jueves, 2 de junio de 2016

"Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y y tercer día del Triduo: Vida de intimidad con Jesús"


Hay muchos grados de amistad. Somos amigos cuando amamos, cuando se tienen los mismos ideales o las mismas inclinaciones del Corazón. – Cuando el que amamos es bueno, cuanto mejor le conocemos, más lo amamos; porque así fue formado nuestro corazón, todo bien lo atrae: verdadero o ficticio, según responda a su deseo o necesidad; o tiende a satisfacerla.

Por eso, hasta el que está dominado por la codicia, por ejemplo: que se deja arrastrar por todo aquello que crea más propio para satisfacerla.

Pero el alma cuanto más se purifica, más sedienta se halla del verdadero bien y tanto más desea encontrar la perfección y darse a ella.

El conocimiento de las imperfecciones enfría el amor en esta alma que busca entre las criaturas alguna que le satisfaga… y no la encuentra.

Pero Jesús habla un día a esta alma de un modo más íntimo (porque Él habla secretamente al alma por las inspiraciones de la gracia y la luz de su Espíritu desde que mora en ella) y este día, con tiernas palabras, se le muestra más claro, más apremiante, más amoroso, más sediento de amor, como lo hemos visto en el primer día del Triduo; y el alma comprende entonces que hay un ser en la tierra que, aunque siendo llamado Dios Todopoderoso, recibe también el nombre… ¡de Dios Amor!... que este Ser, infinitamente grande, quiso reducirse a nuestra flaqueza para amar y ser amado; para poder vivir con nosotros en una intimidad verdadera que no excluye el respeto, pero que no hubiera podido aunarse con el brillante esplendor de su Majestad divina.

Y esta alma comprende ahora la razón de esos divinos anonadamientos… el Amor es la causa.

El amor ha despojado a Dios de su magnificencia para venir a buscarnos a nosotros… ¡a mí!... ¡a los demás! ¡a todos!...

Pero, ¡cuán pocos lo comprenden y cuán pocos responden! ¿Quién lo creyera? Y aún entre las almas que comprenden y que Jesús ha tratado como amigas ¡qué pocas le son fieles!...

Al menor soplo de tentación, a la más ligera insinuación del enemigo, desoyen la voz de Jesús, que les repite, como antes a sus Apóstoles: “velad y orad para que no seáis sorprendidos; velad y orad para que no sucumbáis” – Y lejos de velar y orar, nos creemos fuertes y parlamentamos con el enemigo; y Jesús calla… y sufre de nuevo la agonía en que nos tuvo tan presentes… – con todos los peligros que corremos en este momento.

Se nos traspasaría el corazón, si viéramos los desengaños sin número que sufre el Amor Divino. ¡Preferencias odiosas… indiferencias… cobardías!

En la balanza de Adán, de un lado estaba la manzana, del otro, la voluntad de su Dios… en la nuestra, a veces, hay menos todavía… un harapo, un átomo de basura, de barro o de polvo de oro, – pero polvo al fin. – Una mirada de satisfacción, una palabra punzante… y todo esto, no una vez, ¡sino cuántas en el día, dejándonos arrastrar por aquello que es contrario a lo que el Divino Amor nos pide!

Hay muchos grados de amor, ya lo hemos dicho.

Hasta Jesús tiene sus preferencias: – los sencillos, los pequeños, son sus mejores amigos, sus preferidos. –

Tiene también luego atenciones inconcebibles y delicadezas conmovedoras para los amigos recuperados que vuelven a Él.

Tiene, en fin, sus secretos íntimos, de corazón a corazón, independientes de todo sentimiento y de toda mira – sin demostraciones sensibles – como no sea un aparente abandono (como el del Padre para Jesús – como el mismo Jesús lo tuvo hacia María su Madre). – Es un soplo purísimo, un céfiro, una íntima correspondencia, una luz penetrante que se recibe por medio de un amoroso asentimiento – un convencimiento sorprendente al que, sin razonar, se adhiere el alma.

Más frecuentemente es la fe sencilla y escueta en la paz; la alegría de la verdad en el anonadamiento de la criatura, que se sienta en su lugar, viendo a Dios puesto en el Suyo, y sabiendo ¡cuán amoroso y bueno es!

Hay muchas clases de amigos, tratados por Jesús de distinto modo; pero también ellos responden de muy diversa manera. Muchos aman a Jesús por su propio interés y satisfacción; pero pocos le aman por Él mismo. – Muchos le aman a la hora de sus atenciones y sus dádivas, en medio de sus alegrías; pero le abandonan cobardemente cuando los prueba y cuando sufren. – Dicen, como San Pedro, en el Tabor: “Señor, ¡qué bien se está aquí!”… Quieren estar con Él mientras multiplica los panes; pero se duermen cuando le ven en la agonía… Huyen cuando sus enemigos le atacan; se avergüenzan de que los reconozcan como partidarios y amigos suyos, y tiemblan… se disculpan… reniegan: ¡y cuando le crucifican y blasfeman, se encuentra Solo con algunos amigos!

¿Estamos nosotros entre ellos?...

¿Somos amigos íntimos de Jesús, no siendo fieles para las pequeñeces y no sabiendo sufrir por Él? ¿Cuál es entonces nuestro amor?...

¡Palabras!... ¡sensiblerías!... ¡nada sólido!... ¡nada que valga!...

Determinémonos ya a vivir con Jesús como con un íntimo y verdadero amigo. – Él nos llamó primero: respondamos nosotros con la confesión de nuestras flaquezas, ingratitudes y desmayos, pero que el amor domine nuestra pena y confusión; lloremos nuestras faltas, pero más que por nosotros mismos, por la pena que causaron a su Corazón, al que tanto hicimos padecer y esperar ¡al que tanto ofendimos con nuestro abandono!... ¡y amémosle!... ¡Que hasta las faltas de amor nos sirva para animarnos a amarlo más y más!

Hay que amar doblemente, cuando antes se ha amado poco; hay que duplicar el amor, para repararlo; hagamos, en fin, cuanto se hace cuando se ama. Desde el primer momento el corazón se siente atraído por su Amado Bien; y Él arrastra continuamente a la voluntad y al espíritu; porque al pensar en el Amado, la voluntad se siente constantemente impulsada a complacerlo.

No se mira si existe sacrificio cuando se trata de hacer algo por el Ser Amado.

Ha habido afectos tan grandes, que hasta hacían perder el hambre y el sueño, porque el alma ya sólo vivía unida a la de su Amado.

Tales fueron los Santos… amigos apasionados de Jesús.

¡Ah! ¡Todos quisiéramos también serlo!... Jesús, asimismo lo desea; pero debemos observar, que para que la amistad alcance en nosotros intensidad, preciso es que el amor que a Jesús le tengamos sea más exclusivo… ¡más particular!...

No se pueden tener dos amigos preferidos… (a menos de que un mismo lazo los una); el afecto del uno, perjudicaría al del otro, o por lo menos, lo debilitaría.

Los Santos sacrificaron, cuando fue menester, todos sus amigos, para no tener otro amigo que Jesús;… y nosotros, en cambio… hasta a nosotros mismos nos amamos demasiado, con excesiva ternura, con amor de preferencia… Sí, en todo cuanto vemos, oímos o experimentamos, siempre parece que una voz secreta nos dice: ¿y yo?... Y en seguida la imaginación trabaja… aproxima… reviste… Ese “¿yo?” se liga a todo lo que se ve, a todo lo que se oye; y siempre busca una aproximación… un apoyo… una complacencia… Ese “yo” es nuestro mejor amigo. ¡Con qué afán tomamos su defensa, si lo atacan! ¡Qué indulgencia tenemos para con él!... Siempre hallamos manera de excusarle; y no toleramos que se le vitupere o se le censure. Si no le estiman o no le quieren tanto como deseamos, nos compadecemos de él hasta derramar lágrimas de ternura (o de sensiblería); y si sufre, quisiéramos que todos se afanasen a su alrededor. Sin cesar pensamos en él, y ponemos toda nuestra preocupación y nuestro mayor empeño en procurarle algún alivio. Y todo esto lo hacemos casi inconscientemente de tanto como le amamos.

¿Quién hizo más por su mayor amigo?...

¡Sin duda, no hemos comprendido que ese “yo”, nuestro amigo querido, lo es también de Satanás; y que, por consiguiente, es el mayor enemigo de Jesucristo!

¡Si queremos ser amigos de Jesús, debemos renunciarnos a nosotros mismos!... renunciar a tenerme a mí mismo por amigo, y saber tratarme desde ahora como a enemigo, colocando a Jesús en mi lugar, para conducirme con Jesús con el esmero con que me conducía conmigo mismo.

Pidamos a María nuestra Madre (que también lo es de Jesús) que nos enseñe a hacerlo.

Para amarse es preciso conocerse; verse a menudo, desahogarse con el amigo, contarle penas y alegrías; tomar parte en las suyas, olvidarse a sí mismo por Él, supremo y único objeto de nuestra vida. Cuando el corazón así se entrega, el alma no vive ya en sí; ya no tiene otras miras, ni otros gustos ni otras voluntades que las de su Amado.

Si en ella reaparece alguna aspiración personal, pronto la sofoca, porque toda su vida depende ya de la del Rey Divino.

Esa dichosa vida de intimidad con Jesús, es preciso que empiece ya. Que sea Jesús nuestro único, nuestro íntimo amigo; y amaremos a los demás como Él los ama, con su propio amor. Vivamos con Él… ¿no dijo ya que “allí donde Él esté, quiere que estén sus amigos?”.

¡Por Él iremos al Padre, le conoceremos!; y como su alimento es la voluntad del Padre, ella será también nuestro alimento: oraremos por su oración; nuestros deseos serán los suyos; amaremos por su amor; y este amor (con que le amó el Padre) – ya lo dijo – morará en nosotros. No tenemos que buscarle muy lejos; vive muy cerca Jesús, real y presente; ¡nuestro Dios, el Amor mismo!

¡Oh, qué vida de intimidad! ¡Qué vida de unión podemos tener con Él… tendremos un mismo espíritu; imprimirá en mí sus movimientos; sus alegrías, serán mis alegrías y mis penas serán sus penas; volaré al encuentro de sus menores deseos y ya no viviré más que para complacerle!

¡En los sufrimientos de mi alma y de mi cuerpo, ya no estaré solo! ¡Todo le pertenece! ¡Quiere que yo complete lo que falta a su Pasión…! ¡Qué favor tan grande!

Desde ahora, en todo cuanto vea o sienta, ya no me buscaré a mí mismo, sino a Él… Con qué amor mirare a mis hermanos… por Él… ¡Cuánto desearé el advenimiento de su Reino de Amor! – ¡Desearé que reine como Él quiere reinar: por medio de la Caridad! – Para ello tengo que revestirme interior y exteriormente de mi Dios… que todo en mí hable de Él… – Que con sólo acercarse a mí, le reconozcan y, de tal modo le imite, que sea su imagen la que en mí vean, cuando me presente ante el Padre, y ante los hombres: imagen de su Amor Misericordioso. –

Que mi vida sea una continua alabanza –una ofrenda de todo Él–, una viva acción de gracias y una reparación perpetua de la gloria que le arrebata el hombre; una súplica incesante para que su Padre le devuelva esta otra gloria que Él sacrificó y veló por su Padre.

Pero en lo que más se complacerá Jesús, será en un alma infantil y sencilla que se entregue plenamente y se consuma en el cumplimiento de su voluntad; un alma cuyo único gozo sea agradarle y satisfacerle, estimándolo como una merced, aún cuando sea a su propia costa. – Un alma que tenga con María, como con el Padre Celestial, la confianza de un niño; un alma sencilla, ignorada, toda escondida en Dios–, sólo conocida de su Sagrado Corazón; cuya vida sea una continua sonrisa de bondad para atraer a su Amor a los pecadores y los tímidos: alma que oculte su propio sufrimiento a los ojos de los demás, no dejando ver más que flores… y respirando sólo amor: un alma pequeñita, que no sabiendo como mostrarle su amor, se deja llevar de su mano, se abraza y se adhiere a Él, suplicando al Padre Celestial, que la permita glorificarle. ¡Cuanto más pequeña y miserable se sienta, mayor será su confianza en su Misericordioso y Divino Amigo, más segura estará de su Amor!

Tengamos la fe firme en Jesús: en el poder de su Amor Misericordioso; esta fe es su gloria y su alegría. – Recurramos a Él continuamente… Corramos hacia Él a la menor dificultad que se nos presente.

Es la luz… la riqueza… la omnipotencia…; todo lo que nos falta, se halla en Él…

Puesto que se rebaja hasta casi mendigar nuestro amor… puesto que nos ha elegido por amigos…, digámosle con María ¡que Él será nuestro único Amigo! Y supliquemos a esta buena Madre que nos guarde y nos enseñe lo que debemos hacer para serlo.


Todo con Él…, nada sin Él…, Todo para Él…, como Él…, en Él…, todo Él…

(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).