lunes, 18 de julio de 2016

"Jesús, lazo de unión"



Consumación en la unidad. (Joan. XVII, 23).

            Yo estoy en ellos y Vos en Mí. – He aquí, claramente, expresado por Jesús mismo, en dos palabras, el doble y gran misterio de la caridad: Yo estoy en ellos y Vos en Mí, para que sean consumados en la unidad. Consumados en la unidad por Mí que soy el “Divino Mediador”.

            Yo, Jesucristo, Dios y Hombre, estoy en ellos por mi gracia, y vengo a perfeccionar cada día (si lo quieren) esta unión por mi Eucaristía, que me une a ellos de la manera más estrecha que se puede concebir. Mi santa Humanidad glorificada, uniéndose a su humanidad, les asegura un contacto más íntimo y más eficaz con mi misma Divinidad, que reciben, que yo les doy… de tal suerte que a la vez se penetran y se alimentan de mi Humanidad y de mi Divinidad.

            En ellos está mi Santa Humanidad y en ellos habita también mi Divinidad, pues yo estoy en ellos.

            Por mí van al Padre, por mí viene el Padre a ellos –y del mismo modo– yo soy el lazo de unión entre ellos. Yo que estando en ellos con el Padre, en cada uno de ellos, hago así el cemento de unión entre ellos y los consumo en esta doble unidad: con el Padre y entre sí.

            Porque yo estoy en ellos, tienen acceso al Padre; porque yo estoy en ellos, pueden ser uno entre sí.

            El cemento de esta unión es mi Eucaristía, justamente llamada comunión… común unión.

            Siendo mi Santa Humanidad el sello con que marcó su humanidad para disponerlos a esta unión, es, pues, muy importante para las almas, comulgar bien, según el fin de mi Sacramento, que es el que ahora te descubro.

            Mi Eucaristía es para vuestra unión conmigo y para la unión de todos vosotros juntos. Pero cuando las especies se han consumido, quedo en vosotros y permanezco en vosotros como permanezco en mi Padre; Yo moro en vosotros por mi Espíritu Santo que os he dado y os vuelvo a dar entonces de nuevo; pues cuando yo vengo, os le traigo, y el Padre viene allí también.

            Yo soy el que vengo, el Verbo, la Palabra… Jesucristo; pero soy inseparable del Padre y del Espíritu Santo.

            En la Sagrada Comunión, dejadme, pues, entrar en vosotros, establecerme en vosotros con mi Espíritu y mi Padre; - abridme bien todas vuestras potencias, traedme todos vuestros sentidos para que todo en vosotros sea santificado por mi presencia, por mi acción, por mi poder, y pueda yo realizar en vosotros lo que yo pretendo.

            Entro entonces en el alma que me ama y ceno con ella y ella conmigo; la nutro de mí mismo y ella se me da a mi – y yo la consumo en mí – y con ella en mí, consumo a todos aquellos que por la fe me están unidos.

            Esto es un misterio, pero mi Divino Espíritu ilumina a las almas que vienen a mí por la fe, y en mí encuentran ellas la Vida.

            Nada hay más grande sobre la tierra que la Comunión; ella es la verdad, el germen de la Comunión de los cielos. Hace circular en vuestras venas la sangre de un Dios, os asimila a su sustancia, os penetra de su esencia. ¿Qué más puedo hacer yo?

            Mas el hombre ligero, inconstante, no sabe lo que hace, se muestra indiferente a este incomparable beneficio de entregarme a él, para que él se entregue a mí, y que os une juntos por el lazo del Amor y el efecto de la caridad.

            Pídeme para toda criatura que sepa comulgar bien… En verdad, si lo hicieras, se produciría insensiblemente en las almas un cambio maravilloso: la caridad sería más fácil y cada alma más accesible al Amor, al contacto divino, y vuestras mutuas relaciones, llenas de unción, llegarían a ser, bajo la acción de la gracia, la reproducción de mi Vida sobre la tierra.

            No habría divisiones: reinaría la paz, la armonía, el gozo, la verdad: aquello sería el triunfo del Amor y la Vida Eterna que ya empezaría para vosotros… Esta fue mi vida, esta la de mi Santísima Madre; y esta fue también la vida de todos mis santos, tanto más santos cuanto más conformes conmigo y mejor cumplen lo que les ordeno.

* * *

            La santidad consiste en tomar la forma de Jesucristo. Para ser Santos, deberéis recurrir a María, pues yo quiero que vayáis a ella con gran confianza.

            Para ser santos debéis conservar en vosotros mi Espíritu Santo, escucharle sin cesar y hacer dócilmente todo lo que os dice a cada instante, adhiriéndoos a lo que enseña, con toda su sencillez.

            El que obra así es verdaderamente santo… Mi Amor reina en él y en él yo moro entonces y me establezco.

            Ahora bien, cada uno de vosotros debe aspirar a esta feliz suerte; pues todos debéis ser bienaventurados.

            Reinando Yo, todo es paz y gozo en el Espíritu Santo. Hasta en medio de los mayores sufrimientos, cuando estoy en el alma y la uno conmigo, es para el alma de fe, el verdadero gozo, pues así me imita mejor a Mí crucificado; y muy lejos de querer descender de su cruz, la besa con amor… y adora… ese don de mi Corazón… bendiciendo mi elección. Para mi humilde Amante basta que ese sea mi gusto y mi querer; la hago en verdad muerta en apariencia y como indiferente a todo objeto creado: Soy Yo todo para ella y ella es todo para Mí.

            Pero su caridad es viva y ardiente, se desborda por amor a Mí. Los que ven esta alma serena y contenta, libre y desprendida, sin mirar a sí misma, corre tras de las penas, ocultar el sufrimiento y siempre sonriendo para dar al prójimo, a quien ama, un poco de alegría, y dilatarle para abrirle hacia Mí…; los que ven esta alma entonces, reconocen que hay en ella otro ser que no es ella, un Ser más fuerte, que la guía… y le hace obrar elevándola sobre sí misma. Su pensamiento sube entonces hacia el Ser supremo; ven que esta alma lo hace todo por Mí, que yo soy verdaderamente Jesús, Hijo del Padre, que vengo para salvar a la humanidad, para librarla de las ataduras de la tierra y de la esclavitud del deleite. Comprenden que soy verdadero Dios y que Vos, Padre mío, me habéis prevenido, con vuestra caridad, su humanidad culpable y miserable, y que verdaderamente Vos, su Dios, les habéis amado como ama un buen padre y como me habéis amado a Mí mismo.

            Vuestro Corazón no conoce límites: el amor por vuestra parte no los tiene; es infinito, purísimo y santísimo, existe en Vos desde la eternidad.

            Mas para ellos, preciso es que se abaje; busca al pobre, al humilde y al pequeño. Entonces éste se entrega, ama con ternura… comprime y sumerge su nada en el Todo sagrado.

            Ardiendo entonces en vuestra hoguera, esta nada miserable ha encontrado verdaderamente… la paz, el descanso, la suprema felicidad: el amor de su Dios le ha purificado… Fuera de sí exclama entonces el alma: Quiero devolver a Dios amor por amor, llegar a ser su viva Hostia, sufrir y morir como mi Jesús, por todos aquellos que Él quiere, por todos aquellos que Él ama, entregarlos a su Padre y devolverle a Él el amor y la gloria… que el mismo infierno le quisiera arrebatar. Yo quiero dar a Jesús sobre la tierra, todo cuanto soy, todo cuanto puedo, consumirme por Él y de mi miseria formarle un trono de donde salga una voz que diga constantemente a todos los pobres, a todos los que sufren, a todos los que penan: “Oh, venid a Él… Nuestro Padre es la Bondad misma… ¡Es nuestro Dios! Mas para el pequeño tiene indecibles ternuras… Es un Corazón sin hiel, lleno de amor y de misericordia. Es manso y humilde; pero quiere también encontrar sus rasgos en todos los que ama; y cuanto más los conoce, tanto más los quiere”.

 * * *

            ¡Oh Jesús Amor… mi Todo y mi vida… sed verdaderamente Rey de la humanidad: pues para esto se digno el Padre Eterno enviaros!

            Queremos, Jesús, volver por vuestra gloria. Es preciso que en todo lugar seáis amado, seáis conocido, ¡oh Verbo del Padre!, Palabra de Amor, Rey de Gloria… Cuanto fuisteis humillado en la tierra, tanto e incomparablemente más debéis ser glorificado en la tierra y en los cielos, con la gloria que habéis adquirido manifestando el verdadero nombre de vuestro Padre y el Vuestro…

¡Amor Misericordioso!

            Creo… adoro…

            En el cielo, en la tierra y en los infiernos, proclamen todos vuestra Realeza, vuestra gloria.

¡Quién cómo Dios!

            Obrar así, nutrirse incesantemente de la voluntad del Padre Celestial… es la vida del cielo… en la tierra, para el alma y para Jesús; mas para el alma, en el misterio, en las tinieblas de la fe.

            ¡Allí está la verdad, adhiérase el alma a ella, y crea!...


P. M. SULAMITIS.


            (De “La Vida Sobrenatural” de Salamanca, vol. 4, 1922. Con aprobación eclesiástica).