miércoles, 15 de junio de 2016

"5ª palabra: “Tengo sed”

Últimas palabras de Jesús en la Cruz

Palabras de Amor

5ª palabra: “Tengo sed”

¿Qué haríamos nosotros, si al lado de un moribundo, le oyésemos exhalar esta desgarradora queja: “Tengo sed”? — Correríamos enseguida a buscar la bebida necesaria pata calmársela, trataríamos de llevarle a cualquier precio y molestia. por lo menos, algún sorbo de agua.

Desde lo alto de la Cruz sangrienta exclamó Jesús: “Sed tengo”. —  Su sed es devoradora; y al cabo de tantos siglos, no ha sido aún apagada; al contrario, parece con el transcurso de los tiempos, va también en aumento, la sed de Jesús; por lo menos, sus manifestaciones más apremiantes, más reiteradas... su llamamiento más explícito que entonces.

Ya lo dijo a Santa Margarita María: “Tiene sed de ser amado de los hombres”. Después se lo repite a una de sus almas privilegiadas: “¡Ámame, al menos tú! ¡Ámame! ¡Tengo tanta sed… tanta necesidad de amor!”… Y ¡cuántas veces no nos lo hará escuchar también en lo íntimo del corazón!...

“Tiene sed de amor”... Pero ¡que poco amor encuentra su Corazón para saciarla! ¡Qué lejos están las almas de darle la suma de amor que Él espera de ellas! El amor propio anida dentro de nuestras almas, combatiendo al amor de Jesús, e impidiendo que se adueñe del corazón de sus criaturas, que a veces, se encuentra tan lleno de afectos terrenales, que no queda lugar para el amor límpido y transparente del Corazón de Jesús; o tan saturado de acritud y amargura, de desafectos, envidias y rencores... que, al decir a Jesús : “Yo os amo” … no es amor lo que le ofrecemos para aliviar su sed, sino más bien la esponja empapada en hiel... que Jesús rechaza, después de haberla probado.— ¡Oh, qué pensamiento tan desconsolador y tan real!: Jesús no rechaza a los que a Él vienen, no se negó en principio, ni aun a gustar de la traidora esponja, como tampoco rehusó el beso de Judas… como tampoco rechaza nuestras ofrendas ni nuestras plegarias...!

Pero ¡cuántas veces no recibe sino desengaños su Corazón!... – ¿Le ofrecemos acaso lo mejor que tenemos? ¿No son nuestros sacrificios como los de Caín, sacrificios ofrecidos de mala gana, de lo peor, – de lo menor que podemos ofrecerle?... Examinemos a fondo nuestras limosnas; las ofrendas que hacemos a Jesús en la persona de los pobres… – ¿Y en cuanto a nuestras plegarias?... ¿no las hacemos las más de las veces con el único fin de alejar de nosotros el sufrimiento, el trabajo o la violencia, buscando la propia complacencia, la estima y el afecto de los demás? ¡Qué de veces, ignorantes o ciegos, pedimos al Señor, precisamente lo que ha de ser obstáculo para unirnos con Él!

Semejantes plegarias no pueden aplacar la sed de Jesús.

Jesús tiene sed de Amor, sed de amor bajo todas sus formas… Sed de ternura, de generosidad, de abnegación. Sed de Amor para su Corazón, para su Eucaristía, sed de Amor para los suyos, para los que sufren. Esa es la sed que más le consume… Y ¿qué hacemos nosotros para aliviar su sed?

La mayor parte de las veces, apegados a nuestra naturaleza y guiados por nuestro egoísmo, no nos conmueve nada lo que afecte a los demás, a menos que medie en ello algún interés personal o alguna satisfacción propia.

Examinemos, pues, seriamente y veamos, si en nuestro trato con el prójimo es siempre la caridad el móvil de nuestros actos; y si no brotan a menudo de nuestra nada y miseria fogaradas de vanidad, egoísmo o envidia, buscando siempre, visible o secretamente, lo que pueda satisfacer nuestros propios deseos.
       
No será esto lo que mitigue la sed de Jesús.

Para saciarla, debemos despojarnos de nuestra propia voluntad, de nuestras propias miras, de nuestros propios anhelos. ¡Cuántas veces somos duros e inflexibles como el hierro! Y ¡qué ocasiones tan propicias serían esas para poder apagar, con vencimientos propios, la sed de Jesús!

Tiene también sed de almas inocentes como los niños: sencillas y puras, dóciles y flexibles bajo la acción de su santa voluntad. ¡Jesús está sediento de sus sacrificios!

Pero precisamente porque es el Amor Misericordioso, tiene verdadera sed de remediar miserias. ¡Esa es su mayor gloria!

Entreguémosle, pues, todo cuanto somos y tenemos, pero démoselo por medio del Corazón Inmaculado de María, nuestra Reina y nuestra dulce Madre.

Así lograremos agradar al Hijo y a la Madre; y nuestras miserias presentadas por María, ¡con qué agrado serán recibidas!... ¡hasta las cosas que les son más opuestas, resultarán a medida de su agrado! Si en medio de las torturas del Calvario, alguno de los soldados, compadecido de Jesús, hubiese sentido deseos de ofrecerle algo; y no teniendo más que hiel a la mano, se hubiera acercado a María para presentársela, confiando en que su bondadoso Corazón, sabría comprenderle, y apreciar el sentimiento que tenía de no disponer de otra cosa, que poder ofrecerle… ¿podremos creer que María, por cuya intercesión convirtió Jesús el agua en vino, no emplearía todo su valimiento para que aquella hiel dejase de ser amarga y pudiese contribuir a calmar la sed de Jesús?... ¡La sed de su Corazón!

No hagamos, pues, nada sin María, puesto que es nuestra Madre, como nos lo dijo Jesús. Acudamos a Ella en todo; no hagamos nada sino por medio de Ella; que todo pase por sus benditas manos (que es el verdadero secreto del amor) y pongamos en Ella las llaves y la custodia de nuestro hogar, dejándola que disponga de todo lo nuestro como mejor le agrade: Ella hará que todo sirva para consuelo y alivio de su Jesús… de su Divino Hijo.

¡Oh, Amada Madre mía! Mi corazón se deshace de amargura ante ese grito desgarrador del Corazón de Jesús: “¡Sed tengo!”. Permitid que a mi vez yo haga una resolución decidida, a manera de testamento que exprese mi última voluntad: en mi HABER, yo no tengo nada propio, más que defectos y miserias, aparte de eso, si hay algo en mí, de Jesús lo he recibido…

Renuncio gustoso a la propiedad de todos mis bienes, y de todo lo que pueda recibir en vida y en muerte; añado a ello todo lo que de vuestro amor puedo hacer mío, todo lo doy a mi dulce Madre la Virgen María, por el tiempo y la eternidad, a fin de que Ella disponga de todo como le plazca y lo convierta en bebida de Amor para templar la sed de Jesús.

Renuncio al uso y a la disposición de todo cuanto soy y tengo, y no quiero servirme de mis bienes sino por medio de María, con dependencia del Espíritu de Amor, a quien suplico obre en mi alma, en unión de María, para que constantemente sepa yo conformarme con la voluntad del Padre, como Jesús; puesto que ya queda demostrado que el alma más dócil y pronta a corresponder a los deseos de Jesús (a pesar de su nada y miseria) –presentada por María– será la que más alivie al Amor Misericordioso del Corazón de Jesús… Firmado: X… pobre miseria.

¡Oh, Rey mío, consumido de Amor! ¡Abrasadme en amor vuestro por medio de María!


(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).