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jueves, 3 de enero de 2019

"Mes del Rey de Amor: o meditaciones sobre el Amor Misericordioso del Corazón de Jesús para el mes de junio (recomendadas para todo el año)




AL LECTOR
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         El mejor elogio, la mejor y más autorizada presentación que podemos hacer de este libro, es transcribir aquí las hermosas palabras de algunos Rvdmos. Prelados españoles, los cuales han expresado con unánime y fervorosa elocuencia los grandes frutos espirituales que su publicación está llamada a producir, y lo mucho que su lectura puede contribuir a la gloria del Corazón de Jesús y a la santificación de las almas.

         En algunas de esas autorizadas y elocuentes palabras se ensalza y recomienda en general, LA OBRA (verdaderamente divina) DEL AMOR MISERICORDIOSO, de la cual el MES DEL REY DE AMOR forma parte; en otras, como en las del Rvdmo. Sr. Obispo de Pamplona, refiriéndose más en particular a este último, en apellidado, en frase gráfica, “librito de oro”.

         Estos ilustres testimonios valen y significan incomparablemente más que cuanto nosotros pudiéramos decir.

         He aquí un extracto de los mismos:

         Extracto de una carta del EMMO. Y REVERENDÍSIMO SR. D. ENRIQUE REIG, CARDENAL ARZOBISPO DE TOLEDO, PRIMADO DE ESPAÑA.

         Apruebo, alabo y bendigo de nuevo la obra del Amor Misericordioso, que seguramente ha de promover con intensidad grande la gloria de Dios.

          A trabajar pues, con perseverancia en ella, en la difusión al conocimiento del Amor Misericordioso de Dios para con los hombres, en la correspondencia de las criaturas a este amor y en la práctica del mismo para con el prójimo.

EL CARDENAL-ARZOBISPO DE TOLEDO.
         5 de Agosto de 1923.


Extracto de una carta DEL EMMO. Y REVERENDÍSIMO SEÑOR CARDENAL, DON JUAN BENLLOCH, ARZOBISPO DE BURGOS.

         Examinada de Nuestra Orden la OBRA DEL AMOR MISERICORDIOSO venimos en aprobarla, como en efecto la aprobamos, estimándola muy útil para fomentar en el pueblo cristiano el verdadero Amor a Dios y el amor del prójimo.

         Tanto el fin de la Obra como los medios prácticos que propone, están fundados en las enseñanzas del Evangelio y en las enseñanzas de la Santa Iglesia, madre y maestra de la verdad. Por lo cual Nos veremos con suma complacencia que los cristianos retornen a los brazos del Amor Misericordioso y gusten la dulzura inefable del Amor de Jesús, principalmente por la devoción al Santo Crucifijo, y en su amor busquen reservas de caridad para con el prójimo, a fin de que todos “Unum sint” sean una misma cosa, y florezcan y se afiancen en las familias y en las sociedades la paz, don de Dios, sobre aquellos que le aman…
EL CARDENAL BENLLOCH, ARZOBISPO DE BURGOS.
         5 de Agosto de 1923.

Extracto de una carta DEL EXCELENTISIMO SR. D. LEOPOLDO EIJO, OBISPO DE MADRID-ALCALA.
         La Obra del AMOR MISERICORDIOSO… Es una obra esencialmente evangélica, que ha de dar excelentes resultados para la gloria de Dios y salvación de las almas. Se respira en ella el más fervoroso espíritu cristiano con tan eficaz atractivo, que seguramente habrá de enfervorizar a muchas almas constituyendo un escogido ejército de paz y de caridad.
LEOPOLDO EIJO.
         26 de Julio de 1923.

         Conozco y poseo el librito de oro “El Mes del Rey de Amor”… y sería decir nada el escribir que su traducción al castellano, y su difusión entre los fieles producirá frutos espirituales bien abundantes.

         El Pesebre de Belén, la Cruz y el Sagrario, o de otro modo, Jesús naciendo, muriendo y reinando en la Eucaristía, es siempre el Rey de Amor, porque su Nacimiento, Muerte y Augusta Eucaristía son obras de su Divino Corazón, trono y asiento regio de su amor.

         “Quia dilexit me”… Porque me amó, repetía enamorado San Pablo… y esa es la verdad; porque nos amó, llevó a cabo y realizó Jesucristo las estupendas maravillas de su Misericordia, a favor de los mortales.

         En ese Océano sin fondo del Rey de Amor, hallan las almas grandes las perlas que han de esmaltar y decorar su corona eterna; en esa mina, mejor que de oro, cavan y ahondan los elegidos, para labrarse la diadema de su dichosa inmortalidad.

         Oh, Divino Rey de Amor, ¿quis amantem non redamet?; ¿quién no amará Al que tanto nos ama?
MATEO, OBISPO DE PAMPLONA.

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PRÓLOGO

         Hace diez y nueve siglos que la impiedad tiene la pretensión de prescindir de Dios: se niega a creer en Jesucristo: no quiere reconocerle por Rey.

         Continúa lanzando el antiguo grito de los judíos: “Nolumus hunc regnare super nos.” – “No queremos que reine sobre nosotros.”

         Las almas cristianos son las obligadas a oponer a estas palabras de oprobio el grito del amor y de la fe: “Oportet Illum regnare.” – “Es preciso que Él reine”.

         Ese debe ser el toque de llamada, bajo el cetro del divino Rey del Amor.

         Es el nuestro y cada día lo repetimos, cuando rezamos el “Pater Noster”, la sublime oración que el mismo Hombre-Dios nos ha enseñado: “Adveniat regnum tuum.”

         “Venga a nos Él tu reino”.

         ¡El reinado de Dios en nuestras almas! ¡Qué ideal para una criatura capaz de comprender y de amar! Pero no debemos contentarnos con acariciar ese ensueño, sino que debemos hacer cuanto de nosotros dependa para realizarlo.

          – ¡El reinado de Dios en las almas! – Sí, este es el deseo de todo corazón verdaderamente cristiano; mayor es aún el deseo del Corazón de Dios.

         Nuestro Señor no ha venido a la tierra sino para obtener este magnífico resultado. Todos debemos contribuir a ello, cada uno según la medida de nuestras fuerzas.

         A este fin se ha escrito el Mes del Rey de Amor, en la dulce persuasión de que responde a los deseos de Jesús. “Ignem veni mittere in terram: et quid volo nisi ut accendatur?” – “He venido a traer fuego a la tierra; ¿qué otra cosa quiero Yo sino que arda?” – Este es el deseo expresado por Aquél que ha hecho a favor nuestro el sacrificio de su vida. Y nosotros, en cambio, ¿no haremos nada por Él? ¿Su palabra será para nosotros letra muerta? ¡Oh, no ciertamente!

         Basta a veces una pequeña chispa para producir un gran incendio. El Mes del Rey de Amor quisiera ser una chispa que prendiera en las almas el voraz incendio del amor divino. Con ese propósito se ha inspirado extensamente en el Evangelio, considerando que las palabras de Nuestro Señor tienen una gracia especial para penetrar en las almas e impulsarlas a devolverle amor por amor. Aspira a ser leído en todas las épocas del año. Su doctrina es de todos los tiempos y todos los instantes: es la doctrina del Maestro. Es, sobre todo, el libro apropiado para meditar durante el mes escogido por el mismo Salvador, y que la Santa Iglesia ha consagrado a la devoción del Sagrado Corazón. La piedad cristiana lo ha comprendido así, y este mes forma parte de su programa; y desde hace algunos años se esmera en celebrarlo dignamente.

         Pero hay que convenir en que esta misma piedad necesita ser frecuentemente reanimada. El Mes del Rey de Amor desea vivamente prestar ese servicio a las almas fervorosas, que han experimentado ya los santos goces de la vida espiritual: a las almas amantes que desean ofrecer nuevo alimento a su piedad; a las almas de buena voluntad, pero más atrasadas y que deben ser dirigidas en sus primeros instantes. A todas hará escalar, o por lo menos entrever, las cimas sagradas del amor divino; a todas inspirará, y mantendrá en ellas, el deseo de seguir a Jesús en el camino real del Amor y serle fieles para siempre.

         La materia de los treinta días de meditación de este mes está distribuida en tres series, de distintos auxilios, formando tres novenas preparatorias a la fiesta del Sagrado Corazón. Un triduo (que en cierto sentido es la acción de gracias del Amor) pone el complemento a estas tres novenas.

         Para los diferentes viernes del mes de Junio han sido escritas algunas meditaciones especiales: éstas permitirán a las almas, que tienen particular predilección por ese día, unir más estrechamente sus piadosas intenciones a las intenciones de la Augusta Víctima de nuestros Altares. Esta unión les atraerá numerosos beneficios.

         En el Apéndice se encuentran, además de un ejercicio de la Hora Santa, el acto de Consagración al Amor Misericordioso de nuestro Salvador. – Efusiones todas de amor destinadas a mantener en ellas las vivas luces de la fe en el Amor Misericordioso de Jesús y abrasarlas en las llamas divinas de la Caridad, condiciones ambas, esenciales del reinado del Rey de Amor en las almas. – Que tengan siempre presente que el reinado del Rey de Amor no se realizará verdaderamente en ellas, sino cuando su amor a Dios sea tan profundo y tan intenso, que desbordándose de los límites de su alma, las lleve como por sí mismas a la práctica de la caridad.

         Que la Santísima Trinidad se digne bendecir esta obrita, que no tiene otro objeto que su gloria, y conceda a nuestras filiales súplicas que el Corazón más amable y más amante será también el más amado de todos los corazones.

         Os lo pedimos con ardor, ¡oh, Dios Todopoderoso! Por la intercesión de la Virgen Inmaculada, del Arcángel San Miguel, de San José, de Santa Margarita María, de los Ángeles y Santos que más han deseado ver, por fin, realizado en los corazones cristianos el reinado del Divino Corazón, Rey de Amor Misericordioso.

 ¡Corazón Sagrado de Jesús, venga a nos El tu reino!


jueves, 9 de noviembre de 2017

Mensaje del Amor Misericordioso: "A los católicos españoles" (segunda parte).


(Segunda parte)

La gloria de Dios y el bien de las almas. - Esta vida es tiempo de prueba. - Jesús ha sufrido más que nosotros. 

    Yo soy la Verdad... En Mí todo es perfecto... Soy también la Bondad infinita, y no hago ni permito cosa alguna que no sea para bien. No os inquietéis, no os turbéis: velad y orad. Todo lo he prometido a la oración y ninguna oración queda sin fruto; pero Yo os escucho de la manera que mejor responde a vuestras necesidades y más pueda aumentar vuestra eterna bienaventuranza en Mí, al mismo tiempo que me proporciona mayor gloria. Estas dos cosas son una sola en mis designios, porque no os he creado sino para mi gloria y para haceros participantes de mi divina felicidad.

Olvidáis a veces que el tiempo que estáis sobre la tierra es un tiempo de prueba, para haceros merecer el cielo. Cuando gozáis de todas las alegrías de la vida y, sin trabas ni dificultades, podéis practicar vuestra religión, sostenidos y alentados por los que están al frente de vosotros, indudablemente que tenéis mucho que agradecer y por qué bendecirme, porque eso es un gran bien, del cual muchos se aprovechan, y las almas débiles se sostienen y defienden con este socorro. Pero sucede también que algunos se dejan dominar por la rutina y, por conquistar vanas ventajas humanas, llegan aún a obrar en contra del bien verdadero. Y he aquí por qué en ciertas ocasiones, cuando he confortado a los míos con mis exhortaciones y mi presencia, obro con vosotros como hice con mis Apóstoles, y os hago pasar por el crisol de las pruebas y tribulaciones, para que me déis testimonio. Este, os repito, es el fin que mi amor divino se propone en las angustias y sufrimientos por que pasáis.

Sobrenaturalizad bien estos sufrimientos y, por encima de vuestras penas, miradme... pensad en Mí. ¡Si supiérais con qué ojos de amor os miro, sobre todo a los que por Mí padecéis en estos momentos, observando las menores vibraciones de vuestro corazón!... ¡Oh, qué poco conocen mi Corazón los que me consideran como un Señor severo, como un tirano!... Soy Padre infinitamente bueno, y ningún sufrimiento permito que os alcance, que no lo haya sufrido Yo antes, y en mucho mayor grado. Quisiera consolar a todos los que están por Mí en la tribulación; les estoy sosteniendo...

Todos los que al presente estáis unidos a mi Vicario en la tierra, regocijaos, porque también él sufre persecución por la justicia y lucha por la defensa de la verdad y la gloria de mi Nombre; y Yo estoy con él y vosotros también estáis con él en la unión de sufrimientos y oraciones...

Unión en el Corazón de Jesús. - Selección de almas. - Libre testimonio de la fe. - Las tormentas purifican.

Los que en estos momentos sufrís, de cualquier modo que sea, uníos a Mí y ofrecedme vuestros sufrimientos en unión con los míos, para que tengáis parte en la obra del Amor Misericordioso de mi Corazón. Mientras unos combaten en la explanada y otros están en la arena como espectáculo a los ángeles y a los hombres, los demás orad, ofreced vuestros sacrificios, vuestros actos de sumisión, de obediencia, de dependencia, para atraer una gracia más abundante sobre aquellos que me han de dar la victoria de su preferencia individual y de su fe. Porque si soy glorificado por la fidelidad de una nación, de un pueblo que sigue a su jefe, ¿cuánto más lo será aún, cuando cada uno, por su propia elección, me elige y me aclama como Señor soberano y permanece fiel, protestándome su fe y su amor?

He ahí la gloria que Yo quisiera encontrar en este pueblo. Lo que deseo en esta hora es el libre testimonio de cada uno. Hay horas en que Yo me complazco en hacer como un empadronamiento de mi pueblo, viendo las almas que de veras quieren ser mías y lo son de verdad. Esta grande hora es la que se prepara... Orad, sobre todo, por esta intención. Pedid a Dios la fidelidad para todas estas almas... Que cada uno obre según su conciencia secretamente le dicte, y entonces me será un glorioso testimiento... Pero orad, porque el enemigo, como león rugiente, anda rondando y busca una presa que devorar... trata, sobre todo, de intimidar a los débiles y seducir a los ignorantes... Orad, os repito, sed humildes y obedientes al jefe supremo... vivid de caridad. Pedid, os digo nuevamente, amaos unos a otros, ayudaos unos a otros, no para formar partidos políticos, sino para defender la justicia, la libertad y la paz... Yo soy el Dios de paz... No os entristezcáis más de la cuenta y, sobre todo, no os dejéis abatir. Sed generosos, sencillos y rectos. Acordaos de las tempestades: pasan y quedan el aire más purificado... Así sucede con las almas. No se turbe vuestro corazón; Yo soy el Señor soberano y doy siempre una gracia proporcionada a la prueba; pero sólo vencerán los humildes, los que ponen su confianza en Mí y no en sí mismos. No os juzguéis unos a otros, porque eso sería debilitaros; antes bien, orad unos por otros. Si queréis darme la victoria, sed como pequeñuelos, que me toman por el corazón.

El diablo siembra discordias. - Alegrarse en el Señor. - Sostener a los débiles.

Tened presente que aún en las horas de mayor tribulación, en esas horas decisivas para las almas y las naciones, el demonio trata de sembrar pequeñas divisiones, pequeños partidos, avivar susceptibilidades, suscitar cuestiones de precedencia, a fin de disipar vuestras fuerzas; y mientras os entretenéis en estas cosas, perdéis de vista los grandes intereses de la gloria de Dios, el bien positivo de las almas y de vuestra patria. Tal es el ardid que emplea el enemigo cruel de todo bien. Levantaos por encima de todo personalismo y combatid lealmente, humildemente, valerosamente por la causa de vuestro Dios. Que cada uno obre según el don que ha recibido y ruegue por aquellos que tienen luz y cargo de comunicaros la palabra de orden de parte de Dios mismo.

Una vez más os digo que os alegréis en Mí y por Mí, pues mayor motivo tenéis para alegraros en Mí que para llorar. Los que debieran llorar son los que reniegan de Mí y me abandonan... Pero orad por ellos, que algunos volverán. Siempre ha ocurrido lo mismo: acordaos de Pedro...

Es preciso sostener a los flacos. El hermano ayudado de su hermano, es como una ciudad fortificada. En Mí no hay distancias. Poned vuestra confianza en María Mediadora, vuestra Madre amantísima, y en la asistencia de mi Espíritu Santo. Recordad lo que os he dicho para la hora en que tuviérais que dar testimonio de Mí: Él es el que hablará por vuestra boca y os inspirará lo que habéis de decir. Mas, para eso, permaneced en mi paz. No os inquietéis por el mañana: a cada día basta su pena. Estas son las grandes lecciones, las enseñanzas divinas que os darán fortaleza en las actuales circunstancias. Cuando hace ya tanto tiempo daba Yo a mis Apóstoles estas instrucciones, os tenía a vosotros también presentes, y ahora os lo repito diciéndoos que nada os turbe, nada os haga perder vuestra paz. Jamás os envanezcáis por un éxito, como tampoco os habéis de abatir ni desalentar si pongo a prueba vuestra fe y vuestra confianza en Mí.

¡Oh vosotros, que sois mis amigos: velad y orad! No os durmáis en la tibieza ni perdáis el tiempo en vana jactancia; conservad mi unión y permaneced en mi amor. Sabed que soy el Señor omnipotente, que no os abandonaré jamás. Soy fidelísimo: tened fe en Mí. Soy Dios y Padre amorosísimo, y tengo de mis hijos el cuidado más tierno y solícito. Aun cuando el universo entero se trastornase, nada debía haceros perder la paz de vuestra alma.

Continuamente estoy inclinado hacia vosotros, y María os tiene bajo su protección; como un niño entre los brazos de su padre, así debéis permanecer entre los brazos del que es Omnipotente e infinitamente Bueno. Por vuestra fe y vuestro abandono, seré glorificado; no por una vana presunción, que es del todo diferente, sino por la humilde fidelidad del alma que ora esperándolo todo de mi sola bondad, y, sin embargo, vela y me rinde el tributo actual de la práctica de lo que entiende ser mi voluntad. Tales almas obtendrán maravillas. ¡Oh, que poderoso es el humilde, el obediente, que ora!...

Que los religiosos esparzan su perfume. - No preferirse a nadie, no juzgar a nadie, orar mucho. - La unión en la Ofrenda.

Si el enemigo ha intentado arrojar a los religiosos de sus conventos, que tengan cuidado y no se dejen seducir volviéndose al siglo por su conducta, costumbres, conversaciones y juicios; que religiosos y religiosas procuren edificar a todos con el tonificante auxilio del ejemplo. He aquí lo que me he propuesto al dejarles en esta prueba cruel: que esparzan el perfume del buen olor, porque esta es su obra... Consérvense en el recogimiento y en la fidelidad a sus promesas cuanto les sea posible, y muéstrense religiosos, tanto más unidos a Mí cuanto mayores sean las tribulaciones y luchas que tengan que sostener. ¡Bienaventurados los que se muestren fieles y ensanchen su corazón para abrazar en su solicitud a todos sus hermanos, manteniéndose siempre unidos a Mí!

Yo nada destruyo de cuanto he establecido, mas lo someto a prueba, para que se afiance en Mí como en sólida roca. Orad por los débiles, pero no os infatuéis con vana presunción. A ninguno habéis de preferiros, porque eso sería la ruina y la causa de la mayor debilidad. El que está en pie, tema no caiga; pero no juzgue a su hermano y tenga cuidado de no hacer aplicaciones molestas. Porque, ¿quién eres tú que juzgas a tu hermano? ¿No has sido sacado del fango del pecado? Sin mi gracia poderosa, has de saber que, al presente, estarías más bajo que él, por muy caído que él se halle.

Si con tanta insistencia hablo de humildad, de caridad, de obediencia a vuestros jefes, es porque conozco su oportunidad. Obrad de suerte que nadie pueda decir mal de vosotros, para que no seáis probados, sino por la justicia y no castigados por vuestra maldad o presunción.

Haced que se ore mucho... Llamad a vuestro Moisés y que se mantengan en su puesto con las manos levantadas al cielo, pero, sobre todo, con los corazones inmolados, las voluntades sometidas y en el más completo desprendimiento de lo que no es su único y soberano bien.

Uníos cada vez más en la Ofrenda, porque es de un peso inmenso en la balanza. Algún día veréis lo que os han valido estos días de tribulación y de angustia, en que habéis buscado, querido y procurado, cuanto dependía de vosotros, la Gloria de mi Nombre.

Yo estoy con vosotros y sin cesar me ofrezco por vosotros: uníos a Mí.

20 de Junio de 1931.

P. M. SULAMITIS.

NIHIL OBSTAT
FR. IGNATIUS G. MENENDEZ REIGADA, O. P.
Censor.

OBISPADO DE SALAMANCA, 2 julii 1931.
Imprimatur: + FRANCISCUS, Episcopus Salmantinus. 

viernes, 27 de octubre de 2017

Mensaje del Amor Misericordioso: "La fiesta de la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo"


Llamamiento a los fieles.

Vosotros, cuantos habéis oído la voz del Papa y queréis responder a ella… ¿no sentís en vuestra alma un transporte de goce extraordinario ante el pensamiento de que Jesús por la voz de su Pontífice ha sido declarado Rey universal, Rey de la humanidad… en todo lugar, en todos los tiempos, por todos los cristianos de la tierra… en nombre de todos los pueblos, aún de aquellos que todavía no son suyos, aún cuando tiene derecho a ellos por haberlos adquirido con su sangre… aclamándolo con un solo corazón y una alma sola como nuestro Rey?

Y no sentimos un nuevo impulso para confesarle como tal cada vez que aparece en nuestros labios esta gloriosa expresión que tan a menudo se encuentra en la liturgia:


¡Nuestro Señor Jesucristo!...

¡Y no sentimos al mismo tiempo, en el fondo del alma, una vibración íntima que es como la respuesta del Rey a nuestros homenajes, y un nuevo estímulo!

1.- Excelencia e importancia de esta fiesta.

Quiero –parece decirnos Jesús– que esta sea una fiesta solemne en la Iglesia; que sea una de mis mayores fiestas.

En las otras, celebráis, sobre todo lo que Yo he hecho por vosotros; en esta deseo que aparezca lo que para vosotros soy, con qué título me debéis reconocer por cabeza vuestra y como debéis comprometeros a servirme.

Esta fiesta tiene mucha más importancia de lo que pensáis, y daré a mis amigos cada vez más luz sobre ello si quieren considerarlo en la oración y si entran con una fe llena de respeto en el movimiento que les ha comunicado mi representante visible en la tierra.

No daré mis luces sino poco a poco, porque las almas no podrían recibirlas de repente1. Admirad en esto la sabiduría divina… Yo dispongo suavemente las almas a la realización de mis designios… Así preparé esta fiesta desde el comienzo del mundo, y David, por sus inspirados salmos, estará en medio de vosotros cuando me glorifiquéis con vuestros cánticos… Todos mis Santos, asociados por Mí a esta obra, se unirán a vosotros y me saludarán como a Rey de la gloria2; me aclamarán como a Rey de Reyes y Señor de señores…3; todos depondrán sus coronas a mis pies, confesando haberlo recibido todo de Mí y que sólo a Mí es debida la gloria… a Mí que os he conquistado con mi sangre.

Quiero que esta fiesta se celebre con gran pompa en la Iglesia por la comunión de los Santos… Que sea la reunión de todos los pueblos de la tierra… una misma fiesta para los habitantes del Cielo, de la tierra y del purgatorio…

2.- Esta fiesta debe celebrarse con espíritu de fe, esperanza, caridad.

¡Dichosos los que me reconozcan en este día como a su Rey y como a tal me glorifiquen!... Lo he dicho: les daré una gloria particular en mi reino4.

Juntad con vosotros en este día a todos los que me pertenecen, y a todos aquellos a los cuales deseo llegar… Suplid con vuestros homenajes la ingratitud de la humanidad… y cada vez que se renueve esta fiesta, renovaos también en la fe, en la esperanza y en la caridad.

Estas tres virtudes teologales son la base en que descansa la vida cristiana… Y veréis ahora cómo esta fiesta contribuirá a ejercitaros en los actos de ella.

3.- Esta fiesta confirma en la fe.

El celebrarla será para vosotros un acto de fe… por el cual me confesaréis a Mí, Cristo Jesús, verdadero Hijo del Padre e hijo de María, verdadero Dios y hombre… Salvador de los hombres, Señor de ellos, reconocido como tal por vuestra fe y vuestro amor.

Al proclamarme Rey reconoceréis al propio tiempo que por el hecho de serlo tengo derecho y y deber de dictaros leyes, las cuales debéis observar… También reconoceréis que por su cumplimiento o violación mereceréis la recompensa que os he prometido o el castigo en que incurren los transgresores de mi Ley…

Por esta fe confesaréis que, siendo Rey, tengo derecho y deber de gobernar y de hacerme representar… y que en efecto gobierno mi Iglesia por medio de los que he establecido jefes de ella. Ahora bien, mi reino es un reino espiritual. Aunque extendido por todo el universo, aunque alcanza a todos los tiempos y aunque no debe tener fin… este reino está en medio de vosotros5 y todos, cualquiera que sea vuestra nacionalidad, vuestra condición, podéis formar parte de él…

Los puestos más elevados son para los que quieran poseerlos… todos pueden tenerlos sin perjudicar a los demás; los más humildes, los pequeños los pueden alcanzar; a esos les están prometidos6. Ved si no a mi Teresita… pero sobre todo a la Reina de las reinas: mi Madre Inmaculada. El motivo de su alegría en Mí… la causa de su inmensa gloria es porque a sus ojos se tuvo por pequeñita y se miró como mi sierva; por eso la he exaltado tanto más7.

El alma más humilde, más obediente a la Iglesia, esa será la mayor en mi Reino. Por esto yo quisiera que purificaseis bien vuestra intención al celebrar esta fiesta, y que la celebréis no sólo porque os conviene y resulta agradable, sino en espíritu de sumisión a la Iglesia… Y consideraos felices de ofrecerme cada uno vuestro corazón para piedra de mi corona…
Quisiera recibiros en la corona de mi Iglesia… Niños, jóvenes y ancianos8, todos tenéis en ella vuestro lugar… Sed, pues, en ella lo que Yo quiero…

Por tanto, fe en mi Evangelio que contiene mis enseñanzas, mi ley, mis consejos… y fe en mi Iglesia, que ha instituido esta fiesta para glorificarme como a vuestro Rey, Rey de la humanidad…


1 S. Joan. XVI, 12.
2 Ps. XXIII, 9-10.
3 Dan. II, 37; I Tim. VI, 15; Apoc. XIX, 16.
4  Matt. XIX, 28; Luc. XII, 8; Joan. XVII, 24.
5  Luc- XVII, 21.
6  Marc. X, 14.
7  Luc. I, 38.
8  I Joan., 2.

lunes, 6 de marzo de 2017

Mensaje del Amor Misericordioso: "Cristo, Rey universal"


CRISTO, REY UNIVERSAL
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Consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús[1]
(Fórmula dada por Su Santidad Pío XI).

¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Miradnos humildemente postrados; vuestros somos y vuestros queremos ser, y a fin de vivir más estrechamente unidos con vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.

Muchos, por desgracia, jamás, os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo.

¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna, que no perezcan de hambre y miseria. Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría y del Islamismo; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino. 

Mirad finalmente con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fue vuestro predilecto; descienda también sobre ellos, bautismo de redención y de vida, la Sangre que un día contra sí reclamaron.

Conceded, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino ésta voz: ¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén.

MEDITACION INTIMA

         En las palabras de esta Consagración, se reconoce el Corazón de Cristo, inspirando  a su Vicario los acentos que quiere hallar en los corazones y en los labios de sus hijos.

         Como otras veces, viene a hacernos oír sus íntimas vibraciones que descubren tanto amor y tanta misericordia.

“¡Tengo compasión!”

         Y a todos nosotros es a quien se dirige…. Y de todos nosotros de quien se compadece… y son todos nuestros corazones los que Él quisiera ver abrasados del Amor Misericordioso que arde en el Suyo… Y si quiere ser reconocido por nosotros como REY, no es solamente para su gloria, sino también por su bondad, por compasión hacia nosotros… para continuar siendo una vez más, para siempre, nuestro Salvador; para poder ejercitar aún más su misericordiosa caridad sobre nosotros. Su Corazón está tan lleno de amor hacia nosotros, que se desborda; pero necesita corazones que se le abran, para llenarlos. Quiere hacerse oír de todos, pero quiere también que le sirvan de porta voz y que le escuchen, que quieran oír esta palabra de su misericordioso amor: “¡Tengo compasión!”.

         ¡Oh María, cuyo Corazón Inmaculado vibró siempre y vibra todavía con las vibraciones del Corazón de Jesús, haced oír a todos sus palabras de amor! Su palabra divina: “¡Tengo compasión!”.

La compasión o el amor misericordioso del Corazón de Jesús.

         Sí, tengo compasión de ese pueblo; de esos pueblos que verdaderamente son como ovejas errantes sin pastor… y por eso quiero hacerlas volver a Mí…

         Tengo compasión de mis criaturas y no quiero más que su bien… Al procurar mi gloria y al reclamarla de ellas – esta gloria mía que yo me he dignado poner en sus manos, para que ellas me la devuelvan – es una gracia, un favor que les concedo; y hasta esto lo hago Yo por su bien… Porque las recompensaré eternamente por este homenaje que me hayan rendido y por el buen uso que hayan hecho de su libertad, aunque para ello hayan tenido que ser prevenidas de mi gracia, y sostenidas por ella para cumplirlo.

Esta Consagración es una gracia, un favor que debe producir frutos.

         Esta misma Consagración es ya una gracia, un favor que yo os ofrezco. Bienaventurados los que sepan comprenderla, apreciarla y corresponder en la medida que conviene… porque será aprovechada de bien distintos modos por las mismas almas que la hagan… y de igual forma rechazada diversamente: por unos con indiferencia, por otros con ignorancia; aunque algunos también lo harán por malicia, por odio e impulsados por Satanás… atreviéndose a decirme de nuevo el “non serviam”… ¡no serviré! ¡no queremos que Él reine en nosotros!...

         Este acto,  Yo os lo digo, será grande… y tendrá una gran influencia en muchas almas. Por eso convendría que se les hiciese comprender bien su alcance… debiendo sacar unos el diez, otros el veinte… el treinta, sesenta… ciento por uno de fruto, para mi gloria y su santificación… para su provecho eterno…


El valor de este acto depende las disposiciones de nuestro corazón.

         Lo que Yo aprecio sobre todo es el corazón, la disposición de la voluntad… Bienaventurado aquel que sepa poner su corazón en unión con el Mío a fin de que no vibre sino con las vibraciones de mi Corazón… Pedid a María, vuestra Madre Celestial, que os enseñe en esta circunstancia a hacer lo mismo que ella hizo en el curso de su vida cuando Yo oraba , y Ella oraba conmigo – Ella se adhería con toda su alma y entraba de lleno en todo lo que le sugerían las palabras mismas que Yo pronunciaba… Y aun cuando yo oraba en silencio… María se adhería también… Así debéis hacer vosotros: habituaros a hacer vibrar vuestras almas con las vibraciones que Yo os imprimo por mi Santo Espíritu, al hablaros por medio de mi Iglesia, sea en las oraciones litúrgicas que pone Él en vuestros labios, sea por otro medio. Vivid en la gran unidad “católica” y comenzad desde ahora.

La afirmación de ser de Dios, de pertenecerle, fortifica la voluntad en el bien.

         Vosotros, los míos, afirmad más y más vuestra voluntad de serlo. No sabréis comprender qué fuerza comunica a vuestra voluntad esta sincera afirmación, voluntaria y deliberada, cada vez que la hacéis y la pronunciáis… Entrad en las disposiciones de caridad perfecta que Yo quiero encontrar en vosotros. Caridad a base de fe y de humildad: caridad que es toda olvido vuestro y misericordia; caridad que es el fruto del extremado Amor Misericordioso con que sois amados… caridad que es un desbordamiento de Mi Corazón en el vuestro y que os hace verdaderos discípulos míos, haciéndoos verdaderamente vivir de mi vida, conforme a lo que Yo mismo os he enseñado y a lo que me habéis visto practicar.

         ¿Y por qué quiero encontraros en esta caridad? – Para que estéis en Mí… Quiero que toméis como medio lo que ha de conduciros a la esencia… a la vida práctica de lo que es vuestra condición fundamental y sobrenatural de cristianos… Hago esto para suplir vuestras tinieblas y vuestra ignorancia… Os doy mandamientos, promesas y amenazas únicamente para que os sirvan de barreras, de dirección, de estímulo y de freno; para contrarrestar vuestra concupiscencia y vuestras tinieblas y ayudaros a triunfar. Aprovechaos bien de todo según mis designios… con amor… con reconocimiento…

La caridad perfecta. Espíritu católico.

         Acordaos de lo que en otro tiempo os dije y os repito hoy de nuevo… “Tengo compasión de este pueblo”… Sí, “tengo muchas ovejas que no están en mi rebaño; quiero atraerlas para que no haya sino un solo rebaño y un solo Pastor”… Ayudadme… ayudadme con vuestras oraciones, ayudadme, uniéndoos, tomando una sincera parte en este movimiento comunicado por mi Representante sobre la tierra… entrad de corazón en esta cruzada de oraciones, unid a ella vuestras más insignificantes intenciones particulares… dilatad vuestros corazones… que sean cada vez más “católicos”… Pero, sobre todo, que sea ese espíritu “católico” el que os anime en todas vuestras palabras y acciones; porque no serviría de nada emplearos exteriormente en obras, si vuestro corazón estuviese fuera de esta unión de caridad… si os permitieseis juzgar, o despreciar a aquellos que, buscando así mismo el bien, no tienen la misma luz ni las mismas miras que vosotros. Yo quiero que alentéis el bien donde quiera que se halle… y que me ayudéis suavemente a que las almas se abran más y más a la verdad… Que vuestro apostolado sea ante todo el de la caridad… que los que sean testigos de vuestras palabras y de vuestros actos puedan decir de vosotros, como de los primeros cristianos: “¡Ved cómo se aman!”.

         Por ahí (ya os lo dije) es por donde conocerán todos que Yo soy verdaderamente el enviado del Padre (Juan, XVII, 21) y podrán creer en el amor que os tengo y en el que pongo en vosotros y que emana del mío…

No permanecer en indiferencia ante los sufrimientos ajenos.

         No seáis indiferentes para los sufrimientos de vuestros hermanos. Vosotros, Cristianos míos e hijos de mi Iglesia, que estáis siempre conmigo, y con abundancia de todos los bienes, pensad en tantas almas que están en peligro de indiferencia… errando en las tinieblas… presas del hambre… ¿no les tendréis compasión? Y en vez de dedicar siempre vuestras oraciones a vuestras miras e intereses particulares, ocupándoos sólo de vuestras pequeñas dificultades y necesidades personales, ¿no responderéis a mis deseos?... Hijos todos muy amados del Celestial Padre de familias, haced vibrar vuestros corazones con las vibraciones del Mío… Rogad por el retorno a la casa paterna de todos vuestros hermanos, de todos los miembros de la gran familia humana, que cuenta en sí tantos hijos pródigos de tan diversas formas… y tantos otros hijos que, aunque permanecieron fieles, no comprenden el Amor Misericordioso del Padre que quisiera que volviesen todos sus hijos a su casa…

Llamamiento a todos los hijos de la Iglesia. Beneficio de la Comunión de los Santos.

         Esta Consagración es, pues, un llamamiento a todos los hijos de la Iglesia. Todos ellos han de recibir por medio de ella grandes bienes: unos obtendrán un mayor conocimiento de mi Corazón… Otros el beneficio de las oraciones y el apostolado de sus hermanos… todos se enriquecerán del provecho común en la Comunión de los Santos… los que dan, y los que reciben. Porque entre vosotros el que da se enriquece siempre, puesto que me comprometo Yo a devolvérselo en mi Reino; y recibe ya desde aquí abajo un aumento de gracias y de amor… Vosotros, los que queréis amarme y ser muy amados, y crecer sin cesar en este amor…: Amad a los demás… dad y se os dará… lo que hacéis por vuestros hermanos se os devolverá con creces.

Hacerse todos Apóstoles por la caridad.

         Rogad, porque la mies es mucha; rogad al Dueño de la mies para que envíe a ella operarios… Ofreced para ellos sacrificios… Sed todos apóstoles por medio de la caridad: todos podéis serlo y no sabéis todo el bien que podéis hacer así aun dentro de una vida sencilla y oculta, sólo por los resplandores de vuestra bondad… por las exteriores dilataciones de una vida de fe en mi caridad. Id, pus, sea cual fuere vuestra edad y condición… id a comunicar por todas partes las llamas de mi caridad… Para esto abrid cada vez más vuestras almas a la fe en mi amor… e id a mendigar para mí un poco de amor en correspondencia. Así practicaréis la doble caridad: para conmigo y para con vuestro prójimo, porque respondéis a los deseos de mi Corazón… y vuestros hermanos serán atraídos hacia el verdadero bien y vendrán a Mí… De este modo se ejercita el verdadero y fecundo apostolado… así empecé Yo la conquista del Universo… Ved si no lo que hizo hasta una samaritana… Y vosotros ¿tendréis menos celo para atraerme almas?... Cesad ya de no ocuparos más que de esos y pobres mezquinos intereses materiales… desterrad de vuestro trato todas esas conversaciones paganas, tan contrarias al verdadero espíritu cristiano y en el que os hacéis vosotros mismos más daño que provecho. Sí; entre vosotros, cristianos, mostraos “católicos”, vivid vida católica. Tened sobre todo el corazón católico, lo que se alcanzará seguramente, si permanecéis todos bien unidos a vuestro Cristo, si vivís verdaderamente de vuestras comuniones, si procuráis no dejar que vibre vuestro propio corazón más que con los latidos del mío. Así lo lograréis procurando entrar siempre y cada vez más y más en las intenciones de Aquél que Yo os he dado como Jefe Supremo sobre la tierra… cuya misión es atraer a todos los pueblos a la unidad de la fe y reunirlos a todos en la caridad de Jesucristo. Eso es lo que hace ahora en este mismo acto presentándome a vosotros como Rey y pidiéndome en su paternal solicitud, a todos y por todos, el acto que Yo mismo reclamo de vuestra fidelidad, de vuestra fe, de vuestra confianza sin límites en mi Amor Misericordioso, de vuestra perfecta caridad.

Este acto debe ser punto de partida de una vida nueva más hondamente de Jesucristo y más católica.

         Que este acto sea para vosotros el punto de partida de una vida nueva más católica, abrazando más y más los intereses de todos vuestros hermanos; que sirva para haceros entender mejor las palabras del Padre nuestro y haceros vivir de ellas… Que sea, en fin, como el faro luminoso de vuestros días y vuestros años, de toda vuestra vida…; que sirva para que os mantengáis todos más unidos, formando el “unum” católico que Yo pedí para vosotros a mi Padre la víspera de mi muerte… Así todos trabajaréis cada uno según sus medios y condición, para mi gloria y para el triunfo de mi Iglesia… por vuestra fidelidad personal, vuestra caridad fraterna, por vuestras oraciones y sacrificios a favor de vuestros hermanos, por vuestra unión – en este hecho – a todas mis intenciones y por vuestras súplicas para obtener la libertad de mi Iglesia, y con esto mismo mi Reinado, el Reino de Dios en el mundo entero… asegurando la facilidad de la predicación del Evangelio.

Haced vibrar vuestras almas en armonía con lo que se os ha dicho.

         Al hacer esta Consagración, procurad hacer vibrar vuestras almas con grandes vibraciones de fe, de confianza y de caridad… de humildad, de contrición, de agradecimiento… de misericordia, de abnegación… de fiel adhesión a mi Iglesia. Sabed ante todo hacer por medio de ella un acto de conformidad con mi divina voluntad, y por lo mismo un acto de obediencia y sumisión… un homenaje de reparación por vosotros, por todos vuestros hermanos… un acto que os junte con ellos en la unidad de la fe y en la unión de la caridad…

         Hacérsela leer a todos, a los que me conocen, a los que no me conocen o que me conocen mal… a todos aquellos que no saben que es a Mí a quien buscan y desean sin conocerme… Atraed gracias de luz y de fuerza para aquellos que dudan… vacilan… luchando contra el espíritu del mal que les seduce, les induce a errores y los ciega y hasta los paraliza para que no puedan ir en busca de la verdad, al marchar en pos de ella y de todo bien.

         Rogad con la fe del Centurión y de la Cananea… y conseguiréis las mismas maravillas.

         ¡Oh vosotros todos: los que sois discípulos míos! ¡Servidores míos! ¡Hijitos míos! ¡Amigos míos! Haced vibrar vuestras almas con las disposiciones que se os han expresado en estas líneas, a fin de que no tengáis sino un solo corazón y una voz sola para responder al llamamiento de mi Pontífice y proclamarme vuestro Rey y Rey Universal… afirmando vuestra resuelta voluntad de que así sea y vuestro deseo de verme reconocido como tal por todos los hombres vuestros hermanos, de todos los pueblos y de todas las sociedades.

         Haced pasar antes vuestra Consagración por el Corazón Inmaculado de María Mediadora del género humano, ya que tuvo Ella tanta parte en la obra de vuestra Redención… dándoos al Salvador y permaneciendo siempre en tan humilde unión con su Jesús. Ella misma presentará al Señor vuestro homenaje e intercederá a favor de aquellos para quienes vosotros imploráis la gracia y la luz. Y como Suplicante Omnipotente, alcanzará que todos vuelvan a la fe… y el triunfo de mi Iglesia, por mi Reinado en la unidad de la fe y la caridad.

P. M. SULAMITIS.





[1] Esta Consagración con que se cerró el Año Santo, deberá repetirse siempre el último domingo de Octubre, en que se celebrará la nueva fiesta de Jesús Rey…