe y confianza os moverá a hacer este conocimiento, cuántos actos de caridad y de humildad, sin los cuales vuestra conducta vendría a cargar más el platillo de la balanza en que pesan los crímenes de los impíos!

Ya recordaréis lo que dije a Abraham sobre Sodoma y Gomorra... Sed vosotros de aquellos diez justos que bastaban para detener las iras del cielo y salvar las corrompidas ciudades. De todo me sirvo para despertar a las almas y hacer que produzcan mayores frutos. Hay gentes que no se santifican si no es con el fuego de las tribulaciones, y yo las permito para que por este medio se tornen a Mí. Cierto que algunos flaquean, pero los buenos se afirman y, por los que se apartan, vendrán otros muchos, más humildes, más decididos, que serán como columnas para sostener a sus hermanos. No temáis; orad, orad por vosotros y por las almas... No dejéis la oración; orad con fe, con una gran confianza de que obtendréis lo que pedís; si sabéis hacerlo con humildad y caridad, tened por cierto que obtendréis cuanto pidáis, si ha de ser para gloria mía y bien de vuestras almas. ¿Qué más podéis desear? ¿No es este vuestro único anhelo? Lo que generalmente os turba es el apego de la propia voluntad a un bien particular que en aquel momento os parece necesario; mas Yo quisiera que, por encima de todo, pongáis en Mí vuestra confianza, independientemente de cuanto sucede en la tierra.

Esto no quiere decir que os crucéis de brazos y no pongáis los medios humanos que la santa prudencia dicta; mas también en estos casos, orad mucho; no déis un paso sin la oración, y entonces y siempre poned la confianza en Mí y no en la marcha de los acontecimientos. ¿No soy Yo el que impero sobre la mar y los vientos y tengo al universo entero bajo mis pies? ¿No soy Yo quien os ha crado a todos, Señor de cielos y tierra, que presido los destinos de las naciones? A vosotros, los que teméis y tembláis, repito ahora las palabras que dije en otra ocasión: “Hombres de poca fe, ¿por qué teméis?”. Creed en el poder de mi Amor Misericordioso para todos los que le invocan, y uníos al llamamiento y al clamor que por vosotros hacen vuestros hermanos en el cielo.

No me cansaré de repetiroslo: en Mí, más que en todos los medios humanos, debéis confiar. Aprovechad las presentes circunstancias para lanzar un nuevo llamamiento de renovación de espíritu, de fervor, de oración, de sacrifici, según los respectivos deberes de estado y las reglas de cada uno. Haced un llamamiento a las almas contemplativas, para que no se duerman en la observancia, sino que sean como otro Moisés, levantando las manos al cielo desde el monte, mientras los que están en el valle toman contra sí mismos las armas de la penitencia: esa será la garantía mejor de vuestra victoria.

Obrad de modo que cuando Yo mire a la tierra, encuentre en ella los justos que mi amor desea, humildes, pobres, obedientes, mortificados, caritativos, fiados de mi bondad, intercesores por la humanidad culpable, y revestidos de mi caridad.

La Ofrenda. - Los frutos de la prueba.

Redoblad la devoción a la Ofrenda; que se eleve incesantemente de millares de pechos en todas las partes de vuestro suelo. Tales son vuestras armas y vuestro poderoso escudo. ¡Dichoso el que me comprenda y secunde mis designios misericordiosos! La prueba actual es para vosotros una gracia inmensa. Las almas volverán a Mí con más ahínco, comprenderán mejor la necesidad que tienen de no apoyarse sino en Mí. Los buenos se harán mejores, y despertaré a los que yacían dormidos contentándose con disfrutar de vuestros trabajos. ¿De donde puede veniros la salvación sino de vuestro Salvador? Uníos para clamar al Amor Misericordioso; imploradlo por mediación de María y por mi Teresita2 para que triunféis, ante todo de vosotros mismos, de la corrupción que lleváis dentro... el orgullo, el espíritu de independencia y el deseo de goces perecederos... Las pruebas humillan, os obligan a reconocer ante Mí vuestra pequeñez, impotencia e ignorancia, y no es pequeño tesoro de las almas perder el apoyo en sí mismas y en sus propios medios y ponerlo en Dios. Las pruebas fijan en el cielo los corazones; con ellas se hace más sensible la necesidad de recurrir a Mí, de consultar para hacer lo que es mi voluntad, con lo cual el abandono es más sobrenatural, más meritorio y más perfecto. Las pruebas por Mí permitidas os mantienen en el espíritu de sacrificio, os enseñan a anteponer a todo mi santa voluntad, el bien común al bien personal; a dejar vuestras cosas por atender a las del prójimo; a consolar a los que temen y lloran; tomando fuerzas de Mí, que soy fuente de fortaleza, sintiendo más honda necesidad de los santos sacramentos.

En verdad os digo: estos tiempos de tribulación son ya de por sí un gran bien para vuestras almas; si sabéis serme fieles y me dais lo que quiero y espero, no tendré que exigiros más. Tan solo una cosa debéis temer en estos días de confusión: no la táctica y los planes de los enemigos, sino vuestro propio egoísmo, que impediría que hiciéseis por Mí y por vuestra patria lo que de vosotros espero. A vosotros, sacerdotes y religiosos míos, a vosotros mis fieles predilectos, mis escogidos, confío en esta hora la salud de la patria. Mi gloria es hacer bien, mas quiero que se me pida; venid a Mí y mostros como deseo, repetid constantemente la Ofrenda... pero la ofrenda práctica sobre todo, que es la que más pesa en mi presencia.

Enseñadla a las almas; que se unan a Mí en cuantos actos producen, para que los pueda Yo revestir con el valor de los míos y puedan obrar según el modelo que les he dado en Mí mismo.

¡Qué vidas tan llenas serían estas, aun sin descubrir al exterior nada raro ni extraordinario! A religiosos y religiosas diles que la mejor mortificación que Yo les pido es la perfecta observancia de sus Reglas; el silencio, la obediencia, la caridad, la pobreza... Que traten de suprimir las dispensas innecesarias cuando la obediencia no se las impone. Si esto hacéis y contribuís a que los demás hagan otro tanto, mucho habéis hecho, y, si las almas responden, mis fines se verán realizados.

Confianza en Dios. - Jesús no nos abandona.

¡Velad, orad, confiad!... confiad en Mí, solamente en Mí. A cada cual doy la gracia según las necesidades del momento, y en cada caso mi ayuda es proporcionada a las dificultades que se presentan. No os espantéis, pues, si de antemano no os sentís tan fuertes como desearíais para una dificultad futura que os imagináis; dicho os tengo que aún cuando tuviéreis que aparecer ante los tribunales, no tenéis que pensar lo que habéis de decir; sino entregaros a mi Espíritu Santo que pondrá palabras en vuestros labios. Así es para todo; si cumplís fielmente mi Voluntad en cada momento, Yo permaneceré con vosotros y jamás os abandonaré. “Basta a cada día su malicia”, lo he dicho y lo repito. ¡Nada os turbe! ¡Nada os inquiete! Esto sólo es ya una victoria, un acto de fe en mis palabras. De esta manera seré glorificado en vosotros.

Mi paz os dejo, mi alegría, mi amor y mi confianza. ¡Bebed en Mí constantemente! ¡Creed en Mí! ¡Jamás os abandonaré!

P. M. SULAMITIS.


1Varias personas deseaban se pidiese a P. M. Sulamitis una oración al Amor Misericordioso, compuesto por ella misma, para rogar por España en las actuales circunstancias. Mas antes de que se le hiciese tal petición, sin que ella tuviese noticia humana ninguna de los acontecimientos aquí desarrollados últimamente, el Amor Misericordioso se dignó enviarnos por su pequeña mano el presente MENSAJE, con indicación de las oracions que le será grato empleemos para implorar su misericordia en favor de nuestra querida patria. Téngase en vuenta para entender ciertas expresiones, que P. M. Sulamitis no es española ni reside en España.

2De Lisieux.