miércoles, 27 de julio de 2016

"Enseñanzas del Amor Misericordioso: La paz"


¡OREMOS POR LA PAZ!

     Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa; ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.

     Líbranos, Señor, te rogamos, de todos los males pasados, presentes y venideros; y por la intercesión de la bienaventurada y gloriosa siempre Virgen María, Madre de Dios, con tus bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, y Andrés, y todos los Santos, danos propicia paz en nuestros días, para que, ayudados con el auxilio de tu misericordia, seamos siempre libres de pecado y seguros de toda perturbación. Por el mismo Jesucristo, Nuestro Señor, tu Hijo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios. Por todos los siglos de los siglos. Amén. 

     Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: La paz os dejo, mi paz os doy; no mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia; y dígnate darle paz y mantenerla unida según tu voluntad. Tú, que vives y reinas, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

* * *
     "¡Cuánta gloria me daríais, si mi paz fuera dada al mundo por medio del triunfo de mi Religión aun en medio de mis adversarios, en la época en que más encarnizados se hallan contra Mí y derraman su veneno, como buscando la raíz misma de la sociedad, atacando perversa y perniciosamente al alma de los niños pequeñitos!... Quisiera que la paz mundial fuera del fruto de la CARIDAD cristiana. Quisiera que los indiferentes y tantos incrédulos que no me conocen, se sientan atraídos por el ejemplo de los Cristianos y obligados a exclamar: “¡Ved como se aman!” – Este elogio de los primeros cristianos quisiera Yo que lo merecieseis vosotros. Pero, esta caridad, tal como Yo quiero verla practicada, no puede serlo de un modo natural, sino que exige un particular y continuo socorro de la gracia. Y esta gracia querría Yo que vinieseis a buscarla en su misma fuente… en mi Corazón… allí es donde más especialmente os manifiesto los excesos de mi Amor Misericordioso para vosotros y donde me entrego a vosotros más totalmente… Quisiera que vinierais a sacar esta gracia de vida divina más intensa y de caridad cristiana en el Altar, en la Comunión…"

     "¡Ah, hijos míos! ¡Qué doloroso es para mi Corazón ver a hermanos derramando la sangre de sus hermanos!... Rogad… rogad para que este mal se aleje de vosotros…"
            
      "Pero más doloroso es todavía para Mí el ver el odio, la venganza, la ira, la ambición o vanagloria sin freno en el corazón humano…"
            
      "Vosotros los que me amáis, implorad… haced todo lo posible para devolver la paz a la tierra… Esa es mi gloria… Yo quisiera que fuera la obra del amor…"

     "Id al pie del Tabernáculo en donde reside el Príncipe de la Paz[1], El que vino para traer la paz al mundo; Él os hará comprender por qué medio ha adquirido esta paz y os la ofrece… de qué manera podréis gozar de ella y beneficiar con ella a vuestros hermanos, si sois lo suficientemente dóciles para creer en Él… y para creer… para hacer lo que Él os ha dicho".


Gloria, Amor, Honor
Alabanza, Acción de Gracias
AL AMOR MISERICORDIOSO
REY DE PAZ

Señor, glorifícate en nosotros, y acelera tu Reinado. Amén. 




[1] Isaías, IX, 6.

domingo, 24 de julio de 2016

"La gloria de Dios"


     "Los cielos proclaman la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de Sus manos". (Salmo XIX, 1).
     
     "Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde yo estoy, para que vean mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo". (San Juan XVII, 24).

     "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad". (San Juan I, 14).

* * *
"¡Devolvedme mi gloria! ¡Devolvedme mi amor!... Yo quisiera hacer oír esta palabra a mis amigos, a todas las almas que comprenden lo que soy, lo que ellas me deben, a todas aquellas que quieren “caminar en la verdad”[1] respondiendo a mis designios."

"Yo lo hago todo para mi gloria; para ella lo dispongo todo en el Universo. Para mi gloria os crié, para ella os concedo gracias y beneficios aún de orden temporal. Cuando os llamo a Mí, también es para gloria mía. Yo saco mi gloria de todo".





[1] II Juan, 4; III Juan, 3-4.

lunes, 18 de julio de 2016

"Jesús, lazo de unión"



Consumación en la unidad. (Joan. XVII, 23).

            Yo estoy en ellos y Vos en Mí. – He aquí, claramente, expresado por Jesús mismo, en dos palabras, el doble y gran misterio de la caridad: Yo estoy en ellos y Vos en Mí, para que sean consumados en la unidad. Consumados en la unidad por Mí que soy el “Divino Mediador”.

            Yo, Jesucristo, Dios y Hombre, estoy en ellos por mi gracia, y vengo a perfeccionar cada día (si lo quieren) esta unión por mi Eucaristía, que me une a ellos de la manera más estrecha que se puede concebir. Mi santa Humanidad glorificada, uniéndose a su humanidad, les asegura un contacto más íntimo y más eficaz con mi misma Divinidad, que reciben, que yo les doy… de tal suerte que a la vez se penetran y se alimentan de mi Humanidad y de mi Divinidad.

            En ellos está mi Santa Humanidad y en ellos habita también mi Divinidad, pues yo estoy en ellos.

            Por mí van al Padre, por mí viene el Padre a ellos –y del mismo modo– yo soy el lazo de unión entre ellos. Yo que estando en ellos con el Padre, en cada uno de ellos, hago así el cemento de unión entre ellos y los consumo en esta doble unidad: con el Padre y entre sí.

            Porque yo estoy en ellos, tienen acceso al Padre; porque yo estoy en ellos, pueden ser uno entre sí.

            El cemento de esta unión es mi Eucaristía, justamente llamada comunión… común unión.

            Siendo mi Santa Humanidad el sello con que marcó su humanidad para disponerlos a esta unión, es, pues, muy importante para las almas, comulgar bien, según el fin de mi Sacramento, que es el que ahora te descubro.

            Mi Eucaristía es para vuestra unión conmigo y para la unión de todos vosotros juntos. Pero cuando las especies se han consumido, quedo en vosotros y permanezco en vosotros como permanezco en mi Padre; Yo moro en vosotros por mi Espíritu Santo que os he dado y os vuelvo a dar entonces de nuevo; pues cuando yo vengo, os le traigo, y el Padre viene allí también.

            Yo soy el que vengo, el Verbo, la Palabra… Jesucristo; pero soy inseparable del Padre y del Espíritu Santo.

            En la Sagrada Comunión, dejadme, pues, entrar en vosotros, establecerme en vosotros con mi Espíritu y mi Padre; - abridme bien todas vuestras potencias, traedme todos vuestros sentidos para que todo en vosotros sea santificado por mi presencia, por mi acción, por mi poder, y pueda yo realizar en vosotros lo que yo pretendo.

            Entro entonces en el alma que me ama y ceno con ella y ella conmigo; la nutro de mí mismo y ella se me da a mi – y yo la consumo en mí – y con ella en mí, consumo a todos aquellos que por la fe me están unidos.

            Esto es un misterio, pero mi Divino Espíritu ilumina a las almas que vienen a mí por la fe, y en mí encuentran ellas la Vida.

            Nada hay más grande sobre la tierra que la Comunión; ella es la verdad, el germen de la Comunión de los cielos. Hace circular en vuestras venas la sangre de un Dios, os asimila a su sustancia, os penetra de su esencia. ¿Qué más puedo hacer yo?

            Mas el hombre ligero, inconstante, no sabe lo que hace, se muestra indiferente a este incomparable beneficio de entregarme a él, para que él se entregue a mí, y que os une juntos por el lazo del Amor y el efecto de la caridad.

            Pídeme para toda criatura que sepa comulgar bien… En verdad, si lo hicieras, se produciría insensiblemente en las almas un cambio maravilloso: la caridad sería más fácil y cada alma más accesible al Amor, al contacto divino, y vuestras mutuas relaciones, llenas de unción, llegarían a ser, bajo la acción de la gracia, la reproducción de mi Vida sobre la tierra.

            No habría divisiones: reinaría la paz, la armonía, el gozo, la verdad: aquello sería el triunfo del Amor y la Vida Eterna que ya empezaría para vosotros… Esta fue mi vida, esta la de mi Santísima Madre; y esta fue también la vida de todos mis santos, tanto más santos cuanto más conformes conmigo y mejor cumplen lo que les ordeno.

* * *

            La santidad consiste en tomar la forma de Jesucristo. Para ser Santos, deberéis recurrir a María, pues yo quiero que vayáis a ella con gran confianza.

            Para ser santos debéis conservar en vosotros mi Espíritu Santo, escucharle sin cesar y hacer dócilmente todo lo que os dice a cada instante, adhiriéndoos a lo que enseña, con toda su sencillez.

            El que obra así es verdaderamente santo… Mi Amor reina en él y en él yo moro entonces y me establezco.

            Ahora bien, cada uno de vosotros debe aspirar a esta feliz suerte; pues todos debéis ser bienaventurados.

            Reinando Yo, todo es paz y gozo en el Espíritu Santo. Hasta en medio de los mayores sufrimientos, cuando estoy en el alma y la uno conmigo, es para el alma de fe, el verdadero gozo, pues así me imita mejor a Mí crucificado; y muy lejos de querer descender de su cruz, la besa con amor… y adora… ese don de mi Corazón… bendiciendo mi elección. Para mi humilde Amante basta que ese sea mi gusto y mi querer; la hago en verdad muerta en apariencia y como indiferente a todo objeto creado: Soy Yo todo para ella y ella es todo para Mí.

            Pero su caridad es viva y ardiente, se desborda por amor a Mí. Los que ven esta alma serena y contenta, libre y desprendida, sin mirar a sí misma, corre tras de las penas, ocultar el sufrimiento y siempre sonriendo para dar al prójimo, a quien ama, un poco de alegría, y dilatarle para abrirle hacia Mí…; los que ven esta alma entonces, reconocen que hay en ella otro ser que no es ella, un Ser más fuerte, que la guía… y le hace obrar elevándola sobre sí misma. Su pensamiento sube entonces hacia el Ser supremo; ven que esta alma lo hace todo por Mí, que yo soy verdaderamente Jesús, Hijo del Padre, que vengo para salvar a la humanidad, para librarla de las ataduras de la tierra y de la esclavitud del deleite. Comprenden que soy verdadero Dios y que Vos, Padre mío, me habéis prevenido, con vuestra caridad, su humanidad culpable y miserable, y que verdaderamente Vos, su Dios, les habéis amado como ama un buen padre y como me habéis amado a Mí mismo.

            Vuestro Corazón no conoce límites: el amor por vuestra parte no los tiene; es infinito, purísimo y santísimo, existe en Vos desde la eternidad.

            Mas para ellos, preciso es que se abaje; busca al pobre, al humilde y al pequeño. Entonces éste se entrega, ama con ternura… comprime y sumerge su nada en el Todo sagrado.

            Ardiendo entonces en vuestra hoguera, esta nada miserable ha encontrado verdaderamente… la paz, el descanso, la suprema felicidad: el amor de su Dios le ha purificado… Fuera de sí exclama entonces el alma: Quiero devolver a Dios amor por amor, llegar a ser su viva Hostia, sufrir y morir como mi Jesús, por todos aquellos que Él quiere, por todos aquellos que Él ama, entregarlos a su Padre y devolverle a Él el amor y la gloria… que el mismo infierno le quisiera arrebatar. Yo quiero dar a Jesús sobre la tierra, todo cuanto soy, todo cuanto puedo, consumirme por Él y de mi miseria formarle un trono de donde salga una voz que diga constantemente a todos los pobres, a todos los que sufren, a todos los que penan: “Oh, venid a Él… Nuestro Padre es la Bondad misma… ¡Es nuestro Dios! Mas para el pequeño tiene indecibles ternuras… Es un Corazón sin hiel, lleno de amor y de misericordia. Es manso y humilde; pero quiere también encontrar sus rasgos en todos los que ama; y cuanto más los conoce, tanto más los quiere”.

 * * *

            ¡Oh Jesús Amor… mi Todo y mi vida… sed verdaderamente Rey de la humanidad: pues para esto se digno el Padre Eterno enviaros!

            Queremos, Jesús, volver por vuestra gloria. Es preciso que en todo lugar seáis amado, seáis conocido, ¡oh Verbo del Padre!, Palabra de Amor, Rey de Gloria… Cuanto fuisteis humillado en la tierra, tanto e incomparablemente más debéis ser glorificado en la tierra y en los cielos, con la gloria que habéis adquirido manifestando el verdadero nombre de vuestro Padre y el Vuestro…

¡Amor Misericordioso!

            Creo… adoro…

            En el cielo, en la tierra y en los infiernos, proclamen todos vuestra Realeza, vuestra gloria.

¡Quién cómo Dios!

            Obrar así, nutrirse incesantemente de la voluntad del Padre Celestial… es la vida del cielo… en la tierra, para el alma y para Jesús; mas para el alma, en el misterio, en las tinieblas de la fe.

            ¡Allí está la verdad, adhiérase el alma a ella, y crea!...


P. M. SULAMITIS.


            (De “La Vida Sobrenatural” de Salamanca, vol. 4, 1922. Con aprobación eclesiástica).

miércoles, 13 de julio de 2016

"Jesús está con nosotros"


Jesús: camino verdad y vida

            Jesús ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”…

            Con esta declaración ¿qué más podemos desear en este mundo?

            Jesús es el camino… Desde ahora, ya sabemos por dónde andar.

            Jesús es la verdad… Ya sabemos dónde encontrarla.

            Jesús es la vida… Ya sabemos dónde beber para vivirla.

            La unión con Jesús nos pone en posesión de estos bienes inmensos. Unidos con Jesús, estamos ya en el camino, puesto que Él nos toma consigo, y en Él y con Él marchamos. ¿Y en dónde? En la verdad… para ir a la vida.

            Unidos a Jesús, estamos en la verdad, pues aunque es el camino, es también la verdad, ya que todo es verdad en Él. Y esta verdad no existe más que en Él: fuera de Él, la mentira, la vanidad, el error; y, por consiguiente, la turbación, la ilusión, la inquietud, la tristeza y el aburrimiento. Cuando sintamos que alguno de estos males se nos acerca, el gran remedio, el único, es venir a Él. En esas horas crueles, el enemigo hace todo cuanto puede para apartarnos de Él, para impedirnos ir a Él. Recordemos entonces la palabra del Maestro, la palabra de su Corazón: vayamos a Él, y todas las nubes se disiparán y seremos inundados de luz.

            Jesús es la vida, en cuya posesión nos pone nuestra unión con Él. Como la rama debe estar unida al tronco, así no hay vida posible para nosotros más que en la unión con Jesús.

            Si somos débiles, si languidecemos, comulguemos más frecuentemente, más íntimamente, más ardientemente a Jesús. Si estamos heridos por nuestras caídas, vayamos a hacernos curar por Jesús; bañémonos en el baño saludable que nos ha preparado con su Sangre para purificarnos y fortificarnos.

            Habituémonos a vivir de Jesús y con Jesús, en las relaciones de orden que la voluntad del Padre ha establecido.

Lo que es Jesús.

            Jesús es una Persona real y verdadera. Su Espíritu está en nosotros, siendo alma de nuestra alma y vida de nuestra vida; tan vida de nuestra alma, como nuestra alma es vida de nuestro cuerpo; tan necesaria para nuestra vida espiritual, como el alma es necesaria al cuerpo para su vida material.

            Jesús es nuestro prójimo, según la expresión humana; pero más próximo a nosotros que todo cuanto nos rodea. Más necesario nos es que nosotros mismos, pues nos valdría mil veces más no existir que estar privados de Él y vivir sin Él.

            Todas las privaciones, con Jesús, no son nada; así como todos los bienes del mundo, sin Jesús, no bastarían para satisfacernos… no harían más que ahondar continuamente el vacío inmenso que Jesús sólo puede colmar, porque para Jesús solamente hemos sido hechos y no podemos ser satisfechos más que por Él, saturados por Él.

            Jesús es un Ser viviente, que no sólo vive por su Espíritu dentro de nosotros, al mismo tiempo que nos circunda de su inmensidad por su presencia divina, sino que es uno de nosotros, viviendo en el Tabernáculo con nuestra misma naturaleza.

Vayamos a visitar a Jesús.

            Así lo creemos… y, sin embargo, ¡no vivimos de Él!, ¡lo dejamos solo! Vamos a visitar a nuestros parientes, a nuestros amigos, y tal vez a personas extrañas con quienes nada nos une, por una simple razón de conveniencia… ¿Y a Él?... No es Él el primer objeto de nuestras salidas; pasamos fríos delante de su Casa, sin que nada vibre, sin pensar siquiera detenernos un momento con Él. Y cuando estamos cerca de Él, ¿Qué decimos? ¿Qué hacemos? ¿Es nuestro corazón el que habla a un amigo? ¿Nos ocupamos siquiera de Él?...

            Las más de las mil veces diremos algunas fórmulas con los labios; dejaremos escapar nuestras quejas, nuestros pesares; quisiéramos tal vez excitar su Corazón a la venganza, o intentamos conseguir de Él lo que nos pudiera dañar, o que nos hace esperar por nuestro bien, como un bienhechor poderoso que nos ama.

            Recordemos que ese Jesús que está presente, es nuestro Dios… nuestro amigo, que quiere vivir con nosotros en la más profunda intimidad, que quiere que en todo y por todo vayamos a Él, contemos con Él y estemos seguros de Él. Amigo tan excelente, que aún cuando hayamos sido infieles, su Corazón no se cierra. Aquí está siempre esperándonos, siempre pronto para acogernos, sin que le pese jamás. ¿Puede creerse esto sin morir, sin morir de amor y de dolor, por haber vivido hasta ahora en tal desorden, en tal locura?

Resoluciones y afectos.

            ¡Tenemos a Jesús! – que esta palabra se recuerde sin cesar. – A Jesús, que es ¡Nuestro Dios! ¡Nuestro Salvador! ¡Nuestro amigo!... Que toda nuestra vida se pase en adorarle, ofrecerle, abrazarle y recibirle en los brazos de nuestros afectos, en lo más tierno, más íntimo y más fuerte de nuestro corazón. Guardémosle bien en nuestros corazones; vivamos en la más íntima unión con Él; y así como nuestro Dios se da a nosotros, démonos también a Él.

            ¡Tengo a Jesús! El es mi regalo, mi bien, mi tesoro: viviré de su plenitud. ¿Qué os retornaré, Dios mío, por estos inestimables favores? Tomaré el Cáliz y sin cesar os ofreceré Aquel con quien he de permanecer unido, cuya vida toda es vuestra gloria; el cual no me ha sido dado más que para que yo os lo entregue, para que esta insignificante y débil criatura os glorifique y seáis en ella infinitamente amado, infinitamente glorificado.

            ¡Oh exceso del infinito Amor Misericordioso de mi Dios, que hace tales maravillas para formar aquí abajo, en Jesús y por Jesús, su Reino de los cielos, de la nada y con la miseria, pero con toda verdad y de una manera digna de Él!
P. M. SULAMITIS.

            (De “La Vida Sobrenatural” de Salamanca, vol. 19, 1930. Con aprobación eclesiástica).

domingo, 10 de julio de 2016

"Súplica de los pecadores"


Sexta promesa del Sagrado Corazón de Jesús: "Los pecadores encontrarán en mi Corazón un océano de misericordia".

            Dispuesta ya así el alma a la unión con la tristeza de un Dios-Hombre, tristeza causada por su criatura, y comprendiendo la enormidad del pecado, la monstruosa injusticia que por éste comete y el hurto odioso y sacrílego que voluntariamente hace con él a la gloria de su Dios, participa en cierto modo de los sentimientos del Amor Misericordioso, de la caridad del Corazón de Jesús, e implora la Misericordia divina a favor de los pecadores.

            Y ¡qué magnífica lección es ésta, para aquellos que permanecen indiferentes, a Dios y a los pecados de nuestros semejantes!

            Algunos, en efecto, miran el pecado con la mayor indiferencia. – ¿Será posible que puedan permanecer insensibles?... Desconocen lo que es Dios… lo que es criatura… y lo que es el pecado de la criatura contra Dios.

            ¡Compasión y lástima inspiran esas personas, ya que dan pruebas de que les falta corazón o inteligencia, mostrándose empedernidos y ciegos!

            Si tenemos la desgracia de contarnos entre ellos, humillémonos y procuremos mover nuestros corazones a sentimientos de amor, porque el amor sólo, es el que puede darnos luz, fuerza y vigor, para salir de nuestra lamentable indiferencia y flojedad, y nos hará practicar actos llenos de vida.

            Otros hay, por el contrario, que son extremadamente celosos de la gloria de Dios, que llevados de recta intención se indignan instintivamente en presencia de una injusticia; y los ultrajes y desacatos que se hacen a Dios, provocan en ellos el celo impetuoso de Santiago y Juan, quienes pedían que bajara fuego del cielo sobre aquellos que se resistían al Divino Maestro: “Vosotros no sabéis qué espíritu os mueve”, les contestó Jesús, dándoles a entender así que deben revestirse de su espíritu de amor y compasión, manifestada en estas palabras: “El Hijo del Hombre no ha venido a perder las almas, sino que a salvarlas”.

            Y si Jesús mi Salvador soporta con tanta mansedumbre y paciencia al pecador, tratando de atraerle por la suavidad y el Amor ¿no sabré yo tolerarle con mansedumbre y Jesús arde en deseos de restablecer el orden, pero sabe esperar… porque es Eterno.

            Sabe esperar, porque late en su pecho un corazón de Padre, de Salvador, de Amigo. Un corazón de Creador que ama tiernamente a su criatura, que la ama a pesar de sus ingratitudes. – ¿Qué artista no ama a su obra, y pone todo su empeño en repararla, cuando sufre algún desperfecto? El Corazón de Jesús, este Corazón de Nuestro Rey de amor, es todo Misericordia ¡se ha entregado a la mísera criatura!

            Por otra parte, Jesús conoce y ve la magnitud del daño cometido… es la justicia misma y la eterna verdad. Su celo por la gloria del Padre le hace buscar y hallar medio de satisfacer todos los derechos de sus perfecciones infinitas; del tribunal de la Justicia, apela al de la Misericordia; a fin de que ésta aplaque a aquella justamente irritada; ¡qué lucha tan misteriosa y adorable! Lucha divina… la que se entabla. – Pero su palabra es terminante y precisa: Nuestro Divino Salvador, no vino a la tierra a perder las almas, sino a salvarlas; solamente la Misericordia podía hallar el magnífico y eficaz medio de conciliar todas las cosas –. Y esta Misericordia no se contenta con satisfacer por el pecador, sino que le devuelve sus derechos y hace que la gracia sobreabunde, allí donde ha abundado el pecado.

            El alma celosa y fiel, que quiere responder a los deseos del Corazón de Jesús, implora también de continuo la Misericordia Divina a favor de los pecadores.

            Esto es lo que hace constantemente también María, nuestra buena Madre, Reina del Cielo, tan justamente llamada Madre de Misericordia, refugio de los pecadores.

            Cuanto más unida a Jesús está el alma, y más participa de las disposiciones de su amantísimo Corazón, más tierna e intensa será su compasión hacia los desgraciados que viven apartados de Jesús.  Y como mientras permanezcan sobre la tierra, pueden esas almas volverse algún día hacia Dios y obtener su perdón y la vida eterna, aquellos que verdaderamente le aman y conocen los insaciables deseos que tiene Jesús de salvar las almas y de que le pidamos por ellas, se deshacen en oraciones y súplicas multiplicando así las ocasiones de llevar alegrías al Corazón de su Dios, a fin de que se dilate y broten de Él con mayor abundancia las efusiones de su Amor Misericordioso.

            Estas almas tendrán, por tanto, parte en la obra de la Redención, pues ayudan a Jesús a salvar a sus hermanos, y de este modo extienden y aumentan considerablemente el Reino de Dios.

            ¡Oh, si supiésemos comprender lo que significa: ayudar a Jesús a reinar en un alma!... lo que es contribuir a conquistar un alma para su Reino… Un alma vale más que todo el universo, más que todo lo que existe en el mundo inferior al hombre; porque el hombre es libre; Dios le ha hecho libre, para poder recibir de él un homenaje voluntario; homenaje con el cual se contribuye a la gloria accidental del mismo Dios, cada vez que alguna de sus criaturas le proclama por verdadero Rey suyo. Y por el contrario, es un desorden, un agravio, el que el hombre rehuse lo que debe a su Creador y Redentor.

            Pero el hombre tiene tan debilitadas sus facultades por el pecado, que no puede ejecutar el bien, sino por una gracia particular de su Dios; por eso tenemos que pedírsela continuamente para nosotros y para nuestros semejantes, implorándola de la Misericordia Divina.
            Al considerar, pues, la tristeza de Jesús en el Huerto de los Olivos, no nos olvidemos de suplicar a su Divino Corazón, la Misericordia Infinita, para que su Amor Misericordioso, no sólo perdone, sino que también derrame con profusión sobre los pecadores los dones de su divina gracia, transformándolos hasta convertirlos en Santos, haciendo de ellos vasos de elección.

            ¡Oh, Rey de Amor Misericordioso, que cifráis vuestra gloria en hacer bien a los que sólo en vuestra bondad esperan!... ¡Apresuraos a realizar todos los deseos de vuestro Corazón, y tened compasión de vuestras pobres criaturas!

            Eterno Padre; por el Corazón Inmaculado de María, os ofrezco a Jesús, Vuestro Hijo muy Amado, y me ofrezco a mí mismo en Él, con Él y por Él, a todas sus intenciones y en nombre de todas las criaturas.

(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).

miércoles, 6 de julio de 2016

"La divina realidad: llamamiento a los amigos del Corazón de Jesús"


¡Jesús viviente!
¡Jesús presente!
¡Jesús en medio de nosotros!


            Si en estos momentos repercutiese por todo el universo esta gran nueva: Jesús ha vuelto a la tierra para habitar entre nosotros… y si esta frase fuese una realidad, ¡qué emoción no se apoderaría de todos los amigos de Jesús, con qué entusiasmo no la recibirían, cómo se apresurarían a acudir al sitio privilegiado… favorecido por su santa Presencia! Estamos viendo lo que se hace en Lourdes, en Paray-le-Monial, para venerar los lugares Santos que honraron con sus apariciones, durante algunos instantes, Jesús y su Santa Madre.

            Pues esa es la gran nueva… la buena nueva del Reino de Dios que quisiéramos anunciar a toda la tierra… Es la gran realidad… la continuación del Misterio Evangélico, la realización de la divina palabra de Jesús, tan verdadera, tan operante como la que siglos ha, pronunciara cuando apareciendo sobre las ondas dijo a Pedro: “Yo soy”, o cuando contestándole a la Samaritana que le hablaba de Cristo, le declaró: “Yo soy, que hablo contigo”. Palabra es ésta tan cierta como la que dirigió a sus Apóstoles después de la Resurrección: “La paz sea con vosotros –soy Yo– no temáis”.

            Ahora bien, tan sagrada, tan evangélica como aquellas divinas palabras es esta otra: “He aquí que estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos”.

            Jesús no ha dejado por lo tanto de habitar en la tierra… ¿Mas en qué afortunado lugar ha ido a ocultarse? Conocido su retiro ¿no debería haberse convertido en un centro de peregrinaciones mucho más concurrido que todos los que hoy existen? Tanto más concurrido debería ser cuanto que la excelencia de su objeto supera todos los motivos de veneración que nos llevan a otros lugares santos, que honran con su fe las muchedumbres…

            ¡Qué descubrimiento tan asombroso y tan aflictivo al mismo tiempo! El lugar en que Jesús tiene su retiro está por lo común desierto. Por la mañana, cada mañana, renueva allí de un modo real pero incruento la escena de Belén y la del Calvario. Nace… Vive… Consuma allí su sacrificio en el más incomprensible de los misterios. Y como ya no puede morir, queda Jesús viviente en una tumba que se convierte en Cielo suyo, en el Reino suyo. Su resurrección es la glorificación de ese sepulcro, la manifestación del Espíritu Santo que transforma, con su posesión y su presencia, los cristianos que han tomado parte en el misterio, en otros tantos Cristos, por obra de la gracia… formados a su imagen y partícipes por ende de sus perfecciones y virtudes…

            Sí, este Jesús viviente, este Cristo adorado, Hijo muy Amado del Padre, permanece en la soledad en todo el transcurso de las noches y muy a menudo durante el día. Sólo tiene a los ángeles por adoradores y por íntimos amigos: ¡sólo sus ángeles permanecen a su lado!...

            Y ve a los hombres a quienes Él se digna llamar con el nombre de hermanos, de amigos… Los ve ir y venir alrededor de su casa, afanándose cada cual por sus propios negocios; los ve visitarse los unos a los otros, decirse confidencias y llamarse mutuamente amigos… ¡Cuán pocos son entre todos estos los que piensan en Él!

            Sucede por desgracia como en aquel festín de bodas en que uno por uno fueron los convidados excusándose de asistir; uno de ellos posee una casa nueva que atender, otro un campo que visitar, éste una yunta de bueyes que ensayar, aquél es un recién casado, a este otro le absorben sus negocios y sus achaques.

            ¡Pero cómo!... ¿el Rey de los Reyes, el Señor de los Señores, está allí más abandonado que otro ser alguno en la tierra… abandonado hasta por los suyos? ¿Cuáles no deben ser los sufrimientos de su Corazón al observar a cada instante las injuriosas preferencias y la indiferencia deplorable de aquellos mismos que tienen conocimiento cabal de su presencia y hasta han tomado parte de su convite eucarístico de la mañana?

            ¿Haríase con la más insignificante de las criaturas lo que se hace con Él? Todo hombre está obligado a una palabra de agradecimiento por el servicio solicitado, a una vibración de gratitud por todo beneficio recibido, a una correspondencia de afecto con aquellos que le demuestran el propio. Hasta la aflicción y el aislamiento de un criminal mueven a compasión los corazones; ¡y apenas hay uno que otro corazón que vibre de amor por Él! Quien haya experimentado en su propio ser lo que es el amor puede comprender las disposiciones que tiene que producir en el alma. Oigamos sobre esto a un padre, a una madre, a un esposo, a una esposa, a un hijo, a una hija, a un hermano, a una hermana, a un leal amigo, a un fiel servidor… y luego comparemos. Durante la ausencia de uno de estos seres queridos, y al saber que está en el aislamiento y en el dolor, en lucha con la contradicción, la ingratitud, el abandono, ¿dejaremos pasar los días, horas enteras siquiera, sin tener para él un solo pensamiento?

            Pues bien, ¿no es Él a un mismo tiempo Padre y Madre, Salvador, Esposo, y Amigo?... ¡y nos quedamos fríos e insensibles, casi puede decirse que nuestra vida transcurre como si prescindiéramos de Él!...

            ¡Ah! Sin duda no podemos permanecer constantemente a sus pies, con nuestra persona. ¿Mas no debería nuestro corazón estar continuamente con Él, trayendo hacia Él y sujetando al suyo nuestro espíritu y nuestra voluntad… para que no obren ya sino según su divino agrado y en la dependencia de su divino impulso?

            Cuando se ama, el amor todo lo domina. Además, Él es Rey… ¡y qué Rey!... Nosotros mismos los que ejercitamos nuestro celo para hacerle aclamar como tal, no nos afanamos sin embargo en formarle su Corte (su Corte en la tierra); y de su gozo íntimo, de su necesidad primordial, cuán poco caso hacemos. Muchos quehaceres nos ocupan, son muchos los cuidados que nos traen absorbidos y lo “único necesario”, lo olvidamos… ¡Cuántas Martas… y cuán pocas Marías!...

            Y aún entre las Marías, ¡cuántas son Martas en mil cosas!... Las mismas cosas espirituales, por efecto de un desarreglo inútil, producen muchas veces alejamiento de Él… ¡Cuán pocas almas son realmente Magdalenas para Él!

Llamamiento a las Almas del mundo entero.

            Jesús está allí en su Casa y nos llama… ¡Oh, si pudiéramos pregonarlo por doquiera para que llegase hoy mismo al conocimiento de todas las almas!

            Jesús está allí esperándonos. Id a visitarle al menos hoy. Hacedlo por Él.

            Pedidle que os diga qué hace en el Tabernáculo, lo que espera de vosotros y lo que debéis hacer en cambio por Él…

            Pedidle la inteligencia de su Misterio, pedídsela por María, vuestra buena Madre, que jamás se separa de su lado…

            Rogad a San Miguel y a los Ángeles que os comuniquen al menos la impresión de la Santa Presencia, el respeto, el amor y la gratitud que ellos tienen…

            Pensad que allí está vuestro Dios, vuestro todo, hecho Hombre, y que continúa siendo “Hombre” por amor a vosotros… en medio de vosotros… Hombre perfecto… Hombre glorificado… Hombre deificado… ¡Hombre-Dios por toda la eternidad!

            Pensad que Él está allí viviente, tan vivo como lo estáis vosotros mismos, que piensa, ama, quiere, con todas las vibraciones más delicadas y sensibles del ser humano, animado por la perfección del Amor divino.

            Se podrá objetar que a Jesús no se le ve, que no se le siente. Si el cuerpo de vuestro padre, de vuestro esposo, de vuestro hijo fuere llevado al cementerio y encerrado en el sepulcro, aun cuando no hubieseis podido asistir al entierro, ¿dejaríais por eso de creer que ibais a rezar junto a él? Sin embargo, bien sabéis que ese cuerpo está privado de toda vida y que en ese sepulcro sólo se halla un poco de materia perecedera que resucitará en el último día.

            Os agrada ir a rezar junto a las reliquias de los Santos, junto a esos venerados despojos de los que habitan en las alturas del Reino de los cielos.

            ¿Y tendríais menos fe en un “Jesús vivo”, presente en medio de vosotros –habitando en vuestro propio país– tal vez bajo vuestro mismo techo? Y viviendo en casa de Él ¿seguiríais no obstante viviendo como en vuestra propia casa y tratándole a Él quizá como a un extraño?...

            Cuando las prácticas cotidianas nos llevan cerca de Él, al hacer nuestra oración, o al cantar sus alabanzas, acaso tenemos conocimiento claro de que Él está allí y vive, y que, disponiendo del privilegio de los cuerpos gloriosos, con su propia sagrada Humanidad nos ve, nos oye… advierte y siente todos los latidos de nuestros corazones, todos sus impulsos?...

            Los sigue, en efecto, con un amor inconcebible, atrayéndonos sin cesar a Él y uniéndose a nosotros, en la medida en que consentimos en ello y en dejarle obrar en nosotros…

Acto de Fe y Resolución de Amor.

            ¡Oh Jesús Amor! ¡Oh Jesús viviente! Yo creo que estás bajo el velo de tu Hostia, tan realmente como lo estuviste en Belén, en Betania, en el Cenáculo, en el Calvario, como lo estás en el Cielo donde espero poder contemplarte un día… y para ofrecerte mis humildes homenajes y satisfacer nuestra común necesidad de amor –la Tuya y la mía–, Señor, iré todas las mañanas a asistir a los Divinos Misterios; (en cuanto me permitan hacerlo mis deberes de estado) iré a recibirte en mi corazón para que me transformes en Ti… y durante el día, trataré de venir a pasar una hora contigo, o si realmente no puedo hacer esto vendré al menos a hacerte una pequeña visita, que prolongaré cuanto me sea posible sin perjuicio de mi deber, salvando para ello algunos momentos de las conversaciones inútiles y cada vez que se presente la ocasión en el transcurso de ese tiempo que se pierde tan fácilmente en la frivolidad o en naderías.

            Si me viese impedido por la enfermedad u otras imposibilidades materiales para hacer yo mismo esa visita, procuraré que me sustituya un amigo, una persona de mi confianza, a fin de que Jesús experimente la alegría que le habría causado mi pobre visita. Entre tanto mantendré mi corazón tanto más próximo a Él… (como se hace con los amigos) cuanto más lejos de Él se halle mi cuerpo.

Unión de guardias de Amor.

            ¡Qué unión más hermosa podría hacerse de personas piadosas que disponiendo del tiempo necesario, realizasen entre ellas el dulce acuerdo de ir por turnos a hacerle compañía a Jesús para que jamás quedase solo! ¡Qué bella y piadosa guardia de Amor sería esa en derredor del Tabernáculo!...

            ¡Y qué consuelo procuraría al Corazón de Jesús! Sería para Él una acción de gracias viviente y perpetua en nombre de la humanidad entera.

            Roguemos para que Jesús haga realizar ese propósito (no solamente por algunas Órdenes Religiosas, con vocación especial para ese objeto) sino por los Amigos de su Corazón que posee en medio del mundo… y que no siendo del mundo, no quieran ya vivir sino para Él; que haciendo de Él el objeto de todas sus aspiraciones, su confidente en las alegrías, y pesares de la existencia, vivan con Él en la intimidad…

P. M. SULAMITIS.

              (De la "Vida Sobrenatural" de Salamanca. Tomo VI, 1923. Con aprobación eclesiástica).