viernes, 17 de junio de 2016

"6ª Palabra: “Todo se ha consumado”.

Últimas palabras de Jesús en la Cruz

Palabras de Amor

6ª Palabra: “Todo se ha consumado”.

            En esta breve frase: “Todo está consumado”, muestra Jesús todos los excesos de su Amor realizados. Amó a los suyos hasta el fin. – Todo está consumado por el Amor y para el Amor, nada más le resta ya.

            Lo ha hecho todo, lo ha dado todo; siendo Dios como es, no podría hacer más. Todo cuanto ha podido y querido hacer, lo ha hecho…

            Jesús quisiera que nosotros pudiéramos también decirle: “Todo se ha consumado”; y a este fin desea que nos dejemos consumir por el Amor, en el Amor y para el Amor.

            La consumación se realiza cuando el sacrificio se ha terminado. – Jesús ha consumado su sacrificio en el Calvario; pero todos los días (y en cierto modo, de manera más completa aún), se renueva su consumación en la Santa Misa, donde Él mismo se da en alimento, por medio de la Sagrada Comunión… Porque, en la Misa, no se renueva solamente la inmolación de una manera incruenta, sino que se da realmente al alma bajo las santas especies eucarísticas. ¿Puede caber una consumación más real que esa entrega de Jesús al alma? – Jesús, Dios-Hombre, viene a nosotros, a nuestra pobre humanidad con su Cuerpo, Alma y Divinidad. – Se da a nosotros como alimento, y nos permite en cierto modo consumir su Santa Humanidad, que se rebaja a seguir la suerte de los otros alimentos materiales: su destrucción… De modo, que al desaparecer también la Santa Humanidad que había penetrado en nuestro pecho, y queda como consumida por su pobre criatura[1]. ¡Qué misterio tan incomprensible es este de la consumación de Jesús en el alma del cristiano! Misterio de Amor, en el que Aquél que es recibido y consumido miles de veces en todos los lugares de la tierra, no deja de ser el Mismo siempre viviendo continua y realmente.

            ¡Misterio que no podemos comprender y que arrebata de admiración hasta a los mismos Ángeles!...

            Consumación por la unión más íntima y completa, unión sobrenatural de Dios con nosotros, – la cual tiene por fin nuestra consumación recíproca en Dios, derramándose Dios en nuestra alma y perdiéndonos nosotros en Él, para que su vida absorba la nuestra, en cierto modo, y que se verifique la palabra de San Pablo: “Vivo; mas no yo, sino Jesucristo en mí” (Gal., II, 20). “Vosotros en Mí y Yo en vosotros”, dijo Jesús en la Última Cena, después de la primera de todas las Comuniones. – “Y Yo en ellos, a fin de que sean consumados en Uno”.

            Y para que se realizase este gran misterio de consumación, fue preciso que Cristo padeciese y muriese. Por eso antes de pronunciar su última palabra, que será también el último acto de consumación y de entrega a su Eterno Padre, Jesús nos manifiesta la resolución de su voluntad y abraza y acepta en aquel momento todos los Consumatum est, futuros eucarísticos…

            ¡Lo he dado todo sin reserva alguna!

            Debemos, pues, nosotros proponernos hacerle continua donación de todo nuestro ser, minuto por minuto; ya que estando sujetos al tiempo, nuestra consumación no puede ser sino el fruto de la ejecución de actos incesantes, reiterados, de anonadamiento, perdiéndonos continuamente en Dios, que no pueden hacerse sino movidos por una gracia muy particular que de lo alto nos viene.

            El Espíritu Santo es, en efecto, el Consumador de toda nuestra vida sobrenatural:

            Consumador de la Unidad Divina, en la Trinidad Adorable;

            Consumador de la Unión Hipostática, en la persona de Jesús;

           Consumador de la unión de la gracia de Jesús en las almas, y de las almas en Jesús.

            Espíritu de Amor, fuego Consumador, lazo divino, que ablanda los corazones más duros, y hace flexibles y dóciles a los más terribles y rebeldes.

            Y alcanzando el alma mayor docilidad, por el renunciamiento de sí misma, bajo la acción del Espíritu Santo, –como hemos visto ayer, – y derramándose de momento en este momento por medio de María, en el ardiente horno de fuego del Corazón de Jesús, es consumida por el Amor Misericordioso.

            Pidamos constantemente para todas las almas la gracia de responder plenamente al Amor de Nuestro Salvador, para que cada una, en la medida de sus gracias, de sus dones y de lo que el Señor le pide, pueda decir con plena confianza en la hora de la muerte: “Todo está consumado”: – ¡He cumplido fielmente, Dios mío, vuestra voluntad en la Tierra!

            Para conseguirlo, recurramos siempre a María durante todo el camino de la vida, para que esa buena Madre nos obtenga tal efusión de Amor Misericordioso en nuestros últimos momentos, que logremos dar a Dios en ellos, aquello que por nuestra fragilidad, debilidad o malicia le hubiésemos escatimado.

            ¡Señor mío y Rey mío! Mi alma se entrega sin reservas a vuestras misteriosas operaciones por medio del Corazón Inmaculado de María. – No puedo nada sin Vos, porque no soy más que nada y miseria… Dadme lo que Vos queráis que os dé. – Formad en mí lo que en mí queráis hallar, a fin de que podáis sacar de mi pobreza y ruindad toda la gloria y la complacencia que esperáis de mí y que pretendisteis al crearme.

(Del "Mes del Rey de Amor". Con licencia eclesiástica).




[1] Entiéndase que en la Eucaristía la presencia de Jesucristo depende de la condición de la existencia de las especies Sacramentales. Pero por la Comunión no es Jesucristo, Pan de Vida, quien se destruye en cierto sentido, como convirtiéndose en el que le recibe; sino al contrario: quien lo recibe se convierte o muda en cierto sentido en Jesucristo: “No me mudarás en ti como el alimento de tu cuerpo; sino que tú serás mudado en Mí”; dijo el Señor a San Agustín, y lo aprueba la Iglesia consignándolo en el Oficio Divino. – (Nota del Traductor).