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miércoles, 27 de julio de 2016

"Enseñanzas del Amor Misericordioso: La paz"


¡OREMOS POR LA PAZ!

     Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa; ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.

     Líbranos, Señor, te rogamos, de todos los males pasados, presentes y venideros; y por la intercesión de la bienaventurada y gloriosa siempre Virgen María, Madre de Dios, con tus bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, y Andrés, y todos los Santos, danos propicia paz en nuestros días, para que, ayudados con el auxilio de tu misericordia, seamos siempre libres de pecado y seguros de toda perturbación. Por el mismo Jesucristo, Nuestro Señor, tu Hijo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios. Por todos los siglos de los siglos. Amén. 

     Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: La paz os dejo, mi paz os doy; no mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia; y dígnate darle paz y mantenerla unida según tu voluntad. Tú, que vives y reinas, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

* * *
     "¡Cuánta gloria me daríais, si mi paz fuera dada al mundo por medio del triunfo de mi Religión aun en medio de mis adversarios, en la época en que más encarnizados se hallan contra Mí y derraman su veneno, como buscando la raíz misma de la sociedad, atacando perversa y perniciosamente al alma de los niños pequeñitos!... Quisiera que la paz mundial fuera del fruto de la CARIDAD cristiana. Quisiera que los indiferentes y tantos incrédulos que no me conocen, se sientan atraídos por el ejemplo de los Cristianos y obligados a exclamar: “¡Ved como se aman!” – Este elogio de los primeros cristianos quisiera Yo que lo merecieseis vosotros. Pero, esta caridad, tal como Yo quiero verla practicada, no puede serlo de un modo natural, sino que exige un particular y continuo socorro de la gracia. Y esta gracia querría Yo que vinieseis a buscarla en su misma fuente… en mi Corazón… allí es donde más especialmente os manifiesto los excesos de mi Amor Misericordioso para vosotros y donde me entrego a vosotros más totalmente… Quisiera que vinierais a sacar esta gracia de vida divina más intensa y de caridad cristiana en el Altar, en la Comunión…"

     "¡Ah, hijos míos! ¡Qué doloroso es para mi Corazón ver a hermanos derramando la sangre de sus hermanos!... Rogad… rogad para que este mal se aleje de vosotros…"
            
      "Pero más doloroso es todavía para Mí el ver el odio, la venganza, la ira, la ambición o vanagloria sin freno en el corazón humano…"
            
      "Vosotros los que me amáis, implorad… haced todo lo posible para devolver la paz a la tierra… Esa es mi gloria… Yo quisiera que fuera la obra del amor…"

     "Id al pie del Tabernáculo en donde reside el Príncipe de la Paz[1], El que vino para traer la paz al mundo; Él os hará comprender por qué medio ha adquirido esta paz y os la ofrece… de qué manera podréis gozar de ella y beneficiar con ella a vuestros hermanos, si sois lo suficientemente dóciles para creer en Él… y para creer… para hacer lo que Él os ha dicho".


Gloria, Amor, Honor
Alabanza, Acción de Gracias
AL AMOR MISERICORDIOSO
REY DE PAZ

Señor, glorifícate en nosotros, y acelera tu Reinado. Amén. 




[1] Isaías, IX, 6.

lunes, 18 de julio de 2016

"Jesús, lazo de unión"



Consumación en la unidad. (Joan. XVII, 23).

            Yo estoy en ellos y Vos en Mí. – He aquí, claramente, expresado por Jesús mismo, en dos palabras, el doble y gran misterio de la caridad: Yo estoy en ellos y Vos en Mí, para que sean consumados en la unidad. Consumados en la unidad por Mí que soy el “Divino Mediador”.

            Yo, Jesucristo, Dios y Hombre, estoy en ellos por mi gracia, y vengo a perfeccionar cada día (si lo quieren) esta unión por mi Eucaristía, que me une a ellos de la manera más estrecha que se puede concebir. Mi santa Humanidad glorificada, uniéndose a su humanidad, les asegura un contacto más íntimo y más eficaz con mi misma Divinidad, que reciben, que yo les doy… de tal suerte que a la vez se penetran y se alimentan de mi Humanidad y de mi Divinidad.

            En ellos está mi Santa Humanidad y en ellos habita también mi Divinidad, pues yo estoy en ellos.

            Por mí van al Padre, por mí viene el Padre a ellos –y del mismo modo– yo soy el lazo de unión entre ellos. Yo que estando en ellos con el Padre, en cada uno de ellos, hago así el cemento de unión entre ellos y los consumo en esta doble unidad: con el Padre y entre sí.

            Porque yo estoy en ellos, tienen acceso al Padre; porque yo estoy en ellos, pueden ser uno entre sí.

            El cemento de esta unión es mi Eucaristía, justamente llamada comunión… común unión.

            Siendo mi Santa Humanidad el sello con que marcó su humanidad para disponerlos a esta unión, es, pues, muy importante para las almas, comulgar bien, según el fin de mi Sacramento, que es el que ahora te descubro.

            Mi Eucaristía es para vuestra unión conmigo y para la unión de todos vosotros juntos. Pero cuando las especies se han consumido, quedo en vosotros y permanezco en vosotros como permanezco en mi Padre; Yo moro en vosotros por mi Espíritu Santo que os he dado y os vuelvo a dar entonces de nuevo; pues cuando yo vengo, os le traigo, y el Padre viene allí también.

            Yo soy el que vengo, el Verbo, la Palabra… Jesucristo; pero soy inseparable del Padre y del Espíritu Santo.

            En la Sagrada Comunión, dejadme, pues, entrar en vosotros, establecerme en vosotros con mi Espíritu y mi Padre; - abridme bien todas vuestras potencias, traedme todos vuestros sentidos para que todo en vosotros sea santificado por mi presencia, por mi acción, por mi poder, y pueda yo realizar en vosotros lo que yo pretendo.

            Entro entonces en el alma que me ama y ceno con ella y ella conmigo; la nutro de mí mismo y ella se me da a mi – y yo la consumo en mí – y con ella en mí, consumo a todos aquellos que por la fe me están unidos.

            Esto es un misterio, pero mi Divino Espíritu ilumina a las almas que vienen a mí por la fe, y en mí encuentran ellas la Vida.

            Nada hay más grande sobre la tierra que la Comunión; ella es la verdad, el germen de la Comunión de los cielos. Hace circular en vuestras venas la sangre de un Dios, os asimila a su sustancia, os penetra de su esencia. ¿Qué más puedo hacer yo?

            Mas el hombre ligero, inconstante, no sabe lo que hace, se muestra indiferente a este incomparable beneficio de entregarme a él, para que él se entregue a mí, y que os une juntos por el lazo del Amor y el efecto de la caridad.

            Pídeme para toda criatura que sepa comulgar bien… En verdad, si lo hicieras, se produciría insensiblemente en las almas un cambio maravilloso: la caridad sería más fácil y cada alma más accesible al Amor, al contacto divino, y vuestras mutuas relaciones, llenas de unción, llegarían a ser, bajo la acción de la gracia, la reproducción de mi Vida sobre la tierra.

            No habría divisiones: reinaría la paz, la armonía, el gozo, la verdad: aquello sería el triunfo del Amor y la Vida Eterna que ya empezaría para vosotros… Esta fue mi vida, esta la de mi Santísima Madre; y esta fue también la vida de todos mis santos, tanto más santos cuanto más conformes conmigo y mejor cumplen lo que les ordeno.

* * *

            La santidad consiste en tomar la forma de Jesucristo. Para ser Santos, deberéis recurrir a María, pues yo quiero que vayáis a ella con gran confianza.

            Para ser santos debéis conservar en vosotros mi Espíritu Santo, escucharle sin cesar y hacer dócilmente todo lo que os dice a cada instante, adhiriéndoos a lo que enseña, con toda su sencillez.

            El que obra así es verdaderamente santo… Mi Amor reina en él y en él yo moro entonces y me establezco.

            Ahora bien, cada uno de vosotros debe aspirar a esta feliz suerte; pues todos debéis ser bienaventurados.

            Reinando Yo, todo es paz y gozo en el Espíritu Santo. Hasta en medio de los mayores sufrimientos, cuando estoy en el alma y la uno conmigo, es para el alma de fe, el verdadero gozo, pues así me imita mejor a Mí crucificado; y muy lejos de querer descender de su cruz, la besa con amor… y adora… ese don de mi Corazón… bendiciendo mi elección. Para mi humilde Amante basta que ese sea mi gusto y mi querer; la hago en verdad muerta en apariencia y como indiferente a todo objeto creado: Soy Yo todo para ella y ella es todo para Mí.

            Pero su caridad es viva y ardiente, se desborda por amor a Mí. Los que ven esta alma serena y contenta, libre y desprendida, sin mirar a sí misma, corre tras de las penas, ocultar el sufrimiento y siempre sonriendo para dar al prójimo, a quien ama, un poco de alegría, y dilatarle para abrirle hacia Mí…; los que ven esta alma entonces, reconocen que hay en ella otro ser que no es ella, un Ser más fuerte, que la guía… y le hace obrar elevándola sobre sí misma. Su pensamiento sube entonces hacia el Ser supremo; ven que esta alma lo hace todo por Mí, que yo soy verdaderamente Jesús, Hijo del Padre, que vengo para salvar a la humanidad, para librarla de las ataduras de la tierra y de la esclavitud del deleite. Comprenden que soy verdadero Dios y que Vos, Padre mío, me habéis prevenido, con vuestra caridad, su humanidad culpable y miserable, y que verdaderamente Vos, su Dios, les habéis amado como ama un buen padre y como me habéis amado a Mí mismo.

            Vuestro Corazón no conoce límites: el amor por vuestra parte no los tiene; es infinito, purísimo y santísimo, existe en Vos desde la eternidad.

            Mas para ellos, preciso es que se abaje; busca al pobre, al humilde y al pequeño. Entonces éste se entrega, ama con ternura… comprime y sumerge su nada en el Todo sagrado.

            Ardiendo entonces en vuestra hoguera, esta nada miserable ha encontrado verdaderamente… la paz, el descanso, la suprema felicidad: el amor de su Dios le ha purificado… Fuera de sí exclama entonces el alma: Quiero devolver a Dios amor por amor, llegar a ser su viva Hostia, sufrir y morir como mi Jesús, por todos aquellos que Él quiere, por todos aquellos que Él ama, entregarlos a su Padre y devolverle a Él el amor y la gloria… que el mismo infierno le quisiera arrebatar. Yo quiero dar a Jesús sobre la tierra, todo cuanto soy, todo cuanto puedo, consumirme por Él y de mi miseria formarle un trono de donde salga una voz que diga constantemente a todos los pobres, a todos los que sufren, a todos los que penan: “Oh, venid a Él… Nuestro Padre es la Bondad misma… ¡Es nuestro Dios! Mas para el pequeño tiene indecibles ternuras… Es un Corazón sin hiel, lleno de amor y de misericordia. Es manso y humilde; pero quiere también encontrar sus rasgos en todos los que ama; y cuanto más los conoce, tanto más los quiere”.

 * * *

            ¡Oh Jesús Amor… mi Todo y mi vida… sed verdaderamente Rey de la humanidad: pues para esto se digno el Padre Eterno enviaros!

            Queremos, Jesús, volver por vuestra gloria. Es preciso que en todo lugar seáis amado, seáis conocido, ¡oh Verbo del Padre!, Palabra de Amor, Rey de Gloria… Cuanto fuisteis humillado en la tierra, tanto e incomparablemente más debéis ser glorificado en la tierra y en los cielos, con la gloria que habéis adquirido manifestando el verdadero nombre de vuestro Padre y el Vuestro…

¡Amor Misericordioso!

            Creo… adoro…

            En el cielo, en la tierra y en los infiernos, proclamen todos vuestra Realeza, vuestra gloria.

¡Quién cómo Dios!

            Obrar así, nutrirse incesantemente de la voluntad del Padre Celestial… es la vida del cielo… en la tierra, para el alma y para Jesús; mas para el alma, en el misterio, en las tinieblas de la fe.

            ¡Allí está la verdad, adhiérase el alma a ella, y crea!...


P. M. SULAMITIS.


            (De “La Vida Sobrenatural” de Salamanca, vol. 4, 1922. Con aprobación eclesiástica).

domingo, 10 de julio de 2016

"Súplica de los pecadores"


Sexta promesa del Sagrado Corazón de Jesús: "Los pecadores encontrarán en mi Corazón un océano de misericordia".

            Dispuesta ya así el alma a la unión con la tristeza de un Dios-Hombre, tristeza causada por su criatura, y comprendiendo la enormidad del pecado, la monstruosa injusticia que por éste comete y el hurto odioso y sacrílego que voluntariamente hace con él a la gloria de su Dios, participa en cierto modo de los sentimientos del Amor Misericordioso, de la caridad del Corazón de Jesús, e implora la Misericordia divina a favor de los pecadores.

            Y ¡qué magnífica lección es ésta, para aquellos que permanecen indiferentes, a Dios y a los pecados de nuestros semejantes!

            Algunos, en efecto, miran el pecado con la mayor indiferencia. – ¿Será posible que puedan permanecer insensibles?... Desconocen lo que es Dios… lo que es criatura… y lo que es el pecado de la criatura contra Dios.

            ¡Compasión y lástima inspiran esas personas, ya que dan pruebas de que les falta corazón o inteligencia, mostrándose empedernidos y ciegos!

            Si tenemos la desgracia de contarnos entre ellos, humillémonos y procuremos mover nuestros corazones a sentimientos de amor, porque el amor sólo, es el que puede darnos luz, fuerza y vigor, para salir de nuestra lamentable indiferencia y flojedad, y nos hará practicar actos llenos de vida.

            Otros hay, por el contrario, que son extremadamente celosos de la gloria de Dios, que llevados de recta intención se indignan instintivamente en presencia de una injusticia; y los ultrajes y desacatos que se hacen a Dios, provocan en ellos el celo impetuoso de Santiago y Juan, quienes pedían que bajara fuego del cielo sobre aquellos que se resistían al Divino Maestro: “Vosotros no sabéis qué espíritu os mueve”, les contestó Jesús, dándoles a entender así que deben revestirse de su espíritu de amor y compasión, manifestada en estas palabras: “El Hijo del Hombre no ha venido a perder las almas, sino que a salvarlas”.

            Y si Jesús mi Salvador soporta con tanta mansedumbre y paciencia al pecador, tratando de atraerle por la suavidad y el Amor ¿no sabré yo tolerarle con mansedumbre y Jesús arde en deseos de restablecer el orden, pero sabe esperar… porque es Eterno.

            Sabe esperar, porque late en su pecho un corazón de Padre, de Salvador, de Amigo. Un corazón de Creador que ama tiernamente a su criatura, que la ama a pesar de sus ingratitudes. – ¿Qué artista no ama a su obra, y pone todo su empeño en repararla, cuando sufre algún desperfecto? El Corazón de Jesús, este Corazón de Nuestro Rey de amor, es todo Misericordia ¡se ha entregado a la mísera criatura!

            Por otra parte, Jesús conoce y ve la magnitud del daño cometido… es la justicia misma y la eterna verdad. Su celo por la gloria del Padre le hace buscar y hallar medio de satisfacer todos los derechos de sus perfecciones infinitas; del tribunal de la Justicia, apela al de la Misericordia; a fin de que ésta aplaque a aquella justamente irritada; ¡qué lucha tan misteriosa y adorable! Lucha divina… la que se entabla. – Pero su palabra es terminante y precisa: Nuestro Divino Salvador, no vino a la tierra a perder las almas, sino a salvarlas; solamente la Misericordia podía hallar el magnífico y eficaz medio de conciliar todas las cosas –. Y esta Misericordia no se contenta con satisfacer por el pecador, sino que le devuelve sus derechos y hace que la gracia sobreabunde, allí donde ha abundado el pecado.

            El alma celosa y fiel, que quiere responder a los deseos del Corazón de Jesús, implora también de continuo la Misericordia Divina a favor de los pecadores.

            Esto es lo que hace constantemente también María, nuestra buena Madre, Reina del Cielo, tan justamente llamada Madre de Misericordia, refugio de los pecadores.

            Cuanto más unida a Jesús está el alma, y más participa de las disposiciones de su amantísimo Corazón, más tierna e intensa será su compasión hacia los desgraciados que viven apartados de Jesús.  Y como mientras permanezcan sobre la tierra, pueden esas almas volverse algún día hacia Dios y obtener su perdón y la vida eterna, aquellos que verdaderamente le aman y conocen los insaciables deseos que tiene Jesús de salvar las almas y de que le pidamos por ellas, se deshacen en oraciones y súplicas multiplicando así las ocasiones de llevar alegrías al Corazón de su Dios, a fin de que se dilate y broten de Él con mayor abundancia las efusiones de su Amor Misericordioso.

            Estas almas tendrán, por tanto, parte en la obra de la Redención, pues ayudan a Jesús a salvar a sus hermanos, y de este modo extienden y aumentan considerablemente el Reino de Dios.

            ¡Oh, si supiésemos comprender lo que significa: ayudar a Jesús a reinar en un alma!... lo que es contribuir a conquistar un alma para su Reino… Un alma vale más que todo el universo, más que todo lo que existe en el mundo inferior al hombre; porque el hombre es libre; Dios le ha hecho libre, para poder recibir de él un homenaje voluntario; homenaje con el cual se contribuye a la gloria accidental del mismo Dios, cada vez que alguna de sus criaturas le proclama por verdadero Rey suyo. Y por el contrario, es un desorden, un agravio, el que el hombre rehuse lo que debe a su Creador y Redentor.

            Pero el hombre tiene tan debilitadas sus facultades por el pecado, que no puede ejecutar el bien, sino por una gracia particular de su Dios; por eso tenemos que pedírsela continuamente para nosotros y para nuestros semejantes, implorándola de la Misericordia Divina.
            Al considerar, pues, la tristeza de Jesús en el Huerto de los Olivos, no nos olvidemos de suplicar a su Divino Corazón, la Misericordia Infinita, para que su Amor Misericordioso, no sólo perdone, sino que también derrame con profusión sobre los pecadores los dones de su divina gracia, transformándolos hasta convertirlos en Santos, haciendo de ellos vasos de elección.

            ¡Oh, Rey de Amor Misericordioso, que cifráis vuestra gloria en hacer bien a los que sólo en vuestra bondad esperan!... ¡Apresuraos a realizar todos los deseos de vuestro Corazón, y tened compasión de vuestras pobres criaturas!

            Eterno Padre; por el Corazón Inmaculado de María, os ofrezco a Jesús, Vuestro Hijo muy Amado, y me ofrezco a mí mismo en Él, con Él y por Él, a todas sus intenciones y en nombre de todas las criaturas.

(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).

jueves, 30 de junio de 2016

"¡Centellitas!: El Padre Nuestro"

Todavía hay otro “secreto de Amor” que ha brotado del Corazón Deífico; otro secreto de su Amor Misericordioso: “Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará”… Orar es ganar a Jesús por la palabra de su Corazón; es ganarle por su lado flaco, digámoslo así… ¡Siente tan a lo vivo la necesidad de comunicarse, de difundir con largueza su bondad! La oración del humilde y confiado penetra los cielos… dilata el Corazón de Dios y atrae las efusiones de su Amor Misericordioso, el cual experimenta mayor gozo en dársenos que nosotros en recibirle.

Pero ¿cómo se ha de orar? – El mismo Jesús nos lo ha enseñado… asociémonos, pues, a Él y digamos de corazón: ¡Padre nuestro!... Quiere que llamemos a Dios nuestro Padre, y que seamos sus verdaderos hijos… Para ello, es preciso tener fe viva en el Padre, acudir a Él como hijos amantes, respetuosos sumisos… como niños que se dan cuenta del amor de su Padre… que no buscan sino el dar gusto a su Padre… que llevan en sí los rasgos y fisonomía de Él… que pareciéndose a Él, son su gloria y su alegría, y aman asimismo a sus hermanos, hijos también de este buen Padre. ¿Soy yo para mi buen Padre un verdadero hijo, un buen hijo?

Que estás en los Cielos; en los cielos de tu gloria… y también en los cielos del reino que deseas tener establecido dentro de nosotros… Tu Cielo ¡oh mi Dios! ¿se halla dentro de mí en este momento?

Santificado sea el tu nombre, y reverenciado con el amor y respeto que a su santidad convienen… ¡Ay, cuantos te blasfeman! … ¡Que toda rodilla se rinda delante de Ti!... Y cuando yo mismo te nombre ¡oh Dios de bondad! que todo en mí te alabe y te confiese, obrando al unísono el espíritu y el corazón. ¿Por ventura no he pronunciado con mucha ligereza tu santo Nombre?

Venga a nos él tu reino; sí, que venga a nosotros y alrededor de nosotros. Que llegue el amor… ¡cuán necesario es!... Pero Tú, oh Jesús, quieres reinar muy pronto en nosotros… quieres ser Rey, ser Dueño… ¡tienes derecho a ello, todo te pertenece!... ¿Trabajo yo lo bastante para acelerar este reinado?, ¿lo pido como debiera?, ¿me impongo toda clase de sacrificios para lograrlo? ¡Oh, Rey de Amor!, quiero aumentar tus conquistas… quiero extender por doquier tu dulce reinado.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.

Cúmplase en todo… por todos… siempre… gozosamente... amorosamente… no buscando otro contento que el del Amado, cuyo querer infinitamente sabio y amable todo lo dirige y ordena.

En el Cielo, cuando Dios habla, todo se hace al instante sin la más leve réplica ni demora. Todos tienen allí una misma voluntad, que aman y adoran… voluntad infinitamente buena, infinitamente santa, la cual a aquellos felices moradores ensalzan y prefieren a todo. ¿He cumplido yo como se debe esta santísima voluntad de Dios?, ¿la amo lo mismo cuando me inmola y crucifica que cuando me regala?

El pan nuestro de cada día dánosle hoy.

Danos el pan de nuestro cuerpo que nos tienes preparado con tanta solicitud y liberalidad, a pesar de nuestras ingratitudes… y el Pan de nuestra alma, pan de la Voluntad divina, juntamente con la gracia para cumplirla; es decir: fuerza y luz. Danos tu Eucaristía todos los días de nuestra vida mortal, y sé, Señor, nuestro Pan en el eterno festín de la gloria. Lo pido… ¿pero lo sé agradecer?

Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

¡Es esta la gran ley de la Misericordia! ¡Qué angustias para tu Corazón, oh Jesús, al ver como muchas almas repiten estas palabras con los labios sin advertir lo que piden… sin fijarse, al parecer, en la condenación que sobre sí mismas lanzan… Piden que las perdones como ellas perdonan, y ellas… ¡no quieren perdonar!

Cuando yo rezo el “Padre nuestro” en nombre de las criaturas, tiemblo, y al llegar a este punto me detiene siempre mi pobre corazón diciendo: perdónanos nuestras ofensas, no como muchos perdonan, sino como nosotros debiéramos perdonar… como yo querría hacerlo, si alguien me hubiera ofendido[1].

Perdónanos, Señor, el pecado de no perdonar, y por consiguiente ¡ay! el de no amarte a Ti; el pecado de mentira y contradicción frecuentes en que incurrimos engañándonos a nosotros mismos… Sí, nosotros tenemos la osadía de decirte que te amamos, cuando para el prójimo guardamos desprecios, odio, desdén, resentimientos, rencor… cuando damos tanto que sufrir en el prójimo, a tu divino Corazón, ya que has dicho: “que considerarás como hecho a Ti mismo todo cuanto hagamos al menor de nuestros hermanos”, hasta nuestras reticencias y frialdades…; y que cerrar el corazón  a las necesidades del prójimo, es no tener tampoco caridad contigo; y tratarle con dureza e intentar vengarse de él, es atraer sobre nosotros tu justa cólera, cambiar tu clemencia en terrible ira…; por eso nos exiges ante todo  este gran acto.

¡Oh, Amor! ¡Amor divino! Transforma al mundo, enseña a todos el amor al prójimo, al menos que los cristianos destierren de su corazón todo lo que huele a orgullo, a hiel y aspereza; no más palabras mordaces, no más conversaciones burlonas; no más de nada que pueda causar pena y aflicción al prójimo.

Seamos como Jesús para con los pecadores… ¡excusémoslos siempre como Él! Pidamos mucho por ellos, pero nunca los juzguemos. Cuanto más horror nos causen, cuanto más nos ultrajen, tanto más debemos perdonarlos… manifestarles dulzura y amor para mejor ganarles el alma; estando dispuestos a dar nuestra vida por quienes pretenden quitárnosla, por quienes nos perjudican y dañan. ¡He aquí lo que Jesús nos predica con su muerte! Aprendamos, pues, nosotros a practicarlo en pequeño, no volviendo sino bien por mal, atención por desdén, obsequio por injuria… así llegaremos a ser buenos… así es como aprenderemos a amar. ¡Ah! ¡Qué poco comprendido es el precepto del Maestro divino; Amad a vuestros enemigos… haced bien a los que os odian!... Nosotros mismos ¿cómo nos portamos en este punto? ¿No osamos tal vez corregir la conducta del Señor que hace brillar el sol lo mismo sobre los malos que sobre los buenos?... Cuando alguien quiere tomar nuestro vestido, ¿le entregamos también la capa? … “¿Cuando necesita que le acompañemos mil pasos, añadimos dos mil más a estos mil?”… Se invoca tal vez como excusa ¡el honor! ¡la dignidad!... ¿Y el Salvador?... ¿y la caridad?... ¿Quién ha de prevalecer en nuestro corazón, el espíritu de Jesucristo o el del mundo? …Para salvar el mundo es menester encenderle en la caridad, es menester hacer brillar en él esta virtud celestial: entonces el reinado de Jesús estará muy cercano. ¡Aceleremos su hora!... perdonemos para que El nos perdone… Seamos misericordiosos si queremos ser tratados con misericordia. ¡Oh corazón mío! ¿Cuál es tu actitud y disposición?

Y no nos dejes caer en la tentación.

Pero para ello vigilemos sobre nosotros mismos… ¡Vigilemos y oremos! como Jesús nos lo recomienda… ¡acudamos a María! En los peligros refugiémonos en el Corazón divino y permanezcámosle fieles, custodiados y protegidos por nuestra Madre.

Mas líbranos del mal.

Líbranos de todo mal; no de lo que nosotros llamamos mal, sino de lo que verdaderamente lo es: del gran mal del pecado… del gran mal de nuestra alma… del orgullo… de la preferencia que el hombre hace de sí mismo y de las criaturas sobre Ti… de todo desorden… en una palabra, de cuanto es contrario a Ti y al bien. Las cosas que nosotros llamamos males, no son con frecuencia, sino bienes con los que se alcanza la felicidad eterna… estos males, que no son pecado, los llevaremos, Señor, a tu divina presencia, y sin determinar el remedio, cada uno te diremos con sencillez de niño: “Padre de bondad, vengo a Ti: aquel a quien amas sufre… o está enfermo…” Tú nos concederás siempre –estamos seguros de ellos- lo que más nos convenga. Tú que tienes en tu mano la sabiduría y el poder junto con el amor a nosotros… ¡Padre bondadosísimo, Padre celestial, Amor Misericordioso! Escucha la suplica de un miserabilísimo siervo: ¡Antes la muerte que el pecado! ¡Antes el sufrimiento que la imperfección! ¡En Ti me arrojo confiado! ¡Líbranos de todo mal! Así sea.

(Extracto de "Centellitas").





[1] No se entienda, sin embargo, que los que guardan odios en su corazón no deban rezar el “Padre nuestro”, pues como dice muy bien el Catecismo de S. Pío V citando a Santo Tomás, el fiel cristiano, al rezar esta oración, lo hace en nombre de toda la Iglesia, en la cual necesariamente ha de haber almas piadosas que perdonaron las injurias recibidas. Añádase a esto, como lo advierte el mismo Catecismo, que no sólo pedimos que nos perdone Dios nuestras deudas, sino que, siendo necesario perdonar a nuestros deudores, pedimos también la gracia de reconciliarnos con ellos.

domingo, 12 de junio de 2016

2ª Palabra: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Últimas palabras de Jesús en la Cruz
Palabras de Amor


2ª Palabra: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

            Después del principio fundamental del perdón de las injurias, Jesús nos enseña otra práctica de caridad exterior, que nada vale sin la caridad interior, pero vale mucho cuando va informada por ella: compartir los propios bienes con los pobres…

            Jesús comparte su gloria con el buen Ladrón. Todo el pasado lleno de ofensas, queda totalmente perdonado, completamente borrado en un instante. “Hoy mismo (le dice) estarás conmigo en el paraíso.” – ¡Hoy mismo! – ¡sin demora!

            –Así debemos nosotros compartir nuestros propios bienes con nuestros hermanos, que se hallan necesitados, cuando están dispuestos a recibirlos.

            Pero… ¡Cuánto egoísmo encontramos entre nosotros, aún entre los cristianos!... ¡llegándose algunas veces hasta a comerciar con las necesidades ajenas! – ¡Qué comedidos somos para permitir que los demás disfruten de nuestros bienes!... – queremos que con nosotros sean todos espléndidos, generosos, pero en cambio, siempre nos parece demasiado lo que damos nosotros a los demás.

            Cuando poseemos algún bien que estimamos… ¿nos sentimos llevados a participarlo con nuestro prójimo…? – ¿No nos dejamos llevar en muchos casos de cierto egoísmo y de una especie de mezquindad de corazón como si la alegría o la satisfacción, que pudiéramos procurar a los demás, fuese a menguar la nuestra…?

            Debemos procurar siempre que la caridad evangélica dirija todas nuestras acciones, porque Jesús nos la enseñó para que aprendamos con su ejemplo…, para enseñarnos que, lejos de mirar con desprecio, o rechazar y alejar de nosotros al culpable, debemos atenderle; temiendo condenar o juzgar a aquel que tal vez esté justificado delante de Jesús, y tal vez merezca oír estas palabras: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

            –¿Qué hizo el buen ladrón para merecer semejante seguridad de eterna salvación?: 1º Una protesta de fe. – 2º Un acto de humildad, de sumisión. – 3º Una confesión, reconociendo la santidad de Jesús; y 4º Un acto de confianza ilimitada en el poder de su realeza divina.

            1º – Una protestación de fe: “¿No temes a Dios tampoco tú, que estás condenado al mismo suplicio?” ¿No era esto afirmar, por una parte, que Dios era el dueño soberano, a quien se debe temer; y, por otra, reconocer claramente la divinidad del Crucificado, que sufría en el Calvario el mismo suplicio que ellos?

            2º – Un acto de profunda humildad y sumisión: “En cuanto a nosotros, añadió, justamente padecemos, pues recibimos lo que nuestros crímenes han merecido”. Admirable y sincera confesión, que nos descubre hasta que punto su alma había vuelto al orden, entrando en ella la luz de la verdad, conociendo al propio tiempo el juicio equitativo y justísimo de la Sabiduría infinita.

            3º – Una confesión manifiesta de la santidad de Jesús: “Él, ningún mal ha hecho”; palabra sencilla, pero terminante y digna de todo elogio en su concisión… Él ningún mal ha hecho… Él no ha hecho nada mal – luego lo hizo todo bien… –; – luego es condenado siendo inocente… ¡Así atestiguaba, ante el cielo y la tierra, la injusticia de la muerte ignominiosa del Salvador del mundo…!

            ¡Uno sólo toma la defensa pública del Rey de Amor, y ese es… un ladrón…!

            – ¿No fue también una maravilla del Amor Misericordioso, escoger para heraldo y como proclamador de su inocencia y de la verdad, para abogado suyo… a un ladrón, sobre el patíbulo –esto es, ¡a la hez de la sociedad!... –, a aquel que había incurrido legítimamente en el menosprecio universal, por sus desórdenes y hazañas vituperables?...

            Si nosotros tuviéramos que rehabilitarnos de alguna deshonra, querríamos que nos defendiesen los abogados más notables; buscaríamos protectores de valimiento, personas de influencia y autoridad, y tendríamos a menos la defensa, el parecer y las alabanzas de aquellos que fuesen inferiores a nosotros… o las de aquellos que, cubiertos de nuestro mismo oprobio, casi nos avergonzarían al defendernos, ante el temor que nos alcanzase su infamia ¡Y Él…!

            ¡Oh, humildad de Jesús!, ¡cómo nos confundes! – Esta escena conmovedora del Calvario, nos descubre una nueva fase de su Amor Misericordioso; no solamente perdona, sino que acepta la defensa, la alabanza y la gloria de boca del último de los hombres, del más vil y miserable…

            4º – Finalmente un acto de confianza en el poder de la Divina Realeza de Jesús: Ha confesado que Jesús era el Dios Soberano, condenado a su mismo suplicio –ha confesado la justicia de su propio castigo como ladrón, y, por el contrario, la inocencia de Jesús–; y añade todavía: “¡Señor! ¡Señor! Rey de Amor y de Misericordia… ¡Acuérdate de mí…!”

            Luego, todo no ha terminado para él, ni para Jesús, después de la muerte próxima a llegar ya, dentro de breves instantes – “¡Acuérdate de mí…!” y… ¿Cuándo…? “Cuando hayas llegado a tu Reino”.

            Cree en un reino a donde va Jesús –más allá de la muerte–, y cree que él también lo alcanzará–, cree que en ese reino, Jesús será omnipotente, porque de por sí, es Rey; “en vuestro Reino…” dice.

            ¡Oh, buen ladrón!, ¡qué dichosa predestinación la tuya!, ¡cuánto más vale ser ladrón penitente y confesor, que ángel rebelde y sublevado; – o escriba que sentencie inicuamente!

            ¡Qué consuelo se siente! ¡Oh, Rey de misericordia! Al ver que no rechazáis a un hombre, por abyecto y vil que sea… con tal de que se arrepienta y confiese la verdad…, – con tal que venga a Vos con confianza…, no será rechazado. ¡Qué magnífica palabra y qué claramente demostráis que no os dejáis vencer en generosidad!

            –“En verdad, te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso.” –El que aquella mañana era un ladrón, antes que la noche llega a santo… a escogido, cuyo puesto queda ya asegurado para siempre, en aquel mismo día, por la palabra de la eterna Verdad, en el Reino de la Divina Caridad.

            – ¿Quién podrá, pues, desesperar de su salvación ante semejante prodigio del Amor Misericordioso?... ¿Qué personajes del Antiguo Testamento, ni de la Nueva Ley, ha recibido jamás tal promesa pública solemne, auténtica e incontestable de su salvación y de su felicidad?; ¡Hoy estarás conmigo en el Paraíso!...

            Pero ¡cuán necesario es llevar una vida de fe, de sumisión, de confianza en el Amor Misericordioso del Corazón de Jesús, y que gloria constituirá para Él ese bienaventurado ladrón hasta el fin de los tiempos y por toda la eternidad!

            ¡Oh, mi adorable Salvador! Si no puedo aspirar a ser uno de esos seres inocentes o angélicos, quiero (puesto que con vuestra gracia lo puedo) llegar a ser vuestra gloria sobre mi cruz de pecador arrepentido, – yo puedo convertirme en confesor y apóstol por mis ejemplos y por lo que Vos dignéis operar en mi alma.

            ¡Oh, Señor, acordaos de mí en vuestro Reino!

(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).

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     San Dimas, el buen Ladrón, el dichoso redimido del Corazón de Jesús. Protector de las almas misericordiosas. Fiesta: 25 de Abril, y cada Viernes Santo. 

     ORACIÓN. - Buen Ladrón, trofeo de la gracia del Corazón de Jesús, que oíste de su adorable boca este dulcísimo perdón: Hoy estarás conmigo en el Paraíso, ruega por nosotros. Pater, Ave y Gloria.

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     "Los pecadores hallarán en mi Corazón el manantial y el océano infinito de la misericordia. Los más miserables serán los mejor escogidos".

Nuestro Señor a Santa Margarita María de Alacoque.