lunes, 23 de mayo de 2016

"El Amor Misericordioso" (cuarta parte)

El momento más sublime del amor y el punto más culminante de la obra de la redención está en la cruz, y la manifestación más grandiosa de la misericordia del Hijo de Dios la vemos en aquella actitud conmovedora en la que Jesús, alzando al cielo sus divinos ojos, pide perdón al Eterno Padre para sus verdugos, diciendo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que se hacen." Por eso el Amor Misericordioso tiene su trono en la cruz, y la imagen más perfecta del Amor es Cristo Crucificado.

Esa imagen de Cristo Crucificado se proyecta sobre un globo de luz, sobre una circunferencia de luz blanca que nos hace recordar el Pan eucarístico, pues nada más natural que al representar el Amor Misericordioso en el acto más cruento y más sublime de su heroísmo, cual es el realizado en la cruz, recordemos el Sacramento del Amor, que estableció Cristo para perpetuar en la tierra su caridad infinita, que es la renovación continua de su Amor Misericordioso a los hombres.


Como el centro del amor radica en el corazón del hombre, así la caridad infinita de Jesús tiene su centro en su Corazón Sagrado, y por eso el Corazón de Jesús es el blanco de los amores y de la tierna devoción del hombre Y si al recordar el Amor Misericordioso del Calvario no podemos prescindir del Pan eucarístico, que es el relicario perpetuo de ese amor, del mismo modo no podemos separar del trono del Amor Misericordioso la imagen del Corazón divino, y por esto se diseña también levemente sobre su pecho el corazón sagrado, radiante de luz y de rayos de su misericordia.

Todo esto, pues, viene a constituir lo esencial de la imagen del Amor Misericordioso: Cristo Crucificado en el momento de pronunciar su primera palabra, que fue palabra de perdón y de misericordia, la Hostia Santa, como fondo luminoso que hace resaltar el trono de la Cruz, y la imagen del Corazón divino, diseñada sobre su pecho, como centro de su amor.

Cuando solo se tiene el busto de esta imagen (como en las Capillitas de la visita domiciliaria), no se ven sino estas tres cosas: la Cruz, a medias, el Pan eucarístico y el Corazón Sagrado, y la aureola de luz que circunda la cabeza del divino Crucificado; y sobre el corazón esta palabra: Charitas, porque ciertamente Jesús es todo caridad, y el corazón es su centro.

Cuando la imagen se representa toda entera con la imagen completa de Cristo en la cruz, vemos a sus pies y delante de la cruz una corona real de oro, que nos recuerda la realeza de Cristo, pero la tiene a sus pies, porque, como El contestó a Pilatos, su reino no es de este mundo. Su soberanía es de amor, y quiere reinar en los corazones, por eso esta corona está esmaltada de corazones y rosas entrelazadas, simbolizando la caridad y el amor. El en cambio está coronado de espinas, importante trofeo de amor que es alivio de los dolores y penas, de las burlas, calumnias y desprecios, que constituyen las cruces de su reinado. Al pie también de la cruz hay un libro, que es el de los santos Evangelios, en el cual se leen claramente estas palabras: Amaos unos a otros, como yo os he amado... y para mostrarnos el manantial de ese precepto de amor, cae sobre él un rayo de luz que se desprende del corazón divino. La Cruz, la Eucaristía, el Sagrado Corazón y los santos Evangelios, he aquí los senos del Amor Misericordioso, la imagen del Divino Amor.

Propaguemos con celo y con amor esta obra, seamos almas verdaderamente amantes del Amor Misericordioso. El nos pide esta cruzada de amor, de fe, de confianza, de caridad y de virtudes cristianas, para que ayudemos a la renovación de la sociedad y a la instauración del reinado de Cristo.

La visita domiciliaria del Amor Misericordioso será un medio de propagar esta cruzada de fe cristiana. Es obra muy sencilla, organizada con coros de treinta familias y una celadora de cada coro, que mantenga la organización. No debe establecerse ninguna cuota obligatoria, y las limosnas que se recojan deben invertirse en su culto y propaganda.
El Amor Misericordioso nos bendiga y llene al mundo de su gracia, para que reine en los corazones.
C. y C.
(De la revista “Acción Antoniana” de los Franciscanos de Valencia, octubre de 1932, número 141, con licencia eclesiástica).