jueves, 24 de noviembre de 2016

"Mensaje del Amor Misericordioso: ¡Tengo compasión!"

Compasión del Corazón de Jesús durante su vida mortal.

            “¡TENGO COMPASION!”[1]. Esta palabra brotó  en otros tiempos de un corazón que era a la vez el Amor y la Omnipotencia, del Corazón de Cristo Jesús. Él veía a su alrededor muchedumbres hambrientas, una multitud de almas que estaban allí como ovejas sin pastor[2]: tuvo piedad de ellas, y en su favor hizo la multiplicación de los panes y además dijo a los suyos: “Rogad al dueño de la mies que envíe operarios a su mies”[3].

El Corazón de Jesús siempre el mismo. – Su misericordiosa bondad.

            En esta hora y siempre, el Corazón de Cristo es el mismo; en él se encuentra la misma compasión. Vosotros a quienes persigue su gracia, vosotros a quienes espera, no creáis que lo hace de un modo humano, por su propio interés, o que sea indiferente a lo que os interesa: os ama, os ama infinitamente y, mientras estéis en la tierra, multiplicará sus insinuaciones, os ofrecerá su gracia con abundancia y a vosotros también os dirá: “SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS y quién es el que viene a ti”[4], serías tú quien correrías a Él y le dirías: “Señor, ¿qué quieres que haga?[5]. ¿De dónde viene este favor de que Vos vengáis a mí?”… Él os contestaría: “Yo te amo; por ti he dejado mi cielo, me he hecho una humanidad en el seno de la Virgen, a fin de poder hacerme tu hermano, tu compañero, tu amigo… He querido tomar sobre mí todos tus sufrimientos, todo el peso de tu pecado, para expiarlo y para abrirte mi cielo. Yo he descendido hacia ti, para levantarte hacia Mí.

            Tú no hubieras podido conocer las cosas eternas, si yo, que vivo desde el principio en el cielo, no hubiese descendido hacia ti. He venido, pues, para hacerte conocer lo que es tu Dios, lo que Él te pide, lo que te promete, la vida que te espera si quieres creer en Mí, si quieres ser mirado por Dios como hijo suyo…

            Yo hubiera podido venir a la tierra en medio de delicias, de honores; pero he querido nacer pobre, en la privación. He buscado siempre los pobres: los he hecho mis confidentes, mis amigos; ellos son los que he llamado los primeros cerca de mí; son ellos los que he escogido para apóstoles míos; he compartido sus trabajos; he venido a enseñarlos, me he hecho su defensor en todos los encuentros…

            He querido obedecer, Yo el Amo del mundo, para enseñaros a hacerlo, sabiendo vuestras dificultades para someteros… No soy un Jefe arbitrario: soy el Dios bueno, el Amor Misericordioso… Tengo compasión de todo lo que en la tierra sufre y he venido a vosotros para aliviaros; he venido para traeros la esperanza, la paz, la felicidad.

            Los hombres no conocen mi Corazón. Yo no rechazo a ninguno que venga a Mí; los pecadores encuentran en Mí el perdón; los desalentados la fuerza, la confianza; los abandonados un amigo; a aquellos mismos que me han abandonado, si vuelven, les abro mi Corazón y mis brazos.

Jesús no es conocido; los que le blasfeman, comúnmente le desconocen. – La felicidad, la verdadera riqueza, el sosiego se encuentran en Él.

            Muchos me blasfeman: me ignoran, no saben quién soy. Vosotros al menos los que leéis esto, tratad de conocerme; preguntadme a Mí mismo quién soy. Yo soy el Creador del mundo; soy Aquel a quien se ofende por el pecado; soy Aquel que es la misma bondad, la sabiduría infinita, que todo lo puedo; Aquel de quien mis propios jueces han dicho: “Yo no veo en él nada condenable”; El que pasó haciendo el bien, curando los enfermos, consolando los afligidos; El que os promete, si creéis en Él, la vida eterna, la resurrección después de la muerte y una felicidad sin fin… ¿No sería temerario exponeros a perder tal bien, sin haber tratado de aseguraros de la verdad cerca de los que la enseñan?... ¿Es prudente, cuando se quiere uno informar de alguien, no dirigirse más que a los que no le conocen o a sus enemigos, que nunca han escuchado sus confidencias, que nunca han conocido las vibraciones íntimas de su corazón?...

            Sin daros cuenta, por las solas aspiraciones de vuestra alma, es a mí a quien buscáis. Los que tenéis una ideal de belleza, en vano lo buscáis en la tierra; podéis siempre subir: existe un ser más bello que todo lo que podéis encontrar; sí, más bello, más amable, mejor también… Los que gemís viendo la malicia de los hombres y buscáis la bondad, subid, subid también más alto de lo que podáis encontrar mejor: encontraréis a Aquel que ha puesto en el corazón del mejor de los hombres algo del suyo.

            Aún vosotros que buscáis la felicidad, la riqueza, en Mí encontraréis incomparablemente más de lo que encontráis y deseáis sobre la tierra: he venido a ofreceros todo aquello para lo cual os sentís creados, y sólo Yo puedo llenar las necesidades de vuestro corazón; sólo en Mí encontraréis el descanso y el sosiego.

            Voy más lejos todavía: vosotros mismos que pretendéis poner en la tierra todo en un pie de igualdad y quisierais establecer todo en comunidad, ¿no os fijáis en que habéis sido adelantados por Aquel a quien quisierais expulsar de la tierra y que os ofrecería un medio poderoso para realizar vuestro deseo? Quisierais que todo estuviese en modo común, y queréis expulsar a los que viven de ese modo, sacrificándose en la oración para obteneros mi gracia y mi socorro, la gracia de luz para que a vuestra vez me conozcáis y alcancéis la eterna felicidad, después de esta vida que pasa y que también para vosotros pasará un día.

            Leed mi Evangelio: aprenderéis lo que es el Jesús del Calvario y cómo continúa su oblación sobre el altar, escondido en su Hostia, implorando gracia y perdón para toda la tierra.

Jesús no nos desea más que bien. – El pecado, causa del sufrimiento. – La esperanza de los cristianos.

            Si oís mi voz, no endurezcáis vuestro corazón; comprenderéis esta palabra que Yo dirigí a Pablo, perseguidor de mi Iglesia: ¿Por qué me persigues?” ¿Qué te he hecho? ¿Has recibido de Mí otra cosa más que bien?... Es cierto que también has encontrado sufrimiento en la tierra: has tenido tus días de tristeza, de trabajo, de postración, de fastidio; pero ¿has pensado lo que es un pecado, un solo pecado en la vida?... ¿Has pensado en lo que he sufrido Yo mismo por ti, y en que un día cada uno de estos sufrimientos, aceptados en unión conmigo, se cambiará en gozo, en gloria en los cielos?...  ¿Qué no hacer para prepararte un porvenir incierto en la tierra? ¿A qué no te expones?... y no sabes si la muerte te alcanzará antes de que puedas disfrutar de tus trabajos…. Yo no engaño. Acércate a los que verdaderamente me conocen y me aman; mira si no son, en la tierra, los más tranquilos, los más santos, los más felices; ¿no te has sentido tú mismo en ciertos momentos inclinados a envidiarlos?...

            Acuérdate de tus días de inocencia, y compara con los que has pasado en el pecado, en la vana satisfacción de tu naturaleza…

            Mira la muerte de los que se duermen en el sueño de los justos, con la esperanza de encontrar en Mí todos los seres queridos que le han precedido en la vida, con la esperanza de vivir en Mí la eterna vida y de recibir la recompensa de sus obras; compara esta muerte con la del pecador… y mira cuál prefieres.

Jesús hace predicar su doctrina y multiplica sus insinuaciones a las almas, por compasión.

            Tengo compasión de las almas que no quieren recibir la luz y se dejan arrastrar por el torbellino; tengo compasión de las almas que corren hacia el abismo, y quisiera detenerlas al borde del precipicio. Por eso hago predicar mi doctrina; por eso me muestro tan bueno; por eso mi Corazón está siempre abierto para conceder el perdón; por eso quisiera que vivieseis todos amándoos, aliviándoos como hermanos: si hicierais lo que os digo, tendríais la paz en vosotros y entre vosotros.

            ¿Por qué os autorizáis en vuestros extravíos y en vuestros odios, con la conducta de los que no tienen más que la apariencia de ser míos y no hacen lo que yo digo? Eso no es prudente. No hagáis eso; sino venid a buscar la luz; creed lo que os digo. Tengo compasión de vosotros, os amo, yo no os deseo más que bien, creedlo de todo corazón.

P. M. SULAMITIS

            (De la “Vida Sobrenatural” de Salamanca, vol. 22. 1930, con licencia de la autoridad eclesiástica).

[1] Mateo, XV, 32; Marcos, VIII, 2.
[2] Mateo, IX, 36.
[3] Mateo, IX, 38; Lucas, X, 2.
[4] Juan, IV, 10.
[5] Mateo, XIX, 16; Marcos, X, 17.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Enseñanzas del Amor Misericordioso: "¡Christus vincit!"


¡Christus Vincit!...
CHRISTUS REGNAT.- CHRISTUS IMPERAT
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1.- Cristo es vencedor.

            Es vencedor por su naturaleza… vencedor por su carácter… vencedor porque está por encima de todo, es superior a cuanto existe, por consecuencia de su unión hipostática. Cuando aparece Cristo, Dios es quien se manifiesta a los hombres. Y ¿quién hay como Dios? Lo que Dios posee en sí mismo, lo ha comunicado a Cristo. A Cristo, pues, pertenece la sabiduría, la omnipotencia. Él es el Amor mismo… y su nombre es Caridad.

            Cristo es vencedor por sí mismo, no necesita el socorro de los ángeles ni de los hombres, él que es el Rey, el soberano Señor de los ángeles y de los hombres. Pero en su bondad se digna servirse de ellos para hacerles contribuir a su victoria y asociarlos enseguida a su gloria, haciéndoles partícipes de ésta, después de haberlos empleado en aquella… El mayor honor que Cristo puede hacer a la humanidad, es la dignación de servirse del hombre para alcanzar sus victorias y glorificarse.

2.- Él es el Fortísimo; nuestras vacilaciones son falta de fe en su poder.

            Con una palabra, con un solo acto de su voluntad, él, que ha creado el universo, pudiera poner a sus enemigos bajo sus pies, anonadarlos, lanzarlos al fondo de los infiernos; pero no lo ha querido, y les deja ensayar por un momento sus débiles esfuerzos… Pero por adelantado tiene la victoria. Nadie podrá resistirle impunemente y su triunfo será glorioso; igualará a sui fuerza y a su poder… Como es el Fortísimo, sabe y puede esperar, porque toda la eternidad le pertenece. Cuanto más siente el hombre su impotencia, tanto más teme se le escape lo que tiene entre las manos… El hombre prudente, es vigilante y fiel en utilizar, en el momento presente, los medios que la sabiduría divina le presenta; no quisiera dejar perder uno solo por culpa suya; porque comprende la armonía admirable de la Providencia y cómo debe hacerse todo en orden… Pero no se inquieta, porque descansa en Cristo por encima de sus propios cuidados…

            Nuestras inquietudes son falta de fe en el poder de Cristo Rey, en el poder de Cristo vencedor; son un desorden, porque las más de las veces, mientras nos inquietamos, ya sea por lo pasado, o por lo porvenir, nos agotamos en un vano temor que nos paraliza, que nos hace perder fuerzas, temblar ante una quimera, frente a múltiples aprehensiones sin fundamento, que producen la turbación en el espíritu… una agitación en nuestro ser… sin determinación precisa, sin movimiento actual práctico…

            La consecuencia de tal inquietud suele ser la tristeza, el desaliento. El enemigo de todo bien conoce ese ardid; a menudo por ahí es por donde nos tienta, y agota las fuerzas de los buenos… Entregados a sí mismos no son sino hombres, que fácilmente son vencidos por los otros hombres y por los demonios… o por el mismo mal que está en ellos. Pero con Cristo vencedor son más fuertes que todos los demonios del infierno reunidos… más fuertes que “ejércitos colocados en orden de batalla”[1]… Nadie podrá vencer al que es fuerte en Cristo, que permanece unido a Cristo, porque Cristo mismo es quien vence y triunfa en él…

3.- Cristo ha vencido al mundo y será vencedor en nosotros por su Espíritu.

            Cristo ha hecho esta grandiosa promesa a sus Apóstoles, que vendría a ellos y pondría en ellos su Espíritu… y que este Espíritu les hará triunfar del mundo, del demonio y de la carne: Tened confianza, dice, Yo he vencido al mundo[2]. También venceréis vosotros, si ponéis vuestra confianza no en vosotros mismos, sino en Mí… Yo soy el Rey, Rey vencedor, Rey glorioso: Yo ya he vencido… y venceré aún en mis siervos… por mis siervos… Manifestaré mi gloria en los que me pertenecen… con tal de que pongan toda su confianza en Mí.

            Yo he vencido al mundo… Aunque el mundo ha rehusado el reconocerme y no ha querido recibirme… Yo he venido y he manifestado mi gloria[3]… He sido vencedor del mundo, viniendo a sacar a los míos de en medio del mundo[4], y dejándolos en el mundo sin que sean del mundo[5], para servir de condenación al mundo y para que triunfen del mundo por la fe[6].

4.- Cada victoria de los suyos es un triunfo para Él.

            Cada victoria de los míos sobre el mundo es un triunfo para Mí… Todos esos religiosos, esos apóstoles… por su vida, por sus hábitos, por su regla, por los votos observados voluntariamente, por la abnegación practicada en todo momento… por la sumisión constante a mi Iglesia y a los que me representan, en quienes encuentran la autoridad… todos estos católicos que obran según mis principios y mi doctrina, unidos a mi Iglesia, multiplican mis victorias… Porque yo soy quien triunfo y me glorifico en mis santos[7]. Por su medio hago resplandecer mi poder, y cuanto más pequeños y humildes son y tienen mayor conciencia de su insuficiencia personal, más se acrecienta al mismo tiempo su fe… tanto más puedo manifestarme  en ellos y vencer en ellos[8]… Mi victoria es tanto más brillante, cuanto mayor es la impotencia de que me sirvo. Así mis mayores victorias las obtengo por los pequeños, por los párvulos… Haceos, pues, todos como niños pequeños[9], tened fe en Mí… tened confianza… permaneced en mi amor[10]y no tendréis nada que temer; el demonio mismo huirá delante de vosotros y le podréis vencer fácilmente. Pues yo soy quien vencerá en vosotros.

5.- Nada habrá que pueda resistirle.

            Yo soy vencedor, vencedor del hombre; lo he conquistado… me pertenece. En vano buscará sustraerse a mi poder, que contra Mí no puede nada… Algunas veces le dejo creer en su victoria contra Mí; y es que aguardo para tomar una divina represalia en que mi gloria brille con mayor magnificencia… Nadie podrá resistirme, nada resistirá tampoco al que está unido a Mí.

6.- Cristo ha vencido al demonio y a la muerte. – El que está con él también los vencerá por él.

            Yo he vencido al demonio y a la muerte[11]; el que está conmigo los vencerá. Yo salí triunfante del sepulcro, él saldrá también para gozar de la vida gloriosa que le he conquistado por mi victoria y sometiéndome a la muerte para triunfar de la muerte por mi propio poder. ¿No es infinitamente más glorioso resucitarse a sí mismo que devolver la vida a otros?

            ¿Quién puede resucitarse sino el que tiene la vida en sí mismo? ¿No demuestra en eso mismo el poder que tiene de dársela a los hombres y de quitársela cuando le agrada?... Por mi resurrección misma he dado testimonio de cómo mi Pasión, mi muerte y todos los sufrimientos y las humillaciones soportadas por Mí, han sido voluntarias…

            He vencido por mí muerte… Mi muerte en sí misma ha sido la más grandiosa de las victorias: ha sido para la humanidad y por toda la humanidad que he cargado sobre mí, y llevaba unidad a mí, como la cabeza lleva a los miembros: ha sido la victoria sobre el pecado[12], el homenaje supremo de obediencia, de sumisión del hombre a la Divinidad… En mí, Dios lo ha recibido todo y lo ha dado todo. En mi humanidad Dios mismo se ha mostrado vencedor del pecado… Yo he vencido al pecado… he devuelto a la Divinidad por la humanidad misma el más perfecto homenaje digno de ella, que sobrepasa infinitamente la ofensa del pecado…

7.- Por la obediencia alcanzaremos victorias a gloria del Rey.

            Os he dado poder de vencer a vuestra vez para gloria mía y por amor a Mí… Los que estás en Mí y queréis mi Reino es necesario ante todo que me ayudéis a obtener numerosas victorias en vosotros… Por la obediencia es como me haréis triunfar[13]. El pecado siempre es una desobediencia, una resistencia, una separación de mi voluntad… Si queréis vencer, obedeced, obedecedme a Mí, obedeced en espíritu de fe… no a los hombres como tales, sino como a Dios, como a vuestro Cristo Rey…

            La victoria, eso es lo que obtenéis según tenéis de Mí, esa la que acrecienta mi vida y mi poder en el alma, la que hace manifestarme más poderoso, mejor y más glorioso… Vuestro único negocio aquí abajo, oh hombres, pensadlo bien, es procurar mi gloria, hacerme alcanzar en vosotros numerosas victorias… Vuestra vida misma es para glorificarme: en la eternidad sin fin encontraréis la gloria que os corresponda, entonces comprenderéis lo que habéis ganado al elegirme por vuestro Rey, y, no viviendo sino para Mí, combatiendo generosamente vuestras inclinaciones y todo lo opuesto a Mí en vosotros y en torno vuestro. No temáis[14]. Cristo es vencedor… y vosotros todos seréis vencedores en MÍ…

P. M. SULAMITIS





[1] Cant. VI, 3, 9.
[2] Joan. XVI, 33.
[3] Joan. XVII, 22.
[4] Joan. XV, 19; XVII, 14, 16.
[5] Joan. XVII, II, 15; I Cor. V, 10.
[6] Joan. V, 4.
[7] Ps. 67, 36; II Tes. I, 10.
[8] Joan. V, 4, 5; Apoc. III, 21; XII, 11; XXI, 7.
[9] Mat. XVIII, 3.
[10] Joan. XV, 9.
[11] Rom. VI, 9; I Cor. XV, 54-57; Apoc. XX, 6; XX, 13, 14, XXI, 4; II Tim. I, 10.
[12] Rom. VI, 6.
[13] Prov. XXI, 28.
[14] Mat. X, 28-31; Luc. XII, 7, 32; XXIV, 36; Marc. VI, 50; Joan. VI, 20.